jueves, 30 de agosto de 2012

Los Juegos del Hambre. 'Habría estado bien ser vecina de Cato'.

¡Hola otra vez! Lo cierto es que iba a subir el fic de hoy antes, pero he tenido problemas con el ordenador... Bueno, ya dije que la tecnología y yo no nos llevamos muy bien :)
Vale, ayer ya subí el fic de Cato y creo que dije que era fan de la pareja Clato. En realidad, nunca llegué a odiarlos, son tributos que han sido entrenados para ir a la Arena, así que no se les puede culpar. No pude odiar a ningún tributo, la verdad. Bueno, os dejo con el fic de Clove. Como siempre, espero que os guste :3
(No me llaméis psicópata por escribir solo sobre las muertes de los tributos, ya pondré algo más... alegre :3)



Cato está a mi lado, con la mano en la empuñadura de la espada, preparado para salir corriendo. La mesa encaja con un suave clic y, cuando diviso la mochila que tiene el número dos estampado con grandes letras blancas, miro a mi compañero y le veo asentir, aprobando que corra hacia la mochila. Sin embargo, alguien mucho más estúpido, o quizás más listo, y probablemente más loco que yo llega a la Cornucopia, se hace con su mochila y se marcha corriendo hacia el interior del bosque. ¿Eh? ¿Qué ha pasado aquí? Reviso las mochilas y suelto una palabrota cuando descubro quién ha sido. Esa chica, esa maldita zorra del cinco sabe cómo jugar. Pero Cato y yo también sabemos.
Junto con el doce, somos el único distrito que tiene ambos tributos vivos. Está claro que, si el doce no consigue lo que hay en esa preciosa mochilita, el chico amoroso no sobrevivirá, así que empiezo por ahí. Seguro que ambos están preparados cerca de aquí, escondidos. O puede que ella haya sido tan idiota como para acercarse al banquete sin él, dejándolo indefenso en el bosque. Lástima.
Así, cuando la veo correr hacia la Cornucopia, con el arco en la mano, no me lo pienso dos veces. Saco un  cuchillo y miro a Cato.
-      Búscale. Yo me ocupo de ella.
Y él entiende que no hay tiempo para discutir eso.
Apenas le faltan unos metros para llegar hacia la mesa cuando disparo un cuchillo directo a su cabeza. Entonces, antes de que pueda fijarme en si he acertado o no, veo una flecha venir directamente hacia mi cuerpo y me aparto, al mismo tiempo que se clava en mi brazo. Grito, sacándome la flecha de golpe, porque, si hay algo que no puedo permitirme ahora es buscar a Cato para que se encargue de ella mientras yo me curo con lo que sea. La chica en llamas es mía.
Aunque me tiembla el brazo por el dolor y siento unas ganas increíbles de arrancármelo de cuajo para no sentirlo, aún me quedan fuerzas para lanzar un segundo cuchillo, directo a su cabeza. Y acierto.
Salgo corriendo, con el brazo completamente cubierto de sangre y, cuando llego hasta ella, tirada en el suelo, con la cara llena de sangre, me siento sobre su estómago, inmovilizándola contra el suelo. Ya es mía.
-      ¿Dónde está tu novio, Distrito 12? – pregunto, con voz de niña pequeña -. ¿Sigue vivo?
No, claro que no. Cato estará jugando con él. Sin embargo, ella tiene las agallas de seguir fingiendo que el amoroso está bien:
-      Está aquí al lado, cazando a Cato – dice -. ¡Peeta!
Le golpeo en la garganta con el puño para que se calle, porque no puedo permitirme más tributos aquí.
Recuerdo a Katniss Everdeen en las entrevistas, dando vueltas con ese vestido de fuego, como si fuese una especie de modelo del Capitolio. Niñata engreída. ¿Viniendo de un distrito subdesarrollado, como el 12? Lleno de asquerosos muertos de hambre que necesitan pedir teselas para alimentarse, miseria y más miseria… ¿Cómo pueden vivir así? En nuestro distrito, la gente se pelea por llegar hasta aquí. No es mi caso, claro, porque yo salí seleccionada en la cosecha y me negué a los voluntarios, pero sí el de Cato. ¿A cuántos chicos tuvo que tumbar él antes de llegar hasta aquí? Y ella, la chica de fuego, un apodo que no alude a su persona ni de lejos, maldita arrogante, robándole la gloria a su hermana. Muy bien, pensemos en tu hermanita entonces.
-      Mentirosa, está casi muerto – continúo, sonriendo -. Cato sabe bien dónde lo cortó. Seguramente lo tienes atado a la rama de un árbol mientras intentas que no se le pare el corazón.
Y Cato lo encontrará para rematarlo. El Distrito 2 está tan cerca…
-      ¿Qué hay en esa mochilita tan mona? ¿La medicina para tu chico amoroso? Qué pena que no la vaya a ver.
Le arranco la mochila del brazo y me preparo. Muy bien, se lo prometí a Cato y me lo prometí a mí misma, que haría memorable su muerte. Pero ahora me mueven cosas mucho mayores, como por ejemplo, la idea de que su adorable hermanita esté ahora pegada al televisor. Casi siento la tentación de mandarle un saludo. Sin embargo, eso no es lo que debería hacer. Por los patrocinadores. Saco de mi chaqueta un cuchillo curvo y acaricio la hoja suave.
-      Le prometí a Cato que, si me dejaba acabar contigo, le daría a la audiencia un buen espectáculo.
Casi puedo ver las estrafalarias caras de la gente del Capitolio pegadas a las innumerables pantallas de la ciudad. Muy bien, disfrutad. Ella se retuerce bajo mi cuerpo, pero yo aumento la presión de mis rodillas sobre sus hombros para que entienda que, por mucho que se mueva, no hay nada que hacer.
-      Olvídalo, Distrito 12, vamos a matarte… - Entonces, tengo una idea. No puedo usar a su hermana, porque el Capitolio la adora, pero hay a alguien a quien sí puedo usar, y eso aumentaría su rabia -. Igual que a tu lamentable aliada, ¿cómo se llamaba? ¿La que iba volando por los árboles? ¿Rue?
Me mira a los ojos con todo el odio que puede acumular y sé que he dado en el clavo. Acaricio la hoja del cuchillo de nuevo, sonriendo.
-      Bueno, primero Rue, después tú y después creo que dejaremos que la naturaleza se encargue del chico amoroso, ¿qué te parece?
La naturaleza o Cato, como prefiera. Sin embargo, sé que, en el Capitolio, la gente estará aclamándonos. El Distrito 2 se proclamará vencedor de nuevo. Y, esta vez, seremos dos. Juntos, Cato y yo.
La idea de regresar a casa me hace realmente feliz, pero, por alguna extraña razón, siento una sensación de bienestar  que, según creo, tiene que ver con Cato. Sacudo la cabeza y me preparo para el espectáculo.
-      Bien, ¿por dónde empiezo?
Intento imitar a Elbin, mi fantástica estilista, cuando me vio la primera vez. Limpio su rostro con la manga de mi chaqueta, apartando la sangre de su fea cara de distrito marginado, y la muevo de un lado a otro, buscando dónde empezar a trabajar.
-      Creo… - Acaricio casi con dulzura su piel -. Creo que empezaré con tu boca.
Deslizo el filo de mi cuchillo por sus labios, buscando maneras de darle otro empujoncito al espectáculo. Muy bien, ¿cómo puedo contentar a la audiencia? Por ahora, ella es famosa por ser voluntaria en un distrito marginal, por llevar un traje en llamas, que podría haberla abrasado y sacarla de en medio, y por… ¡Oh, cómo he podido olvidarlo! Los “fabulosos” trágicos amantes del Distrito 12.
-      Sí – concluyo sonriendo -, creo que ya no te hacen mucha falta los labios. ¿Quieres enviarle un último beso al chico amoroso?
Aplausos y ovación desde el Capitolio.
No sé qué esperaba. Quizás que ella gritase su nombre, que lo llamase o que Peeta Mellark apareciera desde el bosque. Sin embargo, lo único que recibo es un escupitajo sangriento en la cara. Maldita zorra.
-      De acuerdo, vamos a empezar.
Coloco la punta del cuchillo en la comisura de su boca y me preparo para clavar.
Entonces, vuelo. Literalmente. Alguien me levanta del suelo y doy un grito, llena de miedo, pues es la primera vez que alguien me interrumpe y eso no puede ser bueno. Lo primero en lo que pienso es que el chico amoroso no está tan mal como decía Cato, que está sano y cazándonos, y que ha venido a por mí, al ver que yo estaba dañando a su chica. Entonces, quien quiera que sea me lanza al suelo, y descubro que no es Peeta, sino el gigante del Distrito 11.
-      ¿Qué le has hecho a  la niñita? – grita, y el miedo me domina. No entiendo de qué habla -. ¿La has matado?
¡Rue! El pájaro del 11, la niñita, la aliada de la chica en llamas… Todas las piezas encajan, y, mientras retrocedo a cuatro patas, chillo:
-      ¡No! ¡No, no fui yo!
Quizás si lo niego, él lo reconsidere y se marche. Entonces, una idea aparece en mi cabeza: yo no lo haría.
-      Has dicho su nombre, te he oído – continúa, y me aparto más de él -. ¿La has matado? ¿La cortaste en trocitos como ibas a cortar a esa chica?
Miedo. Es todo lo que siento mientras retrocedo. Siempre me he jactado de mi valentía, de mi poder, de mi entrenamiento, pero ¿y ahora? Estoy sola, y él no dudará en matarme.
-      ¡No! No, yo no.
Entonces, el chico coge una enorme piedra del suelo y veo claras sus intenciones. Retrocedo con más rapidez. Y, casi de casualidad, recuerdo que no estoy sola, y que quizás pueda salvarme.
-      ¡Cato! – grito, y espero que me salve -. ¡Cato!
-      ¡Clove!
¡Ha venido! ¡Viene a rescatarme! No me doy cuenta de la gravedad de la situación, de lo lejos que está Cato de mí y de que no me queda tiempo hasta que el chico del 11 me golpea con la piedra en la cabeza.
Todo se nubla. No oigo, no veo, no siento. Mi cerebro se llena de extraños puntitos negros que parpadean. ¿Qué ha sido del mundo? ¿Ya estoy muerta? Entonces, un dolor me atraviesa la sien, pero no puedo moverme ni hacer nada, así que me quedo así, tirada, luchando por seguir respirando, por seguir viva. El grito de Cato resuena en mi cabeza, una y otra vez. Y Cato me pregunta qué pasará cuando volvamos al 2. Juntos. ¿Cuándo volvamos a casa, Cato?, respondo, sonriente. No habrá mucha diferencia, ¿no?
Sí la habrá, dice él. Seremos ricos, y vecinos.
¿Y qué quiere decir eso?
No sé, tómalo como quieras.
¿Quiere decir eso que podríamos estar juntos? No lo creo. Cato se convertiría en uno de eso chicos sexys que están tan solicitados en el Capitolio, como Finnick Odair, del Distrito 4. Y yo acabaría sola, con el cuerpo lleno de injertos y signos de las modas.
Mientras todo eso se materializa en mi cabeza, siento como me cuesta respirar, como mis pulmones van dejando de funcionar. Inexplicablemente, alguien me coge y pienso que han venido a rematarme, pero el conocido olor de Cato se me cuela débilmente en la nariz y suspiro, exhalando el poco aire que me queda.
-      Quédate conmigo, Clove – oigo a lo lejos, y sé que es él. Al final, vino a por mí -. Vamos a irnos juntos a casa, ¿me oyes? No me dejes.
¿Qué? ¿Quién habla? Los pulmones dejan de permitir la entrada del aire y empiezo a asfixiarme. Alguien habla a lo lejos, pero no entiendo lo que dice. ¿Qué? Antes de quedarme dormida tengo un último pensamiento.
Habría estado bien ser vecina de Cato.

 ~~
El cañón suena.

                                               

miércoles, 29 de agosto de 2012

Los Juegos del Hambre. Cato, parte II. 'El valeroso Cato'.


Esta es la segunda parte. Además de la curiosidad que tenía por saber cómo murió Thresh, una de las cosas que más me llegó del primer libro fue, sin duda, la muerte de Cato. No podía imaginar el dolor que tiene que ser estar siendo desgarrado por esas bestias, durante toda una noche. Las casi tres (¿tres?) páginas que Suzanne le dedica a su muerte son horribles, para mí, la muerte más sangrienta y horrible de todas. Así que, decidí escribir sobre ello. Como siempre, espero que os guste la segunda y última parte de este fanfic :)


Así que esto era, una armadura. Interesante, debe de haberles costado una pasta.
Algo se mueve a unos metros y me yergo, con la espada en la mano. Me pongo rápidamente los pantalones y la camiseta sobre la malla, pero, antes de ponerme la chaqueta y recoger la espada, me detengo. No es nadie. Son demasiados, quizás veinte, y corren hacia mí con más rapidez de la que me gustaría. Me yergo un poco.
Lobos.
Echo a correr, con la espada cargada a la espalda. No serán lobos de verdad, lo cual me asusta, y sentirme asustado me asusta aún más. Por lo general, el miedo es algo que desconozco, pero cosas como esta me hace querer pellizcarme el brazo para que todo sea una pesadilla. Sin embargo, los Juegos del Hambre no son una pesadilla.
Esta es la realidad. Sé luchar contra personas, sé matar y usar perfectamente toda clase de armas. Pero no sé luchar contra enormes bestias provistas de enormes garras y enormes dientes.
Atravieso el bosque corriendo a toda la velocidad que puedo, sintiendo que están a mayor distancia, pero no puedo pararme o me matarán. Mierda, me matarán y no saldré de esta Arena, llegaré a casa metido en una caja y mis padres me llorarán, pero nadie se acordará de mí ni de el espectáculo que he dado. Todo habrá sido en vano, y la muerte de Clove no habrá servido absolutamente para nada. Empiezo a sentir pinchazos en el costado, pero mi subconsciente me impide frenar la carrera. De repente, los pájaros que cantan a mi alrededor frenan su canción y salgo a un claro que me llevará directamente hacia la Cornucopia. No me lo pienso más. La estructura es alta, lo suficiente para que los animales no me atrapen, para mantenerme allí el tiempo suficiente como para que puedan matar al resto de tributos.
De repente, una flecha impacta en mi pecho y levanto la vista mientras corro, sabiendo con quién me voy a encontrar. La chica en llamas me ve correr asustada, y carga una nueva flecha en el arco. La ira me envuelve, pero el miedo que siento hacia los animales es superior.
-      ¡Tiene alguna clase de armadura! – grita el chico amoroso.
Así que está curado. Peor, está sano.
Solo quedamos nosotros tres.
Los tres, y los lobos.
Impacto contra ellos, escapando de sus garras. Antes de separarme y correr hacia la Cornucopia, veo los rostros estúpidos de ambos, mirándose sorprendidos. No les gritaré que corran, ni que se protejan. Venga, que se mueran. Pero ella suelta un grito y empieza a correr detrás de mí. Llego hasta el cuerno y comienzo a escalar, ignorando el dolor de mi estómago y el sudor abundante que me provoca la malla. Mientras me proteja está bien, pero es un completo agobio ahora.
¡Tengo que vivir, joder! No puedo acabar así, después de los Juegos impecables que he hecho. Cuando consigo llegar arriba, suspiro de alivio y me tumbo, agarrándome el estómago con las dos manos. ¿Por qué meten ahora a los mutos? ¿Por qué ahora, cuando tenía más oportunidades de ganar? Odio a los Vigilantes, ojalá se mueran todos, que caigan uno a uno. Si salgo de aquí, me aseguraré de que el Presidente Snow los cuelgue.
Debajo de mí, la chica grita desesperada a su pareja, pidiéndole que suba. Él es un idiota y deseo que resbale y caiga. Miro a los animales por el rabillo del ojo, asustado, temblando y dolorido. Si suben, estamos acabados, los tres. Nos matarán a todos, acabaremos degollados por sus dientes, se comerán nuestras tripas. Una arcada asciende a mi boca, y otra más, pero no sale nada. No quiero morir de esta manera.
-      ¿Pueden trepar? – chillo, jadeando, mirando a la chica con miedo.
Ella me apunta con una flecha mientras los lobos arañan la superficie del cuerno, enseñando los dientes.
-      ¿Qué? – dice, mirando al tío.
-      Ha preguntado que si pueden trepar.
Ella se gira y los dos la seguimos con la mirada, viendo como los bichos empiezan a levantarse unos a otros. Uno de ellos, con el pelo rubio, salta hacia nosotros, bueno, hacia ella, y le enseña los dientes. Entonces, la increíble chica en llamas chilla, lo que me hace estremecerme de terror.
-      ¿Katniss? – dice él, más preocupado por ella que por los mutos.
-      ¡Es ella! – grita, la muy loca.
Él la mira, sin entender nada, sujetándola por el brazo. Me retuerzo intentando aguantarme las ganas de potar, esperando escuchar algo de la conversación por encima de los rugidos de los bichos.
-      ¿Qué pasa, Katniss?
-      Son ellos, todos ellos. Los otros. Rue, la Comadreja y… todos los demás tributos.
Ignoro el resto de la conversación, pues estoy completamente paralizado. Son ellos, son ellos, son ellos. Busco a Clove entre las lágrimas y el sudor que me llenan los ojos, pero no la distingo; ni sus ojos oscuros, si su pelo negro… Busco un hocico un poco más achatado que los del resto, pero tampoco. ¿Dónde estás, Clove? Ayúdame…
De repente, los mutos se separan y comienzan a saltar de nuevo hacia el cuerno, buscando especialmente las manos de mis contrincantes, ya que hasta mí no pueden llegar. Uno de color pardo se lanza hacia la mano de la chica y se cierra antes de poder agarrarla. Mierda, podía haberse quedado manca en unos segundos. Sin embargo, uno de los lobos muerde con fuerza la pierna del chico amoroso y tira hacia abajo, llevándoselo con él. ¡Genial, uno menos! Claro, que él opone resistencia, el muy subnormal. En lugar de dejar que le maten, se agarra a la Cornucopia y grita, agarrado al brazo de la chica.
-      ¡Mátalo, Peeta, mátalo!
Él, pálido como la cera, clava el cuchillo en el cuello de la bestia, que cae al suelo sobre el resto de su manada. Katniss tira del chico amoroso hasta colocarlo de suevo sobre la Cornucopia, subiendo hasta el lugar dónde me encuentro. Jadeo en el suelo y me preparo para acabar de una vez por todas con esto. La chica coloca una flecha en su arco y dispara, pero uno de los lobos salta y se interpone entre ella y mi cuerpo, para caer después sobre los otros mutos. Aprovecho ese momento para agarrar por un brazo al tributo, que forcejea entre mis brazos intentando escapar, y situarme junto al borde de la Cornucopia. Sin embargo, coloco el brazo bajo su cuello y aprieto, despacio. Estos son los últimos momentos de los Septuagésimo cuartos Juegos del Hambre, así que la audiencia tiene que disfrutarlo. Ella se da cuenta y me mira, con una mezcla de miedo y rabia en sus ojos. Saca una flecha y me apunta a la cabeza.
-      Dispárame y él se cae conmigo – digo, sonriendo.
Los mutos callan. Puedo matar ahora mismo al chico, ahogarlo, y tirárselo a los animales para que ellos se encarguen de darle una nueva cara. Luego, podré encargarme libremente de la chica, asesinarla con mis propias manos, y salir de aquí vivo, de vuelta al distrito. A casa. Sonrío con satisfacción. Es un plan increíble.
Peeta Mellark levanta el brazo y yo aprieto su cuello más fuerte. Siento que me dibuja algo en la mano, algo sencillo, con la sangre de su pierna, pero no distingo lo que es hasta que veo a Katniss lanzarme la flecha. Me atraviesa la mano y grito de dolor, soltándole, perdiendo el equilibrio, precipitándome hacia las bocas abiertas de los mutos.
Estoy perdido.
Sin embargo, antes de estallar en el suelo con un golpe seco, veo que él se ha salvado. Bueno, ganarán.
Me levanto e intento liberarme de los mutos, que rugen a mi alrededor y me enseñan los dientes, mordiéndome los brazos y las piernas. Sin embargo, la armadura me protege de sus dientes. Saco la espada de la funda de mi espalda y comienzo a dar estocadas a diestro y siniestro, buscando el cuello de los animales, desesperado por encontrarles. Pero ninguno de ellos cae, y es la desesperación la que se apodera de mí. La ira, el dolor, el miedo, la rabia. La armadura empieza a desgarrarse, lo que me hace sentir los dientes de los animales en mi piel. Corro alrededor de la Cornucopia, siempre protegiéndome con la espada. Comienzo a herir a algunos, pero no es suficiente. ¡Clove! ¡Soy yo, Clove, ayúdame, maldita sea! Grito, procuro subir de nuevo al cuerno, pero los animales me arañan hasta que me rindo. El dolor de los arañazos es desgarrador, como si sus uñas estuviesen impregnadas en ácido o algo así. Ya puede estar disfrutando el Capitolio, vitoreando a los mutos. Voy a morir, está claro. Me dejo caer, resignado y con lágrimas en los ojos, temblando ante la idea de morir. Yo, el tributo voluntario, el profesional, el más experto y letal, el valiente y temido Cato. Todo ha acabado para mí, aquí y ahora.
Siento los dientes de dos lobos apretados en mis piernas y cierro los ojos, esperando. Sin embargo, ellos se limitan a arrastrarme hasta el interior de la Cornucopia, toda la manada. Claro, la audiencia necesita espectáculo.
¡A la mierda con la audiencia! ¡Se supone que el Capitolio nos quería, joder! ¡Que esa gente operada, esas máscaras andantes y esos maniquíes vivos nos idolatraban, que éramos como dioses! ¿Dónde está eso, eh? Los lobos comienzan a desgarrar mi ropa, peor, empiezan a desgarrar la malla. Cuando abro los ojos, todos están en círculo, mirándome, y puedo jurar por sus miradas que sonríen. Esta noche va a ser muy larga.
Miro a todos y cada uno de los lobos, desde el más pequeño con el collar de paja hasta el más grande. Así que así habría acabado yo de haber muerto. De repente me fijo en uno mediano, de reluciente pelaje oscuro. El muto me devuelve la mirada, con odio y malicia, gruñéndome.
-      Clove…
El lobo se limita a adelantarse y comenzar a andar hacia mí. Me va a salvar. O no. El muto me olisquea y arruga el hocico, gruñendo.
-      Por favor, Clove… - susurro, llorando.
Pero ella, o el muto, o lo que sea, no siente lástima por mí. Se lanza hacia mi pierna y cierra la mandíbula en torno a mi pantorrilla, clavándome los dientes. Chillo de dolor, y los lobos aúllan, riéndose. Clove me suelta la pierna y me deja que la observe, dejándome ver los enormes orificios que ahora sangran en abundancia. Otro lobo avanza, enseñándome los dientes blancos que manchará con mi propia sangre. Tengo unas ganas terribles de vomitar y tiemblo, no sé si de miedo, de dolor o de frío. El lobo se engancha a mi brazo y otro de ellos lo hace al muslo de mi pierna derecha. Siento que tiran, chillo, pido ayuda a quien no puede dármela. Solo deseo que mis padres no estén viendo esto, que hayan apagado la televisión y que estén asimilando que voy a morir. Los lobos me sueltan, pero otros arremeten contra mí. Por más que pido ayuda, compasión, por más que chillo y lloro, los mutos no paran.
Los Juegos no han terminado, han dejado lo mejor para el final.
Ahora entiendo la verdadera finalidad de los Juegos del Hambre. Antes simplemente era un campeonato al que venía para matar, para conseguir riquezas y fama. Ahora, es una tortura constante, con la muerte y el sufrimiento grabados en mi cerebro a fuego. No se trata de ganar para que los distritos se abastezcan durante un año; se trata de que la gente del Capitolio disfrute viéndonos morir. Cuando los últimos dos lobos me sueltan, me coloco de rodillas y les miro a todos, sujetándome las heridas de mi cuerpo ensangrentado.
-      Por favor – suplico -. Por favor, matadme ya.
Pero estos son los Juegos del Hambre, y el Capitolio no ha saciado su hambre particular.
Todos los mutos se me echan encima, arañándome con sus dientes y sus garras cada parte de mi cuerpo. Chillo, pataleo, golpeo el aire con mis sanguinolentos puños, escupo la sangre que cae en mi boca hacia los ojos de los lobos, pero nada de eso les aparta de mí. Casi puedo oírles.
Siempre te creíste superior en todo, dicen Marvel y Glimmer.
Sí, tú nunca tenías fallos, siempre el resto. Dayton, del Distrito 3.
Este es nuestro pequeño regalo, Cato. Clove. Su voz me mata por dentro, ya que sus dientes lo hacen por fuera. Mi suplicio no acaba.
Cuando amanece, los lobos se tumban en la hierba verde y cierran los ojos, a mi alrededor. No sé quién soy, cómo, dónde y por qué estoy aquí tumbado. El dolor es todo lo que sé de mí. Solo veo dientes invisibles de lobos sobre mis ojos, sobre mi cara, desgarrándome, haciendo trizas de mi piel. Bueno, hay un recuerdo, un recuerdo bonito.
Cato, el valeroso Cato, dice Caesar Flickerman mientras la gente del Capitolio aplaude, al unísono con el resto de Panem. ¿Cuál es tu estrategia?, pregunta, poniéndome una mano en el antebrazo.
Ganar, respondo.
Lo siento mamá, papá. Clove. Caesar. Distrito 2. Panem. Lo siento por caer así.
Me arrastro por el suelo, jadeando, emitiendo débiles gritos de dolor. Me levanto poco a poco y siento todas y cada una de las heridas de mi cuerpo, sangrando, diciéndome a gritos que acabe con esto. Solo se me ocurre una cosa.
-      Katniss.
Pronuncio su nombre con esfuerzo, pues cualquier músculo de mi rostro está completamente destrozado. Oigo que Peeta le dice algo al oído y ella levanta la vista, buscándome.
-      Mi última flecha está en tu torniquete – dice, mirándole preocupada.
-      Pues aprovéchala bien – concluye Peeta.
Espero y me aparto unos centímetros de la Cornucopia. Que sea rápido, que sea certero. Mi cuerpo me quema.
No sé dónde están las cámaras, no sé si estarán grabándome ahora o estarán más preocupados en ver cómo se prepara Katniss Everdeen para lanzar la flecha, pero miro hacia el vacío y les dedico a mis padres una mirada que solo puede decir que lo siento. Por no ganar, por no hacer lo que ellos deseaban, por no demostrar que soy el mejor. Pero, por mucho que me cueste y me duela aceptarlo, seré vencido por la mejor.
La veo salir por el extremo del cuerno, blanca como la nieve, apuntándome con su última flecha a la cabeza. No veo en sus ojos nada de lo que había imaginado. No veo rabia, odio, venganza o indiferencia. Solo hay en ellos compasión, y comprendo que nada de esto era una treta. Es la chica en llamas, al fin y al cabo, todo en ella es real. Solo ella puede darme muerte.
-      Por favor – susurro.
Y, antes de que suelte la flecha, cierro los ojos.
Cato, el valeroso Cato.

~~

-      ¿Le has dado? – me susurra. El cañonazo le responde -.Entonces hemos ganado, Katniss.

martes, 28 de agosto de 2012

Los Juegos del Hambre. Cato, parte I. 'Esto es por mí'.

Aquí está mi segundo fic. Voy a seguir con mis cosas sobre 'Los Juegos del Hambre' porque, realmente, es uno de los libros/trilogías/historias que más me inspira para escribir.
Ahora voy a meterme en la piel de Cato. Dieciocho años, alto, fuerte, imponente. Probablemente, el más peligroso de toda la Arena (aunque, en mi opinión, Clove y la Comadreja eran peores, pero en fin). Tuve miedo de ese personaje durante todo el libro, eso es cierto, pero me llegó a, digamos, endulzar, con la muerte de Clove. Sí, soy fan de 'Clato'. Tengo otro fic de eso que subiré pronto. A lo que iba, este fanfic está dividido en dos partes. Aquí os dejo la primera y, probablemente esta noche o mañana, subiré la segunda. No dudéis en dejar vuestros comentarios. Espero que os guste.



Sostengo a Clove entre mis brazos hasta que suena el cañonazo. Sin embargo, después de eso, tampoco la suelto y continúo pidiéndole que se quede conmigo, diciéndole que podemos salir juntos de aquí, volver al Distrito 2 y vivir allí juntos. Pero ella ya se ha ido, todo lo que hago aquí es estorbar. Ahora tendré que seguir solo.
Medito mis posibilidades, intentando pensar con claridad lejos de la culpa y el vacío por la muerte de Clove. Solo quedan la chica del 5, a la cual no he visto desde el comienzo de los juegos; la maldita chica del 12 con el chico amoroso, al que seguro ya habrá curado con ayuda de lo que llevaba en la mochila; y el cabrón que ha matado a Clove. Empezaré con él primero y, seguro, daré un buen espectáculo. Ya soy campeón de estos Juegos.
Me separo del cadáver de Clove y le doy un último adiós antes de desaparecer en el bosque. Me niego a quedarme sentado viendo como el aerodeslizador se la lleva. Al menos llegará a casa en buen estado. La rabia se apodera de mí y me dejo caer junto a un árbol, golpeando el suelo con los puños cerrados. Todo es culpa de esa maldita estúpida, la increíble chica en llamas. Caesar Flickerman exageró con respecto a ella, y el chico amoroso no fue menos. No es tan extraordinaria, apuesto a que ni siquiera podría derribarme a distancia. Mató a Glimmer, ¿y qué? Fue una absurda casualidad el hecho de que las rastrevíspulas estuvieran ahí, así que en realidad fueron esos bichos los que acabaron con ella. Sin embargo, supongo que sí mató a Marvel, pues Clove me avisó de que tenía una flecha clavada en el cuello cuando vio el cadáver.  Bah, igual se la clavó sin querer, en un forcejeo, sin haberlo planeado. Ella es patética, y apuesto a que no sabe manejar el arco. ¿Qué puede hacer una imbécil que se limita a dar vueltecitas tontas en las manos de un presentador televisivo, que solo busca caerle bien al público? Su entrevista estaba completamente planeada, incluso la parte tierna en la que habló de su hermanita. Todo ello era una treta, pero yo no trago. Katniss Everdeen no es más que una manipuladora y además orgullosa, que se limitó a presentarse al concurso para demostrar, ¿qué? ¿Qué su distrito merecía la pena? Por dios, unos mineros de mierda jamás llegarán a nada. Está probado. Excepto el borracho de Haymitch Abernathy, que ganó los juegos por puñetera suerte, nadie lo ha conseguido antes. ¿Por qué iba a ser diferente esta vez? Me uniré a los ganadores, como Brutus. Él sí que merece la pena.
Luego está el chico amoroso, otro mentiroso estúpido. Hizo el paripé con nosotros, prometiéndonos entregar a la chica, para luego protegerla. Y eso solo lo hizo para las cámaras, para conseguir patrocinadores y recursos en la Arena. Por dios, su cuchillo no duraría ni un segundo ante mí. Este año, como en todos, el Distrito 12 no tendrá campeón. También está el tío enorme del 11, y ese sí es preocupante. O no, depende. Creo que va desarmado, con que puedo atravesarle de un momento a otro. Pero si tiene algo, lo que sea… es más peligroso. Bueno, también le debo venganza por la muerte de Clove.  Y, por último, la tributo del Distrito 5, pero es una cosa diminuta y escuálida. No sé cómo ha sobrevivido tanto tiempo, pero estoy seguro que no ha sido gracias a sus dotes como luchadora.
Decido pasar la noche aquí, sentado bajo este árbol. Mañana me internaré en los hierbajos para buscar al 11 y ya me preocuparé del resto. El día pasa y el hambre me revuelve el estómago. A unos metros veo un conejo e intento cortarlo con la espada, pero el bicho se escapa. Maldita sea, es listo. Pego otro puñetazo al suelo, haciéndome daño en los nudillos, rabioso. Tengo hambre, sed, y estoy terriblemente cansado. Y encima el animal del 11 se ha llevado mi mochila, que seguro estaba llena de comida. Maldita sea. Cuando la noche cae, resuena en el cielo la sintonía del Capitolio y sale el sello, acompañado de la cara de Clove. La miro durante un rato, pero tengo la mente completamente coagulada de ideas para matar al 11. Después, empieza a llover.
Sí, genial, lo que me hace falta ahora. Gracias, Vigilantes, tenéis unas estupendas ideas. Iros a la mierda. Levanto la capucha de mi chaqueta y me apretujo más contra el árbol, sin conseguir apenas nada. Me quedo dormido, pero despierto a las pocas horas por el estallido de un trueno en el cielo con un único pensamiento en la cabeza: casi prefiero que Clove haya muerto hoy. Debería darme asco a mí mismo, pero, lo cierto es que, en estas circunstancias, es lo mejor que podía haber pasado. Al fin y al cabo, ¿cuánto más va a durar esto? En cuanto mate al tributo del 11, solo me quedarán los románticos y la loca del 5. Todo sencillo. Cuando amanece me levanto y recojo las armas, sin tardar demasiado. Cuanto antes acabe todo mejor. La lluvia continúa, lo cual me molesta, pues apenas puedo ver, pero localizo el llano lleno de hierbas altas y me interno en él. Será sencillo, espero.
Poco a poco voy internándome, preparado para devolver una estocada en cualquier momento. Sin embargo, todo está tranquilo. Demasiado tranquilo. No sé el tiempo que llevo andando, pero me da igual. Lo único importante es acabar con ese monstruo que se ha llevado a mi compañera de distrito. Y, de repente, todo se materializa ante mí.
-      Te estaba esperando – dice el tío, frotándose los nudillos.
Veo que es enorme, un completo armario de casi dos metros, pero no es tan amenazador como creí. De hecho, estoy seguro de que no me va a ser muy difícil.
-      Por eso he venido.
Y, sin esperar más, corro hacia él con la espada en la mano. El filo del arma se hunde en algo y lanzo un grito de vitoria, pero se queda ahogado a la mitad al descubrir que se ha clavado en una porra enorme que sujeta el tío entre sus manos. Maldito cabrón, estaba preparado. La rabia me llega hasta las puntas de los dedos y dejo que actúe por mí, devolviendo estocadas aquí y allá, intentando llegar hasta su carne. Hay un momento en el que llego a rozarle el costado, pero él me asesta un golpe con su enorme puño en la mandíbula. Caigo hacia atrás, manchándome con el barro, y veo cómo él se me acerca, sosteniendo entre sus manos mi propia espada. Estoy perdido… O no. Tengo una idea.
-      ¿Mataste tú a la niña?
Qué?
-      ¿¡Mataste a Rue!?
No le contesto. Le doy una patada a la mano, haciendo que la espada salga despedida por los aires, lejos de él, pero también lejos de mí. Sin embargo, no hay problema. Me abalanzo sobre él, golpeándole con los nudillos en la cara. Le hago sangre en la ceja, cegándolo así, y aprovecho para extraer un cuchillo de Clove de mi cinturón. Pero él contraataca, golpeándome en el cuello, y caigo hacia atrás, dándome fuertemente en la cabeza. Ambos nos levantamos demasiado deprisa, mareándonos. Entre mi visión borrosa, distingo dos mochilas y comprendo que una de ellas es la mía, la que contiene algo que necesito desesperadamente. Comida.
-      ¡Vamos! – digo, bajo el sonido ensordecedor de los truenos. Sé que el público estará pegado ahora a la pantalla -. ¡Mátame!
Escondo el cuchillo en la manga para evitar que lo vea. Él se lanza hacia mí, con las manos directas a mi cuello. Sí, puede asfixiarme, romperme el cuello o pegarme un puñetazo en la nuca hasta que caiga muerto con facilidad. Pero no lo hará.
En cuanto noto que está lo suficiente cerca de mí, clavo el cuchillo con fuerza entre sus costillas. La sangre me empapa los dedos.
-      ¡Esto es por Clove! – grito. Y, por primera vez, no lo hago para hacer disfrutar a la audiencia.
Extraigo el cuchillo y dejo que caiga al suelo de rodillas, tapándose la herida con la mano. Puede que haya perforado un pulmón, pero no estoy seguro, así que me preparo para atacar de nuevo. Pero él también estaba preparado y saca una especie de cuchilla de su manga, directa hacia mí. Primero siento el frío metal rozándome la piel de la pantorrilla, seguido de un dolor agudo y la sangre cálida cayendo. Mierda. Dirijo el cuchillo hacia su cuello, pero él se levanta rápidamente y lo clavo en el estómago.
Bueno, querido Panem, disfruta con esto.
Mantengo el arma clavada en su cuerpo, alimentándose de su agonía. Ya le he dicho que lo hago principalmente por Clove, porque él la mató. Pero tengo que darles algo más a los ciudadanos del Capitolio, algo que recuerden cuando yo salga de aquí y que me distinga del resto de ganadores. Como el tridente de Finnick Odair o los mordiscos de Enobaria. Pero bueno, eso fueron cosas físicas, brutales, algo que solo consiguió derramamiento de sangre. Yo quiero algo más emocional, digamos.
-      ¿Has disfrutado los juegos, amigo? – susurro en su oreja, clavando más el cuchillo.
 Él jadea.
-      Vamos, responde. ¿Has disfrutado viéndote perder?
-      Estás muerto – susurra, cerrando los ojos.
-      Bueno, no será porque me mates tú. ¿Sabes, compañero? Todo esto apesta. Tú deberías seguir vivo.
Ja. Me río de mi propio comentario. Debería haber empleado el tono sarcástico y bromista en la entrevista con Caesar. Habría triunfado seguro.
-      Pero yo lo merezco aún más – concluyo -. ¿Sabes qué? Quiero que cantes.
Oigo en mi cabeza las risas del Capitolio. Seguro que estarán disfrutando como nunca.
-      Voy a contar hasta tres y cantarás. Puede que te deje morir en paz… si no, te rebanaré el cuello.
-      Pues hazlo ya.
Le miro a los ojos y suspiro de manera teatral. Me aparto el sudor de los ojos, sin apartar la mirada de él. Las cámaras están acechando a nuestro alrededor, captando cada una de las cosas que le estoy diciendo.
-      Ya te he dicho que esto apesta – continúo -. Podríamos ser amigos, ¿sabes? – Su palidez aumenta y sonrío -. Pero yo…
Espero encontrar súplica en sus ojos, quizás algo de rabia o simplemente tristeza y miedo. Sin embargo, lo que me encuentro no es nada de todo eso. El tributo del Distrito 11 me mira con dureza, con firmeza, esperando a que le mate del todo o a morir por su cuenta. Puede que esté muriéndose, pero sus ojos no lo demuestran. Parece mucho más sano que yo, y eso me revienta. Trago saliva.
-      Yo no tengo amigos.
Y, acto seguido, extraigo el cuchillo de su cuerpo y lo deslizo rápidamente por su cuello. Cae al suelo, ya sin vida, bañado en un charco de sangre. Genial, solo quedamos cuatro.
De repente, todo el cansancio se me echa encima, pero lo ignoro y me dirijo a las mochilas. Abro la que más me interesa, la mochila verde con el número 2, y empiezo a rebuscar en ella. Hay comida, pero no es lo que más abunda. Encuentro una especie de traje color carne, de un tamaño considerable, y más abajo otro igual más pequeño. Sin embargo, saco este y lo entierro bajo el barro, pues era de Clove y nadie más lo usará. Más tarde averiguaré para qué sirve y para qué me ha dado esto el Capitolio. Encuentro también una serie de pomadas y jeringuillas para curar quemaduras y las picaduras de las rastrevíspulas, pero apenas me tocaron a mí, por lo que tampoco me hacen mucha falta ahora. En la mochila del tributo hay una chaqueta cuidadosamente doblada, de color verde botella, que parece ser impermeable y una caja grande. Abro la caja y descubro que está vacía, así que cojo la chaqueta y la meto en mi mochila. Me levanto, sintiendo un enorme dolor en la pierna al hacerlo, pero no me paro, sino que me dirijo hasta el tributo y le doy una patada en el estómago.
-      Esto es por mí.
Y  así me alejo.

lunes, 27 de agosto de 2012

Los Juegos del Hambre. 'Te traeré más fresas'.

 
Bueno, pues aquí va mi primer fanfic. La trilogía que más me ha marcado en mi vida ha sido 'Los Juegos del Hambre'. La historia, los personajes, los valores que transmite... es imposible no enamorarse de esos libros hasta el punto de meterse en sus páginas. Suzanne Collins es una genia. La película estuvo genial, pero hubo cosas que no me gustaron, como, por ejemplo, que quitasen a Madge. Me pareció horrible. Así que con este fic intento que la gente no olvide que ella también es parte de la historia. Siempre he fantaseado con la pareja que hacía con Gale y *spoiler* si ella no hubiese muerto en Sinsajo, bueno, en la destrucción del distrito 12, me hubiera gustado que hubiesen acabado juntos, después de la elección  (llamad por elección, el maravilloso epílogo) de Katniss *fin del spoiler*. Así que aquí va. Espero que os guste.


La bola de fuego impacta de lleno en la pantorrilla de Katniss y la mano de Gale, que está sentado junto a mí, se coloca repentinamente sobre la mía.
Según yo lo he visto siempre, Gale solía ser un chico fuerte y decidido, valiente. Quiero decir, es el mayor de sus hermanos, lleva a cargo a toda su familia después de la muerte de su padre en la mina… Valiente. Y ahora, bueno, de alguna manera lo está siendo también. Él ama a Katniss. Lo noto en la forma en la que la miraba cuando ella no se daba cuenta, quizás cuando él creía que nadie se daba cuenta; por cómo la protege, no solo a ella, sino al resto de su familia; por cómo está sufriendo él ahora aquí, por ella, sentados en esta plaza, frente a la gran pantalla. Lo cierto es que yo ya he asumido que él es inaccesible.
-      Gale – pregunto, mirándole -. ¿Estás bien?
Él frunce el ceño y sus ojos grises me taladran, preocupados por las imágenes de la pantalla.
-      ¿Por qué no le envían nada? ¿Dónde están los patrocinadores? ¿Qué está haciendo Haymitch Abernathy por ella? Absolutamente nada.
Él regresa la mirada hacia la pantalla, pero las imágenes han sido sustituidas por las de la niñita del Distrito 11, que parece arreglárselas muy bien sola. Gale suelta un bufido y se levanta, frotándose los ojos con los nudillos.
-      Voy con ellas.
Susurra, y lo observo perderse más allá de la plaza. Probablemente, la familia de Katniss esté en el Quemador, porque allí encuentran el apoyo de la gente que de verdad quiere a Katniss. Yo la quiero, sí, pero no me atrevo a entrar allí. Me sentiría como una completa extraña entre tantos conocidos.
Mientras las imágenes de la pantalla van mostrando al resto de tributos que quedan vivos, recuerdo un momento con Gale, mucho antes de que empezasen estos juegos. No he tenido muchos momentos con él y, de hecho, creo que este es el único que me hace sentirme realmente bien.
Estoy sentada en la Pradera, mientras mi padre recibe a no sé qué entidades del Capitolio en casa. No me gusta esa gente, suelen despreciar nuestras cosas y tratarnos como completos incultos. Así que me dedico a observar los saltos de un pequeño conejo que corre a lo largo de la alambrada. Entonces, una sombra me tapa la luz del sol y me giro.
-      Vaya, Madge Undersee. ¿No estás muy cerca del bosque?
Gale, con el ceño fruncido. Lleva un pequeño bolso colgado del hombro, así que supongo que pretende meterse en el interior del bosque con Katniss para coger algo que vender en el Quemador.
-      Podría preguntarte lo mismo, ya sabes – respondo, con una sonrisa.
-      Sí, pero no lo harás.
Para mi sorpresa, Gale se sienta junto a mí y saca del bolso un pequeño saco lleno de fresas.
En mi casa, es como una pequeña herencia el gusto por las fresas. Mi padre me contó que un tatarabuelo mío o algo así tenía un jardín lleno de fresales. Los cuidaba constantemente, y luego hacía ricas comidas con las fresas. Mi abuelo reconstruyó el jardín, muchos años después, y siguió cultivando fresas hasta que falleció. Pero mi padre jamás fue capaz de tocar los arbustos. Es, como dice él, ‘un completo huracán para las plantas’. Así que se las compramos a Gale.
Cojo una de las fresas del saco y la muerdo. El jugo dulce se desparrama por mi boca y es como si me sintiera plenamente completa. Estoy aquí, sola, con Gale, comiendo fresas, bajo la luz radiante del sol. Todo está absolutamente bien.
-      Deberías venir algún día – dice Gale.
-      ¿Hum?
-      Al bosque. Ver lo que hay fuera.
Casi me atraganto con la fresa. ¿Ir al bosque, yo? Veo normal que él lo haga porque bueno, o sea, él lo ha hecho siempre, ¿no? Y además sabe cazar y conoce el bosque, pero ¿yo?
-      No creo que sea una buena idea – admito.
-      Ya bueno, tú y tus estúpidas normas. ‘Como soy la hija del alcalde, no puedo cruzar la alambrada, no puedo desobedecer al Capitolio, ni siquiera odiarlo…’ Dime, Madge. Si te seleccionaran en unos meses para ir a la Arena, ¿los odiarías?
No sé por qué, pero cada palabra que sale de su boca me duele. Quizás sea por el significado de la frase en sí, o por el tono con el que lo dice. O puede que solo sea porque, en el fondo, sé que dice la verdad.
Nunca me he planteado odiar al Capitolio. Quiero decir, los Juegos son una crueldad, pero no nos queda otro remedio que acatarlo. La culpa la tiene quien creó el espectáculo, ¿no? Y todos los que lo llevan a cabo. El resto de ciudadanos han sido educados así, no podemos culparlos. Pero está ella, mi tía, Marysilee. Papá me habla de ella a veces, y odio la manera en la que la encerraron ahí para que acabara sus días. Y la manera en la que eso destrozó a mi familia, porque mi madre apenas sale de su habitación. ¿Odio al Capitolio? No, odio a Snow y a los organizadores de los juegos.
-      No sé, Gale.
-      Tal vez, si tú convencieras a tu padre de que…
-      ¿De qué, Gale? – sé por dónde va, y no me gusta -. ¿De que organice una rebelión contra el Capitolio? Ya sabes cómo acabó el 13.
-      Pero si el resto de Distritos…
No quiero seguir escuchando, así que me aparto de él. Tras un largo silencio que me parece interminable, le miro a los ojos y le pregunto:
-      ¿No has quedado con Katniss?
-      Sí, más tarde. Ella estará detrás de algún bicho ya. Seguramente tenga cinco ardillas colgadas del cinturón.
Veo la manera en la que se le ha iluminado la cara y no puedo evitar sentir una punzada de celos. Pero, ¿celos de qué?, ¿de quién? Él y yo apenas nos conocemos, no tenemos nada salvo un par de comentarios, mientras que Katniss y él son como uña y carne. Lo comparten todo. No tengo derecho a sentirme así.
-      ¿Y tú?- interrumpe Gale -. ¿No has quedado con ningún chico de la Veta hoy?
-      ¿Ah?
La insinuación de que yo quede con chicos de la Veta me parece absurda, sobre todo teniendo en cuenta la de cosas que se me pasan por la cabeza cuando estoy con él.
-      Bueno, te vi hablando con ese chico, Vier, el otro día.
Se me corta la respiración por un instante. ¿Qué demonios significa eso? ¿Qué Gale me espía o que se preocupa por mí? ¿Qué le importo, aunque solo sea una milésima? ¿Qué también siente celos al verme con otros chicos? O sea, a ver, Vier no es nada, tan solo un buen amigo del colegio que vino a oírme tocar el piano, pero ¿qué pasaría si lo fuera? ¿Cómo afectaría eso a Gale?
-      No, Vier y yo solo… No – noto cómo mis mejillas se encienden poco a poco.
-      Ya, y por eso te estás poniendo roja como un tomate, ¿verdad?
Evito mirar a Gale, porque lo cierto es que me siento como a punto de estallar de vergüenza. ¿De verdad es esto real?
-      Bueno, no me importa en realidad. No debería importarme.
Eso me duele. Intento recomponerme y creo que lo consigo, porque me giro hasta mirar fijamente a Gale a los ojos.
-      No, no debería importarte.
Cojo otra fresa del saco y Gale parece hacer lo mismo, pero los dos agarramos la misma sin querer. Entonces me doy cuenta de que solo queda una, así que la suelto.
-      ¿No la quieres? – pregunta, sujetando la fresa a la altura de sus ojos.
-      No… quiero decir, sí, pero… - ya estoy empezando a balbucear como una imbécil.
-      Cierra los ojos.
Le miro con desdén, como si estuviera gastándome una broma, pero no hay símbolo de eso en sus ojos grises, así que le obedezco. Entonces, segundos después, la suave piel de la fruta se posa sobre mis labios y abro la boca. De nuevo, el sabor de la fresa hace que me sienta feliz, y más aún sabiendo quién está dándomela.  Algún león o algo así ruge dentro de mí.
-      No los abras – ordena Gale, con una suave voz tenue.
Me quedo sentada, masticando la fresa en mi boca, con los ojos cerrados, esperando a que él me deje abrirlos. Entonces noto respiración en mi cuello y se me eriza el pelo de todo el cuerpo.
-      Te traeré más fresas.
Y, cuando abro los ojos, él ya no está allí.
Muevo la cabeza y me encuentro de nuevo con la plaza, llena de gente, aterrorizados por los juegos. En ese momento, Peeta Mellark, el panadero que confesó ante todo Panem su amor por Katniss, está saliendo en pantalla, siguiendo a los profesionales como un perrito faldero. Yo, confiando en mi instinto romántico, opino que él lo hace para proteger a Katniss, porque no hace más que alejarlos de ella, pero quizás no sea así y todo sea una estrategia.
Cuando comenzó todo el tema de los amantes trágicos, Gale no decía nada, aunque yo sé lo que piensa. No porque le conozca como Katniss hasta el punto de saber cómo es y cómo actúa, sino porque se lo veo en la cara. La forma en la que sus manos tiemblan de rabia cuando Peeta aparece en pantalla, el ceño fruncido cuando es Katniss la que lo hace. Seguro que está arrepintiéndose de no haberse presentado voluntario para ir con ella. Pero Katniss jamás se lo habría perdonado, y él lo sabe.
Pongo las manos en el suelo y, justo cuando la mano izquierda roza el sucio suelo de tierra, otra mano se sitúa sobre la mía. Me giro y veo los ojos de Gale clavados en los míos, casi tan negros como la noche que se cierne sobre nosotros.
-      Todo está bien, ¿verdad? – pregunta.
-      Sí, lo está – respondo.
-      Ella estará bien, no le va a pasar nada malo.
-      Nada malo, Gale – continúo.
Entonces, él esboza una nueva sonrisa y, acto seguido, cambia completamente a una cara de máxima concentración, con todos sus sentidos puestos en esa pantalla, observando cada detalle.
En ningún momento, él aparta su mano de la mía.