sábado, 25 de enero de 2014

Capítulo 75. 'Depredador'.

-      Bueno, digamos que tus amigos se están volviendo más… desobedientes. Hemos tenido altercados en el 8 por su culpa. Una lástima.
Annie abrió los ojos con esfuerzo. Le dolía la mejilla debido al último golpe que había recibido por no permitir que le pusieran una nueva dosis de morflina. Estaba harta de que la atontasen, y eso le había costado más moratones de los que podía contar.
El torturador, como había empezado a llamarlos, examinó que todas las máquinas funcionaban correctamente y sonrió, mostrándole una hilera de dientes plateados.
-      Si nosotros ardemos, tú arderás con nosotros – canturreó, imitando una voz grave -. Me sorprende que Katniss Everdeen esté en tan buenas condiciones. Sí, realmente sorprendente…
Annie desvió la mirada hacia el cristal. La habitación en la que había estado Johanna llevaba días vacía. Se la habían llevado mientras dormía, de eso estaba segura. Se sentía tan sola sin su presencia allí que casi le dolía. Aunque probablemente, le dolería más si la viese agitarse por las descargas una y otra vez.
-      Igualmente, hoy han entrevistado al chico. Esperemos que eso la desestabilice, porque él… bueno, él no está en tan buen estado.
Annie cerró los ojos. Le dolía todo el cuerpo, como si tuviese una constante enfermedad. Quizá era así. De repente, al otro lado del cristal, escuchó abrirse una puerta.
No le costó abrir los ojos. Un par de torturadores empujaban una camilla en la cual estaba tendida Johanna. Tenía la piel amarilla, más acentuada a la luz de los focos, y en cuerpo recubierto de quemaduras, hematomas y costras. Pero lo más sorprendente era su cabeza. O le habían rapado el pelo o se le había caído, pero no quedaba más que una fina pelusa oscura. Annie cerró los ojos. No podía verla así sin poder hacer nada.
-      Dime, Annie Cresta – comentó su torturador, inclinándose sobre ella -. ¿Te gustaría hablar con tu amiga?
Annie se mordió el labio. Estaba harta de que se burlasen de ella. Estaba harta de sentirse el mono de feria; ya lo había sido durante demasiado tiempo.
-      Sé que quieres – El hombre pulsó un interruptor en la pared y habló con voz clara -. Dejémoslas a solas, compañeros.
-      Pero… - dijo uno de los torturadores al otro lado de la pared de cristal, con una voz tan clara que parecía que estuviese en la misma habitación.
-      Ya.
Salieron todos. Annie se irguió todo lo que le permitían sus dolencias, y miró a Johanna. La chica estaba tumbada, con la cabeza ladeada, pero despierta, a pesar de sus ojos cerrados. Annie podía ver que se estaba esforzando por no quejarse.
-      Jo… - susurró Annie, confiando en que la oyese.
Johanna abrió unos ojos oscuros inyectados en sangre y la miró, con expresión de cansancio.
-      Cállate – dijo, con esfuerzo -. Quieren que digas algo por error. Mejor cállate.
Annie cerró la boca, pero llevaba demasiado tiempo utilizando sus cuerdas vocales solo para gritar.
-      Vamos a salir de aquí – murmuró, más para sí misma que para su amiga.
-      Vais. No hay nadie que se preocupe lo suficiente para querer sacarme de aquí.
-      Finnick – masculló Annie, estirándose -. Finnick se preocupa.
Johanna cerró los ojos y giró la cabeza. Entonces, Annie escuchó otro grito. La miró alarmada, pero era el grito de un chico, un chico al que nunca había conocido. Pero había escuchado su voz en la televisión, y había admirado la manera en la que él amaba a Katniss. Era algo puro que ahora estaban destrozando.
-      Llevan días así. No sé qué le están haciendo – dijo Johanna, girando de nuevo la cara hacia ella con los ojos cerrados.
-      Peeta… - Annie cerró los ojos. No podía escuchar más gritos.
-      No lo soporto – susurró Johanna -. Lo escucho gritar incluso cuando estoy inconsciente.
Annie intentó mirar más allá de Johanna, pero solo vio torturadores rodeándolo. Empezaba a imaginárselos como depredadores, y quizá lo eran. Al fin y al cabo, estaban acabando con ellos, de una forma u otra. Ella ya se sentía vencida, y era probablemente a la que menos daño habían hecho.
-      Ah, por dios,  ¡HACEDLO CALLAR! – chilló Johanna, tironeando de las correas que la mantenían atada a la cama.
Annie se mordió la lengua. Por primera vez, echaba de menos cómo su cerebro conseguía aislarla de todo, cómo la expulsaba de la realidad. Aunque fuese peor, pero tal y como estaba, prefería vivir en los recuerdos dolorosos a los que ya se había acostumbrado que vivir escuchando los gritos de dolor de los prisioneros. Su especie, como Snow los había llamado.
-      Jo…
-      Annie, cállate. Por favor, cállate.
Annie se estiró todo lo que se le permitía, pero ni siquiera podía acercarse al cristal. Johanna la observó con los ojos llorosos y la boca contraída en una mueca. Annie se detuvo para observar su cara detenidamente. Las costras de heridas recientes en la cabeza. Un corte sobre la mejilla izquierda, atravesando un moratón que cubría su cara desde la ceja hasta el mentón. Los labios secos y llenos de cortes. Cualquiera que no se hubiese detenido a mirarla dos veces no se habría dado cuenta de que era Johanna Mason.
-      Annie.
La chica asintió, dándole a entender que la escuchaba.
-      No te dejes morir, ¿vale?
Annie sintió una lágrima solitaria deslizarse por su mejilla.
-      Tampoco tú.
-      Yo ya estoy muerta.
Las puertas de ambas habitaciones se abrieron, dejando entrar a los torturadores. Esta vez, Annie se encontró cara a cara con una mujer.
-      Enternecedor – dijo, con las manos en los bolsillos de una bata -. Y ahora, dime, Mason. ¿Qué planean?
La chica se quedó rígida sobre la cama, mirándola a los ojos con furia.
-      No.
-      Oh, sí – Annie miró a ambas, que parecían entenderse solo con la mirada -. No lo repetiré otra vez. Qué planean.
-      No te atreverás.
La mujer se giró y caminó hacia Annie. Llevaba en la mano una jeringuilla llena de un líquido verde y una especie de masa enganchada a un tubo de metal en la otra mano.
-      Abre la boca – exigió, alargando el tubo hacia ella.
Annie apretó la mandíbula con fuerza.
-      Será peor para ti. Abre la boca.
-      ¡No te atrevas! – gritó Johanna, revolviéndose en su camilla.
Annie apretó aún más los dientes, ignorando la mano de hierro de su torturadora, que se ceñía a su mandíbula. De repente, otra mano trató de separarle los labios, tirando con fuerza. Annie empezó a gritar, pataleando, pero nada sirvió. En menos de diez segundo, los torturadores habían metido aquella masa en su boca. Annie la mordió, tratando de romperla, pero no podía mover la boca.
-      ¡Annie! – chilló Johanna -. ¡Annie!
-      Qué planean, Mason.
-      ¡Ni se te ocurra tocarla!
Annie sintió la aguja clavarse en su brazo. Gritó y, apenas un segundo después de que la mujer sacase la aguja de su vena, un frío glacial empezó a extenderse por su cuerpo. Sentía que se congelaba, que la cubría el hielo. Y dolía, dolía como si la estuviesen cortando en trozos.
Cerró los ojos, pero no era mucho mejor. Al contrario. No solo era el frío, sino que la realidad desaparecía a su alrededor, transportándola a todos aquellos momentos que le habían hecho daño. A su derecha, el chico del distrito 5 cercenaba la cabeza de Kit, que caía al suelo en un charco de sangre. Frente a la cama, un Agente de la Paz le metía un balazo a Dexter en la cabeza. Finnick era seleccionado para la cosecha. Mags caía al suelo con las manos en la garganta, intentando emitir algún sonido. Su madre caía sobre sus rodillas gritando mientras Radis pronunciaba su nombre. Johanna se agitaba en la cama de al lado mientras le daban una descarga tras otra, pero no era real, porque aún tenía el pelo largo.
Annie abrió los ojos y se encontró con el mismo escenario, salvo que esta vez había dos Johannas. Una de ellas sangraba por la comisura de la boca. La otra tiraba de las correas dando gritos. Annie sintió otro pinchazo en el brazo y pronto todo desapareció. El dolor, las imágenes, el frío. Annie se dejó caer sobre la camilla, sudando. La mujer le sacó la masilla de la boca, y Annie pudo tragar saliva, notando la garganta en carne viva. Probablemente había estado gritando.
-      Annie… - susurró Johanna.
-      ¿Vas a hablar ahora o no? – dijo la torturadora, apartándose de la cama de Annie y dirigiéndose a la pared de cristal.
-      Déjala, por favor… Por favor – suplicó Johanna, dejándose caer.
La torturadora se acercó de nuevo a Annie con una nueva jeringuilla.
-      ¿Vas a hablar?
-      ¡Es que no lo entiendes! - gritó Johanna -. ¿Crees que soy tan estúpida como para callarme las cosas y dejar que me torturéis? ¿Es que sois idiotas?
La torturadora soltó la jeringuilla sobre una mesa y salió de la habitación. Annie cerró los ojos, llorando. Había sido un infierno revivirlo todo de golpe. Los gritos de Peeta seguían sonando dos una celda más allá, amortiguados por el cristal. Si a él le estaban haciendo lo mismo que le habían hecho a ella, entendía por qué gritaba. Si era algo peor… Ni siquiera podía imaginar nada peor.
-      Annie.
La chica se giró para mirarla.
-      Lo siento. Lo siento, de verdad…
-      No – musitó Annie, dejándose caer derrotada.
-      Lo siento.
Annie cerró los ojos y esperó que la morflina hiciese su efecto. Pero no le habían puesto morflina, y los gritos de Peeta continuaron taladrando sus oídos. Cuando paró de gritar, su puerta volvió a abrirse. Annie abrió los ojos y dirigió la mirada hacia el avox que llevaba una bandeja de comida. Se sentó en un taburete a su lado e hizo ademán de darle de comer.
Podría haberse negado a comer. Podría haber acabado con todo. Pero Johanna se lo había dicho, le había pedido que no se dejase morir. Y aún confiaba en Finnick. Él tenía que ir a por ella. A por ellas. Annie abrió la boca y dejó que el avox le diese el horrible mejunje, cucharada a cucharada, parando cada vez que ella lo necesitaba. El avox, apenas un chico de veinte años y pelirrojo, alargó hacia ella un vaso de agua, que no dudó en llenar dos veces más para ella.
-      Gracias – susurró la chica, tragando saliva -. Ellos también lo necesitan.
El chico asintió y salió de la habitación cargando con la bandeja. Apenas veinte minutos después, lo escuchó entrar en la celda de Johanna. La chica protestó, negándose a comer.
-      Jo… Por favor – suplicó Annie, cerrando los ojos.
El cansancio empezaba a llevársela. Los párpados le pesaban más de lo normal, y dejaba de sentir el dolor de los golpes del cuerpo. Cuando decidió abandonarse al sueño, vio a Johanna aceptar con el ceño fruncido la cucharada que el avox le ofrecía.
-      Esto es una porquería – gruñó, aceptando otra.
Annie sonrió y se quedó completamente dormida.

sábado, 18 de enero de 2014

Capítulo 74. 'Tridente'.

Finnick miró a todos los reunidos con el interrogante en los ojos como si lo tuviese dibujado. A su lado estaba sentado Beetee, en una rústica silla de ruedas, pálido y ojeroso. Al otro lado, Katniss, que miraba al frente con la mirada perdida.
-      Bien – dijo Haymitch, cogiendo un mando a distancia -. Esta es vuestra idea de revolución.
El hombre pulsó un botón, encendiendo una pantalla en la cual podía verse a Katniss, impresionante, amenazadora y sexy, con un decorado tan artificial que parecía el mismo Capitolio. Finnick frunció el ceño. Nadie con un poco de cordura podría creerse eso. Katniss levantó el arco en la pantalla y, con una expresión demasiado sobreactuada, gritó una única línea estúpida.
-      ¡Pueblo de Panem: lucharemos, desafiaremos y acabaremos con nuestra hambre de justicia!
Penoso. Finnick se pasó una mano por el pelo. No la culpaba, Katniss estaba pasando por un momento tan horrible como el suyo, y lo que le habían pedido para esa grabación era demasiado organizado, demasiado irreal. Le puso una mano en la rodilla para tranquilizarla.
-      De acuerdo – dijo Haymitch, apagando la pantalla -. ¿Alguien está dispuesto a afirmar que esto nos va a servir para ganar la guerra? – Finnick miró a su alrededor. Nadie habló -. Eso nos ahorra tiempo. Bueno, vamos a guardar silencio un minuto. Quiero que todos penséis en un incidente en el que Katniss Everdeen os conmoviera. No cuando envidiabais su peinado, ni cuando su vestido ardió, ni cuando disparó medio bien con un arco. No cuando Peeta hacía que os gustara. Quiero oír un momento en el que ella en persona os hiciera sentir algo real.
Finnick miró a Katniss, que tenía la mirada clavada en la mesa. Un momento en el que ella lo hubiese conmovido de verdad, en el que ella le gustase como Katniss Everdeen y no como la trágica amante en llamas del distrito 12.
-      Cuando se ofreció voluntaria para ocupar el lugar de Prim en la cosecha – comenzó un soldado -. Porque estoy seguro de que pensaba que iba a morir.
-      Bien, un ejemplo excelente – gruñó Haymitch, inclinándose sobre un cuaderno -. Voluntaria en lugar de su hermana en la cosecha. Otro.
Un torrente de momentos comenzaron a salir de las bocas de todos los presentes. Cuando Katniss le cantó a Rue mientras moría, cuando drogó a Peeta para ir al banquete a salvarle la vida, cuando se alió con Rue…
-      Cuando intentó cargar con Mags – añadió Finnick, tragándose las lágrimas que amenazaban con trazar surcos en sus mejillas.
-      Bien. Otro.
-      Cuando Peeta se estrelló contra el campo de fuerza – continuó Finnick -. Su reacción. Cuando pensaba que lo había perdido.
Haymitch levantó la mirada del cuaderno, con una ceja levantada, pero continuó escribiendo sin hacer el menor comentario.
-      Y cuando despertamos a Peeta delante de su cara.
Katniss sonrió levemente, y su equipo de preparación dejó escapar unas risitas, pero Haymitch no apuntó ese momento, sino que dejó el cuaderno sobre la mesa y se dirigió a todos.
-      Entonces, ésta es la pregunta. ¿qué tienen todos estos acontecimientos en común?
-      Que eran Katniss – respondió Gale, el primo de Katniss, mirándola de reojo -, nadie le estaba diciendo qué hacer ni qué decir.
-      ¡Sin guión, sí! – exclamó Beetee, alargándose para darle una palmada en la mano -. Así que solo tenemos que dejarte solita, ¿verdad?
Finnick sonrió, mirando a su amiga. Katniss tenía mucho por explotar siendo ella misma. Lo sabía. Lo había visto.
-      Bueno, todo esto está muy bien – comenzó una de las estilistas de Katniss, acariciándose el pelo -, pero no ayuda mucho. Por desgracia, sus oportunidades para ser maravillosa son muy reducidas en el 13. Así que, a no ser que estés sugiriendo lanzarla al combate…
-      Eso es justo lo que estoy sugiriendo.
Finnick se irguió. Si Katniss, mentalmente desorientada como estaba, podía ir al combate, participar en la guerra, quizá el también podía ir. Hacer algo más que no fuese únicamente mirar y esperar.
-      Pero la gente cree que está embarazada – comentó Gale, frunciendo el ceño.
-      Haremos correr la voz de que perdió al bebé por culpa de la descarga eléctrica de la Arena. Muy triste, una desgracia.
-      O sea, que era todo una mentira… - susurró Finnick para sí.
Continuaron hablando, pero Finnick ya no prestaba atención. La posibilidad de dejar de ser un bulto más en el distrito 13 a convertirse en un soldado le había despertado. Quería hacerles pagar. Quería hacer algo más que estar encerrado en el subsuelo, para empezar.
-      Muy bien, vayamos a prepararnos – anunció Boggs, levantándose.
Finnick fue tras él, dejando atrás a Beetee.
-      ¿Sí, soldado Odair? – preguntó, antes incluso de que él pudiese abrir la boca.
-      Quiero ir.
-      No.
El alma se le cayó a los pies. ¿Por qué no lo dejaba ir? Estaba en las mismas condiciones que Katniss, él también era un vencedor y, aunque no tuviese la misma importancia para la rebelión, también podía hacer algo en pantalla. Aunque solo fuese poner la voz.
-      Es injusto – gruñó, agarrándolo por la manga -. Estoy bien, igual que ella. Quiero ir.
-      No.
-      ¡Pero quiero hacer algo!
-      Lo mejor que puedes hacer es quedarte aquí haciendo nudos. Es lo que dice tu médico.
-      Ese viejo es idiota – escupió Finnick -. Llevamos trabajando semanas y siempre dice lo mismo. Todo va a salir bien, estás en buenas manos… Por favor, aunque solo sea desde arriba…
Boggs se paró en seco, golpeándolo con el codo.
-      No y punto.
-      ¡Pero es injusto!
-      Estás teniendo la pataleta de un crío de tres años, soldado Odair. No seas caprichoso. Si tu médico dice que no, yo no estoy autorizado.
Finnick lo fulminó con la mirada y se dio la vuelta. Si su estúpido e inepto médico no lo autorizaba, él se autorizaría a sí mismo.
Corrió a la sala de mandos, donde encontró un armario lleno de trajes de guerra. Se quitó los pantalones rápidamente. Tenía que darse prisa para evitar que lo descubrieran.
-      ¡Odair!
Finnick se mordió el labio y cogió rápidamente el traje. Sin embargo, el soldado que lo había visto era mucho más rápido que él. Lo cogió por el hombro y le quitó el traje de un tirón, arrancándoselo de las manos. Finnick corrió en la otra dirección, directo a la División Aerotransportada, donde estarían los aerodeslizadores a punto. Con un poco de suerte, podría subirse al aerodeslizador a tiempo.
Divisó a Boggs unos metros más allá, acompañando a Katniss. La chica llevaba en la mano un arco de última tecnología, una auténtica belleza armamentística. Finnick gritó, ella era su última esperanza.
-      ¡Katniss! – La chica se giró, mirándolo con las cejas levantadas -. ¡Katniss, no me dejan ir! ¡Les dije que estoy bien, pero ni siquiera me dejan quedarme en el aerodeslizador!
Llegó junto a ella, cogiéndola del brazo. La chica chasqueó la lengua, golpeándose la frente con la palma de la mano.
-      Ay, se me había olvidado, es por esta estúpida conmoción cerebral: se supone que tenía que decirte que fueras a ver a Beetee en Armamento Especial – dijo, mirándolo con una media sonrisa -. Ha diseñado un nuevo tridente para ti.
Finnick miró el arco con ojos golosos. Un tridente con la misma tecnología y, lo que era mejor, con la tecnología de Beetee, sería algo que merecía la pena ver. Otra belleza mortal, como Annie lo hubiese llamado en sus poemas.
-      ¿De verdad? ¿Qué hace?
-      No lo sé – respondió Katniss, acariciando la curva de su arco -, pero si se parece a mi arco y mis flechas, te va a encantar. Tendrás que entrenar con él, eso sí.
Finnick sonrió, emocionado. La perspectiva de volver a entrenar, de prepararse con su viejo amigo era casi tan emocionante como ir en aerodeslizador. Incluso mejor.
-      Claro, por supuesto. Será mejor que baje.
El chico comenzó a darse la vuelta. Iba a entrenar. Iba a dejar de ser inmóvil en el distrito, en la guerra.
-      Finnick, ¿y si te pones pantalones?
Finnick bajó la mirada. Había olvidado los pantalones en la sala de Mando, cuando se los había quitado para ponerse el traje. Se giró hacia Katniss, sonriendo pícaramente mientras se arrancaba el camisón.
-      ¿Por qué? ¿Es que esto te distrae?
Se apoyó en la pared, exagerando una pose provocativa mientras se mordía el labio seductoramente. Katniss rió, mirando a Boggs de soslayo.
-      Es que tengo sangre en las venas, Odair.
Las puertas del ascensor se cerraron, dejando al chico medio desnudo en mitad del pasillo. Finnick se giró, rascándose la cabeza. Una chica que pasaba por allí se lo quedó mirando con la boca abierta, casi dejando caer un cesto lleno de ropa. Finnick se acercó a ella.
-      ¿Es que a ti también te distrae?
La chica se puso roja como un tomate. Finnick rió y salió corriendo, casi chocando con un hombre de mediana edad que apenas tuvo tiempo para apartarse.
-      ¡Finnick! – gritó -. ¿Qué haces… así?
Finnick se giró y se encontró cara a cara con Haymitch, vestido con un traje oscuro que le sentaba como un guante. Finnick observó cómo el hombre tironeaba del cuello del traje, demasiado pegado a la piel.
-      ¿A ti te distraigo también?
Haymitch se quedó tenso, mirándolo con la boca entreabierta. Cuando recuperó la compostura, agitó la melena y soltó una risotada.
-      Menos mal que no se pierden las viejas costumbres, ¿eh, Odair?
Finnick le sonrió y continuó corriendo. Su tridente nuevo le estaba esperando.

sábado, 11 de enero de 2014

Capítulo 73. 'Fue tu culpa'.

Annie sentía la mejilla dolorida. Abrió los ojos con cuidado, pero tuvo que cerrarlos rápidamente debido a la luz cegadora que había sobre ella. La chica relajó el cuerpo que había tenido en tensión hasta ese momento y giró la cara para no volver a encontrarse con la luz blanquecina.
-      Annie… - susurró alguien a su derecha.
La chica respiró hondo y abrió los ojos. Estaba en una sala blanca como la nieve. Escuchaba pitidos constantes a su alrededor, perforándole los oídos. Annie sintió la aguja clavada en la parte interna de su brazo y desvió la mirada hacia ahí, persiguiendo el tubo que la conectaba con un gotero. La chica tragó saliva, sintiendo el estómago revuelto.
-      Annie.
La chica se giró hacia la voz. Junto a ella, se encontraba una chica. Probablemente, Johanna no había hablado en voz baja. Quizá estuviese gritando, pero su voz quedaba amortiguada por el cristal que las separaba. Annie hizo ademán de levantarse, pero todo su cuerpo estaba sujeto a la cama en la que se encontraba por correas de cuero. Johanna la miró desde el otro lado, con los ojos llorosos. Johanna Mason a la que prácticamente nadie había visto llorar.
-      Jo… - susurró Annie.
La chica al otro lado del cristal clavó en ella la mirada, mordiéndose un labio ensangrentado. Annie observó a la muchacha, semidesnuda, tapada únicamente por una túnica fina que dejaba al descubierto brazos  y piernas amoratados y delgados. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Cuánto tiempo llevaban allí? Annie desvió la mirada hacia su propia piel, pero seguía blanca, sin rastro de hematomas.
-      Annie – volvió a decir Johanna.
Entonces, como si la voz de Johanna hubiese hecho despertar a su cerebro, Annie empezó a recordar. Cómo se habían apagado las pantallas. La pequeña visión de la Arena estallando. Margaret en el suelo. Dexter…
Annie hizo ademán de taparse la cara con las manos, pero las correas se lo impedían. La impotencia comenzó a abrirse paso en su interior, dando lugar a un estado de ansiedad que no tardó en apoderarse de ella. Annie sentía la conocida opresión en el pecho, la falta de aire. Vio a alguien vestido de blanco entrar en la habitación por el rabillo del ojo y situarse junto a su cama. Pronto, se relajó hasta quedarse dormida.
Cuando volvió a despertar, ya no había luz sobre ella. Annie intentó mover las manos, pero sus muñecas seguían atadas a la cama fuertemente, al igual que sus tobillos y cintura. Annie dejó salir el aire de sus pulmones. Entonces, escuchó el grito.
Annie Cresta había escuchado muchos gritos a lo largo de su vida, incluso los suyos propios, pero nunca uno tan desgarrador como aquel. Era el grito de alguien que se había obligado a no gritar durante muchos años. El grito de alguien que nunca le habría dado a nadie la satisfacción de sufrir así. Un grito arrancado por la fuerza. 
Annie giró la cabeza. Johanna Mason estaba al otro lado del cristal, tendida sobre una mesa de metal y rodeada de personas vestidas de blanco que sujetaban extraños aparatos. Johanna estaba empapada, y las zonas de piel al descubierto mostraban quemaduras y moretones. Annie se mordió el labio, tirando impotente de las correas que la sujetaban. Una mujer le dijo algo a Johanna, a lo que ella respondió girando la cara hacia Annie. La chica cerró los ojos y apretó la mandíbula.
Entonces, la mujer colocó sobre la piel de su estómago uno de los aparatos y Johanna empezó a agitarse, dando gritos.
-      ¡Johanna! – chilló Annie, tirando con fuerza de la correa -. ¡Jo!
La mujer apartó el aparato, dejando a la chica flácida sobre la mesa. Johanna dejó caer la cabeza, al mismo tiempo que un hilo de sangre corría por la comisura de su boca. Los torturadores hablaron entre ellos, correteando alrededor de la mesa, mientras Annie gritaba observando a su amiga con rabia. Uno de ellos cogió un nuevo aparato de la mesa y agitó la mano hacia otros dos, que agarraron la cabeza de Johanna con fuerza y le abrieron la boca. El torturador introdujo el aparato en ella y se apartó. La misma mujer de antes volvió a colocar aquella cosa sobre su piel.
-      Horrible, ¿verdad?
Annie giró la cabeza, desesperada. Junto a su cama, se encontraba un hombre de mediana edad, con la piel de un extraño color amarillo y el pelo lila oscuro. El hombre sonrió, mirando fijamente a una jeringuilla cargada de líquido trasparente.
-      Yo hablaría para que me dejasen de tratar así. Tiene que estar sufriendo.
Annie se mordió con fuerza la lengua, sintiendo el sabor de la sangre extenderse por toda su boca. Como si a aquel monstruo le importase el dolor que Johanna pudiese estar sufriendo. Los gritos de la joven le taladraban los oídos. Se preguntó si Finnick se había sentido así escuchando los charlajos, si había sentido esa impotencia. Volvió a sentir deseos de taparse los oídos, pero sus muñecas atadas se lo impedían.
-      Es una lástima – continuaba el hombre -. El Capitolio siempre se ha desvivido por sus vencedores. Y así nos lo pagan…
Annie tiró de nuevo de las correas. Tenía que haber un modo de romperlas. Miró a Johanna, que se agitaba sin control en la sala de al lado. Uno de los torturadores no dejaba de gritarle cosas que Annie no podía entender por mucho que quisiera, pero Johanna no respondía. No podría responder si no dejaban de aplicarle descargas.
Annie Cresta gritó, llamando a Finnick, llamando a Mags, a Dexter, incluso a Johanna Mason. El hombre a su lado volvió a pincharle el brazo y apenas un segundo después, ya estaba dormida y sin sueños.
Despertó una tercera vez. Le pesaba la cabeza como si la tuviese llena de cemento, pero estaba relajada, y ella conocía bien esa sensación. Sabía que la estaban drogando con morflina, y en parte lo agradecía. El dolor se había ido, dejando tras de sí pesadez y aturdimiento, pero no importaba. Estaba bien.
Ni siquiera entendía qué hacía allí. Era una sala diferente. Sin cristales, sin luces blancas, vacía. Ella estaba sentada en un sillón, con unas esposas de metal rodeando sus muñecas, que parecían en carne viva, y un tubo de plástico sobresalía de la parte interna de su antebrazo derecho. Annie siguió el tubo con los ojos hasta dar con una bolsa llena de líquido trasparente.
Morflina, morflina, canturreó en su mente, acariciándose los pulgares. Sintió un suave pinchazo allí donde las esposas rozaban su piel destrozada, pero no dolía ni escocía. La morflina ahogaba ese dolor punzante.
Sintió la estúpida necesidad de escribir como una loca. Las frases y los poemas se sucedían por su cabeza a una rapidez vertiginosa y, extrañamente, la mayoría de ellos tenía que ver con la morflina. Rió, disfrutando de ese estado de tranquilidad.
-      Vaya.
Annie giró la cabeza, procurando mantener los ojos bien abiertos. Aquella voz había penetrado en su cerebro como un hierro al rojo vivo, eliminando cualquier rastro de bienestar. Esa voz se había convertido en una alerta de que algo horrible estaba a punto de suceder. En el augurio de algo doloroso. Y ni siquiera la morflina podía eliminar eso.
-      Annie Cresta, al fin solos.
El Presidente Snow se sentó frente a ella, separados por una mesa de madera en la que su mente dormida ni siquiera había reparado. Annie alargó las manos para tocarla, para asegurarse de que era real. Si la mesa no era real, quizá el Presidente tampoco lo fuera, y no fuese más que un juego sucio de su imaginación. Pero, desafortunadamente, eran tan reales como ella misma.
-      ¿Cómo te encuentras?
Annie levantó una ceja, y ese sencillo movimiento hizo que su cabeza comenzase a dar vueltas. Empezaba a desvanecerse el efecto de la morflina y ya no tenía tantas ganas de hacer poemas.
-      Debe ser una broma – dijo con voz pastosa.
Snow sonrió, mostrando una fila de dientes blancos.
-      Créeme, me escuece esta situación. Todo lo que siempre he querido es la paz.
-      Mentiroso.
La sonrisa del Presidente se desvaneció y clavó en Annie su mirada de serpiente. Annie se obligó a mirar a otro lado.
-      ¿Has estudiado Historia, Annie Cresta? ¿En el colegio? Si has estudiado Historia, entonces sabrás que los Juegos se crearon para mantener la paz entre los distritos y el Capitolio. Si vosotros no sois capaz de entender eso, es problema de vuestra ignorancia.
Annie se levantó del sillón, ignorando la pesadez de su cabeza, que empezó a dar vueltas tan pronto como se puso en pie.
-      ¡Mató a Kit! ¡Y a Mags! ¡Y a Dexter! ¡Y le costaría poco matarnos a todos!
Snow la miró, pasándose la lengua por los labios.
-      Mags se suicidó, niña. Y permíteme, pero no recuerdo haber matado a ningún Dexter. Y Kit…
Annie rompió a llorar. Dexter, su amigo, lo más parecido que había tenido nunca a un hermano o incluso un padre… Snow lo había matado y ni siquiera sabía su nombre.
-      A Kit lo mató usted, no el chico del cinco. A todos esos niñ…
Snow negó con el dedo, callándola.
-      No, querida. A Kit… a Kit Grobber lo mataste tú.
La chica frenó en seco, dejándose caer de nuevo al sillón. La cabeza le daba vueltas, al igual que su estómago. Ella no había matado a Kit. Lo recordaba. Sus recuerdos aún la torturaban con la imagen de su sonrisa a ras del suelo, congelada, separada del resto de su cuerpo. Se llevó las manos a los ojos.
-      No, no…
-      A veces me preguntó qué hubiese pasado si no os hubieseis aliado. Quizá él seguiría vivo y tú… Bueno, siendo honestos, querida, ambos sabemos que no hubieses ganado de no ser por ese minúsculo golpe de suerte.
Annie apartó las manos de sus ojos y las vio llenas de sangre. Sangre que no era suya.
-       No fui yo. No fue el chico del 5. Fue vuestra alianza, una que sabíais ambos que no podríais mantener, la que lo mató. Mis manos están limpias de sangre, Annie Cresta.
Pero las mías no.
Annie volvió a mirarse las manos, pero ya no eran solo ellas las que estaban llenas de sangre. Todo a su alrededor estaba lleno de manchas rojas, como los pétalos de una rosa. El olor a rosas impregnó su nariz, agitando aún más su estómago.
-      Y no solo Kit… ¿Por qué murió tu madre? ¿Y Mags? ¿Y por qué morirá Finnick si no colaboráis tú y tu especie?
Por mí, por mí, por mí.
Siempre por mí.
-      Ahora dime lo que sabes sobre ese… plan que tenía tu novio y lo dejaré vivo.
-      ¡Es mentira!
Annie saltó sobre la mesa, tirándolo todo a su paso, y se abalanzó sobre el Presidente Snow. Ella no había matado a nadie. Había sido él. Él y sus horribles Juegos. Kit estaba muerto por su culpa, y Mags, y Dexter, y todos ellos, toda su especie, también lo estaría por él. Llevaba el olor a muerte impregnado en la ropa.
Annie hizo ademán de arañarle la cara, pero un brazo la agarró por la cintura y la empujó lejos, haciéndola golpear con el suelo. Su visión se convirtió en un campo rojo con puntitos negros que no desaparecían por mucho que pestañease. Se llevó las manos a la frente e, incluso sin ver, sintió la sangre caliente deslizarse por sus dedos.
-      … otra vez. Ahora que ha recuperado la consciencia, es un señuelo mucho más eficaz.
La recogieron del suelo con brusquedad. Annie se mareó varias veces en los brazos de aquel hombre que la llevaba, pero alcanzó a ver la sangre salpicar el suelo inmaculado por el que pasaban. La tumbaron sobre una cama de metal, igual que aquella en la que había estado Johanna, atada de manos y pies.
-      ¡No! – gritó alguien a su derecha -. ¡No os atreváis!
Annie deseó que fuese rápido. Pero Snow no se caracterizaba precisamente por la misericordia. Si iba a matarla, se aseguraría de que fuese un infierno.
-      ¡No!
Algo se posó sobre la piel de su estómago y, después, no sintió nada más que un dolor atroz que le recorrió el cuerpo de arriba abajo. Una vez. Dos. Tres. Y después nada más.

lunes, 6 de enero de 2014

Hello Cold World.


* ¡Hooooooola, pequeños! Espero que los Reyes hayan venido cargaditos este año para vosotros. Y si no, bueno, aquí os dejo un regalito. Sé que es corto, muuuuuuuuuy corto, pero lo encontré el otro día y bueno, me apetecía compartirlo con vosotros. Creo que se nota perfectamente por qué está influenciado. Espero que os guste, ña*.

Bien, imaginemos esto. Vivimos en un cuento de hadas, dónde todo es perfecto. Las brujas se convierten en cenizas, las princesas llevan vestidos largos y zapatos caros de tacón, los príncipes azules llegan a recogerlas en su caballo blanco, los hechizos se curan con un beso de amor verdadero, hay cerditos arquitectos, lobos superdotados que saben hablar, hadas que cambian el mundo con su varita mágica, enanitos enfadados que cambian sus picos y palas por canciones, zapatos de cristal a media noche, patos que se convierten en cisnes, niños que no quieren crecer, esculturas de madera de pino que cobran vida, ballenas que no muerden cuando tragan, chicas buenas maltratadas que siempre acaban con todo lo malo, calabazas que se convierten en carrozas, ratones diseñadores, mundos de paz y amor, donde siempre se vence al mal.
Ahora, quizás tú prefieras vivir imaginando un mundo así, mágico. Un mundo como ése, dónde todo siempre acaba siendo bueno. Quizás lo hagas porque tu vida real es demasiado trágica o porque no puedes aceptar que vivimos en un mundo frío. Sí, en un mundo donde lo bueno escasea, dónde lo perfecto es lo único que importa y, de hecho, hay demasiada poca perfección. Un mundo donde no hay ni princesas, ni las brujas se destruyen siempre, ni los príncipes son azules, ni los besos curan heridas, ni la gente cambia el mundo con una varita mágica. Porque es muy bonito decir “Ella cayó en un sueño profundo, el príncipe vino a rescatarla…” y el resto ya lo puedes imaginar. También es muy lindo decir “Los tres cerditos construyeron una casa de ladrillo y el lobo sopló y sopló, pero la casa no tiró”. Y todas hemos soñado con ese zapato de cristal a media noche, hemos mirado las calabazas pensando en la genial carroza de cenicienta y hemos buscado hámsters que pudiesen zurcir un trozo de tela, aún sabiendo perfectamente que la realidad no es ni por asomo así. O bien has sido un pato toda tu vida y cada cumpleaños, al soplar una vela, has deseado ser un cisne.
Honestamente, prefiero vivir en este mundo frío. Porque un mundo mágico o un cuento de hadas nos hacen soñar y cuando caemos, el golpe duele muchísimo más y nos congelamos de frío. En cambio, yo acepto esta sociedad congelada, porque si lo bueno escasea, esa escasez merece el doble la pena. Y si lo perfecto es lo único que importa, bien, quizás yo no soy perfecta, pero estoy trabajando en ello. Y no, no hay ni princesas felices, ni las brujas mueren, ni los príncipes son azules, ni los besos curan heridas. Pero hay gente feliz que no le importa si las brujas les joden la vida, si tienen una vida de princesa, si los príncipes son de colores o si los besos sanan, a la que no le importa si hay vestidos preciosos, zapatos de cristal o hadas. Gente que se conforma con tirarse en la cama, con una sudadera, vaqueros y zapatillas, con su grupo favorito en los oídos y gritándole al mundo: Sí, hola, mundo frío.