sábado, 22 de septiembre de 2012

Capítulo 2. Annie Cresta.


Annie trataba de ahogar las lágrimas, pero era demasiado difícil. Así que, en cuanto la llevaron a la sala privada del Edificio de Justicia, se colocó junto al alféizar de la ventana y empezó a llorar.
Así fue como su madre la encontró poco después, ya recuperada,  cuando entró en la habitación para despedirse de ella. Ninguna de las dos quería pensar que esa vez sería la última vez que se verían. El destino de Annie estaba escrito: o ganar o morir. No había términos intermedios. No podía huir. Simplemente, estaba escrito.  Su madre intentó tranquilizarla, pero nada podría hacer que parase de llorar. Al final, veinte minutos más tarde, ambas estaban llorando junto a la ventana, observando las playas del distrito.
Annie amaba el mar. Le encantaba nadar, ver cómo era el mundo allí abajo. Los peces eran los únicos amigos que tenía. Desde pequeña, su santuario había sido una de las playa del Distrito 4, apenas una pequeña superficie de arena bajo un acantilado, en el cual había pequeñas cuevas. Cuando necesitaba estar sola, ese era su hogar. Nadie lo conocía, nadie sabía de él. Era suyo. Claro, que tampoco había podido despedirse de ese sitio. Lo echaría de menos, echaría de menos la soledad y protección que ese lugar le aportaba. Y echaría de menos el mar, nadar. Estaba claro que, al lugar dónde iba, no iba a tener muchas oportunidades de disfrutar de algo.
El agente de la paz irrumpió en la sala para echar a la madre de Annie, entre gritos y sollozos. Y Annie se quedó completamente sola. Tenía media hora para estar así, puesto que nadie más iría a despedirse de ella. No tenía amigos, nunca había sido muy sociable. Era una chica extraña.
Annie se sentó en el sofá, acurrucada, enterrando la cabeza entre las rodillas. Su mentor sería Finnick Odair, el campeón más joven, el chico increíblemente guapo que era deseado por todo el país, que había ganado sus juegos gracias a un letal tridente y que la había ayudado a subir las escaleras cuando sus piernas no podían. ¿Se preocuparía Finnick Odair porque ella llegase viva hasta el final? Esa no era la idea que Annie Cresta tenía de él. Todo el mundo lo decía, Finnick estaba muy cotizado. Muchas personas en el Capitolio se encontraban con él, durante citas privadas. Probablemente, Finnick tendría mejores cosas que hacer en la ciudad que ayudar a alguien como Annie.
Cuando, pasada la hora, los agentes de la paz fueron a buscar a Annie, ella estaba callada, sentada en el sofá, todavía encogida como si quisiera abrazarse a sí misma. La condujeron hasta un coche bastante imponente, de color negro en el que montó sola, que la llevaría hasta la estación. Se esforzó por intentar aparentar que no había llorado, pero no podía hacer aparecer la hinchazón de sus ojos. Al llegar a la estación de tren, los flashes de las cámaras impactaron de lleno en su rostro, cegándola, y no pudo hacer otra cosa, salvo evitarlas. A su lado, Kit estaba totalmente serio, aunque también tenía los ojos hinchados y Annie supo que también había estado llorando.
Conocía a ese chico. Su abuela era la dueña de una panadería, y sus panes, con forma de pez y machas verdes por las algas, eran los mejores de todo el distrito. Alguna vez, Kit le había llevado el pan a casa, pero nunca se habían prestado atención. Hasta ahora.
Entraron en un lujoso tren venido directamente del Capitolio. Radis dirigió a los muchachos a sus respectivas habitaciones, enormes habitaciones con lujosos muebles. La mujer dejó a los chicos con toda libertad y los dejó prepararse para la cena.
Annie observó su dormitorio. Tenía una enorme cama para ella sola, muebles que no tenía intención de tocar y una enorme ventana que dejaba ver las manchas del paisaje. Incluso tenía un baño y un vestidor para ella sola. La muchacha entró en el baño y clavó la vista en el espejo, admirando su cuerpo. Era delgada, pero no hasta el extremo. Llevaba puesto un vestido verde con el que siempre acudía a la cosecha, adornado con un cinturón hecho con hilo gris, el mismo hilo que se utilizaba para hacer las redes de los pescadores. No le quedaba mal, pero no era algo que llamase la atención. Regresó al vestidor en busca de ropa que pudiera servirle, pero toda era demasiado extraña para ella. Al final, después de una hora, salió de la habitación igual que había entrado. Se encontró a Radis mientras andaba perdida por el tren, y la mujer la condujo hasta el comedor, en el cual, tanto Finnick Odair como Kit Grobben estaban ya sentados.
Annie no podía dejar de mirar a Finnick, intentando explicarse por qué alguien como él la había ayudado. Al sentarse, el chico le sonrió, y Annie intentó no parecer demasiado avergonzada. Finnick Odair tenía la sonrisa más bonita que había visto nunca. La muchacha observó la mesa y vio más alimentos de los que había visto nunca. El hambre era un componente esencial en su vida. El trabajo de su madre nunca era suficiente para comprar todo lo que ellas necesitaban, así que había veces que tenían que racionar todo lo que tenían. Por eso, al ver tantos alimentos ricos y jugosos, el estómago de Annie empezó a gruñir, pidiendo más y más comida.
El silencio fue el protagonista en la cena, solo interrumpido brevemente por pequeñas conversaciones entre la estrambótica Radis y Finnick Odair, que trataba de responder con energía a sus comentarios. Ni Kit ni Annie hablaron durante todo el transcurso de la comida hasta que, cuando ya se llevaron los platos, los dos estaban tan llenos que incluso sintieron ganas de vomitar.
Acompañados por Finnick y Radis, ambos vieron el resto de cosechas. Tan solo había habido un voluntario ese año, un chico del distrito 1 con aspecto de gorila que se había presentado por un niño de doce. El más joven era un chico del distrito 7, de trece años, que se puso a llorar cuando lo seleccionaron. Para su poca suerte, Annie se vio a sí misma caer en las escaleras, y Radis soltó una risita diciendo que siempre venía bien algo de humor en las cosechas.
Tras la visualización, Finnick, con su irresistible sonrisa, les aconsejó que fueran a descansar, a pensar en los días que les esperaban y ellos, obedientes, lo hicieron.
Mientras caminaban juntos por el mismo pasillo, Annie sentía que podía cortar con un cuchillo la tensión que había entre ella y Kit. El chico iba callado, pálido, con la cabeza gacha. Cuando llegaron a la habitación de la muchacha, fue la primera vez que Annie oyó su voz.
-      ¿No sientes… - comenzó, girándose hacia ella – ese nudo en el estómago que te dice que no vamos a ganar?
Annie miró su rostro y descubrió que estaba muy asustado. Pero, ¿qué podía hacer ella por calmarlo? No se conocían. Y sabía perfectamente, que la muerte de uno significaba la gloria del otro. No podían ser amigos, pero sentía que tampoco eran enemigos al fin y al cabo.
-      Sí – respondió Annie.
Kit suspiró, frotándose los ojos con los dedos.
-      Es solo… No esperaba que me eligiesen hoy. Pensaba que… bueno, que la suerte sí estaría de mi parte.
Annie hizo una mueca. Ella tampoco pensaba que sería la elegida ese año. Era la tercera vez que estaba en esa situación y, bueno, si ya la había superado dos veces, ¿por qué no tres?
-      Bueno, que descanses – añadió Kit, con una sonrisa triste.
-      Lo mismo digo – dijo Annie, escondiéndose bajo unos mechones de pelo.
Cuando sintió a Kit alejarse, la muchacha se encerró en la habitación. Buscó entre los cajones ropa para dormir y sacó unos pantalones cortos y una camiseta, pero sentía la tela incómoda sobre la piel, por lo que la quitó y la tiró al suelo haciendo un ovillo.
Se tiró sobre la cama en ropa interior, con el pelo desperdigado sobre la almohada. Comenzó a sentir el nudo del que Kit había hablado, mucho más fuerte, extendiéndose desde su estómago hasta su garganta. Quería llorar, pero no le salían las lágrimas. Quería gritar, pero no tenía voz. Todo en ella se había apagado. Atrajo hacia su nariz el vestido verde que había llevado puesto durante la cosecha e inspiró el aroma que llevaba impregnado. Olía a sal, a casa. Pero Annie no podía permitirse pensar en su casa, en su madre, en su playa. Lanzó el vestido contra la puerta y se puso bocabajo, con la frente apoyada sobre la almohada.
¿Cómo sería el estadio? ¿Cómo sería el Capitolio? ¿Y los tributos? ¿Tenía oportunidades de ganar? Kit estaba convencido de que no, y ella, aunque quería creer que podría hacerlo, también sabía que era muy poco probable que volviera a ver su distrito.


3 comentarios:

  1. ¡Wéjeh! ¡Aquí estoy, cumpliendo con mi deber de fan loca-mentalmente desorientada pesada! <3
    Me leo los capítulos poco a poco, para no quedarme pronto sin ellos y eso, lo normal ^-^ Pero me he terminado de leer este y voy como una maldita flecha a por el tercero, porque me corroe la curiosidad (?)
    ¿Cómo leches no me pasé por este blog antes? Eres jodidamente perfecta, tu narración es ideal, narras lo justo, te saltas lo que no es importante, las descripciones son las necesarias, no más... Haces que la lectura sea demasiado amena, hasta el punto de que se te haga cortísimo >.< ¿Antes de escribirlo en Blogger, lo escribes en Word? Si es así, ¿cuántas páginas te ocupa cada capítulo? Yo y mi curiosidad de lectora, si no quieres contestar por pereza o lo que seas, a tu te lo perdono todo :3
    A la, ahora vuelvo, me voy a leer el tercero xD

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    1. Ñañañaña ¡Puedes ser todo lo pesada que quieras! Adoro eso <3
      Muchísimas graias, de verdad. Realmente, no te haces a la idea de lo importante que es para mí ver comentarios como este. Sí, lo escribo en Word, y suelo calcular entre las cinco o seis páginas :)
      En serio, gracias por leerlo :)

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  2. Hola

    Vale, me voy a convertir en una stalker profesional de tus historias. Me encanta la visión que das de Annie, la verdad es que me la imagino muy parecido. Por cierto que pesimista es Kit, a ver, entiendo que no esté saltando por el tren pero no sé, no creo que sea bueno ser tan pesimista. Y tener a Finnick de mentor debe ser una distracción, yo solo digo eso (Aunque para Kit no lo será) También es normal esa curiosidad que tiene por el Capitolio, es algo desconocido y (aunque a mi no me lo parece) fascinante.

    Vale, creo que ya te lo he dicho, pero te lo repito tu narración es genial, hace que el capítulo se me haga muy corto y las descripciones que haces. Lo mantengo, escribes muy bien.

    Muchos besos

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