sábado, 24 de noviembre de 2012

Capítulo 11. 'Quiero irme a casa'.

-      Entonces, ¿lo tienes todo claro?
Kit asintió, forzando una sonrisa.
Habían practicado durante horas diferentes formas de presentarse ante el público. Siguiendo las mismas pautas de Mags, Finnick había tratado de establecer una actitud que favoreciese al chico, empezando por la que él mismo había utilizado. ‘Si puedes usar tu físico, Finn, úsalo. Eso es lo que les importa. La belleza mueve al mundo. La gente se vuelve bella para agradar al resto. Si posees belleza, los tienes’. Kit no era como Finnick, porque nadie en el mundo lo era. No tenía sus ojos verdes, su pelo cobrizo o su gracia al andar o al hablar, pero era apuesto. Así que, Finnick había tratado de enfocar su actitud hacia la seducción.
Sorprendentemente, Kit era un seductor nato.
Finnick no sabía decir si eran sus sonrisas, la manera en la que sus muecas formaban hoyuelos en sus mejillas o sus miradas, pero sintió que Kit era bueno en eso. ‘Si posees belleza, los tienes’. Kit no era excesivamente bello, pero se compensaba con su actitud.
A Finnick le gustaba lo que veía.
-      Realmente, no me siento seguro haciendo esto – dijo el chico, apartándose un mechón rebelde de la frente.
-      Se te da muy bien, Kit – admitió Finnick -. Se derretirán contigo.
-      ¿Eso crees?
-      Eso sé. Y ahora, vete, Radis te espera.
Kit se levantó del sillón y se dirigió a la puerta, encorvado. Se había propuesto ser duro y estar concentrado, pero no había servido para nada, tan solo para cansarse. ‘Yo no soy así’, le había dicho a Finnick. ‘Aparentar ser algo que no soy es agotador’. Y Finnick, además de entenderlo, no podía estar más de acuerdo.
-      No me entusiasma mucho la idea de estar cuatro horas con Radis – admite Kit, colocando una mano sobre la puerta.
Finnick rió.
-      Créeme, Kit, te entiendo perfectamente.
El muchacho abandonó la habitación en una carcajada. Finnick no podía estar más satisfecho: por primera vez, las cosas empezaban a salirle bien. Sin embargo, detrás de esa felicidad, había una sombra de duda y miedo, porque no tenía claro si esa buena suerte llegaba más tarde que pronto.
Finnick ordenó que le trajesen la comida al salón, porque no le apetecía encontrarse con Radis. La última vez que se habían cruzado, ella le había mirado con miedo. Ya no había deseo en sus ojos desde el momento en el que él se había enfrentado a ella. Así que, teniendo lejos la presencia de Radis, Finnick estaba relajado.
Acabó de comer  y, mientras una pareja avox se llevaba los platos, se levantó, observando la calle a través de la ventana. La gente paseando, observando las pantallas repartidas a lo largo de toda la ciudad, apostando por sus posibles ganadores. Finnick ignoró todo eso, pues no podía sino sentir asco, así que se limitó a observar la belleza de la ciudad. Sus edificios de colores vistosos, al igual que los adoquines de las calles. La manera en la que el sol se reflejaba en el agua de los ríos que se adentraban en la ciudad. El Capitolio tenía una belleza que pocos lugares tenían.
Finnick se giró y, sorprendido, observó a Annie, sentada en el sillón, cruzada de piernas y brazos. Tenía el pelo recogido en una trenza, pero varios mechones se escapaban de ella, enmarcando su rostro. Finnick observó que estaba descalza, con los pies rojos y doloridos a causa de las prácticas con los tacones altos.
-      Hola – saludó Annie, tímidamente.
Finnick se sentó frente a ella, con un dedo sobre los labios. Intentaba concentrarse en el enfoque de la muchacha, pero era difícil. No dejaba de pensar en cómo ella parecía negarse a seguir viva. Una y otra vez, una y otra vez.
-      Bueno, di algo – susurró la chica, apartando la mirada de él.
-      ¿Qué quieres que diga?
-      No sé. Que me perdonas.
Finnick levantó las cejas, irguiéndose.
-      ¿Por hacer qué?
Annie parecía desconcertada.
-      Por… ¿ser tan horriblemente pesimista? – Finnick alzó más aún las cejas, divertido -. Bueno, te he contado mi secreto más preciado. Eso debería compensarse.
Annie sonrió, haciendo que Finnick sonriese a su vez. Sin embargo, una palabra había calado en su mente. Secretos. Él conseguía los secretos de otra manera. El secreto de Annie no era comparable a esos.
-      Vale, entonces – admitió Finnick -. Se compensa. Así que… ¿qué vamos a hacer contigo?
Annie sonrió. Finnick no podía creer en cómo una simple sonrisa podía transformar tanto su cara. Parecía más joven, más fuerte, menos asustada.
-      ¿Qué tal si pruebas con un enfoque seductor? – sugirió Finnick, siguiendo la misma pauta de Kit.
-      ¿Seductor? – Annie parecía altamente sorprendida -. Finnick, soy todo menos seductora.
-      ¿Pasional?
Annie se inclinó hacia delante, con la boca abierta y las cejas muy levantadas.
-      Pasional – soltó, como si fuese una palabrota -. ¿A qué te refieres con pasional?
Finnick soltó una carcajada silenciosa, entendiendo el porqué de esa pregunta.
-      No me refiero a que tengas que tirarte sobre Caesar cuando entres, o ser… una seductora masiva. Lo que quiero decir es que tu madre se desmayó en la cosecha. Enfócalo todo a ‘quiero volver por mi madre’, ‘voy a volver por ella’…
-      ¿Fingiendo de nuevo, entonces? – inquirió Annie.
-      Siempre fingiendo.
Finnick observó, a medida que pasaba la tarde, que cualquiera de los papeles que Annie interpretase, le venía como anillo al dedo. Pasional, humilde, retraída o leal. Cualquiera era adecuado para ella, pero hubo uno que sobresalía sobre todos ellos.
Cuando no fingía.
Entre papel y papel, Finnick podía ver cómo de adorable era Annie sin darse cuenta. Era una niña entrañable, a la que, inevitablemente, tenía que cuidar y proteger. Podía ver vulnerabilidad y miedo, pero también fuerza y determinación. Podía ver que Annie se ganaría al público simplemente siendo ella misma.
-      Olvida todo lo que hemos hecho – soltó Finnick, cortando su discurso orgulloso.
-      ¿Qué?
-      Olvida la interpretación. Sé tú misma, sabes hacerlo. Muestra todo lo que te muestras a ti misma.
Annie tragó saliva, asustada de repente.
-      Hay veces que me escondo de mí misma, Finnick – admitió.
-      No haces eso conmigo. Puedo verte al completo.
Ambos se miraron durante un breve período de tiempo, hasta que Annie apartó la mirada. Finnick continuó hablando:
-      Soy muy observador, Annie. Y tú, aunque no te des cuenta, muestras mucho más de lo que quieres mostrar. Dime, ¿a cuántas personas has querido enseñar tu fuerza? ¿O tus miedos? ¿O el temor a que tu madre enferme demasiado, o a tener que acabar con alguien ahí dentro? ¿O al quedarte sola en la Arena? ¿A cuánta gente te has mostrado agradable, tímida y adorable sin querer?
Annie cada vez parecía más sorprendida. Finnick suspiró, parando su discurso. No parecía muy convencida.
-      ¿Todo eso has visto en mí? – susurró Annie.
-      Todo eso y más, Annie – admitió Finnick.
Annie se giró, apartando la mirada, visiblemente incómoda. Al mismo tiempo, Finnick sonrió. Sin motivo. Simplemente lo hizo.
-      Entonces… ¿sin fingir?
-      Sin fingir.
-      ¿Nada?
-      Absolutamente nada.
Annie frunció el ceño y, entonces, le miró directamente a los ojos. Mar contra tormenta. Ambos aguantaban la respiración, como si sus alientos pudiesen romper el contacto visual que se había establecido entre ellos. Finnick podía ver las palabras en la garganta de Annie, esforzándose por salir al exterior, abriéndose paso por su cuello. Esperó pacientemente. No sabía qué quería decirle la chica, pero no se iría ni dejaría que ella se fuese sin oírlo.
Entonces, ella lo dijo.
-      ¿De verdad vas a sacarme del estadio viva, Finnick?
Su voz estaba relajada cuando habló, pero había un deje de inseguridad en ella. Finnick la observó con cuidado, recordando detalles que había observado sobre ella. La manera en la que un mechón de pelo caía sobre su hombro. La manera en la que sus mejillas se habían sonrojado ligeramente. Cómo caía la blusa blanca sobre su cuerpo. Las marcas de los tacones en sus pies descalzos. Pero sobre todo recordó que Annie era magia. Desde aquel momento en el que se convirtió en una sirena. Y el mundo no podía vivir sin magia.
-      Sí – respondió Finnick.
-      ¿Estás eligiendo, pues? – preguntó Annie, inclinándose hacia delante en el asiento.
El estómago de Finnick se colocó repentinamente en su garganta. Aunque lo negase, sabía perfectamente que estaba eligiendo. Que sabía a quién quería ver fuera del estadio, viva y a salvo.
‘Maldita sea, Mags. ¿Cómo lo hiciste?’, se preguntaba. Mags nunca dudó a quién prefería. Estaba claro que iba a ayudar a Finnick desde el principio, y él no podía entender cómo se había desquitado con su compañera. Claro, que la situación era bastante distinta cuando él había ido a los Juegos, pues todo el mundo sabía que Alysha no conseguiría hacer nada en el estadio. Sin embargo, tanto Annie como Kit tenían esperanzas. El estómago de Finnick se contrajo, más, creando una inmensa bola.
-      Annie… - comenzó.
-      Da igual – interrumpió ella, agitando la cabeza, de modo que se escaparon más mechones de su trenza -. No quiero saberlo. Haz lo que tengas que hacer.
Se quedó en silencio entonces, con la cabeza agachada. Entonces, alguien llamó a la puerta y la cabeza de Kit asomó por la abertura.
-      Os esperamos para cenar – indicó con una media sonrisa.
Finnick fue incapaz de mirarlo. Se sentía horriblemente culpable, pero ¿qué podía hacer? Sabía que, hiciera lo que hiciese por evitarlo, al final, él intentaría con muchas más fuerzas que Annie ganase la competición. Y eso significaba que, inevitablemente, Kit iba a morir.
Finnick observó, al mismo tiempo, que Annie tampoco le miró. Estaba pálida, con una expresión de culpa en el rostro. Finnick quiso acercarse y decirle que ella no tenía por qué sentirse así, que eso era decisión suya, del mismo Finnick, pero no fue capaz.
Kit, desconcertado ante el silencio de la habitación, salió, cerrando la puerta. De repente, Annie se relajó y una lágrima cristalina cayó por la comisura de su ojo izquierdo. Entonces, empezó a llorar.
-      Eh – susurró Finnick, acercándose a ella -. Eh, Annie, oye…
-      No quiero esto – sollozó la muchacha -. Morir o matar, fingir, mentir… No puedo.
Finnick se sentó a su lado y la miró mientras lloraba. No iba a decirle algo como ‘no te preocupes, sí que puedes’, porque nadie podía con algo así. Ni siquiera él, después de cinco años, había logrado acostumbrarse a sus pesadillas sobre sus Juegos, y estaba emocionalmente destrozado a causa de la culpabilidad que implicaba ser mentor. Ahora entendía a Mags cuando le dijo que no debía haberlo hecho. Tenía razón, como siempre.
Annie parecía empequeñecer más con cada lágrima. Finnick se dejó llevar por los impulsos y alargó los pulgares hacia su rostro para quitar las gotas de lágrimas saladas de sus mejillas, sobre la piel suave. Entonces, Annie le miró fijamente, de nuevo, y Finnick observó que era una niña, después de todo. Seguía siendo una niña a la que estaban obligando a comportarse como una adulta.
-      Quiero irme a casa – susurró Annie, casi en un suspiro.
Y se dejó caer en el hombro de Finnick, sollozando de nuevo. Finnick la envolvió con los brazos, inseguro acerca de si eso era lo correcto, y dejó que ella se acomodase en su regazo. Olía a mar. Incluso después de tantos baños con diferentes aromas, Annie seguía conservando su hogar en ella misma. Y Finnick se dio cuenta de que él también lo echaba de menos.
-      Yo también quiero irme a casa, Annie.
Se quedaron así, abrazados, hasta que Annie se calmó. Entonces, se separó lentamente de él, con una media sonrisa avergonzada en los labios y los ojos hinchados.
-      Siento esto – se disculpó.
-      Tranquila, Annie – dijo Finnick, apartando los restos de lágrimas de sus mejillas -. Tenías demasiadas cosas acumuladas. A veces está bien llorar para vaciarte.
Finnick apoyó su mano derecha sobre la de la muchacha y entrelazó sus dedos, dándole un suave apretón. Annie no dejaba de mirar sus manos unidas. Entonces, levantó la mirada hacia Finnick, de nuevo hacia sus ojos.
-      Gracias.
Finnick no sabía por qué no podía hablar. Quizá había sido el tono con el que lo había dicho, porque no estaba muy seguro de si se refería a ‘gracias por ayudarme a ganar esto’ o ‘gracias por darme consuelo ahora’. Fuese como fuese, había algo en esa palabra que le había llegado muy adentro. Algo escondido. Y Finnick no fue capaz de hablar más. Simplemente le dio otro apretón en los dedos y una media sonrisa.
Annie se limpió los ojos con la manga de la blusa, intentando aparentar normalidad. Cogió las zapatillas que tenía en el suelo y se marchó, no sin antes dedicarle una mirada de complicidad a Finnick.
Cuando Annie hubo salido, toda la tensión que amenazaba a Finnick se agolpó sobre él, hundiéndolo.
‘Egoísta’.
‘Culpable’.
‘Traidor’.
‘Eres un mal mentor, nunca debiste hacer esto’.
Sin embargo, cuando Finnick cayó, derrotado, sobre los cojines del sillón, una voz se irguió sobre todas las demás, aplacándolas: ‘Quiero irme a casa’.
Y una parte de su subconsciente, una parte mínima que estaba casi intacta a la tensión y las emociones, formuló una promesa.
Al final, conseguiría devolver a Annie a su casa.

1 comentario:

  1. Hola

    Vale, después de este capítulo quiero estar por mi habitación haciendo la croqueta de lo ASDFGHJKLÑ que ha sido. Y la decisión final de Finnick, en serio, los adoro. Son mi OTP del LJDH (ya lo eran antes, pero ahora has logrado que fangirlee lo que no está escrito con esta pareja. Bueno, sigo leyendo.

    Muchos besos

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