sábado, 27 de octubre de 2012

Capítulo 7. 'Instrucciones'


Finnick se despertó cuando los primeros rayos de sol entraron por su gran ventana. Había personas en la calle incluso tan temprano, moviéndose aquí y allá, pero Finnick no pudo deducir si se trataba de gente muy madrugadora o gente que no había dormido. Se sacudió el pelo, lo que solía ayudarle a despejarse, y se dirigió al baño. Tras darse una ducha y vestirse con algo cómodo, salió al pasillo para dar una vuelta antes de que empezasen a servir el desayuno.
Por suerte, no era el único que había madrugado.
-      ¿Annie?
La chica estaba sentada frente a un televisor, mirando las imágenes con los ojos muy abiertos. Aún estaba en pijama, arropada con una sábana, abrazándose las rodillas. Tenía un leve rastro de sueño bajo los ojos, y  el pelo enredado y sin peinar. Al ver que la muchacha no lo había escuchado, Finnick se acercó hacia ella, clavando los ojos en la televisión.
Estaban retransmitiendo un documental sobre los Sexagésimo Quintos Juegos, los que él había ganado. No paraban de sacar imágenes de él, alabando su estrategia. Tiraba la red, montaba la trampa, capturaba al tributo y lo mataba con el tridente. Una y otra vez. Apenas recordaba muchos de los detalles que salían en pantalla, y tragó saliva. Se sentía a punto de vomitar cuando sabía lo que había hecho en el estadio, las vidas que había quitado, pero se consolaba diciéndose a sí mismo que el resto habría hecho lo mismo con él. Era lo mismo que había dicho en la cena la noche anterior. O ganabas o morías.
Por fin, cuando Finnick ya estaba detrás del sofá, con los puños apretados en el interior de los bolsillos, Annie se dio la vuelta y lo vio, sobresaltada.
-      No te había oído – susurró, e intentó apagar la televisión.
Sin embargo, el mando no respondía, y se quedó mirando al suelo, con expresión de arrepentimiento.
-      Tranquila, Annie – dijo Finnick, sentándose a su lado -. No pasa nada.
La chica se arropó aún más con la manta y miró a su mentor.
-      ¿Fue difícil?
Finnick agachó la cabeza, acariciándose la nuca.
-      No realmente. Cuando estás ahí dentro, no piensas, solo actúas.
-      ¿Quieres decir – interrumpió ella – que se te olvida que estás matando personas?
Finnick tragó saliva antes de contestar.
-      No, pero tiene menos importancia. Sabes que si no acabas con ellos, ellos acabarán contigo. No tienes elección, y no te detienes a pensarlo.
Annie se encogió, y Finnick pudo ver lo pálida que estaba. Sitió un impulso casi incontrolable de colocarse junto a ella y tranquilizarla, pero eso no sería correcto. Así que, intentó contenerse.
-      Parecías un monstruo ahí dentro – confesó Annie, entonces, escondiéndose entre los mechones de pelo.
-      Lo sé – aceptó él, y fue lo único que dijo.
Pasaron los minutos, y la televisión seguía sacando imágenes brutales sobre aquel jovencísimo chico con un tridente que se había proclamado vencedor a una velocidad vertiginosa.
-      Lo peor – continuó Finnick, en voz muy baja – es lo que viene después de los Juegos.
-      ¿Qué insinúas?
-      Te cambia la vida, pero no sabría decir si para mejor o para peor. Los recuerdos no se borran, Annie. Tienes que vivir con eso – y señaló la pantalla – para siempre.
La muchacha parecía aún más asustada, pero se sobrepuso, intentando que Finnick no lo notase. Obviamente, él lo notó. Cómo le habían empezado a temblar las piernas, cómo aguantaba las lágrimas en los ojos para no empezar a llorar.
-      No voy a volver a casa – admitió ella, dejando caer la cabeza.
-      Te prometí que…
-      No tengo ninguna oportunidad ahí fuera, Finnick. Ninguna. Y todo el mundo lo sabe.
Finnick sí se acercó a ella, colocándole una mano en el cuello. Lo sentía cálido, con los músculos tensos bajo la piel y el pulso de su corazón latiendo sobre sus dedos.
-      Una cosa es que creas que lo saben. Otra que lo sepan.
Annie se había quedado helada. Finnick apartó la mano, pues no estaba convencido de hasta qué punto le había afectado el contacto. El chico sabía que debía andarse con cuidado, porque lo que sentía por dentro no era bueno, pero una parte de él se negaba a abandonar ese sentimiento. Aunque no fuese especialmente bueno para él.
Annie se levantó y, sin decir nada, se marchó de la sala, cabizbaja. Cuando desapareció por la puerta, Finnick se tumbó en el sofá, masajeándose los ojos con las puntas de los dedos. ¿Qué le estaba pasando? Era algo inexplicable. Algo que avanzaba por su interior como una culebra. Era diminuto ahora, pero imposible de ignorar. Cuando empezó a sentirse hambriento, los avox entraron en la sala, depositando las bandejas de comida en la mesa. Radis iba tras ellos, con ánimo, mostrando su sonrisa afilada. Cuando se fijó en el chico, su cara pareció iluminarse más de lo normal y se acercó a él dando pequeños saltitos.
-      Finnick Odair – saludó, con una voz seductora.
-      Radis.
La mujer se sentó junto a  él muy cerca. Sabía las sensaciones que él provocaba en las personas, por lo que no se sintió extraño cuando Radis comenzó a acariciarle. Por suerte, Kit entró en la habitación, con cara de entusiasmo, y se vieron obligados a acompañarle en el desayuno.
-      ¿Y Annie? – preguntó el chico, engullendo un trozo de pan.
-      Estará aún dormida – mintió Finnick, intentando no darle importancia.
-      ¿Hablasteis ayer? – siguió Kit, sin dejar de comer.
-      Sí, pero es comprensible, está asustada.
-      Estoy aquí.
Los tres levantaron la vista y vieron a la chica, vestida con el uniforme de los tributos y el pelo recogido. Si Finnick había hablado con una chica asustada y pálida, no quedaba nada de ella. Parecía incluso más despierta y despejada que su compañero.
Annie se sentó junto a Kit, pero apenas probó el plato que le pusieron delante. Se limitó a mirar al vacío, seria, sin hablar ni intervenir en la conversación. Finalmente, cuando ya se disponían a hablar antes de dirigirse al gimnasio donde entrenaría, habló:
-      Radis, siento lo de anoche. Estaba nerviosa por el… desfile, los juegos todo… No lo pensé, de verdad. Lo siento.
La mujer sonrió y le cogió la mano, haciéndole ver que la perdonaba. Sin embargo, Finnick la observó, pensativo. Kit sonrió a su vez y miró a su mentor.
-      Muy bien, entonces, ¿qué hacemos? – preguntó.
Finnick intentó recordar qué le había dicho Mags cuando él se encontró en la misma situación.
-      ¿Hay algo que se os dé bien? ¿Algún arma?
-      Soy bueno con la lanza – admitió Kit, pasándose una mano por el pelo -. Puedo alcanzar una buena distancia con ella.
-      Bien – respondió Finnick, pensativo -. ¿Y tú, Annie?
Nada.
-     ¿Quizás un cuchillo? – comenzó, pero negó con la cabeza.
-      No sé. Nunca he hecho nada de eso.
Finnick los observó a ambos con una pizca de desilusión. Sabía que Annie no había cogido un arma en su vida, se lo había dicho la noche anterior, pero esperaba que Kit supiese hacer más, cosas, que pudiese ayudarla.
-      Vale – comenzó Finnick -. Entrenaos en todos los puestos. Arcos, cuchillos, espadas, lanzas, todo. Kit, tira un par de lanzas, pero no lo hagas excesivamente bien, deja eso para la sesión privada. Annie… ¿los nudos, quizás?
La chica sonrió, asintiendo.
-      Sé hacer nudos. Por lo de hacer redes y eso.
Finnick sonrió. No era algo con lo que pudiese matar a alguien, pero un oponente colgado de un árbol era más inofensivo que uno a pie.
-      Lo mismo, haz un par de ellos, pero no te excedas. ¿Vais a hacerlo juntos o separados?
Annie y Kit se miraron a los ojos, esperando que alguno de ellos dijese algo. Finalmente, Kit habló:
-      ¿Tú que escogiste?
-      Separado – confesó -. La chica que venía conmigo estaba todo el día llorando, no podía aguantarla.
Finnick recordó a su compañera, Alysha, tres años mayor que él. Era alta, fuerte, guapa… Pero una completa inútil. Desaprovechó sus entrenamientos, sacó un cinco en la sesión privada, aburrió al público con sus lágrimas y murió en la Cornucopia. Finnick apenas había tenido tiempo de conocerla bien.
-      ¿Entonces? – preguntó Annie, mirando a Kit.
-      Juntos – respondió el chico -. ¿Qué más da? Ya sabemos los puntos fuertes de cada uno. No entiendo que más secretos podemos esconder.
Annie asintió, mirando a Finnick. El joven mentor se revolvió el pelo bronce con la mano, intentando estrujarse el cerebro para recordar qué más había dicho Mags, pero no lo consiguió. Solo podía recordar a Alysha llorando.
-      Bueno, id ya. No os metáis con otros tributos, he oído que el del distrito cinco es un bruto. Y seguid mis instrucciones. Luego nos vemos.
Los chicos se levantaron de la mesa y desaparecieron, dejando a Finnick solo con Radis de nuevo. La mujer le sonrió, pero él ya se estaba levantando. Antes de que ella pudiese hablar, Finnick abandonó la habitación. Necesitaba hablar con alguien. Y lo necesitaba urgentemente.

3 comentarios:

  1. Con la foto de final de capítulo me acabarás convenciendo de que ese chico puede ser un buen Finnick.

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  2. Hola

    En serio, estás harta de mi ¿cierto? Y si te tengo que escribir una Biblia por cada capítulo porque si no no sería yo. Annie es tan sincera que apabulla, vamos, decirle a Finnick que parecía un monstruo no es muy delicado. Aunque Finnick también tiene razón, porque no tienes otra opción, bueno morir. Ahora estoy confusa. Bueno, sigo leyendo que estoy con la intriga.

    Muchos besos

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