miércoles, 24 de julio de 2013

Capítulo 45. 'Frágiles'.

Duele.
Duele no tenerlo.
Duele como nada lo hace.
Porque pienso,
y pienso en todo lo que ellos le dan.
Y pienso en que yo no puedo dárselo.
Les escucho susurrar en su oído.
Les veo besar su piel.
Y duele.
Porque yo debería susurrarle.
No ellos.
Nadie.
Salvo yo.

Annie soltó el lápiz y se frotó los ojos con los nudillos. No podía dejar de escribir, pero a medida que las letras aparecían en la hoja, el nudo de su estómago se hacía más y más grande. No era la primera vez, ni probablemente fuera la última (aunque ella desease que sí) que Finnick se marchaba al Capitolio con sus amantes. Y eso la ponía enferma.
-         Annie, está bien – dijo Dexter, poniéndole la mano en la espalda -. Él viene hoy.
 
Cada vez que vuelve
me pregunto si algo ha cambiado.
Si me verá distinta,
o si el cuento se acaba.
¿Qué seré cuando no le tenga?
Polvo.
Cenizas.
No seré nada.
Él es quien me sostiene.
Sin él, soy
NADA.

 
-         An, para.
Annie se levantó de la silla y salió corriendo, dejando a Dexter atrás con el cuaderno sobre la mesa. No podía permitirse pensar así, lo sabía, Dexter no había dejado de repetírselo cada vez que Finnick se marchaba fuera. Y, sin embargo, era lo único en lo que podía pensar cuando no tenía a Finnick Odair para abrazarla por las noches.

 ¿Cuántas le abrazarán?
¿Cuántas podrán besarlo?
¿Cuántas más que no son yo?

La chica se sentó en las escaleras del porche trasero. La luz blanca de la luna daba de lleno sobre su rostro, haciendo sombras bajo los ojos. Annie se pasó una mano por el pelo enredado y suspiró, tratando de tranquilizarse. Iba a verlo. En menos de una hora, él estaría con ella. Por fin.
¿Pero la querría igual?
Esa era la pregunta que mantenía a Annie despierta todas las noches. La idea de perderlo era demasiado dolorosa como para planteársela. No era simplemente que lo quisiera, o que él fuese la única cosa que evitaba que se volviera completamente loca. Era algo más fuerte, una especie de hilo invisible que la mantenía unida a él. Si ese hilo se cortaba…
En el año que había pasado, se había acostumbrado aún más a él. A la forma en la que se tensaban sus músculos cuando ponía los brazos a su alrededor. A su respiración calmada por las noches. A la manera en la que abría los ojos por las mañanas, como si viese todo por primera vez en su vida. Él se había convertido en una parte de ella tan grande como ella misma. 
Annie enterró la cara entre las manos, nerviosa. Siempre estaba nerviosa cuando tenía que esperar su vuelta.
-         ¿An?
La chica se giró para encontrarse cara a cara con Mags, que estaba apoyada en el marco de la puerta. La enfermedad había avanzado a una velocidad vertiginosa, y ya era rara la vez en la que conseguía enunciar una frase completa entendible.
Mags se sentó a su lado, alisando las puntas de su pelo grisáceo. Desde que la enfermedad había empezado a avanzar, Mags se había convertido en una persona muy callada, en parte debido a que no quería que nadie viese lo vulnerable que se sentía cuando no podía hablar. Annie la entendía. Ella no hablaba de su pasado por la misma razón. No le gustaba que el resto viese dónde podían herirla.
-         Finnick está viniendo – susurró Annie, arrancando un puñado de hierba del suelo -. ¿Crees que está todo bien?
Mags asintió, moviendo levemente los labios. Annie no pidió más. Sabía lo que la anciana quería decir.
En ese momento, sonó el timbre de la puerta. Annie sintió cómo la sangre le corría más rápido por las venas, y escuchó a su corazón palpitar en los oídos.
 
Aún te quiero.
Dime que aún me quieres.
Es todo cuanto necesito.

 
Mags se levantó y fue a la puerta a saludarlo. Sin embargo, Annie no podía moverse. Sus piernas temblaban como si fuesen de gelatina. Sentía que algo había cambiado esta vez.
‘Finnick, te quiero, te quiero…’.
-         ¿Dónde está?
Su voz. ¿Cuánto había echado de menos su voz? Un escalofrío subió por su espalda, haciéndola estremecerse. Sentía el sudor frío en la nuca.
-         ¿Pero está bien? – preguntó él.
‘Estaré bien si todo está bien’.
Annie escuchó sus pasos acercándose al lugar en el que se encontraba. Lo había echado tanto de menos, y tenía tanto miedo a la vez…
De repente, sintió sus brazos a su alrededor, rozando su piel. Podía sentir el corazón de Finnick bombear en su espalda, bajo la tela de la camisa. Annie se apoyó en él, respirando hondo.
-         Annie…
Ella se giró y le besó, colgándose de su cuello. Finnick la abrazó con fuerza, clavando los dedos de una mano en la parte baja de su espalda e introduciendo los de la otra en su pelo. Annie lo atrajo hacia sí, casi con urgencia.
-         An… - musitó Finnick sobre sus labios.
Annie le agarró el cuello de la camisa y lo empujó hacia ella hasta que sintió la pared en su espalda. Todo estaba bien. Nada había cambiado, y, si lo había hecho, debía volver a su estado original. Él era suyo. No podía ser de nadie más.
Finnick la cogió en brazos, y Annie entrelazó las piernas alrededor de su cintura. Él parecía tener sed de ella, aunque Annie aún no estaba segura de quién estaba más sediento de los dos. Finnick subió con cuidado las escaleras, sin dejar de besar su boca, su barbilla, haciendo un recorrido por todo el mentón.
De repente, Annie sintió un colchón bajo su espalda. No sabía cómo habían llegado tan rápido a su habitación, pero tampoco le importaba.
‘Todo está bien, Finnick, te quiero’.
Finnick se separó de ella, apenas unos centímetros para poder mirarla a los ojos.
-         Te he echado tanto de menos…
Annie se mordió el labio, colocando los dedos en el cuello de la camisa del chico. Finnick volvió a inclinarse hacia ella, cerrando los ojos, por lo que Annie sintió sus pestañas hacer cosquillas sobre su piel. Sonrió.
Sin embargo, por un momento, se le olvidó dónde estaba, y solo pudo ver una cama, y a Finnick, con una chica sin rostro a la que ya odiaba. Y ella lo besaba, por todo el cuerpo, recorriéndole la piel.
Annie se apartó de él, irguiéndose.
-         ¿An?
Finnick se sentó frente a ella, poniendo las piernas a su alrededor. Annie apartó la mirada, mordisqueándose el labio inferior.
-         ¿Qué pasa, Annie?
-         No puedo, Finn – comenzó -. Ellas… ellas te tocan como yo nunca… Y… tú con ellas…
Finnick se cogió las manos, llevándoselas a los labios.
-         Puedo besarlas, acariciarlas, abrazarlas… Pero nunca serán tú. No significan nada para mí, Annie. Nada.
-         Pero ellas te tienen.
-         Y tú también.
Annie apartó la mirada, incómoda.
-         Pero no así.
Finnick le soltó las manos, consternado. Annie arrugó la nariz, escondiendo la cara entre los mechones de pelo revuelto. Sentía los labios hinchados por los besos de Finnick, y se los mordió de nuevo, nerviosa.
-         Annie…
-         Te quiero.
Finnick  le sujetó la cara entre las manos y la besó de nuevo. Annie desplazó las manos hasta los botones de la camisa del chico y comenzó a desatarlos, con las manos temblando. Finnick deslizó los dedos hasta el borde de su camiseta y tiró de ella, sacándosela por los hombros. Annie le quitó la camisa, besándole el cuello y el mentón perfectamente afeitados. Finnick tiró de su labio inferior, mordiéndolo con suavidad. Annie sentía toda la sangre de sus venas latiendo desbocada bajo su piel.
-         Te quiero – susurró de nuevo, apartando la ropa -. Te quiero, te quiero…
Finnick le mordió suavemente el cuello, tirando con el dedo de la tira del sujetador. Annie colocó las manos en sus hombros, con los músculos tensos bajo sus dedos. De repente, Finnick se quedó quieto.
-         ¿Finn?
El chico se apartó, dejándose caer a su lado.
‘No. No, no, no, por favor, todo estaba bien, por favor…’. Las lágrimas ya empezaban a asomar por sus ojos. Annie miró al techo, tratando de no llorar.
Sin éxito.

Todo ha cambiado.
Acabado.
Roto.
Sigo siendo suya.
Pero él ya no es mío.
No solo mío.

-         Eh… - Finnick se apoyó sobre el codo, levantándose -. Eh, Annie…
-         Ha cambiado, ha cambiado, yo…
Finnick tiró de ella para abrazarla. Annie apoyó la cabeza en su pecho desnudo, mojando su piel con lágrimas saladas. Finnick la arropó con su camisa.
-         Mírame – pidió, colocando un dedo en su barbilla.
Annie levantó la mirada, intentando ver más allá de las lágrimas. Finnick tenía el pelo revuelto, con mechones cobrizos cayendo sobre su frente y sus ojos verdes, casi oscuros a la luz de la luna.
-         Quiero hacerlo – dijo él, respirando hondo -. Te quiero. Te deseo, si eso es lo que quieres oír. Te amo, Annie Cresta.
Finnick se inclinó y le dio un tierno beso en la punta de la nariz, acariciando sus mejillas con los pulgares.
-         Pero no voy a dejar que esto suceda así, por… celos. Quiero que sea real. ¿Entiendes?
-         Real – musitó Annie, bajando la mirada.
-         Real. Nuestro. No quiero que pienses en con quién me acuesto, o en lo que ellos me dan. Quiero que, cuando suceda, seamos solo tú y yo.
El chico apartó las manos de su alrededor, colocándolas sobre el colchón. Annie metió los brazos en las mangas de la camisa y se arropó con ella, nerviosa de repente. Lo quería. Lo deseaba.
-         Pero ahora solo somos tú y yo.
Finnick sonrió, apenas levantando las comisuras de la boca. Annie amaba esa media sonrisa suya.
-         Escúchame – comenzó, colocando las manos en su cintura -. No quiero que pienses, ni por un momento, que ellos me dan algo que tú no.
-         Pero ellos…
-         Annie Cresta, te amo. Lo que sea que haga con ellos no significa nada. Nada – repitió, serio.
Annie se enjugó las lágrimas con la manga de la camisa.
‘Me quiere. Aún me quiere’.
-         Todo está bien – murmuró.
-         Todo está bien – repitió Finnick, abrazándola.
Annie respiró hondo, aliviada.
-         ¿Solo tú y yo, entonces?
-         Solo tú y yo.
-         Ahora estamos solo tú y yo – dijo, riendo.
Finnick soltó una carcajada, besándole la frente. Annie colocó las manos alrededor de su cintura, sintiendo la tela del pantalón bajo los dedos.
-         Duérmete, An. Deja que suceda cuando tenga que suceder.
Annie se irguió para darle un beso antes de meterse bajo las sábanas. Despertó horas después, con Finnick colocado junto a ella, con la boca entreabierta y el pelo aún desordenado. Le dio un beso en la mejilla fría antes de salir de la habitación.
El cuaderno seguía sobre la mesa, exactamente donde lo había dejado. Sin embargo, había algo diferente en la sala de estar. Algo que no había estado nunca ahí.
Sobre la mesa, alguien había dejado una enorme pecera llena de peces de colores que nadaban de un lado para otro. Annie se acercó, maravillada, observando el movimiento de los animales tras el cristal. Solo entonces se dio cuenta del trozo de papel que había pegado sobre él, un trozo tan diminuto que era casi invisible a la vista.  Annie lo despegó, desdoblándolo, solo para descubrir la pulcra letra de Finnick. Tan solo era una frase, dos palabras, escritas con mucho cuidado: ‘te quiero’. Annie sonrió, mirando la pecera. Era suya. Un regalo. Un perfecto regalo.
 
Es curioso
cómo esto funciona.
Cómo el hilo nos une,
fuerte, irrompible.
Pensaba que éramos frágiles,
como el cristal.
Pero este cristal no se rompe.
No puede romperse.
Somos él y yo.
Una suma.
Una conexión.
Le amo.
Lo sabe.
Me ama y lo sé.
Todo está bien.

 
 

 

 

sábado, 13 de julio de 2013

Capítulo 44. 'No quiero que digas nada'.

Finnick dejó a Annie con Dexter en la sala de estar y subió al piso de arriba, donde supuso que Dex habría dejado a Mags. La anciana estaba tumbada en la cama, con el pelo grisáceo extendido sobre la almohada. El chico se sentó a su lado, cogiéndole la mano.
-         ¿Puedes hablar? – preguntó, temeroso.
Mags asintió, con la mirada aún clavada en el techo de la habitación. Finnick le apretó la mano con suavidad.
-         ¿Por qué no me lo contaste, Maggie?
La mujer lo miró, seria. Finnick jamás la había llamado por su apodo cariñoso desde que Annie había llegado a sus vidas. Había sido el nombre con el que Finnick se había referido a ella cuando era su mentora.
-         Es complicado, Finn – dijo Mags con dificultad, volviendo la vista al techo.
-         Yo te lo he confiado todo. Esperaba lo mismo.
-         Tenías a Annie. No querías otra carga.
-         Tú no eres una carga, Mags.
La mujer cerró los ojos. Finnick se quedó mirándola, observando cada arruga meticulosamente, cada rasgo de su cara. La tez morena, el pelo gris, los labios entreabiertos… Quizá no compartían los mismos genes, pero esa mujer era su familia.
-         Cuando no podía hablar hoy – comenzó Mags, y Finnick notó por primera vez su voz pastosa, como si de verdad le costara hablar -, me he sentido más… impotente que nunca. Porque va a peor y no puedo… no pue…
-         Evitarlo – finalizó Finnick, suspirando -. Lo entiendo.
Mags apoyó la cabeza en la almohada. Finnick nunca la había visto así, tan vulnerable. Era como si hubiese envejecido diez años de golpe.
-         Me tienes, Maggie – dijo Finnick -. Lo sabes.
-         No – contestó ella, de golpe -. Finnick, no quiero que te preocupes por esto. Yo tengo a Dexter, él me puede ayudar. Tú tienes que preocuparte por Annie ahora.
-         Mags, no puedes pedirme que…
-         No te lo estoy pidiendo. Te lo estoy exigiendo.
Finnick la miró directamente a los ojos. Mags nunca le había hablado con tanta dureza como lo había hecho en ese momento.
-         ¿De verdad me estás diciendo que te deje sola con esto?
La anciana asintió, cerrando los ojos. Ahí, tumbada en la cama como si estuviese dormida, parecía más frágil que nunca, como un pequeño pajarillo.
-         Olvida lo que ha pasado esta tarde – musitó, apenas moviendo los labios.
Finnick se pasó una mano por el cuello. ¿Cómo iba a olvidar que su madre estaba enferma? No podía dejarla sola, pero Mags era casi tan tozuda como Johanna. Se inclinó sobre la cama y depositó un suave beso en la frente arrugada de Mags.
No dijo nada antes de salir de la habitación.
Annie estaba en la sala de estar, sentada en la mesa, escribiendo en el cuaderno sin parar. Finnick se apoyó en el marco de la puerta, observándola, viendo cómo enredaba el lápiz en mechones de su cabello cuando no sabía que escribir, o cómo arrugaba la nariz cuando algo no le gustaba. La vio tachar más de una vez y cambiar de hoja para empezar de nuevo. Solo entonces, dejó de fijarse en cómo escribía para verla a ella.
Finnick había pensado siempre desde que la conocía que se sabía sus rasgos palmo a palmo, como un libro que hubiese leído mil veces. Sus ojos verde claro, el pelo castaño cayendo en hondas más allá de la mitad de su espalda, su nariz ligeramente levantada en el borde, los labios llenos. La manera en la que se sonrojaba tenuemente cuando él la miraba, incluso después de todo lo que había pasado entre ellos.
Sin embargo, nunca había reparado en lo largos y finos que eran sus dedos, en las uñas mordidas. Nunca se había fijado en que siempre llevaba algo en las muñecas, ya fuese un trozo de cuerda o la manga de un jersey, para poder moderla cuando estaba nerviosa. En que siempre movía los dedos, rozando unos con los otros.
O que, cuando llevaba la camiseta del pijama, siempre tenía un hombro al descubierto, como en ese momento.
-         Se la ve tan tranquila – susurró alguien tras él.
Finnick asintió, viendo por el rabillo del ojo cómo Dexter se colocaba a su lado, con las manos en los bolsillos.
-         ¿Estás bien, Finnick? – preguntó, sin alzar el tono de voz.
Finnick no contestó. Se cruzó de brazos, sintiendo los músculos hacer presión contra la tela de la camisa.
-         ¿Qué hace? – inquirió en su lugar, señalando a Annie con la cabeza.
-         Poesía – respondió Dex, pasándose una mano por el pelo -. Es buena. Muy buena.
El chico sonrió, sintiendo una especie de orgullo en el pecho.
-         Creo que es la mejor manera que tiene de expresarse – continuó Dexter -. A través de ese cuaderno. Cuando escribe… es como si fuese otra persona. Quiero decir, sigue siendo Annie, pero…
-         Lo entiendo.
Finnick se pasó una mano por el pelo, recordando lo que Annie había escrito en el Capitolio. ‘Te quiero’. Finnick no sabía el instante exacto en el que la mera preocupación por su salud mental se había convertido en, probablemente, lo más profundo y puro que había sentido nunca, pero lo agradecía.
Y si pudiera retroceder al día de la cosecha, el día que la recogió de las escaleras, la primera vez que la miró a los ojos… lo volvería hacer todo otra vez. Incluso los momentos más duros, aunque le hubiesen dolido, porque después había tenido momentos mejores. Lo haría todo otra vez, porque la quería.
Finnick se apartó de la puerta y avanzó hacia ella, despacio, procurando no molestarla. Se colocó tras ella, sigiloso como solo un vencedor de los Juegos del Hambre podía, y se inclinó para leer el cuaderno.
Y vuelvo al mismo lugar.
Una playa, arena, y un beso.
Y me mantengo a flote,
porque es lo único que tengo.

Annie se giró de repente, tapando el cuaderno con el antebrazo.
-         ¿Sabes que no eres tan silencioso?
Finnick se quedó congelado, con la boca entreabierta, sin saber qué decir. Annie se levantó de la silla con el cuaderno cerrado en la mano y un dedo marcando la página por la que iba. Entonces, sonrió y golpeó al chico en un brazo con él.
-         Eso por espiar.
Finnick la miró, con los ojos entrecerrados y, en menos de un segundo, la tenía sobre el hombro, con el cuaderno en la otra mano.
-         ¡No leas, no leas! – chillaba Annie, tirando de la parte baja de su camisa.
El muchacho puso el cuaderno sobre la mesa y tiró a Annie al sofá, cayendo sobre ella. La chica empezó a reír, retorciéndose por las cosquillas.
-         Que no lea…
-         ¡No puedes leer!
Finnick le puso una mano alrededor de la cintura, apartándole el pelo con la otra. Annie arrugó la nariz, poniéndole las manos en el pecho y  empujándolo. Finnick se inclinó para besarla.
Cuando se separaron, Finnick enterró la cara en su hombro, apoyando los labios sobre su piel cálida.
-         Deberías ir a la cama – susurró, recorriéndole el mentón con la punta de la nariz -. Hoy ha sido un día duro.
Annie giró la cabeza hacia él, acariciándole la nuca con los dedos.
-         ¿Vas a dormir conmigo?
-         ¿Quieres que duerma contigo?
La chica se giró completamente, con un dedo sobre la barbilla de él. Finnick se acercó a ella y volvió a besarla, tirando suavemente de su labio inferior con los dientes. Annie se separó, riéndose.
-         ¿Entonces? – preguntó.
Finnick se levantó y la cogió en brazos. Annie colocó los brazos alrededor de su cuello, apoyando la cabeza en su hombro.
-         No tengo sueño – dijo la chica, separándose de él.
-         ¿Has tomado café o algo?
Annie sonrió, agachando la cabeza.
-         Con azucarillos. Dexter los ha comprado cuadrados. El café está bueno así.
Finnick sonrió, mordiéndose el labio, y dejó a Annie en el suelo. Entonces, ella se colocó frente a él en dos saltitos, con las manos metidas en los bolsillos del pantalón del pijama.
-         ¿Quieres uno?
-         ¿Un qué?
-         Un azucarillo.
Finnick abrió la boca para responder y, en ese momento, Annie le metió un azucarillo en la boca. El chico sintió el dulce extenderse por su lengua antes de replicar. Annie se metió otro azucarillo en la boca y echó a correr de nuevo, metiéndose en su habitación con otro par de saltos.
Finnick corrió tras ella, pasándose la lengua por los labios. Antes de entrar en la habitación de Annie, frenó frente a la de Mags. Seguía tumbada en la misma posición, con los ojos cerrados.
‘Olvida lo que ha pasado esta tarde’.
Finnick cerró completamente la puerta, acariciando el pomo antes de meterse en la habitación de Annie.
Ella estaba tirada en la cama. El pantalón del pijama estaba en el suelo, y ella tenía las piernas desnudas cruzadas sobre el colchón. Finnick se sacó la camisa por la cabeza y se tumbó a su lado.
-         ¿Cómo está Mags? – preguntó la chica, sin apartar la mirada del techo.
-         Dormida, descansando.
Annie giró la cabeza para mirarlo, arrugando la tela de su camisa.
-         Finn… - comenzó, sin tocarlo -. ¿Crees que estoy loca?
Finnick se quedó tieso sobre el colchón.
-         ¿A qué viene eso ahora?
La chica se mordió el labio, nerviosa. Finnick se volvió hacia ella, colocando su cuerpo a escasos centímetros del suyo.
-         Solo responde.
Finnick tragó saliva, cerrando los ojos. Cuando volvió a abrirlos, Annie estaba junto a él, con un puño próximo a la nariz y la otra mano colocada bajo la cabeza. Lo miraba con esos dos ojos verdes que parecían mucho más intensos cuando se llenaban de lágrimas.
-         No creo que estés loca – pensó Finnick -. Creo que eres…
-         No digas que crees que soy especial, por favor – pidió ella, levantándose de la cama -. Dexter dice lo mismo. Y decís eso solo para no hacerme sentir mal.
Finnick se sentó en el colchón, apoyando la cabeza en el cabecero. Annie estaba junto a la ventana, con la cortina enredada entre los dedos. La luz de la luna daba de golpe sobre ella, haciendo su piel aún más blanca. Finnick no podía dejar de preguntarse cómo una chica que había pasado toda su vida en una playita soleada podía seguir siendo tan pálida.
-         ¿Y qué quieres que te diga, An? – preguntó el chico, acercándose a ella -. No estás loca, es solo…
-         Me acuerdo – respondió -. Ellos lo decían.
Finnick se fijó en su reflejo en el cristal. Él también recordaba los murmullos a su alrededor en el Capitolio, mientras ella gritaba en el suelo el nombre de Kit.
-         An…
-         Dilo. Di que sabes que estoy loca.
Finnick se colocó tras ella, poniendo las manos en su cintura y la barbilla en su hombro. Miró al cristal y se vio ahí, con ella, encajando como piezas de un puzzle.
-         Estás loca – susurró, con los labios pegados en su oreja.
Annie se apartó de él. Se tiró de nuevo sobre la cama, otra vez con los ojos clavados en el techo. Finnick se recostó a su lado, apoyado sobre un codo.
-         ¿Qué? – dijo ella.
-         ¿Te importa?
-         ¿El qué?
-         Estar loca.
-         No lo sé.
Finnick alargó la mano hasta ponerla en su cara. Annie cerró los ojos, y sus pestañas hicieron formas sobre sus pómulos. Finnick se inclinó para besarle los párpados.
-         ¿Qué quieres que te diga? – repitió, juntándose más.
Annie se acurrucó sobre él, apoyando la cabeza en su hombro. Finnick pasó un brazo bajo su cabeza y la abrazó, cerrando los ojos.
-         No quiero que digas nada – concluyó Annie.
Él entreabrió los ojos solo para verla dormir antes de quedarse dormido de nuevo. Siempre había oído que no había nada más hermoso que ver a la persona que quieres despertarse, pero él no estaba de acuerdo.
No había nada más hermoso que verla dormir.

viernes, 5 de julio de 2013

Capítulo 43. 'Infinito'.

Annie observó a Mags con los ojos desorbitados. Jamás la había oído gritar, ni comportarse como lo estaba haciendo, como si sintiese rabia contra todo el mobiliario de la habitación.
Si ella hacía eso, era porque había algo realmente mal.
Annie se metió debajo de la cama, asustada. Escuchaba a Mags llorar (a Mags, a la que nunca había visto llorar) y moverse por la habitación, golpeando los muebles. Balbuceaba para sí,cosas sin ningún sentido, como si estuviese hablando un idioma completamente diferente. Annie se tapó los oídos. Le recordaba a los susurros que, un año atrás, las sombras habían murmurado a su alrededor.
-         ¡Mags! – chilló Finnick.
Annie vio los pies del chico entrar en la habitación, y después sus rodillas al ponerse junto a Mags, que había caído al suelo, lloriqueando. Dexter también estaba allí, sujetando a la anciana.
-         Mags, tranquila – susurraba Dexter.
Por el contrario, Finnick era todo nervio.
-         ¡Mags! ¡Mírame, hey! ¿Estás bien?
Annie sacó la cabeza. Mags estaba tirada en el suelo, moviendo la boca. Las lágrimas habían hecho surcos brillantes en sus mejillas, y los ojos de la mujer estaban muy abiertos. Annie sintió que estaba viendo algo muy parecido a lo que el resto debía ver en ella.
-         Finnick, apártate un segundo – ordenó Dexter, poniéndole las manos a Mags en el cuello -. Solo un momento.
Finnick hizo lo que el hombre le pedía, apoyándose en la cama, muy cerca del lugar donde Annie estaba escondida. La chica alargó la mano hasta coger la suya, provocando que Finnick saltara, apartándose. Annie se encogió.
-         ¿An? – preguntó Finnick, tumbándose en el suelo para mirarla.
Annie alargó la mano de nuevo, con miedo de que él volviera a apartarse. Pero esta vez no lo hizo, sino que extendió su brazo hasta enroscar los dedos con los suyos. Annie vio que le sudaban las manos, además del temblor.
-         ¿Qué haces ahí? – preguntó él.
-         Me he asustado – admitió ella -. ¿Está Mags bien?
Finnick cerró los ojos, tragando saliva. Annie entendió que no, que algo iba mal.
-         ¿Qué pasa, Finn?
-         Sal de ahí, por favor – pidió.
Annie se arrastró hasta él. Una vez fuera, Finnick la ayudó a sentarse en el suelo y la abrazó, colocando los brazos a su alrededor, con la espalda de la chica sobre su pecho. Annie cogió una de sus manos y se la llevó a los labios.
Mags estaba sentada en el suelo, mirando a Dexter con los ojos llenos de lágrimas. Tenía una mano en la garganta.
-         Mags, tranquila. Intenta tranquilizarte – murmuraba el hombre, mirándola directamente a los ojos.
-         Pe… no… ar… - Mags abrió más la boca, como si quisiera decir algo pero no supiera cómo.
Annie la observó. No le gustaba. No le gustaba nada verla así. ¿Qué le habría pasado? Pensó en Snow. Le daba tanto miedo Snow… ¿Podría haberle hecho algo a Mags?
-         ¿Annie?
La chica se recostó sobre Finnick. Mags parecía más calmada, incluso había dejado de llorar. Dexter tenía ese don, calmar a la gente, hacerla sentir bien incluso cuando todo era un desastre.
-         ¿Por qué le has pegado antes? – musitó Annie.
Finnick respiró hondo antes de contestar.
-         Pensaba que había hecho algo malo, estaba seguro, pero… Dex es de fíar.
Annie sonrió para sí. Dexter era su amigo. No quería que Finnick lo pegase, ni que desconfiara de él. Quería tenerlos a todos.
-         Está bien – concluyó Annie, girándose -. ¿Estás tú bien?
Finnick la miró a los ojos. Annie siempre se quedaba fascinada con los ojos de Finnick. Había visto ojos preciosos a lo largo de su vida, pero los de Finnick eran diferentes. La manera en la que el azul intenso que rodeaba la pupila se fundía con el verde, dando un color semejante al del mar en verano, cuando el sol daba sobre él. Las vetas más oscuras que se introducían en la pupila. La manera en la que las largas pestañas hacían sombra sobre ellos.
-         No – respondió él, sincero.
-         Vete, Finn – aconsejó Dex, sin girarse. Seguía con los ojos clavados en la anciana -. Yo me ocupo de ella.
-         Pero…
-         ¿Crees que Mags quiere que la veas así? Vete. Cuando ella mejore, podrá explicártelo.
Finnick frunció el ceño, pero se levantó, tirando de Annie con él. La chica fue arrastrada fuera de la habitación, pero, antes de salir, dirigió una mirada hacia su amigo. Él estaba ayudando a Mags a levantarse, a pesar de que la mujer parecía haber perdido toda la fuerza.
-         ¿Podemos ir a la playa? – preguntó Finnick, con la voz ronca.
Annie casi estalló de emoción.
Así que, cuando, minutos después, estaba tumbada sobre la arena, se sentía casi completa. El calor, el sonido de las olas, la arena sobre su piel. Y Finnick.
El chico estaba tumbado junto a ella, con los ojos cerrados. Se fijó en los granos de arena que se tenía en el pelo, en la piel bronceada. Quiso alargar una mano para quitárselos, pero no se atrevió. Debía estar pensando. Sobre Mags, suponía. Así que, se irguió y sacó su cuaderno del bolso que había cogido antes de salir.

 Mags está m No debo escribir cosas malas. Dexter me dijo que este cuaderno tenía que ayudarme, y escribir cosas malas no lo hace. Así que yo no lo haré tampoco.
Pero he estado pensando en Mags. Algo no va bien con ella. Es un poco como yo, creo. No quiero decir que haya visto sombras ni nada de eso alguna vez en su vida, pero antes la he visto como supongo que Finnick me ve a mí. Y es raro. Porque yo quería huír de ella, me daba miedo, pero Finnick, Dexter, incluso Mags siempre están conmigo, nunca se esconden de mí.
Ella también estuvo en el sitio malo, como yo. Eso la hace más parecida a mí aún. Aunque no lo entiendo, en realidad, porque Finnick también estuvo allí.
En el sitio malo.
La Arena.
Ahora estoy tumbada en la ARENA, pero esto no es malo.
Porque no es malo, ¿verdad?
Pero allí también había agua. Y hacía calor.
 
Annie separó el lápiz del cuaderno. La Arena. ¿Por qué habían llamado así a un lugar tan horrible? Se tapó los ojos, intentando apartar de su mente las visiones de altas murallas, gigantescas olas y charcos de sangre, pero no desaparecían. Al contrario, las veía con más fuerza.

 ¿POR QUÉ TODO VUELVE?

 Sentía la sangre bombeando en sus oídos. Debería despertar a Finnick, pero él necesitaba ese momento, ese silencio para él. Para pensar.

 No importa cuánto tiempo pase,
o cuántos otros momentos haya.
Siempre vuelve.
Lo nuevo no sustituye a lo viejo.
El presente no se lleva el pasado.
Ni siquiera el futuro lo hace.
Porque el pasado es lo único fijo.
Lo único estable.
No importa cuántas personas haya,
o cuántas palabras hablen.
Siempre vuelve.
No pueden convencerte.
Los recuerdos regresan.
Uno detrás de otro,
o todos juntos.
Ni quiénes te hablan,
ni quiénes te besan,
no importa.
Siempre vuelve.

Annie soltó el cuaderno sobre la arena, con el estómago encogido. ¿Qué clase de angustia estaba sintiendo? ‘El pasado es lo único estable’. Eso era cierto. Es lo único que no se puede cambiar.
Annie se levantó, con el corazón palpitando con fuerza en su pecho. Caminó hacia el agua. Era lo único real.
Estaba fría.
Flotar. Recordaba flotar en el agua.
Annie fijó la vista en el horizonte. ¿Dónde acabaría el mar? Le gustaría verlo. El fin del océano. Podría llegar a verlo, si nadaba rápido…
-         ¡Annie!
La chica se dio la vuelta, justo para ver a Finnick corriendo hacia ella.
-         ¿An? – preguntó.
Annie volvió la vista de nuevo hacia el mar.
-         ¿Dónde acabará? – preguntó.
-         ¿A quién le importa?
-         A mí me importa. Todo tiene un fin. Hasta nosotros. Kit lo tuvo. Y mamá.
Finnick extendió los brazos hacia ella. Annie se acurrucó en ellos, apoyando la frente en el pecho de él.
-         ¿Por qué iba a ser el mar diferente?
Finnick la besó en la frente.
-         El mar es… infinito – dijo el chico -. No acaba porque… no tiene un principio tampoco.
-         Sí lo tiene. Empieza aquí.
El muchacho rió, abrazándola más fuerte.
-         No, An. El océano no empieza aquí. No empieza en ningún sitio. Por eso no termina nunca.
Annie se separó de él.
-         ¿Es por eso que nosotros morimos? ¿Porque tenemos un principio?
Finnick le dio un beso, cogiéndole la cara entre las manos. Annie sintió restos de arena en sus mejillas, pero no le importó.
-         Yo no quiero tener un final – admitió.
-         No lo tendremos. La vida es una rueda, Annie. Morir puede no ser el final.
Annie se estremeció. Kit sonreía cuando murió. ¿Lo sabría él? ¿Sabría él que la muerte no era un final, que no acababa todo ahí?
Finnick la abrazó de nuevo.

 Nada es más cierto
que estar vivos.
Aunque el pasado también sea real,
aunque el presente lo parezca,
aunque el futuro pueda serlo.
Vivir. Respirar.
Olvidar y recordar.
Querer, odiar.
La vida es una rueda,
y el mar es infinito.
Recordar,
solo para superar
y vivir otro día.