viernes, 12 de octubre de 2012

Los Protegidos. 'Estoy jodido'.

¡Bonitooooos! Bueno, hace mucho que no subo una entrada así suelta al blog, así que, perdonadme por eso, pero es que Bachillerato me roba muchísimo tiempo... El caso es que he querido variar un poquito, con algo que no sé si todos conoceréis. Se trata de una serie que realmente me enamoró, desde el primer capítulo hasta el último. 'Los Protegidos'. Los que la hayáis seguido sabréis que es una serie que nunca debió acaba. Los que no, debéis verla (igualmente, os pongo un vídeo abajo para que sepáis cómo es la escena, igual que un breve resumen justo antes de lo que pasaba anteriormente y, en concreto, en ese capítulo). Añado que estoy muy enamorada de Culebra, el personaje, y del actor, Luis Fernández. Ambos son amor. Y bueno, eso, que espero que os guste <3


'La familia Castillo es una familia cuyos niños tienen poderes. Se unieron al conocer que todos los tenían, por lo que no están emparentados, y tienen que llevar el asunto de los poderes en secreto. Carlitos, el niño, tiene telequinesia. La niña, Lucía, telepatía. Luego están el padre, Mario, siempre muy nervioso, y la madre, Jimena, que está intentando encontrar a su hija Blanca, una niña que podía prever el futuro, a la que 'los malos' secuestraron. (Los malos, el Clan Elefante, secuestran a los niños para usarlos en su favor). Y luego están los protegonistas de este fic. Sandra es una chica que genera un campo eléctrico, aunque no puede controlarlo, que huyó de su casa tras herir a su hermana. Culebra es un chico de la calle que tiene el poder de la invisibilidad. Obviamente, entre ellos hay una historia de amor imposible: primero, porque ambos tienen que fingir que son hermanos. Segundo, porque él no puede tocarla, debido a que ella enviaría una descarga a su cuerpo. Y el tercer factor es Ángel, un chico que Sandra encontró que controla la masa molecular y que sí puede tocarla. Culebra está celoso de él.
En este capítulo, una chica, Paqui, invita a Sandra a su piscina. Ángel convence a Sandra de que, si se relaja, puede meterse en el agua como alguien normal. Entonces, tiran a Sandra a la piscina (vacía) y se produce el mismo efecto que cuando tiras un secador. Paqui quiere meterse en el agua con Sandra, pero, de no ser por la intervención de Culebra, que evita que la chica se moje, Paqui habría muerto. Sandra cree que nunca va a poder tocar a nadie.
(Es un resumen un poco mierda, lo sé, lo admito, pero tenéis que ver la serie. Es brutal)*.

 
 
No pienso irme de aquí hasta que me escuche. Hasta que me abra la puta puerta. Sé que está de pena, y todo por culpa del boca-piñón, que es el estúpido que le está dando esperanzas. ¿Normal? Ya, normal. Ella no es normal, y es la única que no se da cuenta.
-      ¡Abre! – digo, empujando la puerta.
-      Culebra, lárgate y déjame en paz.
-      Sandra, abre la puerta.
Intento parecer lo menos desesperado posible, pero no me sale. Solo quiero entrar, hablar con ella, ya que no es posible abrazarla y decirle que todo está bien, aunque eso es mentira, porque entre nosotros nada está bien.
La oigo levantarse de la cama y resoplar. Bien. Cuando abre la puerta, intento sonreírle, pero tampoco soy capaz. Vaya mierda que estoy hecho.
-      ¿A qué has venido? – y por su voz noto que está de muy, muy, muy mal humor -. ¿A decirme ya te lo dije, yo tenía razón, y tú estabas equivocada? Bueno, pues muy bien, ya me lo has dicho, déjame en paz.
Que cabezona.
-      Que no.
-      ¿No qué?
-      Que ni me voy a largar ni vengo a decirte eso.
-      ¿Entonces a qué leches has venido?
Antes de que pueda responderla, ella se da la vuelta, pasando de mí como de comer mierda, pero yo no me rindo. La calle me ha enseñado que quien la sigue, la consigue.
-      Pues para ver si sigues rayada con la movida de la piscina.
Sandra empieza a alterarse, con que la luz se va. Quiero decirle que se relaje, pero ella no aguanta que se lo diga. Bueno, ya lo he dicho, es una puñetera cabezona.
-      ¿Te refieres a que casi mato a Paqui, o a que nunca voy a poder ser normal?
No sé por qué, pero sus palabras me llegan hondo, me tocan lo más profundo y me alteran. El ojitos lindos la tiene bien enganchada. Como una puta droga. ¿Qué más dará?
-      Normal – digo, resoplando. Ya es hora de que se dé cuenta -. Qué manía con ser normal, ¿no? Pues mira, te digo una cosa.
No sé qué estoy haciendo, pero sé que tengo que hacerlo. Aquí, ahora, con Sandra cabreada. La adrenalina me llega hasta las puntas de los dedos.
-      Yo no quiero ser normal – Sandra me mira con el ceño fruncido, sin entender -. Porque si fuéramos normales, tú y yo no nos habríamos conocido.
Mierda. ¿Qué he hecho? ¿Por qué? ¿Qué mierda es esto? Joder. La luz se va. Menos mal, porque ahora mismo tiemblo por dentro. El resto de la habitación se difumina. Solo existe ella, mirándome como si le hubiese contado cualquier mentira, pero a la vez, sabiendo que lo que le digo es verdad. Así como lo siento. Oigo estallar unas bombillas y miro a mi alrededor, de vuelta a la realidad, pero tengo un puñetero hilo invisible clavado en la frente que me obliga a no dejar de fijarme en ella, en su expresión. ¿Qué siente? Y yo que sé.
Se gira, ocultando su cara con el pelo. Mi primer acto impulsivo es seguirla, pero me quedo parado, inmóvil, sin saber qué decir o qué hacer. Ahora mismo, soy una piedra. Sandra se sienta en el suelo y se muerde los guantes, nerviosa, con los ojos demasiado brillantes. Ay, mierda. Joder, yo no puedo con estas cosas. No puedo verla llorar, así, sin poder quitarle las lágrimas de la cara y decirle que ya pasó, que se tranquilice. Me siento frente a ella en la cama y espero, mirando su pelo desde arriba. Ella empieza a llorar y deja de mordisquearse los guantes, y mi subconsciente me dice que se siente junto a ella, en el suelo, por lo que me bajo de la cama.
-      Tú no lo entiendes, Culebra – la voz se le corta al final de la frase.
No me mira, sus ojos todavía miran al suelo, a los guantes, yo que sé dónde coño está mirando, pero no puedo verla así. Desesperada por ser normal. Joder, ser normal. Vaya tontería.
-      Es que no sabes lo que duele… - ¿Doler? ¿Desde cuándo hablamos de doler? – querer tocar con todas tus fuerzas a alguien y no poder hacerlo.
Ja. Esta es la mía. ¿Perdona? Creo que no he oído bien. Hola, Sandra, aquí me ves, desesperado por tocarte una vez, solo una vez. Que sueño con eso, que lo he soñado muchas veces, que es una puta tortura.
-      Sí – digo -. Sí lo sé.
Me agacho hasta quedar frente a sus ojos. Cerca, siempre demasiado cerca. Por fin, Sandra parece reaccionar, sabe lo que le he dicho. Y, por primera vez, no me importa que se haya dado cuenta. Que lo sepa. Que sepa que lo que le dije aquel día fue verdad, que siempre voy a volver a por ella. Que es lo más… ¿importante, lo más bonito? No sé, pero me importa. Puede que no sea una hermanita de la caridad, que vaya por ahí repartiendo ostias, que mi lugar sea la calle y que me haya criado en reformatorios. Que sí, que puedo tener pinta de chungo, que robo y que no soy un hijo modelo. Que me molan los líos, vaya. Pero hay cosas que me importan.
Levanto una mano para tocarle la mejilla, pero ella se limpia la cara, apartándose. No sé si es un no, un “no” en plan lo siento, pero no eres lo mismo para mí que yo para ti, un “no” en plan quita o es un tengo miedo de hacerte daño. Para consolarme, digo que lo último. Ella sigue llorando, pero me mira, y debajo de todas esas lágrimas, veo algo que me dice: Ahora.
No sé qué es ese algo, pero le hago caso. Ella está muy cerca. Muy, muy cerca. Empiezo a avanzar con lentitud, sin agobios, puede que para no llevarme una decepción. La miro a los ojos, a la boca, y ella no se aparta. Al contrario, se mueve hacia mí, aún con los ojos llenos de lágrimas, pero veo que también quiere besarme. ¿Para qué negar lo que es obvio? Quiero besarla, decirle con todo eso lo que no me atrevo a decirle a la cara, dejar que, por un momento, sea mía. Aunque no me lo merezca, pues le he hecho un montón de putadas desde el principio. Bueno, a ver, lo siento. Pero también me lo estoy currando.
Casi puedo sentir su respiración en mi cara, y me acerco más y más. Cierra los ojos y las pestañas le hacen sombras bajo los ojos. Preciosa, es preciosa. Cierro los míos.
Entonces, un chasquido. No quiero abrir los ojos, pero lo hago. La luz ha vuelto. Sandra pega un pequeño salto y se separa de mí, sorprendida. Mierda. Busco sus ojos, pero ella me evita, mirando cualquier otro lugar de la habitación que no sea yo. Y eso me pone de los nervios.
Tío, resígnate. No hay nada que hacer.
Niego un poco con la cabeza. Puede que esté diciéndome a mí mismo que no me voy a resignar. Puede que esté negando eso, convenciéndome de que lo mejor es rendirse. Quizás le estoy diciendo que no se preocupe, que no pasa nada, que la entiendo. No sé, las imágenes se mezclan en mi cabeza. Vuelvo a mirarla, pero ella ya no está. Me levanto y me voy.
Estoy completamente rayado. Loco, ¿de qué? ¿De ella? Mierda. Me mola, eso está claro. Pero, ¿cuánto? El corazón me va a mil por hora. ¿De qué, de dónde viene esto? ¿Rabia? Puede. Todo por una mierda de bombilla que ha decidido encenderse ahora. Pero claro, Sandra siempre va a ir unida a las bombillas. Entonces es ella quien tiene la culpa. ¿Por qué no puedo culparla? Joder, no sé qué me pasa. Estoy pillado, muy pillado. No es la primera vez que intento besarla, pero sí la primera que estoy tan cerca. Mucho más que las últimas veces. En mi cabeza ella me sonríe, y yo sonrío como un completo gilipollas, aunque no me siento feliz para nada.
Estoy muy jodido.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario