sábado, 10 de noviembre de 2012

Capítulo 9. 'Habitación número 14'.

Finnick volvió a marcar el número, mirando desesperado la pantalla que indicaba que estaba intentando comunicarse. Sin embargo, como tantas veces a lo largo de ese día, la conexión no se estableció. Colgó el teléfono con furia y se dirigió al Centro de Entrenamiento. A su paso, la gente se giraba, con admiración y deseo, pero a él no le afectaba. Hacía tiempo que no lo hacía. Y no era soberbia, ni ego, sino costumbre. Sabía el efecto que ejercía sobre la gente, y sabía que, de entre aquellas miles de personas que lo deseaban, solo unas pocas podrían llegar hasta él. Y hacía falta mucho camino para conseguirlo.
Los Vigilantes de la puerta dejaron entrar a Finnick con respeto. Siempre le tenían respeto a los tributos vencedores, así que Finnick tampoco se molestó en saludarlos. Furioso, subió hasta su piso y se metió en la habitación, dando un portazo.
Llevaba todo el día intentando contactar con Mags. Necesitaba consejo, necesitaba alguien que escuchase sus dudas, necesitaba a alguien que lo quisiera de verdad, y solo ella podía hacer eso. Desde que él había sido elegido para ir a los Juegos, ella había sido como una madre. Y no le había abandonado. Entendía a Finnick como nadie lo había hecho nunca, pues ella, tras ganar los Juegos, también había sido vendida para los ciudadanos del Capitolio.
De repente, sin avisar, alguien abrió la puerta de su habitación. Se trataba de un avox, pálido y rubio, con una bandeja en la que llevaba un sobre. Finnick se vio a sí mismo reflejado en la bandeja y observó como su rostro se volvía blanco como el marfil. Sabía lo que significaba ese sobre blanco impoluto, con el signo del Capitolio grabado sobre cera roja.
Cogió y el sobre y, tras dejar que el avox se marchase, se sentó en el suelo apoyado sobre la puerta, con el sobre entre las temblorosas manos. Dio vueltas y vueltas al papel hasta que, al final, reunió el valor suficiente para abrirlo.
Reconoció la misma letra curva del Presidente Snow, escrita con sumo cuidado y sin errores.

 Esta noche. Edificio de Swan. Habitación número 14. 01:15 de la noche. Fdo: Coriolanus Snow.

 Finnick tragó saliva y metió de nuevo el papel en el sobre. Acto seguido, lo escondió debajo del colchón y se quitó la ropa, poniéndose algo más formal. Sabía que al presidente le gustaba así, como si fuese a una entrevista al Show de Caesar Flickerman. Pantalones grises, camisa roja, chaqueta gris, a juego con los pantalones. Chaleco negro, corbata gris. Se peinó el pelo y miró el reloj, que marcaba las diez en punto de la noche. Era temprano aún para cambiarse, pero prefería estar vestido ya. Así que, echándose agua sobre los ojos, salió de la habitación, directo al comedor.
Cuando llegó, todos estaban ya allí. Radis abrió la boca, dejando al aire sus colmillos afilados, y lo observó de arriba abajo, embobada. Kit apenas le prestó atención, pero sí que reparó en que estaba más arreglado. Carrie y Yaden se pusieron a alardear sobre su belleza y su estilo para vestir, pero la mirada que más lo inquietaba era la de Annie. Le miraba como si fuese la cosa más extraña del mundo, con una mueca que no era capaz de descifrar, pero había en sus ojos algo que le decía que le había gustado. Y Finnick sonrió para sí, sin saber por qué.
-      U… únete a nosotros, Finnick – dijo Radis, señalando el hueco libre a su derecha.
Finnick tomó asiento y dejó que los avox le sirviesen la comida. Radis no dejaba de mirarlo, embobada con él, y Finnick decidió comenzar a hablar para romper el hielo.
-      ¿Qué tal hoy? – preguntó, mirando a los chicos.
Kit levantó la cabeza. Estaba más serio y tenía un moretón rojizo en la mejilla, pero nada que el maquillaje no pudiese tapar.
-      Bien – respondió el chico. Y no dijo nada más.
-      ¿Qué pasa, Kit? – gruñó Finnick, asombrado ante la brusca contestación del chico.
-      Tengo que estar concentrado. No hay tiempo para reírse.
Finnick levantó una ceja e, ignorando el suspiro de Radis, miró a Annie, pero ella parecía tan sorprendida como él. Miraba a su compañero con una mezcla de rabia y asombro en la mirada, pero Finnick no estaba seguro de conocerla tan bien como para saberlo.
-      Maldita sea, Kit – susurró Annie, tirando la servilleta de tela a la mesa.
El muchacho la miró, con el ceño fruncido, y ella le devolvió la misma mirada. Finnick no podía estar más asombrado.
-      ¿Qué? – inquirió Kit, molesto.
-      ¿No eras tú el de ‘no quiero pasarme mis últimos días amargado’? – reprendió ella, cruzándose de brazos.
-      Tampoco quiero entrar a morir ahí dentro.
-      Es a lo que has venido – interrumpió Finnick.
El chico se giró, enfadado.
-      ¿Cómo?
-      Todos vais a entrar ahí para morir y matar. Solo uno vence, Kit. Tienes que proponerte vencer, pero echamos de menos al Kit de esta mañana.
-      Sí – añadió Annie, sin apartar la mirada de su compañero.
Él se rascó la nuca, revolviendo su pelo, y se levantó, dejando su plato a medias.
-      Quiero estar solo.
Y Kit se marchó. Toda la mesa se quedó en silencio, y la tensión que había dejado la marcha de Kit podía tocarse. Annie soltó un bufido y se levantó también, dejando a Finnick con Radis y los dos diseñadores. Finnick se sintió como si estuviese de nuevo en la Arena, asustado y frustrado, sin ningún arma para atacar. Recordaba que, hasta que le habían dado el tridente, se había sentido así, escondido mientras construía su red. Se sentía inútil.
-      No puedo con esto – confesó, frustrado.
Se frotó los ojos con los puños, apoyando los codos en la mesa. Escuchó a Radis levantarse y, poco después, la tenía justo detrás de él, masajeándole los hombros.
-      No te preocupes, Finnick. Si no te sale bien este año, siempre puedes esperar al siguiente.
Finnick se levantó bruscamente y sujetó con fuerza las manos de Radis, clavándole los dedos y mirándola con rabia.
-      Ellos son humanos, Radis. No son juguetes que se puedan cambiar.
La mujer parecía asustada ante su reacción y cuando Finnick la soltó, se frotó las muñecas sin dejar de mirarlo con temor en los ojos. El muchacho se disculpó, sentándose de nuevo en la mesa. Carrie le cogió la mano, dándole un  suave apretón para infundirle algo de ánimo, pero él no podía sentirse bien viendo cómo su labor como mentor fracasaba. Necesitaba hablar con Mags.
Miró la comida que tenía frente a él, pero no se sentía con más hambre. Se levantó y siguió el camino que habían seguido los dos tributos. Pasó por delante de la habitación de Annie, cerrada a cal y canto, y se propuso abrir la puerta, pero no sabía si le gustaría su visita. Quizá podía hablar con Kit, pero él necesitaba soledad. Así que, se metió en su habitación, se quitó toda la ropa y se metió en la ducha. Los embriagadores olores de los geles que tenía llenaron sus poros, y se permitió dormir un rato, relajado entre el agua y la espuma. Cuando despertó, sus dedos estaban arrugados, y, aunque el agua seguía tibia, sentía frío. Salió, se secó el cuerpo y el pelo, y volvió a ponerse la ropa, bajo una chaqueta con capucha que le ocultase el rostro. Miró el reloj. Eran las doce, aún le faltaba una hora y media, pero le gustaba ser puntual, así que salió de la habitación y bajó hasta la planta baja del edificio.
Los Vigilantes, de nuevo, le dejaron pasar. Aún quedaba gente en la calle, haciendo apuestas sobre los tributos, recordando Juegos anteriores. Sin embargo, él caminaba al margen de todo eso, oculto bajo la sudadera, por lo que nadie reparaba en él.
Sabía dónde estaba el Edificio Swan. Se trataba de una casa, una mansión, más bien, donde Snow organizaba las citas con los tributos. Era una enorme casa, con enormes habitaciones, llenas de enormes muebles. Snow había ofrecido esa casa para sus… ‘negocios’. Y Finnick, a pesar de lo muy acogedor que pudiese resultar el lugar, lo encontraba de lo más odioso.
Cuando llegó, se dio cuenta, sin apenas sorprenderse, de que no estaba solo. Obviamente, había más tributos allí que había llegado para complacer a Snow y a sus clientes. Finnick reconoció a Enobaria, del distrito 2, que se encontraba sentada en un sillón con un hombre de pelo verde al que no dejaba de sonreír con sus dientes afilados. Vio a Gloss, un chico guapo del distrito 1, rubio, que entraba en una habitación junto a dos chicas gemelas con las pestañas exageradamente largas. Finnick sabía que eso era siempre así. Sin embargo, él no buscó a nadie, sino que se dirigió directamente a la habitación número 14, situada en un estrecho pasillo lleno de cuadros. Abrió la puerta y entró.
La habitación estaba vacía, solo ocupada por una enorme cama redonda de sábanas negras y una lámpara alta con una provocadora luz roja. Finnick escondió la chaqueta debajo de la cama y se sentó, alisándose el traje. Tenía que estar impecable. Por suerte, no tuvo que esperar mucho, porque su cliente llegó de inmediato. Se trataba de una chica joven, de unos veinte, veintidós años. Tenía el pelo negro como el carbón, con un flequillo que le cubría la frente. Los ojos, recubiertos con una sombra plateada, parecían muy pequeños, y los labios habían sido hinchados de una manera bastante poco acertada. Finnick se levantó y se dirigió hacia ella, forzando su mejor sonrisa.
-      Buenas noches – comenzó -. ¿Con quién tengo el placer de estar esta noche aquí?
-      Iris - contestó la chica, siseando -. Puedes llamarme Iris.
-      Iris, pues – sonrió Finnick.
Se tenía el papel aprendido. Cogió la mano de la chica y la llevó hasta la cama, donde se sentaron. Finnick se quitó la chaqueta gris y la dejó con cuidado colgada de uno de los enganches de la pared, y ayudó a la chica a quitarse la suya. Cuando estuvieron frente a frente, Finnick la obsequió con una de sus sonrisas más seductoras, tragando saliva.
-      ¿Qué quieres hacer? – preguntó.
-      ¿Qué quieres que haga? – inquirió Iris.
Y, ante la mirada de Finnick, se situó junto a él y empezó a quitarle la ropa, sin avisar. Primero le quitó el chaleco, la corbata. Desabotonó su camisa y, tras tirarla al suelo, acarició su pecho, rascándole con las uñas. Desabrochó su cinturón y sus pantalones y los bajó hasta el suelo. Luego, dejando al chico en calzoncillos, comenzó a desvestirse ella.
Finnick se dejó hacer en todo momento, sin rechistar. Cuando Iris se colocó sobre sus muslos, tan solo en ropa interior, Finnick dejó que ella le besara, y le devolvió el beso, porque, si no la complacía a ella, no complacía a Snow. Dejó que ella lo desnudase completamente, que lo metiese en la cama y, cuando una hora después, ella decidió que se acabó, él fue el primero en suspirar de alivio.
-      ¿Cuánto quieres? – inquirió Iris, acariciándole el pecho desnudo con una uña larga.
-      No quiero dinero – dijo Finnick, devolviéndole las caricias.
-      ¿Entonces? – Iris se levantó, apoyándose sobre un codo.
-      Cuéntame un secreto.
Porque así cobraba Finnick sus servicios. Con secretos. Sabía chismes de los que nadie había oído hablar, chismes que ponían en muy mala posición a algunos.
-      ¿Un secreto? – dijo Iris, sentándose. La sábana se deslizó por su cuerpo, dejando los pechos al descubierto. Finnick se sentó junto a ella -. ¿Algo sobre la hija del presidente?
Finnick abrió mucho los ojos. Conocía detalles sobre la vida de ciertas entidades importantes. Sabía, por ejemplo, que el mismo presidente había pedido a una antigua vencedora del distrito 2, para pasar la noche con ella y, al negarse ella, había matado a sus padres. Sabía que el hijo de Snow, Bartholomus, había sido infiel a su mujer con una pobre chica del distrito 11. Sabía que los miembros del Consejo del Presidente eran asesinados cuando planeaban algo que no agradaba al Presidente, o bien torturados y convertidos en avox. Los detalles sobre la vida de Snow le interesaban bastante.
-      ¿Por qué sobre la hija del presidente? – susurró Finnick.
-      Bueno, es con la que acabas de acostarte.
Finnick se apartó de ella, poniéndose una mano sobre la boca. La hija del presidente se llamaba Sophilia. ¿Acaso esa chica le había engañado? ‘Pues claro, idiota. Es la hija de Snow’.
-      Entonces, tú… ¿eres Sophilia? – inquirió Finnick, avergonzado.
-      No, tonto – rió la chica -. Yo soy Iris, la menor. Sophilia es mi hermana. Es sobre ella sobre la que voy a contarte un secreto.
Finnick suspiró y prestó atención.
Sophilia, como todo Panem sabía, se había casado con un miembro del Consejo del Presidente llamado Boris, un hombre extremadamente serio. La mujer, harta de que su marido no satisficiera sus apetitos sexuales, comenzó a hacer visitas por los distintos distritos, buscando alejarse de él. Entonces, en el distrito 1, encontró a un Jefe de los Agentes de la Paz, llamado Gilbert, con el que mantuvo una corta relación de lo más escandalosa, en el sentido de que ella puso en práctica técnicas sexuales de las que el hombre nunca había oído hablar. Y, después de acostarse con él, lo asesinó con veneno.
-      Ya sabes lo que dicen – añadió Iris, sonriendo -. El veneno es arma de mujer.
Finnick no pudo sonreír, intentando guardar todos los detalles para recordar la historia completa.
Al regresar al Capitolio, Sophilia se dio cuenta de que estaba embarazada, así que hizo creer a todo el mundo que el bebé que esperaba era de su marido. De modo que la nieta de Snow es, en realidad, una bastarda de un hombre muerto.
-      Mi padre lo sabe. Y nadie debería saberlo, porque pone en peligro su autoridad.
-      Entiendo… - murmuró Finnick, pensativo -. ¿Y por qué me lo cuentas, entonces?
-      Porque mi hermana es una zorra – concluyó Iris, saliendo de la cama.
Finnick observó cómo la chica se vestía. Antes de dejar la habitación, se acercó a él y le dio un beso pasional, mordiéndole el labio con tanta fuerza que Finnick sintió el gusto de su propia sangre en la boca.
-      Agradece que no sea Sophilia, Finnick Odair – susurró Iris Snow, y salió de la habitación.
Finnick salió de la cama y comenzó a vestirse, pensando. Ahora tenía un arma poderosa contra Snow. Tenía un secreto que usar contra él. Pero no lo haría. No hasta que no fuera el momento oportuno.

 

 

 

7 comentarios:

  1. *_* Acabo de descubrir tu blog y ya me he leído tus nueve capítulos sobre los Juegos de Annie. Son adorables, me encantan.
    Por cierto, yo también tengo un blog sino te importa me gustaría que te pasarás.
    entrebarcosynudos.blogspot.com
    Un beeso :3

    ResponderEliminar
  2. Genial la historia. Espero que sigas subiendo mas entradas.
    Un beso :)

    ResponderEliminar
  3. Holaa!! Te he descubierto por twitter y he leido algunas de tu entradas, tus historias son geniales, escribes muy bien. Ya tienes una seguidora más! Yo tengo un blog de lecturas puedes pasarte si quieres, a lo mejor te interesa http://onceuponatimelittleredridinghood.blogspot.com.es/
    Besos!!

    ResponderEliminar
  4. Hola

    OMFG, vaya tela con la hija de Snow. Por cierto, cada vez que cuentas como Snow le hace vender su cuerpo a Finnick mis instintos asesinos afloran y quieren acabar con Snow, más bien despedazarle (No, no me vale la mierda-muerte que tuvo en Sinsajo) Bueno, sigo leyendo.

    Muchos besos

    ResponderEliminar