sábado, 27 de octubre de 2012

Capítulo 7. 'Instrucciones'


Finnick se despertó cuando los primeros rayos de sol entraron por su gran ventana. Había personas en la calle incluso tan temprano, moviéndose aquí y allá, pero Finnick no pudo deducir si se trataba de gente muy madrugadora o gente que no había dormido. Se sacudió el pelo, lo que solía ayudarle a despejarse, y se dirigió al baño. Tras darse una ducha y vestirse con algo cómodo, salió al pasillo para dar una vuelta antes de que empezasen a servir el desayuno.
Por suerte, no era el único que había madrugado.
-      ¿Annie?
La chica estaba sentada frente a un televisor, mirando las imágenes con los ojos muy abiertos. Aún estaba en pijama, arropada con una sábana, abrazándose las rodillas. Tenía un leve rastro de sueño bajo los ojos, y  el pelo enredado y sin peinar. Al ver que la muchacha no lo había escuchado, Finnick se acercó hacia ella, clavando los ojos en la televisión.
Estaban retransmitiendo un documental sobre los Sexagésimo Quintos Juegos, los que él había ganado. No paraban de sacar imágenes de él, alabando su estrategia. Tiraba la red, montaba la trampa, capturaba al tributo y lo mataba con el tridente. Una y otra vez. Apenas recordaba muchos de los detalles que salían en pantalla, y tragó saliva. Se sentía a punto de vomitar cuando sabía lo que había hecho en el estadio, las vidas que había quitado, pero se consolaba diciéndose a sí mismo que el resto habría hecho lo mismo con él. Era lo mismo que había dicho en la cena la noche anterior. O ganabas o morías.
Por fin, cuando Finnick ya estaba detrás del sofá, con los puños apretados en el interior de los bolsillos, Annie se dio la vuelta y lo vio, sobresaltada.
-      No te había oído – susurró, e intentó apagar la televisión.
Sin embargo, el mando no respondía, y se quedó mirando al suelo, con expresión de arrepentimiento.
-      Tranquila, Annie – dijo Finnick, sentándose a su lado -. No pasa nada.
La chica se arropó aún más con la manta y miró a su mentor.
-      ¿Fue difícil?
Finnick agachó la cabeza, acariciándose la nuca.
-      No realmente. Cuando estás ahí dentro, no piensas, solo actúas.
-      ¿Quieres decir – interrumpió ella – que se te olvida que estás matando personas?
Finnick tragó saliva antes de contestar.
-      No, pero tiene menos importancia. Sabes que si no acabas con ellos, ellos acabarán contigo. No tienes elección, y no te detienes a pensarlo.
Annie se encogió, y Finnick pudo ver lo pálida que estaba. Sitió un impulso casi incontrolable de colocarse junto a ella y tranquilizarla, pero eso no sería correcto. Así que, intentó contenerse.
-      Parecías un monstruo ahí dentro – confesó Annie, entonces, escondiéndose entre los mechones de pelo.
-      Lo sé – aceptó él, y fue lo único que dijo.
Pasaron los minutos, y la televisión seguía sacando imágenes brutales sobre aquel jovencísimo chico con un tridente que se había proclamado vencedor a una velocidad vertiginosa.
-      Lo peor – continuó Finnick, en voz muy baja – es lo que viene después de los Juegos.
-      ¿Qué insinúas?
-      Te cambia la vida, pero no sabría decir si para mejor o para peor. Los recuerdos no se borran, Annie. Tienes que vivir con eso – y señaló la pantalla – para siempre.
La muchacha parecía aún más asustada, pero se sobrepuso, intentando que Finnick no lo notase. Obviamente, él lo notó. Cómo le habían empezado a temblar las piernas, cómo aguantaba las lágrimas en los ojos para no empezar a llorar.
-      No voy a volver a casa – admitió ella, dejando caer la cabeza.
-      Te prometí que…
-      No tengo ninguna oportunidad ahí fuera, Finnick. Ninguna. Y todo el mundo lo sabe.
Finnick sí se acercó a ella, colocándole una mano en el cuello. Lo sentía cálido, con los músculos tensos bajo la piel y el pulso de su corazón latiendo sobre sus dedos.
-      Una cosa es que creas que lo saben. Otra que lo sepan.
Annie se había quedado helada. Finnick apartó la mano, pues no estaba convencido de hasta qué punto le había afectado el contacto. El chico sabía que debía andarse con cuidado, porque lo que sentía por dentro no era bueno, pero una parte de él se negaba a abandonar ese sentimiento. Aunque no fuese especialmente bueno para él.
Annie se levantó y, sin decir nada, se marchó de la sala, cabizbaja. Cuando desapareció por la puerta, Finnick se tumbó en el sofá, masajeándose los ojos con las puntas de los dedos. ¿Qué le estaba pasando? Era algo inexplicable. Algo que avanzaba por su interior como una culebra. Era diminuto ahora, pero imposible de ignorar. Cuando empezó a sentirse hambriento, los avox entraron en la sala, depositando las bandejas de comida en la mesa. Radis iba tras ellos, con ánimo, mostrando su sonrisa afilada. Cuando se fijó en el chico, su cara pareció iluminarse más de lo normal y se acercó a él dando pequeños saltitos.
-      Finnick Odair – saludó, con una voz seductora.
-      Radis.
La mujer se sentó junto a  él muy cerca. Sabía las sensaciones que él provocaba en las personas, por lo que no se sintió extraño cuando Radis comenzó a acariciarle. Por suerte, Kit entró en la habitación, con cara de entusiasmo, y se vieron obligados a acompañarle en el desayuno.
-      ¿Y Annie? – preguntó el chico, engullendo un trozo de pan.
-      Estará aún dormida – mintió Finnick, intentando no darle importancia.
-      ¿Hablasteis ayer? – siguió Kit, sin dejar de comer.
-      Sí, pero es comprensible, está asustada.
-      Estoy aquí.
Los tres levantaron la vista y vieron a la chica, vestida con el uniforme de los tributos y el pelo recogido. Si Finnick había hablado con una chica asustada y pálida, no quedaba nada de ella. Parecía incluso más despierta y despejada que su compañero.
Annie se sentó junto a Kit, pero apenas probó el plato que le pusieron delante. Se limitó a mirar al vacío, seria, sin hablar ni intervenir en la conversación. Finalmente, cuando ya se disponían a hablar antes de dirigirse al gimnasio donde entrenaría, habló:
-      Radis, siento lo de anoche. Estaba nerviosa por el… desfile, los juegos todo… No lo pensé, de verdad. Lo siento.
La mujer sonrió y le cogió la mano, haciéndole ver que la perdonaba. Sin embargo, Finnick la observó, pensativo. Kit sonrió a su vez y miró a su mentor.
-      Muy bien, entonces, ¿qué hacemos? – preguntó.
Finnick intentó recordar qué le había dicho Mags cuando él se encontró en la misma situación.
-      ¿Hay algo que se os dé bien? ¿Algún arma?
-      Soy bueno con la lanza – admitió Kit, pasándose una mano por el pelo -. Puedo alcanzar una buena distancia con ella.
-      Bien – respondió Finnick, pensativo -. ¿Y tú, Annie?
Nada.
-     ¿Quizás un cuchillo? – comenzó, pero negó con la cabeza.
-      No sé. Nunca he hecho nada de eso.
Finnick los observó a ambos con una pizca de desilusión. Sabía que Annie no había cogido un arma en su vida, se lo había dicho la noche anterior, pero esperaba que Kit supiese hacer más, cosas, que pudiese ayudarla.
-      Vale – comenzó Finnick -. Entrenaos en todos los puestos. Arcos, cuchillos, espadas, lanzas, todo. Kit, tira un par de lanzas, pero no lo hagas excesivamente bien, deja eso para la sesión privada. Annie… ¿los nudos, quizás?
La chica sonrió, asintiendo.
-      Sé hacer nudos. Por lo de hacer redes y eso.
Finnick sonrió. No era algo con lo que pudiese matar a alguien, pero un oponente colgado de un árbol era más inofensivo que uno a pie.
-      Lo mismo, haz un par de ellos, pero no te excedas. ¿Vais a hacerlo juntos o separados?
Annie y Kit se miraron a los ojos, esperando que alguno de ellos dijese algo. Finalmente, Kit habló:
-      ¿Tú que escogiste?
-      Separado – confesó -. La chica que venía conmigo estaba todo el día llorando, no podía aguantarla.
Finnick recordó a su compañera, Alysha, tres años mayor que él. Era alta, fuerte, guapa… Pero una completa inútil. Desaprovechó sus entrenamientos, sacó un cinco en la sesión privada, aburrió al público con sus lágrimas y murió en la Cornucopia. Finnick apenas había tenido tiempo de conocerla bien.
-      ¿Entonces? – preguntó Annie, mirando a Kit.
-      Juntos – respondió el chico -. ¿Qué más da? Ya sabemos los puntos fuertes de cada uno. No entiendo que más secretos podemos esconder.
Annie asintió, mirando a Finnick. El joven mentor se revolvió el pelo bronce con la mano, intentando estrujarse el cerebro para recordar qué más había dicho Mags, pero no lo consiguió. Solo podía recordar a Alysha llorando.
-      Bueno, id ya. No os metáis con otros tributos, he oído que el del distrito cinco es un bruto. Y seguid mis instrucciones. Luego nos vemos.
Los chicos se levantaron de la mesa y desaparecieron, dejando a Finnick solo con Radis de nuevo. La mujer le sonrió, pero él ya se estaba levantando. Antes de que ella pudiese hablar, Finnick abandonó la habitación. Necesitaba hablar con alguien. Y lo necesitaba urgentemente.

domingo, 21 de octubre de 2012

Capítulo 6. 'Estamos juntos en esto'.

Annie se quitó las escamas de su cuerpo una a una, con sumo cuidado. Estaba en el Centro de Entrenamiento, el que sería su alojamiento hasta entrar en el estadio. Se sentía completamente fuera de lugar en esa enorme habitación cuyos muebles parecían tener cerebro propio, pero tampoco era capaz de recordar cómo había sido capaz de vivir en su casa sin todo eso. Después del desfile, después de vestir ropa como esa y de estar rodeada de gente tan extraña como Yaden con Carrion, no era capaz de recordar cómo era vivir con personas normales. Como si estuviese en un mundo completamente diferente.
Annie se duchó para eliminar todo rastro de maquillaje de su cuerpo. Pulsó varios botones a la vez, de los cientos que tenía la ducha, y un conjunto de los más embriagadores aromas salieron de los grifos, perfumando el agua. Annie jamás se había sentido más limpia. Sin embargo, si había algo que echase de menos de su distrito, a excepción de su madre, era su playa. El olor al mar salado que ya no volvería a oler. No podía permitirse pensar que podía morir ahí fuera, se supone que tenía que tener esperanza, pero Annie no podía encontrar esa supuesta esperanza. Cuando salió de la ducha, empapada y oliendo como si la hubiesen embadurnado en lo más dulces perfumes, se dirigió al armario, al que programó para que sacase algo sencillo. El mueble le mostró un conjunto de color grisáceo, elegante y cómodo a la vez, así que no se lo pensó más. Una vez vestida, se dirigió a una máquina que secaría su pelo en un segundo. Ya preparada, fue hacia el comedor.
Kit ya estaba allí con Radis y los dos estilistas, hablando sobre la magnífica actuación de esa noche. Kit no paraba de hablar sobre lo nervioso que se había sentido, subido en ese carro, y lo difícil que había sido tener que estar todo el rato sonriendo. Admitió lo mucho que le dolían las mejillas debido al esfuerzo, y los cuatro estallaron en un coro de risas. Parecía que se llevaban bien.
Cuando Annie se sentó, todos la sonrieron. Kit dudó unos instantes, pero luego imitó a los demás, saludándola con la mano.
-      ¿Te has quitado bien el traje, Annie? – preguntó Yaden -. Kit nos ha dicho que ha tenido que arrancarse las algas, literalmente.
Todos rieron de nuevo, y Annie se limitó a sonreír.
-      Sí, ha sido fácil – respondió.
Dejó que los avox, los esclavos sin lengua, le sirviesen la comida. Annie sentía lástima por ellos, pero suponía que era mejor vida esa a que los hubiesen matado. Justo cuando comenzaba a comer y la chica avox que le había servido se disponía a salir, Finnick entró en la habitación, frotándose el pelo mojado.
-      ¿Habéis empezado sin mí? – inquirió, sonriendo.
La chica avox se le quedó mirando. Annie no supo decir que tenía esa expresión, pero estaba segura de que hasta ella se había dado cuenta de que Finnick era sexy como estuviese. Era muda, no ciega. El mentor se sentó en la mesa, justo enfrente de Annie, y le dedicó una de sus más seductoras sonrisas. Annie, escondiéndose tras el pelo, pensó en que ese chico se tiraba la vida sonriendo a todo el mundo. Pero, ¿cuántas de esas sonrisas serían de verdad? ¿Cuántas fingidas?
-      Lo siento por tardar – se excusó él, dejando que la chica avox le sirviese -. Me he hecho un lío con la ducha. Pensaba que había dado a ‘espuma marina’, pero al parecer, han incorporado un nuevo botón que huele a verdadera mier…
-      Ya, a mí también me ha pasado – sonrió Kit.
Ambos comenzaron a reírse, y su  risa era tan contagiosa que toda la mesa acabó riendo. Annie, por el contrario, se limitó a continuar escondida tras su pelo castaño. No veía nada divertido. Iban a mandarla a una muerte segura y todo el mundo se estaba riendo. No le hacía ni pizca de gracia.
-      ¿No te diviertes, Annie? – preguntó Radis, secándose las lágrimas de risa de los ojos.
-      No, la verdad – aceptó ella, tirando el tenedor en el plato -. No veo que gracia le veis a unas duchas cuando nosotros ya nos estamos empezando a dirigir a la tumba.
Toda la mesa se quedó en silencio. Radis, al igual que los dos estilistas, parecía sorprendida y herida al mismo tiempo. No era una mujer acostumbrada a revelaciones de ese tipo. Kit había agachado la cabeza, y Annie no sabía si estaba avergonzado por disfrutar de eso antes de lo que les esperaba o, simplemente, no quería participar en nada de lo que la chica estaba diciendo. Pero Annie solo miró a Finnick. El chico parecía sorprendido. Había alzado las cejas, mirándola con curiosidad, y Annie se sentía como una especie de animal al que todo el mundo observa para ver si hace algo.
-      Esta oportunidad es única – dijo Radis, moviendo la cabeza.
-      Obviamente, o gana o mueren – soltó entonces Finnick.
Solo se oían los pasos de los avox por la habitación. Tampoco Annie se esperaba esas palabras por parte de su mentor, por lo que le miró directamente, sorprendiéndose a sí misma. Era una persona a la que le costaba mucho mirar a la gente a los ojos, pero, con Finnick Odair, era algo que le salía de manera natural. Miró al resto de la mesa y, al ver que todos parecían evitarla, callados, arrojó la servilleta a la mesa y salió de la habitación. Sus pasos la llevaron hasta la habitación, donde entró y se tumbó encima de la cama, tratando de consolarse a sí misma. ¿De dónde había salido ese genio? Ella no era esa clase de persona. No solía contestar a la gente así. Pero no podía entender cómo se había reído Kit. ¿Acaso el chico no tenía miedo? Iban a morir, a morir. ¿Es que Kit no había asimilado esa idea? ¿Y si se negaba a creerlo? ¿Y si esa esperanza que Annie había perdido, Kit la había recuperado? Annie cerró los ojos, con la cabeza apoyada sobre la almohada. En ese momento, la puerta se abrió.
Annie no abrió los ojos, imaginándose que sería un avox que venía a recoger la ropa del desfile, y no quería tener que mirarlos, porque no sabía qué hacer. Sin embargo, cuando ese alguien se sentó en la cama, junto a ella, Annie se preparó para ordenarle a Radis, o a Yaden, que se fueran. Pero no era ninguno de ellos.
-      ¿Qué haces aquí?
Finnick la miró con curiosidad. Annie, roja como un tomate, intentó relajarse y se irguió, acomodándose el pelo. Era una situación de lo más extraña.
-      Bueno – comenzó su mentor, pasándose una mano por el pelo cobrizo -, viendo cómo has salido del comedor, creía que te vendría bien hablar con alguien.
Annie no contestó al instante. Se quedó mirando al joven, al fabuloso Finnick Odair, pensando en todas las cosas que se contaban sobre él. Sin duda, el distrito 4 estaba más que orgulloso de que Finnick hubiese ganado, y más aún de que fuera el vencedor más joven de la historia de los Juegos del Hambre. No obstante, a pesar de lo mucho que lo quería, la gente hablaba. Decían que todo el dinero que poseía no era el premio que le habían dado por ganar los Juegos, sino era la forma que tenían los ciudadanos del Capitolio de pagar su… compañía. Decían que Finnick era orgulloso, egocéntrico, y muy caro. Decían que la gente que lo deseaba y que pasaba una noche con él, se volvía loca, porque él nunca recordaba con quién se acostaba.
Pero, cuando Annie le miró a los ojos, no vio nada de eso, o quizá no quiso verlo.
-      ¿Por qué has pensado eso? – preguntó la chica, intentando parecer valiente.
-      Bueno, digamos que tengo un don para saber qué quiere la gente – respondió él, poniendo voz de chico irresistible.
Annie se maldijo a sí misma por ser tan estúpida. Por supuesto que Finnick era orgulloso y egocéntrico. Por supuesto que era un rompecorazones. La chica miró hacia la puerta, lanzándole una indirecta para que se largara, pero Finnick no le hizo caso. Buscando sus ojos, Finnick colocó una mano en la rodilla de la chica, lo que hizo que esta se estremeciera.
-      Ahora estamos juntos en esto, ¿recuerdas?
Annie le miró a los ojos, buscando algo de burla en ellos, pero vio que era sincero. ¿Y si había estado en lo cierto al principio? ¿Y si Finnick era alguien normal, alguien a quien la fama había ensuciado su imagen? Aún con una leve duda, Annie comenzó a desahogarse con su mentor, que la escuchaba atentamente. Le explicó cómo se había sentido desde la cosecha, todas las dudas y el miedo que había sentido, los nervios y la preocupación de no conseguir patrocinadores, algo de lo que no se había preocupado hasta ese momento. Y también le explicó el porqué de su reacción en el comedor. Durante todo ese tiempo, Finnick la escuchó pacientemente, sin quitar la mano de su pierna. Annie quiso saber en muchas ocasiones qué pasaba por su cabeza, si estaría realmente escuchándola o solo fingiendo hacerlo. Cuando finalmente se quedó callada, esperó que Finnick se levantase para irse, pero él continuó ahí, pensativo. A los pocos segundos, solo pronunció dos palabras:
-      Te entiendo.
Annie le miró a los ojos, verdes como el mar en calma, verdes como el color de su playa. Y, en ese breve instante, se sintió como en casa.
-      Quiero decir – prosiguió él -, sé cómo te sientes. Yo he pasado por esto, y también estaba así. Sentía pánico.
-      Quien lo diría – añadió Annie con una sonrisa.
-      En serio – continuó, riendo a su vez -, fue difícil fingir que estaba bien todo el día.
Annie se apoyó en las rodillas, obligando al chico a quitar la mano. Cuando lo hizo, ella se sintió incluso mal, y creyó ver una sombra de decepción en su cara, pero fue tan efímera que se dijo a sí misma que se lo había imaginado.
-      De eso se trata, ¿no? – murmuró ella entonces -. De fingir todo el rato.
Finnick la miró intensamente, probablemente pensando qué debía responder. Finalmente, se pasó una mano entre los mechones de pelo y sonrió, con tristeza y cansancio.
-      Los Juegos te obligan a fingir el resto de tu vida, si quieres seguir cuerdo.
Annie tragó saliva antes de añadir:
-      Eso si sales vivo.
Finnick volvió a mirarla con unos ojos llenos de lástima y compasión. El chico alargó una mano hacia ella y le tocó la mejilla, provocando que Annie se estremeciera. Ese contacto había sido tan… íntimo, tan impropio de alguien como él…
Finnick intentó sonreír, pero solo le salió una mueca. Acto seguido se levantó, dirigiéndose hacia la puerta. Su conversación había terminado. Annie observó al joven mientras andaba, pensando acerca de lo que acababa de pasar. Habían hablado, se habían sincerado, y él la había tocado casi con… dulzura. Sin embargo, Annie no podía parar de pensar en a cuántas chicas habría tocado así antes que a ella.
Cuando Finnick estaba a punto de salir de la habitación, se giró hacia ella, agarrando el pomo. Ella le devolvió la mirada y descubrió que parecía mucho más mayor, más cansado, como si hubiese envejecido de golpe. Parecía tener más de diecinueve años.
-      Voy a devolverte a casa, Annie.
Eso fue lo único que dijo. Sin mirarla de nuevo, salió de la habitación y cerró la puerta a sus espaldas, dejando a la chica sola y confundida.
¿Iba a dejar morir a Kit por salvarla a ella? Annie esperaba que no fuese tan egoísta, pero deseaba volver a casa. Y tenía que empezar a hacerse a la idea de que, si quería regresar, tendría que empezar a pensar solo en ella. Solo en su vida.
Lo que no era capaz de comprender era que, al parecer, Finnick también pensaba primero en ella.

Los Protegidos. 'Todo lo que necesito'.

Hola a todos, bellos :) Esta semana he estado de exámenes y por eso no he podido subir nada, así que ahora tendréis entrada doble. Los Protegidos (de nuevo) y el capítulo 6 de Finnick y Annie. Bueno, no tiene mucha explicación, simplemente que este es el momento que todos los seguidores de Los Protegidos estuvimos esperando durante tres temporadas completas y no puedo hacer nada más que dedicarle un fic. Espero que lo disfrutéis. Un beso de pato :)


 
Se jodió todo. Se fundió la planta, ya no hay cura para los poderes, ni hay cura para Sandra. Se acabó.
¿Qué mierda tiene sentido ahora?
Somos lo que somos. Tenemos que vivir aceptando que tenemos esta mierda, que no vamos a poder vivir como el resto. Que yo no lo digo por mí, porque me da igual, sino por Sandra. Jamás podrá tocar a nadie, o estar con alguien. No podré tocarla.
Hoy tenía un pálpito. Tenía un jodido pálpito. Creía que esta noche, al menos mañana, todo se habría arreglado, y ella seguiría siendo Chispitas pero sin chispas. Hoy era el día, pero estaba equivocado. Está claro que no es. Claro, que tampoco puedo culparla. Tenía que elegir entre protegernos a nosotros o salvar la planta, y probablemente yo también habría hecho lo mismo. Pero el hecho de que jamás podremos tocarnos… Joder.
Levanto la cabeza y la veo ahí, mientras una rama de la planta seca se deshace entre sus dedos, y sé que está llorando de rabia. Espero que no se gire, porque no soporto verla llorar, es algo que me supera. Aunque la entiendo. Ahora que sé lo que siente, ahora que sabe lo que siento, todo debería estar bien. Nosotros tendríamos que estar felices. Pero ¿qué sentido tiene quererla cuando jamás podré tocarla? ¿Cuándo nunca podré besarla? Así, sin más, ninguno. Debería olvidarme, pero no puedo. Lo he intentado una, dos, tres jodidas veces, pero no puedo. Ni siquiera una tía como Claudia, que era cojonuda casi para todo, ni Michelle, que por muy cabrona que fuera, me hacía sentirme casi bien. El problema es que ninguna de ellas era Sandra.
Pienso en el momento en que nos conocimos. El metro, la luz, el calambrazo. La miré una vez y fue como si todo cambiase. Normalmente solía entrarles directamente a las tías, pero no me salía con ella. Era más que eso, era como una especie de interés que no había tenido con otra antes. Y luego pasaron los días y la cosa aumentaba. Pero no estaba bien.
¿Y ahora? Tampoco estará bien a partir de ahora. Jamás será bueno, para ninguno de los dos.
Vuelvo a mirar a Sandra, parada delante del pequeño árbol seco, con las lágrimas por las mejillas, y es casi absurdo cómo me siento caer. Esta era nuestra última oportunidad. Y ya no hay más jodidas oportunidades. Nunca más.
Y, de repente, ocurre.
Las manos de Sandra empiezan a emitir pequeñas descargas que se extienden a lo largo de su piel. No puede pararlo, no puede controlarlo. ¿Significa eso que su poder es más potente ahora y que nunca podrá evitarlo? Una bola de energía empieza a formarse detrás de ella, pequeña, acumulando toda la electricidad que sale de su cuerpo. Creo que ella apenas se da cuenta, y me da miedo, así que decido ir.
Cuando me planto delante de ella, la esfera ya es más alta que nosotros y empieza a extenderse a nuestro alrededor. Tiene los ojos cerrados, con las pestañas húmedas por sus lágrimas, y parece casi tranquila. Recuerdo la primera vez que la toqué, segunda si cuento el primer chispazo. Estábamos leyendo al tío este de las poesías, estudiando para el concurso mierda ese… Bécquer, ese. Y entonces le pedí que imaginase algo feliz y pude tocarle la mano, por un segundo. Ahora es casi lo mismo.
Siento un impulso suicida y, sin tener en cuenta el hecho de que estoy rodeado de la corriente eléctrica más potente que existe, alargo mi mano hacia la suya. Casi parece irreal cuando nuestras pieles entran en contacto y no ocurre nada físico. Digo físico porque ese simple toque significa más que cualquier otra cosa.
Significa un año entero deseando hacerlo así, sin peligro. Significa meses y meses de sueños con este momento, este maldito momento. Es un simple roce, poner mi dedo sobre su mano y que no me dé calambre. Exploto por dentro y cojo con suavidad su mano.
¿Esto es real? ¿O es un sueño? Acaricio su piel, disfrutando de ella, porque este momento es demasiado para nosotros. La bola de energía se ha extendido más allá y nos rodea, como una gran cúpula, aislándonos del resto del mundo, pero no hacía falta para eso, porque me siento a miles de años luz. La miro a los ojos, abiertos levemente, como si tampoco se lo creyera, tratando de despertar. Levanto la otra mano y envuelvo la suya en las mías. ¿Qué está ocurriendo, por qué todo el mundo se para? Ya no existe la pena ni la rabia porque la planta se haya jodido. ¿Qué más da? ¡Joder, la estoy tocando! ¿No es eso mejor que nada? Porque sigue siendo ella, Chispitas, con sus rayos, su electricidad y los calambres, pero sin que ellos aparezcan ahora. Y eso es todo lo que podría pedir
Alargo la mano hacia su cara y acaricio su mejilla. Resulta electrizante, y es irónico el hecho de que me sienta tan lleno de electricidad cuando es ella la que tiene ese poder. Recorro sus poros, acariciando cada uno de ellos, hasta que mis ojos paran en sus labios y las dudas empiezan a asomar por la parte más profunda de mi cabeza. ¿Debería, no debería…?
Oh, mierda, no sé cómo puedo dudar ahora. Alejo cualquier pensamiento de mí y me quedo solo frente a ella, que me mira como pidiéndome que no lo haga por miedo a herirme. Pero no me rendiré otra vez. No más.
Me acerco a su boca poco a poco, esperando esa chispa que aparece siempre, o ese calor que desprende la electricidad que corre, o corría, por su cuerpo, pero no hay nada. Así que simplemente, la beso.
El primer contacto es increíble. Suena típico decirlo, pero es así. He soñado tantas veces con este momento, con todo esto, que aún creo estar en uno de mis sueños. Al final, sí era cierto ese nudo en las tripas que me decía que hoy era el día. Esperaba poder salvar la planta y a Lucía, simplemente eso, pero no algo como esto.
Puede que ya no tenga rayos, pero cuando chocan nuestros dientes, toda la electricidad que tiene y toda la que tengo yo se unen y estallan dentro de nosotros. Después de tanto sufrimiento por esto, no puedo entender cómo la bomba que acaba de eclosionar dentro de mí no me ha destruido, pero para bien. Porque lo que siento ahora no es de este mundo.
Me separo de ella y sonrío, sin forzarlo, sin querer, porque los músculos de mis mejillas parecen tirar de mi boca para que lo haga. Y lo agradezco, porque podría saltar e incluso volar si pudiera mostrar cómo me siento por dentro. Una sonrisa es lo mínimo que puedo hacer. Vuelvo a inclinarme para asegurarme de que esto está pasando de verdad y no es mi imaginación. Mis manos en su cintura, mi frente sobre la suya, nuestras narices rozándose y los labios presionados. No, es completamente real.
Alrededor de nosotros, la bola de energía se hace más y más grande. Casi parece una luna llena. Y la luz ilumina a Sandra como nunca nada lo ha hecho antes. Aunque ella es luz, y me quedo con eso. Los tonos azules, blancos y violetas dibujan formas diminutas en su cara, como si estuviera hecha de diamantes, y quizás sea cierto, porque brilla. Es preciosa.
Así que, cuando me separo y la miro a los ojos, sé que esto habría pasado con planta o sin ella. Porque estábamos destinados a estar juntos, a enamorarnos el uno del otro. Nunca he dicho ‘te quiero’ a nadie, porque me parece algo demasiado grande, pero la miro y sé que se lo estoy diciendo con los ojos. Así que, los cierro y la mantengo cerca de mí, con una sonrisa de imbécil pegada en mi cara. Y por su respiración suave, sé que ella sonríe también.
Las ganas de volver a besarla aumentan y lo hago, colocando mi mano en su nuca para atraerla más hacia mí. Sin embargo, cuando la bola de energía se extingue y nos separamos, casi por reacción, sorprendidos y con cara de bobos, sigo sintiendo como si esa bola estuviera aislándonos todavía. Y no es de extrañar que cuando Lucas, Carlitos y Lucía corren a abrazarla y se la llevan, sienta una pizca de celos. Porque ella es mía, es todo lo que necesito. Y eso no lo va a cambiar nada ni nadie.
Ni siquiera el deseo de querer ver luz en la oscuridad.


 
(Aclaración: La última frase se refiere al origen de los poderes, en el que, según Julia, los poderes son los que son porque los niños deseaban esas cosas y, si recordamos a Sandra, ella tenía miedo a la oscuridad y quería tener luz para no tener miedo. Capítulo 3x12 :3)

sábado, 13 de octubre de 2012

Capítulo 5. 'Nada tan mágico'.

Finnick se irguió en su asiento, mirando fijamente a la televisión. No podía creerlo. ¡Estaban increíbles! Miró a Carrie, sentada a su lado, con una enorme sonrisa en el rostro.
-      Es algo… - comenzó Finnick.
-      ¡Sirenas! – gritó Yaden, dando un salto -. ¡Te lo dije, Carrie, te lo dije! ¡Han sido las escamas!
La habitación prorrumpió en aplausos, tanto hacia los tributos que desfilaban como hacia los dos diseñadores. Sin embargo, Finnick no podía dejar de mirar a la televisión. Era… era hermosa.
Annie Cresta.
Jamás había visto nada tan mágico. Había conocido personas de todo tipo, personas increíblemente guapas, personas a las que dolía mirarlas a la cara por la belleza que poseían. Esa belleza falsa que los cirujanos del Capitolio podían conseguir. Incluso él era consciente de su propia belleza, y de cómo todos la adoraban. Pero ella, Annie… poseía algo que no tenía ninguna otra persona que él hubiera conocido, algo único. Finnick observó cómo sonreía, y su subconsciente lo obligó a sonreír también. Se notaba su timidez, el temblor de sus manos al levantarlas, pero parecía segura de lo que estaba haciendo.
La mirada del chico pasó a Kit, que parecía bastante agobiado, pues todas las miradas salían disparadas hacia la sirena que tenía a su lado. Sin embargo, Finnick pudo comprobar que el muchacho no la miró con odio ni envidia, si no que se limitó a continuar saludando y sonriendo.
No era la pareja más ovacionada, pero tampoco la que menos. Sin duda, el traje de sirenas de Yaden había causado sensación. Los focos y las cámaras proyectaron sus flashes sobre las escamas que Annie tenía sobre los brazos y su rostro se llenó de luces que la hacían parecer una criatura venida de otro mundo. Finnick apenas podía creer que existiese nada tan bello.
De repente, la imagen fue sustituida por otra del distrito cinco, pero nadie prestaba atención. Los dos estilistas charlaban con Radis sobre cómo habían confeccionado el traje, la idea y demás, pero Finnick continuaba con la mirada perdida. Sentía algo extraño, en el pecho, como si le hubiesen quitado algo. ¿En qué estaba pensando? Se acarició la tela de la camisa verde, frunciendo el ceño. No podía pensar de ese modo, como lo había hecho.
Estaba claro que Annie brillaba. Estaba claro que la habían convertido en una especie de deidad marina, y que estaba hermosa. Pero ya está. Finnick no podía pensar en ella de otro modo, por el simple hecho de que iba a mandarla a una muerte segura.
Cuando tuvo ese pensamiento, un terror hasta ese momento desconocido se extendió por todo su pecho. ¿Cómo iba a dejar morir a esa criatura? ¿Cómo iba a dejar que algo la dañase? Finnick se acarició el pelo, confuso. Sabía que intentar salvar a Annie, traerla viva de la Arena, significaba la muerte segura de Kit, y se suponía que debía ser imparcial. Mags tenía razón, se dijo, maldiciéndose. No debería haberme metido en esto.
Cuando todos los carros hubieron salido, las imágenes de los distintos tributos iban saliendo. Entonces, justo después de la chica pelirroja del distrito 3, salió la cara de Kit. Finnick sintió una inmensa culpa en su interior, como si él ya hubiese aceptado que iba a mandar  a Kit a una muerte segura.
-      Finnick.
El chico giró la cabeza y se encontró de lleno con los ojos azules de Carrie mirándolo inquietos.
-      ¿Qué ocurre? – preguntó la mujer.
Finnick sonrió, convenciéndola de que estaba bien y no ocurría nada. Carrie cogió una de sus manos y le dio un apretón afectivo. Cuando se alejó, el muchacho volvió a mirar la pantalla. Claudius Templesmith salió en pantalla, retransmitiendo el desfile. Era un hombre regordete, bajito, con una clava en lo alto de su cabeza y las cejas muy largas. Hablaba con voz chillona, y, en ese momento, alababa el trabajo de los estilistas del distrito uno y cuatro. Radis aplaudió, seguida del resto, pero Finnick solo podía fijarse en Claudius.
Se había reunido con él una vez, por orden de Snow. Probablemente sería la tercera vez que se reunía con alguien, y aún se sentía inexperto. Esperó a una mujer, como había sido las dos veces anteriores, pero fue ese hombre el que entró en la habitación, con su impecable traje gris y su pelo rubio cuidadosamente peinado.
Lo primero en lo que Finnick pensó fue en que se había equivocado de habitación, pero se reprendió a sí mismo ser tan absurdo. Snow jamás se equivocaba. Luego pensó que no podía ser tan rastrero, pero también se maldijo por pensar eso. Alguien que seguía apoyando Los Juegos del Hambre era rastrero y mucho más.
Finnick sonrió al hombrecillo, rogando que solo le pidiese pasar el rato. Obviamente, no fue así. Cuando, horas después, Finnick salió de la cama, dejando a Claudius dormido, se moría de asco hacia sí mismo. Temblaba y sudaba como nunca lo había hecho y solo podía desear no tener ese rostro. Vomitó en el baño, debido a la culpa que sentía, pero sabía que todo sería en vano. Ya había rogado a Snow varias veces que lo dejase llevar una vida normal, pero el presidente se había negado. Ahora eres mío, había dicho. Se arrepentirá, y los tuyos también, si no lo hace, señor Odair. Y Finnick sabía que no podía rehusar.
Esa noche, fue la primera vez que alguien lloró por ser bello.
Cuando regresó a la habitación, más calmado, el hombre ya se había despertado y estaba vistiéndose. Le sonrió y Finnick se obligó a devolverle la sonrisa, tragándose la bilis que le subía por la garganta. Antes de salir, Claudius depositó una exorbitante cantidad de dinero sobre la mesilla de noche, como las dos veces anteriores, solo que mucho más. Finnick se acercó y cogió el fajo de billetes, temblando de nuevo. Cuando, ya en su casa, tiró ese dinero al fuego de la chimenea, se juró así mismo que no volvería a aceptar el dinero que le daban por tener su cuerpo una noche. Nunca más.
Finnick tragó saliva al recordar todo eso y apartó la mirada de la pantalla, pero el hombrecillo ya no estaba allí. Los tributos habían llegado a la plaza y el Presidente Snow estaba dando su discurso de bienvenida. Las cámaras enfocaban a los tributos uno a uno, y todo el país pudo ver como Annie parecía asustada, escuchando a aquel hombre. Finnick apretó los puños, con odio.
Si te atreves a tocarla, Snow, te juro que te arrepentirás, y los tuyos también lo harán.
Radis avisó que tenían que ir a recoger a los tributos, así que los cuatro se levantaron y bajaron hacia el lugar donde en breve empezarían a entrar los carros. Cuando Annie y Kit entraron, parecía que todos los nervios y la preocupación que tenían antes de salir no hubiesen estado ahí.
Finnick observó a la muchacha de lejos. Desde luego, la televisión no lo había engañado. La chica estaba espectacular. Sin embargo, cuando la tuvo a unos metros, Finnick advirtió cosas que no había visto en la pantalla. Cómo se curvaban sus pestañas, haciéndole los ojos más grandes. Cómo su pelo parecía estar hecho de arena, suave, cayendo como una cascada a ambos lados de su rostro. Cómo sus ojos verdes mostraban una satisfacción y una emoción que los de su compañero no mostraban.
-      ¡Habéis estado fabulosos! – chilló Radis, abrazándoles.
-      Que va – gruñó Kit -. Parecía un trozo de gelatina ahí arriba.
-      Yo parecía un trozo de gelatina – corrigió Annie, sonriendo.
Finnick observó su sonrisa y sonrió a su vez.
-      Ha sido espectacular – dijo, sin dejar de mirarla.
Annie se giró hacia él, clavando en su mirada unos ojos verdes como el mar. Si se sonrojó, no dejó que nadie lo viera.
-      Gracias – respondió.
Por el rabillo del ojo, Finnick vio cómo Kit los miraba, así que posó su mirada en él, haciéndole ver que tenía la misma admiración por los dos. El chico sí se puso nervioso, y no sabía dónde meter las manos. Finnick se sintió culpable, como se había sentido antes viendo el desfile, e intentó hablar con naturalidad, pero el remordimiento no dejaba salir las palabras. Al final, dejó que los estilistas hablasen con los chicos.
-      Dije que ibais a brillar – dijo Carrie, que no paraba de dar saltitos.
-      ¡Han alabado vuestra actuación ahí fuera! – corroboró Yaden.
-      Vuestros trajes, querrás decir – dijo Kit, rascándose la nuca.
-      Todo, Kit, absolutamente todo. Ha sido fantástico.
En ese momento, Finnick giró la cabeza y se encontró con que Annie le estaba mirando, pero cuando quiso darse cuenta, ella ya se había metido en la conversación, haciendo dudar a Finnick. ¿Se lo habría imaginado?
¿Qué le estaba pasando? Quería protegerla, cuidarla. Y eso no podía ser bueno, estaba… prohibido. Finnick se rascó con el pulgar por encima de la ceja y suspiró. Radis se dio cuenta de eso y revoloteó hacia él, contoneándose.
-      ¿Estás bien?
Finnick la miró con una sonrisa y se dio cuenta del deseo que emanaba de los ojos de la mujer. Debía de haberlo supuesto, pensó. Todas esas miradas, las sonrisas, incluso la manera en la que se acercaba a él. Debía haberse dado cuenta antes de que aquella mujer lo deseaba.
-      Sí, es que estoy conmocionado – mintió él, intentando parecer agradable.
-      Bueno, tranquilo – susurró ella. Finnick notó como ponía una mano en su cuello y se obligó a quedarse quieto -. Siempre puedes hablar conmigo, si me necesitas.
Finnick le dedicó una falsa sonrisa.
Su vida se basaba en eso. En falsas sonrisas, deseos inventados, palabras de mentira. No había nada más. Se preguntaba si, cuando realmente quisiera a alguien, sabría distinguir lo que era de mentira de lo que era de verdad. Si sabría ver si esa persona lo amaba por ser el gran Finnick Odair o por ser como él era.
El muchacho buscó inexplicablemente la mirada de Annie, pero ella seguía regalando sonrisas a los dos estilistas. Sonrisas de verdad. Finnick imaginó cómo sería si ella ganaba los Juegos. ¿La obligaría Snow a vender su cuerpo, como hacía con él? ¿Cómo sería para ella estar fingiendo constantemente? Intentó imaginarla, pero la rabia le inundó. No, no dejaría que Snow le hiciese algo así. Por encima de su cadáver.

viernes, 12 de octubre de 2012

Los Protegidos. 'Estoy jodido'.

¡Bonitooooos! Bueno, hace mucho que no subo una entrada así suelta al blog, así que, perdonadme por eso, pero es que Bachillerato me roba muchísimo tiempo... El caso es que he querido variar un poquito, con algo que no sé si todos conoceréis. Se trata de una serie que realmente me enamoró, desde el primer capítulo hasta el último. 'Los Protegidos'. Los que la hayáis seguido sabréis que es una serie que nunca debió acaba. Los que no, debéis verla (igualmente, os pongo un vídeo abajo para que sepáis cómo es la escena, igual que un breve resumen justo antes de lo que pasaba anteriormente y, en concreto, en ese capítulo). Añado que estoy muy enamorada de Culebra, el personaje, y del actor, Luis Fernández. Ambos son amor. Y bueno, eso, que espero que os guste <3


'La familia Castillo es una familia cuyos niños tienen poderes. Se unieron al conocer que todos los tenían, por lo que no están emparentados, y tienen que llevar el asunto de los poderes en secreto. Carlitos, el niño, tiene telequinesia. La niña, Lucía, telepatía. Luego están el padre, Mario, siempre muy nervioso, y la madre, Jimena, que está intentando encontrar a su hija Blanca, una niña que podía prever el futuro, a la que 'los malos' secuestraron. (Los malos, el Clan Elefante, secuestran a los niños para usarlos en su favor). Y luego están los protegonistas de este fic. Sandra es una chica que genera un campo eléctrico, aunque no puede controlarlo, que huyó de su casa tras herir a su hermana. Culebra es un chico de la calle que tiene el poder de la invisibilidad. Obviamente, entre ellos hay una historia de amor imposible: primero, porque ambos tienen que fingir que son hermanos. Segundo, porque él no puede tocarla, debido a que ella enviaría una descarga a su cuerpo. Y el tercer factor es Ángel, un chico que Sandra encontró que controla la masa molecular y que sí puede tocarla. Culebra está celoso de él.
En este capítulo, una chica, Paqui, invita a Sandra a su piscina. Ángel convence a Sandra de que, si se relaja, puede meterse en el agua como alguien normal. Entonces, tiran a Sandra a la piscina (vacía) y se produce el mismo efecto que cuando tiras un secador. Paqui quiere meterse en el agua con Sandra, pero, de no ser por la intervención de Culebra, que evita que la chica se moje, Paqui habría muerto. Sandra cree que nunca va a poder tocar a nadie.
(Es un resumen un poco mierda, lo sé, lo admito, pero tenéis que ver la serie. Es brutal)*.

 
 
No pienso irme de aquí hasta que me escuche. Hasta que me abra la puta puerta. Sé que está de pena, y todo por culpa del boca-piñón, que es el estúpido que le está dando esperanzas. ¿Normal? Ya, normal. Ella no es normal, y es la única que no se da cuenta.
-      ¡Abre! – digo, empujando la puerta.
-      Culebra, lárgate y déjame en paz.
-      Sandra, abre la puerta.
Intento parecer lo menos desesperado posible, pero no me sale. Solo quiero entrar, hablar con ella, ya que no es posible abrazarla y decirle que todo está bien, aunque eso es mentira, porque entre nosotros nada está bien.
La oigo levantarse de la cama y resoplar. Bien. Cuando abre la puerta, intento sonreírle, pero tampoco soy capaz. Vaya mierda que estoy hecho.
-      ¿A qué has venido? – y por su voz noto que está de muy, muy, muy mal humor -. ¿A decirme ya te lo dije, yo tenía razón, y tú estabas equivocada? Bueno, pues muy bien, ya me lo has dicho, déjame en paz.
Que cabezona.
-      Que no.
-      ¿No qué?
-      Que ni me voy a largar ni vengo a decirte eso.
-      ¿Entonces a qué leches has venido?
Antes de que pueda responderla, ella se da la vuelta, pasando de mí como de comer mierda, pero yo no me rindo. La calle me ha enseñado que quien la sigue, la consigue.
-      Pues para ver si sigues rayada con la movida de la piscina.
Sandra empieza a alterarse, con que la luz se va. Quiero decirle que se relaje, pero ella no aguanta que se lo diga. Bueno, ya lo he dicho, es una puñetera cabezona.
-      ¿Te refieres a que casi mato a Paqui, o a que nunca voy a poder ser normal?
No sé por qué, pero sus palabras me llegan hondo, me tocan lo más profundo y me alteran. El ojitos lindos la tiene bien enganchada. Como una puta droga. ¿Qué más dará?
-      Normal – digo, resoplando. Ya es hora de que se dé cuenta -. Qué manía con ser normal, ¿no? Pues mira, te digo una cosa.
No sé qué estoy haciendo, pero sé que tengo que hacerlo. Aquí, ahora, con Sandra cabreada. La adrenalina me llega hasta las puntas de los dedos.
-      Yo no quiero ser normal – Sandra me mira con el ceño fruncido, sin entender -. Porque si fuéramos normales, tú y yo no nos habríamos conocido.
Mierda. ¿Qué he hecho? ¿Por qué? ¿Qué mierda es esto? Joder. La luz se va. Menos mal, porque ahora mismo tiemblo por dentro. El resto de la habitación se difumina. Solo existe ella, mirándome como si le hubiese contado cualquier mentira, pero a la vez, sabiendo que lo que le digo es verdad. Así como lo siento. Oigo estallar unas bombillas y miro a mi alrededor, de vuelta a la realidad, pero tengo un puñetero hilo invisible clavado en la frente que me obliga a no dejar de fijarme en ella, en su expresión. ¿Qué siente? Y yo que sé.
Se gira, ocultando su cara con el pelo. Mi primer acto impulsivo es seguirla, pero me quedo parado, inmóvil, sin saber qué decir o qué hacer. Ahora mismo, soy una piedra. Sandra se sienta en el suelo y se muerde los guantes, nerviosa, con los ojos demasiado brillantes. Ay, mierda. Joder, yo no puedo con estas cosas. No puedo verla llorar, así, sin poder quitarle las lágrimas de la cara y decirle que ya pasó, que se tranquilice. Me siento frente a ella en la cama y espero, mirando su pelo desde arriba. Ella empieza a llorar y deja de mordisquearse los guantes, y mi subconsciente me dice que se siente junto a ella, en el suelo, por lo que me bajo de la cama.
-      Tú no lo entiendes, Culebra – la voz se le corta al final de la frase.
No me mira, sus ojos todavía miran al suelo, a los guantes, yo que sé dónde coño está mirando, pero no puedo verla así. Desesperada por ser normal. Joder, ser normal. Vaya tontería.
-      Es que no sabes lo que duele… - ¿Doler? ¿Desde cuándo hablamos de doler? – querer tocar con todas tus fuerzas a alguien y no poder hacerlo.
Ja. Esta es la mía. ¿Perdona? Creo que no he oído bien. Hola, Sandra, aquí me ves, desesperado por tocarte una vez, solo una vez. Que sueño con eso, que lo he soñado muchas veces, que es una puta tortura.
-      Sí – digo -. Sí lo sé.
Me agacho hasta quedar frente a sus ojos. Cerca, siempre demasiado cerca. Por fin, Sandra parece reaccionar, sabe lo que le he dicho. Y, por primera vez, no me importa que se haya dado cuenta. Que lo sepa. Que sepa que lo que le dije aquel día fue verdad, que siempre voy a volver a por ella. Que es lo más… ¿importante, lo más bonito? No sé, pero me importa. Puede que no sea una hermanita de la caridad, que vaya por ahí repartiendo ostias, que mi lugar sea la calle y que me haya criado en reformatorios. Que sí, que puedo tener pinta de chungo, que robo y que no soy un hijo modelo. Que me molan los líos, vaya. Pero hay cosas que me importan.
Levanto una mano para tocarle la mejilla, pero ella se limpia la cara, apartándose. No sé si es un no, un “no” en plan lo siento, pero no eres lo mismo para mí que yo para ti, un “no” en plan quita o es un tengo miedo de hacerte daño. Para consolarme, digo que lo último. Ella sigue llorando, pero me mira, y debajo de todas esas lágrimas, veo algo que me dice: Ahora.
No sé qué es ese algo, pero le hago caso. Ella está muy cerca. Muy, muy cerca. Empiezo a avanzar con lentitud, sin agobios, puede que para no llevarme una decepción. La miro a los ojos, a la boca, y ella no se aparta. Al contrario, se mueve hacia mí, aún con los ojos llenos de lágrimas, pero veo que también quiere besarme. ¿Para qué negar lo que es obvio? Quiero besarla, decirle con todo eso lo que no me atrevo a decirle a la cara, dejar que, por un momento, sea mía. Aunque no me lo merezca, pues le he hecho un montón de putadas desde el principio. Bueno, a ver, lo siento. Pero también me lo estoy currando.
Casi puedo sentir su respiración en mi cara, y me acerco más y más. Cierra los ojos y las pestañas le hacen sombras bajo los ojos. Preciosa, es preciosa. Cierro los míos.
Entonces, un chasquido. No quiero abrir los ojos, pero lo hago. La luz ha vuelto. Sandra pega un pequeño salto y se separa de mí, sorprendida. Mierda. Busco sus ojos, pero ella me evita, mirando cualquier otro lugar de la habitación que no sea yo. Y eso me pone de los nervios.
Tío, resígnate. No hay nada que hacer.
Niego un poco con la cabeza. Puede que esté diciéndome a mí mismo que no me voy a resignar. Puede que esté negando eso, convenciéndome de que lo mejor es rendirse. Quizás le estoy diciendo que no se preocupe, que no pasa nada, que la entiendo. No sé, las imágenes se mezclan en mi cabeza. Vuelvo a mirarla, pero ella ya no está. Me levanto y me voy.
Estoy completamente rayado. Loco, ¿de qué? ¿De ella? Mierda. Me mola, eso está claro. Pero, ¿cuánto? El corazón me va a mil por hora. ¿De qué, de dónde viene esto? ¿Rabia? Puede. Todo por una mierda de bombilla que ha decidido encenderse ahora. Pero claro, Sandra siempre va a ir unida a las bombillas. Entonces es ella quien tiene la culpa. ¿Por qué no puedo culparla? Joder, no sé qué me pasa. Estoy pillado, muy pillado. No es la primera vez que intento besarla, pero sí la primera que estoy tan cerca. Mucho más que las últimas veces. En mi cabeza ella me sonríe, y yo sonrío como un completo gilipollas, aunque no me siento feliz para nada.
Estoy muy jodido.