viernes, 30 de agosto de 2013

Capítulo 55. 'Frío'.

Annie se inclinó mientras se agarraba el pecho, con una mano apoyada en el marco de la puerta y el rostro contraído en una mueca de dolor. La chica sintió una explosión de sangre en la boca cuando se mordió con fuerza el labio. Retrocedió, buscando el aire que no entraba en sus pulmones.
-         No – jadeó -. No, no.
Todos los recuerdos llegaron a ella de golpe. La cosecha en la que había escuchado su nombre. Caesar Flickerman llamándola ‘la princesa del océano’ delante de todo el país. Finnick Odair prometiendo que la devolvería a casa. La cabeza rodando de Kit, aún sonriendo, y cómo su cuerpo se quedó en pie antes de caer. El dolor de la rama clavada en su estómago.
Annie se inclinó y vomitó en el suelo.
-         ¡Annie!
La chica había esperado escuchar la voz de Finnick, pero fue Dexter el que se inclinó a su lado, entre lágrimas. Era una ironía que fuese él el que llorase.
Annie sintió los brazos del hombre a su alrededor, pero no encajaban de la misma manera en la que los de Finnick lo hacían. Se sentía incómoda. Annie gimió, oprimiéndose el pecho con los brazos.
-         An...
Apenas era un susurro, pero Annie lo entendió como si Finnick hubiese gritado. Alzó un brazo hacia la voz, pues no era consciente de lo que sus ojos veían y lo que su mente quería que viesen. Tan pronto divisaba el sofá de suero frente a ella como una selva de palmeras. ¿Qué era real entonces? ¿Había salido en algún momento del estadio o seguía allí?
Por supuesto que seguía allí, escondida en el río, durante aquellos interminables minutos tras la muerte de Kit. La sensación de no poder respirar era la misma.
Hay calma allí abajo, al menos puedo hundirme.
Los brazos de Finnick se colocaron a su alrededor, flácidos, sin esa seguridad con la que siempre lo hacían. Annie buscó su pecho para apoyarse, pero no lo encontró. Era como si él estuviese allí, pero no estuviese.
-         Annie…
La chica se revolvió. No era posible. No podía ser. ¿Por qué? ¿Por qué tenía que volver, por qué tenía que revivir sus pesadillas?
Si es que en algún momento habían sido solo pesadillas.
Dexter volvió a colocarse a su lado, levantándole el mentón, pero ella no lo veía a él. No veía a nadie y veía a todo el mundo.
Es un anillo, Annie, dijo Kit, sonriendo. Aún tenía una línea roja bajo la barbilla, en el lugar en que la cabeza se unía al cuello. Un anillo. Si dejas de correr, estarás en el mismo sitio en el que corrías hace una hora.
Sobrevive, Annie, suplicó su madre, con lágrimas en los ojos. Su rostro moreno estaba surcado de arrugas. Vuelve a mí.
-         Vamos, reacciona.
Dexter golpeó con suavidad la mejilla de Annie tres veces, pero ella sintió como si hubiese empleado el doble de su fuerza en cada una. Comenzó a llorar, aunque no estaba segura de si el dolor era externo o interno.
Ya no estaba segura de nada.
-         No tenemos que volver. ¡Nos lo prometieron! ¡No podemos volver!
Finnick se colocó tras la chica y la cogió en brazos. Annie alzó la mirada y, a través de las lágrimas, pudo ver que él se mantenía serio, sin llorar, a pesar de que tuviese ganas. Annie se acurrucó contra su pecho, arañando el pecho del chico sin que él diese señales de que le importase.
-         No podemos volver, no podemos…
Cariño, vuelve a mí, continuaba su madre desde lo alto de la escalera.
-         No me pueden elegir de nuevo – lloriqueó -. No pueden.
-         No, no pueden – susurró Finnick, con la voz ronca desde lo alto.
El chico la depositó en la bañera y abrió el grifo. Nuevos recuerdos llegaron a su mente. La enorme ola la hundía, una y otra vez, obligándola a tragar agua, sangre y arena al mismo tiempo. El agua que salía del grifo le rozó los dedos de los pies. Annie gritó por el escozor que le provocaba, luchando en los brazos de Finnick por salir, pero él la mantuvo apretada contra la bañera. La sangre corrió, destacando contra el mármol blanco, y Annie sintió los nudillos derechos arder. Aún tenía cristales procedentes de la taza que se había roto clavados, ahí y en las rodillas.
Se acordó de las sombras, que se agolpaban a su alrededor, atormentándola, amenazando con rozarla. Y las volvió a sentir a su alrededor, como una presencia fría que se arrastraba por las paredes hacia ella, siempre hacia ella. Ni siquiera la presencia de Finnick la ayudaba, no esta vez.
-         ¡Duele! – gritó Annie, tratando de salir -. ¡Duele, Finnick, me hace daño!
Pero Finnick parecía sordo a sus súplicas. Con el semblante aún serio, deslizó un chorro de agua sobre su cabeza, empapando su pelo largo. Annie se tiró del pelo, arañándose el cuero cabelludo.
-         ¡Annie, para! – gritó Finnick, soltando la ducha en el suelo y cogiéndole las manos -. Para, por favor. Mírame.
La chica deslizó la mirada hacia él, chorreando, aunque no sabía si el agua que la mojaba procedía de la ducha, de la ola que la ahogaba o de sus propias lágrimas. Los ojos verdes de Finnick estaban clavados en ella, luchando por no dejar caer las lágrimas que pendían de sus pestañas. Annie se acarició los brazos, que seguían escociendo como si la hubiesen rociado en ácido.
-         No podemos volver – dijo ella, aunque era más una súplica que una afirmación.
Finnick apagó la ducha y se alejó de la bañera, apoyando la espalda en la pared. Annie se acurrucó, arrancándose la ropa mojada y empapada de la sangre que aún manaba de sus nudillos y rodillas. Sentía la cara entumecida mientras observaba al muchacho. Finnick se pasó las manos por la cara, el pelo, tirando de él como si quisiera arrancárselo.
‘No lo hagas’, pensó, casi sonriendo. ‘Es muy bonito y suave’.
Finnick ni siquiera podía mirarla.
-         Mírame – pidió la chica, mirándolo entre los brazos -. Por favor.
Finnick apartó la mirada, mordiéndose el labio.
-         No lo entiendo – gruñó.
Tampoco yo.
Kit estaba junto a Finnick, semitransparente. No sonreía, sino que tenía el ceño fruncido y el pelo apelmazado, pegado al cráneo. Sus ojos oscuros no relucían.
-         No lo entiendo – dijeron los dos a la vez.
Annie se tapó los oídos. No quería escucharlo como si estuviese vivo. No estaba vivo.
-         Estás muerto, estás muerto, estás muerto – susurró con los ojos cerrados.
Cuando apartó las manos de sus oídos, la sangre se había coagulado en sus heridas, formando una costra rojiza que dolía como si siguieran clavándole cristales. Con cuidado, empezó a quitarse las esquirlas de la piel, recordando cómo Finnick había hecho lo mismo, años atrás.
-         Annie…
-         Puedo yo – dijo ella, sonriendo.
¿Por qué sonreía? Debería estar triste. Enfadada. Nerviosa. De todo, menos sonriendo. No tenía sentido. Pero, ¿qué lo tenía?
 
Volver a mis pesadillas
como si no lo fueran.
Y nunca lo han sido.
Solo han sido recuerdos
que van y vienen.
Que siempre han estado ahí,
que siempre han querido volver.
Que eran lo único dentro mío
que era real.

Annie se apretó las palmas de las manos contra las sienes. No lo soportaba. Cuanto más pensaba en lo que había escuchado en la televisión, en lo que había deducido ella después, más real le parecía y más horrible.
En el setenta y cinco aniversario, como recordatorio a los rebeldes de que ni siquiera sus miembros más fuertes son rivales para el poder del Capitolio, los tributos elegidos saldrán del grupo de los vencedores.
Sus miembros más fuertes. ¿En qué cabeza podría pensarse que ella era un miembro fuerte? ¿Por qué tendría ella que volver?
-         Annie – susurró Finnick, más cerca de ella.
La chica alzó la vista, apartándose las manos de la cabeza. Finnick seguía serio, pero tras esa máscara, Annie podía ver que sufría tanto como ella.
-         Ni – susurró una voz desde la puerta.
Ambos alzaron la mirada hacia Mags, que estaba encorvada junto al marco de la puerta. Las lágrimas habían hecho surcos en sus mejillas, y tenía los ojos hinchados y enrojecidos, pero se la veía mucho más serena que los dos muchachos del baño.
-         Inik – dijo de nuevo, señalando a su espalda.
Finnick se irguió y, besando la cabeza de Annie, salió del baño, con paso lento. Antes de atravesar el umbral de la puerta, le dirigió una mirada a su madre, pero ella ni siquiera pudo mirarlo. Cerró la puerta tras el muchacho y se dirigió hacia la bañera.
-         Ni – repitió, arrodillándose.
-         No podemos ir – masculló Annie, tiritando.
-         O – La mujer tragó saliva y se inclinó hacia la chica -. O… te… pecup… peocu… - Mags se quedó callada, frunciendo el ceño.
-         ¿Que no me preocupe? – adivinó Annie, apenas moviendo los labios.
Mags asintió. ¿Cómo no iba a preocuparse? Había exactamente ocho mujeres vencedoras vivas en el distrito. Una posibilidad entre ocho.
-         Mags…
La anciana se inclinó, alargando la mano hacia la cara de la chica. Le apartó las lágrimas, la duchó con el cuidado de la madre que era, consiguiendo que ella apenas notase el escozor del agua, le vendó las heridas y le puso ropa nueva.
-         O te pecupes. O te peocupes.
Annie abrazó a la mujer, sentadas en el suelo. Mags debía saberlo. Ella también tenía una posibilidad entre ocho. Las dos estaban en la misma situación. El simple hecho de pensar en volver a la Arena, la hizo llorar y gritar contra el pecho de la mujer.
Fue Dexter el que la recogió, al menos una hora después, y la llevó hasta la cama. Hacía mucho tiempo que no dormía en esa habitación sola, y las sábanas estaban demasiado rígidas. Annie se revolvió en ellas, buscando la figura de Finnick. Empezó a susurrar su nombre. Sentía las sombras, sentía el frío, y los recuerdos golpeando las paredes de su cráneo.
Finnick entró poco después. No dijo nada. Simplemente se quitó la camiseta, apartó las sábanas y se metió en la cama. Annie lo miró, aún susurrando su nombre sin emitir sonido.
El chico se inclinó y la acunó entre sus brazos. Y así, llorando abrazados y recordando sus pesadillas en silencio, pasaron la noche sin dormir.
Cuando la luz del amanecer empezaba a entrar por las ventanas, Annie cerró los ojos, sintiendo la presencia de Finnick a su alrededor.

Ni siquiera tu calor,
tan familiar y tan mío,
es suficiente
para apartar el dolor,
las pesadillas,
la realidad.
Es la prueba
de lo mal que estamos.

Capítulo 54. 'Setenta y cinco'.

-         ¿Prometidos?
Finnick asintió, con una media sonrisa en los labios. Aún no acababa de creerse lo que había pasado el día anterior. Parecía algo irreal, como una especie de sueño, y ni siquiera estaba seguro de que hubiese pasado de verdad, pero, de una forma u otra, lo había hecho.
-         Ni siquiera fue una proposición corriente – se apresuró a aclarar el chico -. No lo había pensado hasta que ella lo hizo.
-         Vaya.
Dexter se pasó una mano por el pelo dorado, con una comisura de la boca levantada.
-         Parece que este es el año de las bodas – añadió -. Katniss Everdeen y Peeta Mellark, Annie y tú…
-         Quiero algo simple y desapercibido – interrumpió el chico, frunciendo el ceño -. Nada de eventos. Aquí en casa, nosotros, Mags y  tú.
-         ¿Mags y yo?
-         Alguien tendrá que ejercer de madrina y padrino, ¿no?
Dexter abrió los ojos sorprendido, con la mano a medio camino de la boca. Finnick sonrió.
-         Finnick, no estoy seguro…
-         Yo sí. Quiero que lo hagas.
El hombre asintió, con una tímida sonrisa. Finnick sonrió para sí. ¿Cómo había llegado a comprometerse con Annie? Había sabido que ese momento llegaría en cualquier momento, pero esperaba tener un plan, un anillo, algo ensayado para poder pedírselo en condiciones. No algo tan espontáneo.
-         Parece mentira – musitó para sí.
-         En realidad, no – añadió Dexter, rascándose la barbilla -. Creo que todos lo hemos sabido desde el principio, incluso tú.
Finnick se pasó una mano por el cuello, pensando en los años que había pasado junto a Annie. No sabía en qué momento exacto se había enamorado de ella, pero era cierto que se había comprometido a cuidarla desde el momento en el que salió seleccionada en la cosecha. Habían estado unidos desde entonces.
-         Bueno, ella es mi gran secreto – confesó Finnick, suspirando -. ¿Y tú, Dex? ¿Tienes algún gran secreto?
El hombre se removió en la silla, incómodo.
-         ¿Estás pidiéndome un secreto, Finnick Odair?
Finnick comprendió las implicaciones de lo que estaba pidiendo y se irguió en la silla.
-         No tiene por qué ser así.
-         Lo sé – susurró Dexter -. Quería asegurarme.
El hombre soltó una risita entre dientes mientras se arreglaba el cuello de la camisa. Finnick observó con curiosidad al doctor. Parecía mentira que llevase casi cuatro años viviendo con ellos y no supiese absolutamente nada de su vida anterior a esa casa. ¿Por qué, en todo el tiempo que había pasado, no había visitado a su familia? Si es que la tenía.
-         Muy bien, señor Odair – masculló Dexter, apoyando los codos en la mesa -. ¿Qué quieres saber?
-         Tu mayor secreto. Ya sabes, soy experto en guardarlos.
Dexter suspiró, mirándolo una vez a los ojos antes de apartar la mirada.
-         Hubo alguien.
-         ¿Hubo? ¿Ocurrió algo?
El hombre desvió la mirada, incómodo.
-         Más que algo, alguien. Se enamoró de otra persona. Y lo entiendo, ella es preciosa…
-         ¿Ella?
Finnick se inclinó sobre la mesa, con las palmas de las manos unidas.
-         No lo entiendes, Finnick – musitó Dexter, mordiéndose el labio.
-         Explícamelo.
El hombre se pasó las dos manos por el pelo, nervioso. Finnick intentó atar cabos. ‘Se enamoró de otra persona. Y lo entiendo, ella es preciosa… No lo entiendes’.
-         Dexter, ¿eres gay?
Dexter se quedó rígido, mirando la mesa con los ojos desenfocados. Y Finnick encontró la respuesta en su mirada, como si la hubiese pronunciado con los labios.
-         A mí no me importa – aclaró el chico, poniendo una mano en su antebrazo -. Está bien.
-         Sigues sin entenderlo.
Finnick iba a hablar, pero en ese momento entró Margaret en la habitación, con una bandeja vacía. Finnick la observó inclinarse al entrar y salir con la misma expresión, sin decir nada. Cada vez que la veía, cada vez que la miraba a los oscuros ojos, veía al chico que no pudo salvar y algo se retorcía dentro de él.
-         ¿Podemos cambiar de tema? – sugirió Dexter, moviendo nerviosamente las manos por encima de la mesa.
Finnick lo observó con los ojos entrecerrados. No era la primera vez que se encontraba con alguien homosexual. Él mismo se había visto obligado a acostarse con hombres. Era normal que incluso los hombres se sintiesen atraídos por él, y eso era ser realista.
Entonces, en el interior de su cabeza, algo empezó a cobrar forma. Miró a Dexter, cuyas orejas empezaban a teñirse de color rojo. Éste evitaba deliberadamente su mirada, pero Finnick lo había captado.
Hubo alguien.
Se enamoró de otra persona.
Ella es preciosa.
No lo entiendes.
Sigues sin entenderlo.
Miró a Dexter, tragando saliva. No podía ser, pero algo en su interior decía que lo era, que sería lo normal.
-         Dexter…
-         Déjalo estar, Odair – susurró el hombre, sonriendo -. No hay nada que hacer, ¿verdad?
Y era más una afirmación que una pregunta.
Finnick bajó la mirada, guardando silencio. Tras unos incómodos minutos de silencio, fue Dexter el que tuvo que romper el hielo.
-         Deberíamos poner la televisión – sugirió, con una sonrisa -. ¿O acaso te quieres perder los vestidos de novia de Katniss Everdeen? Quizá podáis encontrar ideas para el de Annie.
El chico sonrió, rascándose la nuca.
-         No creo. A Annie le gustan las cosas más sencillas.
Dexter soltó una carcajada, levantándose de la mesa. Fue a la puerta de la cocina y Finnick escuchó cómo pedía dos cafés a Margaret, educadamente y con normalidad, como si no acabase de confesarle el mayor secreto de su vida.
-         Es – susurró Mags, que bajaba por las escaleras en ese momento.
-         Que sean tres – retractó Dexter, añadiendo una sonrisa al final.
-          Con azucarillos – pidió Finnick, acomodándose en el sofá.
Mags se sentó a su lado y le pasó una mano por el pelo. El chico ya le había contado lo que había pasado con Annie. Había sido la primera en enterarse. Siempre sería la primera.
-         ¿Cómo estás?
Mags asintió, forzando una sonrisa. Finnick sabía cómo se sentía, tan vulnerable, sin poder hablar. Era como si, de la noche a la mañana, le hubiesen quitado un brazo y tuviese que lidiar con ello de golpe.
Margaret entró con la bandeja y los tres cafés. Dexter susurró un ‘gracias’ con una sonrisa. ¿Cómo lo haría? ¿Cómo era capaz de parecer tan normal cuando tenía que verlos a ambos, a Annie y a él, constantemente?
-         ¿Y Annie? – preguntó Finnick, encendiendo el televisor.
-         Arriba – aclaró Dexter, echando un par de azucarillos en el café.
Finnick pensó en ir a llamarla, pero si ella quería estar allí abajo con ellos, bajaría por su cuenta. Puso una mano sobre la de Mags y fijó la mirada en la tele.
Caesar Flickerman comenzó a hablar efusivamente a las cámaras, presentando al estilista de Katniss. Finnick sabía que era una especie de prodigio de la moda, ya que había visto los vestidos que había hecho para la chica durante su trayectoria en los Juegos. Y si alguien como Yaden, a quien Finnick consideraba bastante bueno, envidiaba su trabajo, solo podía significar que Cinna era más que bueno.
A continuación, dieron paso a los vestidos. Finnick imaginaba a Annie dentro de ellos, y poco le faltó para echarse a reír. Su Annie jamás vestiría algo así. Ella era la chica que utilizaba las camisetas de Finnick para dormir y vestía con cosas discretas. No habría triunfado en el Capitolio.
-         Me gusta ese – admitió Dexter, dejando el café sobre la mesa.
Era un vestido de seda, muy pomposo, con perlas por doquier. No era la clase de cosa que Finnick esperaría para Annie, pero Katniss Everdeen se veía expléndida en él, a pesar de su sonrisa forzada.
Cinna explicaba el diseño del traje, deteniéndose en detalles que solo los estilistas entenderían. Finnick desvió la mirada hacia las escaleras, esperando ver a Annie bajar, pero la chica seguía en el piso de arriba.
-         ¿No te gusta? – preguntó Dexter, mirándolo.
Finnick se metió un azucarillo en la boca.
-         No es algo discreto, Dex.
El hombre soltó una risa entre dientes, recostándose de nuevo en el sofá.
-         Desde luego, no es algo que Ann llevaría. ¿Te acuerdas el vestido azul que llevó en la primera entrevista? Ese era increíble.
-         Me gusta ese – dijo Finnick, señalando a la pantalla.
Era uno de los vestidos que habían sido eliminados por la audiencia, y Finnick entendía el porqué. No era un vestido llamativo o extravagante, ni siquiera tenía adornos. Era muy sencillo, con una cola de seda que caía desde la cadera. El único complemento era una sencilla corona de flores blancas.
-         Ha sido eliminado – leyó Dexter, dándole un sorbo al café -. Demasiado sencillo.
Finnick observó al doctor de nuevo. Parecía ridículo estar hablando de vestidos de boda, de unos vestidos que ni siquiera les incumbían. Sin embargo, eso era lo que el Capitolio pretendía. Alejar la atención de la guerra, del levantamiento que se estaba produciendo en los distritos. Finnick enumeró aquellos que habían llegado a sus oídos.
La rebelión del 11 tras la muerte de Rue y en la visita de los vencedores en la Gira de la Victoria.
Las explosiones intencionadas de fábricas del 8, que había llegado a sus oídos tras escuchar a la alcaldesa hablar de eso con un Agente de la Paz.
La rabia y los gritos de la gente de su propio distrito cuando Katniss Everdeen habló ante ellos. Los numerosos levantamientos en el mismo, cada vez más imposibles de sofocar, que estaban reduciendo el pago de marisco y pescado al Capitolio.
La falta de tecnología que se había producido debido a un levantamiento en el 3.
Y la posibilidad, cada vez más certera, de que pudiese seguir existiendo un distrito 13.
Y el matrimorio de Peeta y Katniss era la tapadera perfecta para evitar que la gente pensase en ello. Y con ellos lo habían conseguido, al menos por un momento.
-         Efectivamente, este año se celebra el setenta y cinco aniversario de los Juegos del Hambre – anunció Caesar en pantalla, aclamado por los vítores del Capitolio -, ¡y eso significa que ha llegado el momento del Vasallaje de los Veinticinco!
Finnick se irguió, al mismo tiempo que Mags. El Vasallaje era siempre un acontecimiento. Finnick no había llegado a ver el segundo Vasallaje, pero Mags los había presenciado los dos anteriores, y presenciaría el tercero. ¿Qué crueldad se habrían inventado esta vez? Finnick sabía qué había pasado en el segundo, tras haber conocido a Haymitch Abernathy, campeón de esos mismos Juegos.
Sonó el himno y las cámaras enfocaron a Snow situado en una plataforma. Finnick apenas prestó atención a su discurso, pues estaba pensando en todo lo que el presidente podía hacer.
Ya habían votado a los tributos en el primero.
Ya habían mandado al doble en el segundo.
¿Qué harían en el tercero? ¿Hacer un Vasallaje con únicamente tributos de un sexo? ¿El triple de tributos? Finnick se pasó una mano nerviosa por el cuello, intentando no pensar en qué repercusión podría tener la revolución en los Juegos.
-         En el veinticinco aniversario – comenzó el presidente -, como recordatorio a los rebeldes de que sus hijos morían por culpa de su propia violencia, todos los distritos tuvieron que celebrar elecciones y votar a los tributos que los representarían.
Finnick tragó saliva. ¿Cómo habría sido saber cuál era el niño que iba a ir a la Arena sin necesidad de cosecha previa, simplemente porque su propio pueblo lo había elegido?
-         En el cincuenta aniversario, como recordatorio de que murieron dos rebeldes por cada ciudadano del Capitolio, todos los distritos enviaron el doble de tributos de lo acostumbrado.
Haymitch había ganado esos Juegos. Finnick se había visto muerto la primera vez que vio la Cornucopia, rodeado por otros veintitrés chicos más que querían sobrevivir igual que él. No podía imaginar cómo sería estar rodeado de cuarenta y siete.
-         Ya llega – masculló Dexter, dejando la taza de café sobre la mesa.
Finnick lo imitó, con las manos apoyadas sobre las rodillas.
-         Y ahora llegamos a nuestro tercer Vasallaje de los Veinticinco.
Un niño de blanco se acercó desde el fondo, sosteniendo una caja de madera que el presidente abrió. Escogió un sobre con un 75 en la solapa y lo abrió sin más dilación. Tras aclararse la voz, el presidente leyó.
-         En el setenta y cinco aniversario, como recordatorio a los rebeldes de que ni siquiera sus miembros más fuertes son rivales para el poder del Capitolio, los tributos elegidos saldrán del grupo de los vencedores.
Lo primero que Finnick oyó fue el grito ahogado de Dexter, que se llevó una mano a la boca. Mags, a su lado, empezó a temblar. Finnick no entendía nada hasta que, finalmente, lo entendió.
El grupo de vencedores.
Su nombre estaría de nuevo en una urna, más pequeña y con menos nombres que la primera vez, pero había una posibilidad. Una posibilidad de regresar a sus pesadillas.
Finnick sintió su cuerpo pesado como una piedra.
-         No puede ser – susurró Dexter.
El chico levantó la mirada hacia Mags, que había cerrado los ojos y lloraba en silencio. Finnick sintió cómo sus propios ojos se humedecían.
-         No puede ser – repitió Dexter, con la mano aún sobre la boca.
Finnick quiso subir al piso de arriba y dormir, dormir hasta que hubiese pasado esa pesadilla, pero era demasiado real como para serlo. Miró a la televisión una vez más, sin verla realmente.
Tenía que volver a la Arena, había una posibilidad entre menos de quince de que lo hiciese. Una entre quince. Y ahora tenía más que perder que la primera vez que fue.
Más que perder.
Annie.
Ella también era una vencedora. Y había un número mejor de mujeres vencedoras que de hombres en el distrito. Ella tenía más posibilidades de que sacasen su nombre.
En ese momento, una taza se rompió a su espalda.

jueves, 29 de agosto de 2013

Capítulo 53. 'Gritos'.

Escucho a la gente gritar.
Gritan por sus muertos
y por sus vivos
que pronto estarán muertos.
Gritan.
Gruñen.
Quieren venganza.
¿Para qué?
Por los muertos
que ya están muertos,
y por los vivos,
que lo estarán
si paran de gritar.

Annie soltó el lápiz encima de la mesa, tapándose los oídos con las manos. Hacía semanas que tenía dolor de cabeza, como si alguien estuviese constantemente martilleando en ella desde el interior.
-         ¿Quieres otro té, Annie? – preguntó Dexter, poniéndole una mano en el hombro.
La chica negó con la cabeza, mirando la taza vacía que tenía ante ella. Odiaba ese brebaje, a pesar de que le hacía sentir mejor. Era como tragar agua salada.
Dexter se sentó a su lado y observó el cuaderno con los ojos entrecerrados. Al terminar de leer, respiró hondo y se pasó una mano por el pelo, mirándola.
-         ¿También tú te has dado cuenta?
Annie pensó en todas las cosas que habían sucedido en los últimos meses. La sonada rebelión del distrito 11, esa que el Capitolio había intentado esconder con tanto esmero, sin éxito, pues Finnick había venido con la noticia tras una visita al mismo Capitolio. La llegada de los tributos vencedores de los Septuagésimo Cuartos Juegos del Hambre al distrito 4, que Annie había escuchado desde su casa, sin atreverse a ir, en la que había habido gritos de venganza, de rabia por los tributos del distrito que habían fallecido. ‘Deberías haberlo visto’, pensó Annie, buscando en su memoria a su compañero muerto. ‘También susurraron tu nombre’. Además, el mismo distrito estaba reduciendo la cuota de marisco que debían entregar al Capitolio hasta casi hacerla nula, y era raro el día en el que no se escuchaban gritos en la calle.
Sin embargo, eso era lo que se oía, los inicios del levantamiento que el Capitolio intentaba sofocar, uno tras otro.
-         ¿Cómo no hacerlo? – dijo Annie, apretándose las sienes con los nudillos -. Gritan.
-         Y gritan fuerte – corroboró Dexter, juntando las manos -. No sé a dónde les va a llevar esto.
Annie separó las manos de su cabeza y miró fijamente a su amigo. Había cambiado mucho en los últimos años, y ni siquiera se había dado cuenta. Tenía el pelo más corto, más oscuro, y los ojos, que siempre habían estado despejados, ahora estaban rodeados de ojeras.
-         ¿Puedo hacerte una pregunta?
Dexter clavó los ojos en sus manos entrelazadas, asintiendo.
-         Dispara.
-         ¿Tú apoyas al Capitolio o a los distritos?
Dexter se quedó completamente quieto, como una estatua, y Annie se temió lo peor. ¿Qué haría, si perdía a un amigo más? Que Dexter muriese sería mejor que tener que verlo como una especie de enemigo que luchaba para suprimir a su gente. Solo pensarlo le produjo un horrible escalofrío en la base de la columna.
-         Yo soy del Capitolio – comenzó Dexter -. Nací allí, crecí allí, tengo familia y amigos allí.
Annie sintió cómo un nudo le oprimía el estómago.
-         Sin embargo, vine aquí. Y he visto vuestra vida. Y lo ciego que estaba. Nosotros vivimos a costa vuestra. Yo he vivido a costa vuestra, y disfrutaba los Juegos. Pero ahora te veo a ti, a Finnick, a Mags, observo lo que los Juegos os han hecho, y pienso en la cantidad de personas que, en lugar de disfrutar de su éxito, como yo creía que hacían, sufren en silencio poniendo una sonrisa para las cámaras… No sé qué pensar siquiera sobre mí mismo.
La chica se quedó callada. ‘Y disfrutaba los Juegos’. El simple hecho de imaginar a Dexter idolatrando a aquellos que ganaban los Juegos le producía verdadero horror. Él no podía ser así, y no lo era. No ahora, al menos.
-         Me habéis hecho darme cuenta de lo que realmente hacen los Juegos – presiguió Dexter -. Y tienen que parar. El gobierno del Capitolio debe cambiar. Pero tengo miedo por mi familia y mis amigos. Comprendes eso, ¿verdad?
Annie asintió, mirando el cuaderno.
-         ¿Hay alguien a quien ames? – preguntó.
Dexter volvió a quedarse quieto, con las manos aún entrelazadas.
-         Amo a mis padres y hermanos, supongo.
-         Ya sabes a qué me refiero.
El hombre se pasó una mano por el pelo. Annie recogió el lápiz y comenzó a escribir, esperando una respuesta.
 
No nos importa la gloria.
No nos importa el dinero.
Nos importa vernos rotos,
vernos destruidos.
Y nos importa destruir al resto.

 
-         Había alguien – confesó Dexter.
-         ¿Y qué ocurrió? – preguntó Annie, mordisqueando la punta del lápiz.
-         Se enamoró de otra persona.
La muchacha se quedó en silencio de nuevo. ¿Cuántas veces había tenido miedo de que Finnick la abandonase por otra? ¿Cuántas veces se había despedido de Finnick pensando que no volvería con ella antes de ir al Capitolio? No podía imaginar cómo tenía que ser ver a quien amas amar a otra persona.
-         ¿Y también te preocupas por ella?
Dexter carraspeó, sin levantar la mirada.
-         Sí, aún me preocupo.
Y acto seguido se levantó de la mesa sin dar ninguna explicación. Annie apenas tuvo tiempo de pensar en todo lo que él le había confesado, puesto que sintió unas cálidas manos sobre los ojos. Sus pestañas rozaron con la palma de la mano de Finnick.
-         Hola – ronroneó Annie, tirando de sus muñecas.
Finnick se inclinó para besarla.
-         ¿Dónde has estado? – preguntó Annie, acariciándole los mechones de pelo.
-         Nadando. Fui a la playa esta mañana.
Annie arrugó la nariz, sin dejar de sonreír.
-         ¿Has ido a mi playa sin ?
-         Tenía entendido que era nuestra playa.
La chica se colgó de su cuello y él la levantó. Justo en ese momento, salió un anuncio en la televisión, un anuncio de los Juegos que se aproximaban. Y no serían unos simples Juegos del Hambre: era el Vasallaje de los Veinticinco.
-         ¿Qué crees que pasará este año? – inquirió Annie, apoyando la frente en el pecho del chico.
Él le besó la cabeza.
-         Sea lo que sea, no tenemos por qué enterarnos.
La cogió en volandas y salió con ella de casa.
Una hora después, estaban tumbados en la arena de su playa, empapados, con el sol caliente sobre sus cabezas. Annie sintió los granos de arena pegarse en su piel, y el sabor salado del agua en sus labios.
-         ¿Estás bien, Annie?
La chica giró la cabeza y abrió un ojo para observar el perfil perfecto de Finnick Odair.
Entonces le llegó un flashback. Tenía doce años. Unos chicos habían intentado tirarle una red encima mientras se bañaba en la playa del distrito, entre los botes de los pescadores. Uno de los chicos, uno moreno con rizos, había sido el que había tirado la red, y ella, desconsolada, había huído llorando a su cala. El agua había estado fría ese día.
Ni siquiera sabía por qué había recordado eso, justo en ese momento. Quizá porque ese niño de pelo rizado se parecía a Kit. Quizá había sido el mismo Kit Grobber el que la había atormentado ese día.
Annie abrió los ojos y descubrió que había empezado a llorar. Finnick se había erguido y la miraba con preocupación.
-         Ann, ¿qué estás diciendo?
Ella ni siquiera se había dado cuenta de que estaba hablando.
-         Ellos gritaron su nombre también – susurró, quitándose las lágrimas con el dorso de la mano.
-         ¿Qué nombre?
-         Kit. Él les importaba más que Katniss Everdeen y Peeta Mellark.
Finnick se puso de rodillas junto a ella y comenzó a hacerle caricias en el estómago.
-         Ellos recuerdan tanto como nosotros, Annie. Ellos también pierden.
-         Pero ellos… ellos pierden a sus niños. Nosotros nos perdemos a nosotros mismos.
El chico la miraba con los ojos llenos de entendimiento. Annie se levantó y corrió hacia la cueva, apartando de un manotazo la cortina que cubría la entrada. Se subió al sofá, llenándolo de arena, y enterró la cara en las rodillas. Escuchó a Finnick entrar.
-         Annie…
-         Todo, todo me recuerda a… Nunca voy a poder vivir como vivía antes. Fuese cual fuese la forma en la que lo hacía.
-         Tenemos tiempo – afirmó Finnick, sentándose a su lado -. No te estoy diciendo que lo vayas a olvidar, Ann. Pero podemos hacerlo menos importante. Ser solo nosotros.
Annie lo miró. Aún tenía grabada en la cabeza la imagen de ese niño que se parecía tanto a Kit. ¿Era él? ¿Sabía Kit entonces que iba a morir sonriendo, como si eso fuese algo bueno? Annie casi rió internamente. Por supuesto que no lo sabía, igual que ella no supo entonces que le quedaban pocos años de vida sin miedo.
Pero tenía frente a ella a Finnick Odair, un chico que acumulaba una larga lista de pretendientes que englobaba sin problemas a medio país. Que podía haberlo tenido todo y, sin embargo, la había escogido a ella. Y ese chico le planteaba una vida juntos, haciendo los problemas más sencillos de superar.
-         ¿Solo nosotros? – repitió Annie, limpiándose las mejillas.
Finnick sonrió, con esa sonrisa que era capaz de causar desmayos.
-         Tú y yo. Como siempre. Durante el resto de nuestra vida.
Annie se mordió el labio, inquieta.
-         ¿Estás tratando de proponer algo, Odair?
Finnick se rascó la nuca, frunciendo el ceño.
-         ¿Algo como qué?
-         Algo como casarnos.
Finnick abrió los ojos como platos, y Annie comprendió que eso no se le había pasado siquiera por la cabeza. Por un lado, sintió decepción. Pensaba que había adivinado lo que él tenía en la cabeza, al menos por una vez, pero se equivocaba. Y por otro lado, sintió el repentino deseo de que él se lo pidiese.
-         Annie… ¿tú quieres casarte conmigo? – preguntó Finnick, mirándola a los ojos directamente.
La chica era incapaz de sostenerle la mirada. ¿Qué podía decirle? ¿Que sí? ¿Que era algo que ni siquiera había deseado hasta que lo había visto venir? Se mordió el labio, incómoda.
-         Pensaba que tú querías. Por lo de pasar juntos el resto de nuestra vida.
-         No lo había pensado – admitió Finnick -. ¿Pero tú quieres?
-         Tampoco lo había pensado hasta ahora.
-         ¿Pero quieres? – insistió Finnick.
Annie asintió, apenas un movimiento de cabeza, y vio cómo los ojos de Finnick se iluminaron.
-         ¿Quieres tú?
Finnick le cogió la cara entre las manos y la besó. Cuando se separaron, él sonreía.
-         ¿Responde eso a tu pregunta?