sábado, 3 de noviembre de 2012

Capítulo 8. 'Los entrenamientos'.

-      ¿Y ahora qué? – preguntó Annie.
Ya habían recibido la charla de Atala, la supervisora, que les había dado todas las instrucciones posibles. El chico del distrito 5, un gigante de piel morena, casi más morena que la piel de Kit, se reía a carcajadas cada vez que un tributo fallaba. Incluso llegó a enfrentarse al chico del distrito 1, otro gigante musculoso.
Kit se encogió de hombros y la miró, con alarma.
-      ¿Te parece si me enseñas a hacer nudos?
Annie sonrió y acompañó a Kit hasta el puesto de las trampas, donde un hombre delgado intentó enseñarles las cosas que Annie, gracias a los muchos años que se había pasado haciendo redes para entretenerse, ya sabía. Llegó un momento, incluso, en el que el hombre tuvo que resignarse y dejar que Annie le enseñase todos los nudos posibles a Kit, dejando en ridículo al instructor.
-      Y ahora, das una vuelta más y ya lo tienes – concluyó, dejando el último nudo sobre la mesa.
Kit se rascó la nuca con el pulgar, frunciendo el ceño de manera que parecía que sus cejas se hubiesen unido en una sola.
-      No parece difícil.
-      Vamos, intenta alguno.
Annie le tendió un cordel lo suficientemente grueso y observó cómo Kit movía sus manos, no a la misma velocidad ni soltura que ella, pero sí cuidando cada movimiento. No perfecto, pero no estaba mal para ser la primera vez.
-      Y bueno – comenzó Kit, concentrado en el nudo -. ¿Tú realmente querías entrenar conmigo?
Annie apartó los ojos de sus dedos y le miró, descubriendo que él ya la estaba observando con atención. En realidad, cuando Finnick les había dado la posibilidad de elegir entre entrenar juntos o separados, ella había pensado que, quizá, si entrenaban por separado evitaría pasar más horas de las necesarias con Kit, pues sabía que en el estadio no quedaría nada de ese chico agradable. Sin embargo, él había decidido que podían entrenar juntos, y ella no habría podido negarse.
-      No, en realidad – respondió Annie, apartando los ojos de él.
Los hombros del chico se hundieron levemente, pero luego volvió a sonreír, envarándose, y se concentró en su nudo.
-      Agradezco que seas sincera – continuó -. Todo esto consiste en mentiras y más mentiras.
-      Sí – añadió Annie, recordando su conversación con Finnick.
La verdad, se le hacía raro pensar en Finnick hablando con ella la noche anterior. Era como si hubiese sido un sueño. ‘Los Juegos te obligan a fingir toda tu vida, Annie’, había dicho.
-      Acabado.
Annie observó el nudo que Kit tenía entre los dedos y descubrió, para su sorpresa, que era una copia exacta del que ella había hecho. Intentó decir algo, pero, al mirar hacia la mesa, descubrió que el chico había hecho trampa. Le miró, pidiéndole una explicación.
-      Mierda – sonrió el chico, y empezó a reírse.
Toda la sala se giró hacia ellos, sorprendidos. Annie lo entendía. Todos sabían realmente a lo que habían ido allí, sabían que iban a volver a casa, muertos o vencedores. Para todos ellos, la risa no era más que un recuerdo.
Cuando todos volvieron a sus tareas, Annie se giró hacia Kit y volvió a coger otro nudo.
-      ¿Cómo puedes hacer eso? – preguntó.
-      ¿El qué? ¿Hacer trampas? – sonrió de nuevo el chico, y cogió un cordón.
-      No. Estar así. Reírte.
Kit se puso serio de repente y soltó el nudo sobre la mesa. Annie se fijó en que sus manos temblaban.
-      No quiero pasar mis últimos días vivo amargado.
Annie soltó el cordón y le miró a los ojos. Parecía enfurecido y triste a la vez, la chica no estaba muy segura de cuál de las dos emociones predominaba más en su rostro.
-      Nadie dice que no tengas oportunidades – soltó la chica, casi sin pensar.
-      Tampoco dicen que las tenga – reprendió Kit, apretando la mandíbula -. Solo tengo dos opciones ahí dentro, Annie. Morir en la Arena a manos de alguno de esos brutos con el doble de experiencia en esto que yo o aguantar hasta el final, escapando, hasta que al final no me quede más remedio que tener que enfrentarme a alguien.
Annie dejó escapar un suspiro. Después del vídeo que había visto esa mañana, tenía náuseas cada vez que pensaba en Los Juegos del Hambre. Sabía lo que eran, lo que significaba ir allí, porque siempre lo había visto. Pero ver a Finnick, un chico que parecía tan normal, tan agradable, un muchacho con una vida increíble, asesinando a personas como si simplemente estuviese pescando peces era horrible. ¿Sería ella capaz de hacer algo así? ¿De cortar la carne de las personas como si fuese mantequilla, de soportar ver cómo su sangre se derramaba sabiendo que ella era la culpable, viendo morir a la gente a la que ella misma había herido?
¿Y después? En el caso de que ganase, ¿podría sobrellevarlo? Había visto casos de gente que había salido completamente loca fuera de la Arena, y ahogaba sus recuerdos en alcohol, morflina, estupefacientes, o en años y años de tratamiento psicológico. Incluso había habido una chica, Xandra Maslow, distrito 8, en los Quincuagésimo Primeros Juegos del Hambre, que se había proclamado vencedora y había pedido expresamente, años después, someterse a un tratamiento cerebral para que sus recuerdos quedasen absolutamente borrados. Obviamente, debido al riesgo de la operación y a la petición del Presidente Snow (más por la última), no se había llevado a cabo.
Entonces, ¿cómo sería de horrible cuando Annie regresase a casa? ¿Viviría siempre con ese miedo del estadio a que alguien la atacase? ¿Sería capaz de volver a la normalidad? Por supuesto que no.
-      ¿Annie?
La muchacha levantó la cabeza y vio la mano de Kit suspendida en el aire, a pocos centímetros de su cara. Se apartó por instinto e intentó recuperar la compostura.
-      ¿Vamos a probar las lanzas? – sugirió el chico, aparentemente más cansado.
Annie asintió, pero solo tenía ganas de salir corriendo de aquella sala, encerrarse en su cuarto y enterrarse bajo las sábanas para quedarse dormida.
El puesto de las lanzas estaba plagado de tributos más altos, más fuertes y más preparados que cualquiera de ellos dos. Annie miró a Kit con urgencia, pues no le apetecía ponerse en ridículo delante de todos esos profesionales.
-      ¿Crees que nos aliaremos con ellos? – preguntó Kit, señalando a los chicos del distrito 1.
Annie se fijó en ellos. El chico era alto, moreno, con el pelo rizado. Tenía los brazos fuertes y los hombros anchos, y los músculos de los pectorales se le marcaban bajo el traje oscuro de entrenamiento. Ese había sido el único voluntario, y con razón, pues era el mayor de todos y, aparentemente, el más preparado. La chica, al igual que él, era alta, con curvas, muy ágil y rápida. Todos los pasos que daba parecían calculados al milímetro. Llevaba el pelo oscuro recogido en un moño en lo alto de la cabeza y no se le había salido ningún mechón. Annie se estremecía solo con mirarlos. Los tributos del distrito 2 eran más de lo mismo. El chico, rubio de ojos verdes, con el pelo recogido en una coleta, increíblemente guapo, tenía el cuerpo lleno de cicatrices, como si hubiese ido a numerosas batallas, y se le veía seguro de sí mismo. La chica, de piel oscura y ojos claros, era diestra con el arco. Pero lo que más sorprendió a Annie fue ver al chico bajito del 3 situado justo delante de ella. Estaba nervioso, se le veía por el temblor de todo su cuerpo, y no dejaba de mirar a los profesionales.
-      ¿Annie? – inquirió Kit, esperando una respuesta.
-      Ah, eh… No, yo no – decidió Annie, viendo la soberbia que tenía el grupo.
-      ¿Quizá con él? – sugirió Kit, y señaló al chico del 5. Más ego que los otros aún.
-      ¿Por qué quieres formar alianzas, Kit?
El muchacho se fijó inmediatamente en ella, como si hubiese dicho una tontería.
-      Es más fácil, ¿no?
-      ¿Fácil para quién? – comenzó Annie -. Si te alías con alguien, debes saber que puede estar engañándote y va a matarte en cualquier momento, o que al final vas a tener que matarlo tú o dejar que otros lo maten. No tienen sentido las alianzas.
-      No lo sé, Annie – admitió el chico, bajando la cabeza.
El instructor llamó al chico del distrito 3, que avanzó sobre sus cortas piernas para coger una lanza. Cuando el hombre le puso la lanza en la mano, el chico tropezó y la dejó caer. Toda la sala se paró para mirarlo, y las risas del chico del 5 resonaron en el gimnasio.
-      A ver, cinco – comenzó pacientemente el instructor -. Tienes que coger el arma de manera que esté equilibrada en tu brazo.
Sin embargo, por más que el chico lo intentaba, alguno de los extremos siempre le hacía tropezar. Al final, se sentó en el suelo, con las piernas pegadas al pecho, y se puso a llorar.
-      Siguiente – suspiró el instructor.
Annie dio un paso al frente y se situó junto al instructor, que colocó el arma en sus manos. Después de todo el tiempo que se había pasado observando sus movimientos, Annie sabía cómo coger la lanza, pero se dio inmediatamente cuenta de que pesaba bastante más de lo que creía.
-      Cuando la lances – explicó el hombre, poniéndole las piernas en la posición adecuada -, tienes que levantarla por encima del hombro, pero por debajo de la cabeza. ¿Entiendes? Inténtalo.
Annie cogió con fuerza la lanza y la tiró todo lo lejos que pudo, intentando elevarla por encima del hombro. Oyó silbar el arma al lado de su oreja y sonrió con satisfacción cuando casi llegó a la diana. El instructor llamó a Kit, que se situó junto a ella, sonriéndole.
-      Muy bien – susurró.
Estuvieron mucho tiempo allí, hasta que llegó el momento de la comida. Kit miró a Annie con una ceja levantada y susurró:
-      ¿Comemos juntos o tampoco quieres comer conmigo?
-      Sí, juntos está bien – comentó Annie, poniendo los ojos en blanco.
Se sentaron en una mesa, cerca de los profesionales, que estaban sentados juntos. Ella y Kit se limitaron a ignorar sus comentarios. De repente, Annie cogió un panecillo de la cesta y miró a Kit, pero él ya estaba mirando el pan con ojos húmedos. Él trabajaba en una panadería, eso le recordaba a casa.
-      Kit… - comenzó Annie, buscando palabras para darle apoyo.
-      No, está bien – El chico sonrió y siguió comiendo -. No pasa nada.
Pero, obviamente, sí que pasaba algo. Porque, a lo largo de la tarde, algo había cambiado en el comportamiento de su compañero. Se volvió más agresivo, más dedicado en los entrenamientos, apenas habló con ella y, cuando lo hacía, era para pedirle que se apartara para darle espacio.
Annie comprendió, cuando ya salían del gimnasio, qué había cambiado en él. Y, cuando vio que limpiaba el sudor de su frente con furia, Annie lo comprendió.
Kit estaba dispuesto a volver a casa. Vivo.


1 comentario:

  1. Hola

    Bueno, veo que Kit ha despertado completamente de su pesimismo profundo del tren y está decidido a ganar. Bueno, eso es... malo para Annie, pero bueno si lo miras desde la perspectiva del público. Bueno, espero que Annie despierte también porque aunque sé que gana (es canon) pero me gustaría que no dependiese de nadie, que fuese independiente.

    Muchos besos

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