sábado, 15 de diciembre de 2012

Capítulo 14. 'Un inicio sangriento'.

Annie despertó con la sensación de que el resto del mundo había desaparecido, y solo quedaban ella, su miedo atroz, y su estómago nervioso dando vueltas en su barriga, provocándole fuertes temblores.
Había estado preocupada por cosas que, en ese mismo instante, no tenían ninguna importancia para ella, como caerle bien a la gente del Capitolio, hacer que la adorasen, convencer a Finnick para que no tuviese favoritismos, hacer alianzas… Pero el peligro real siempre había estado ahí y ella no había querido verlo: ¿cómo iba a poder sobrevivir a un baño de sangre en el que iban a enfrentarse veinticuatro chicos, algunos de ellos el doble de grandes y experimentados que la misma Annie? Cerró los puños en torno a las sábanas y, segundos después, entró Yaden en la habitación.
-      Vamos, Annie, tenemos mucho que hacer.
Annie salió de la cama con una sensación de amargura en la garganta. ‘No quiero morir, no quiero morir’. Eso era todo en lo que la muchacha podía pensar cuando Yaden la dirigió casi a rastras al tejado, cuando montó en el aerodeslizador que la llevaría a las catacumbas bajo el estadio, cuando una mujer vestida de blanco le colocó el localizador bajo la piel. Ni siquiera notó el pinchazo de la aguja en el brazo cuando lo hizo.
Media hora más tarde, cuando el aerodeslizador aterrizó finalmente, fue Yaden otra vez quien tuvo que poner en movimiento a la muchacha, que sentía los golpes frenéticos de su corazón en el pecho. Un latido desbocado que le decía que le faltaban pocos minutos de vida. Annie intentó tragar saliva, pero tenía la boca seca, y la lengua le raspaba en el paladar. ‘No quiero morir, no quiero morir’. Cuando llegaron a la sala de lanzamiento, Annie se dio una ducha breve y dejó que Yaden peinase su cabello. El pelo suelto, recogido parcialmente con tres trencitas a cada lado de la cabeza que dejaban mechones sueltos en torno a su cara y las ondas castañas caer más allá de sus hombros. Solo cuando Annie ya estaba lista, aguantándose las ganas de vomitar el breve desayuno que había tomado en el aerodeslizador, Yaden cogió la ropa.
Se trataba de un traje sencillo, ajustado al cuerpo y muy ligero. Mallas de un azul muy oscuro, tanto que parecía negro. Botas altas, hasta casi la rodilla, también oscuras, con la suela absolutamente plana. Camiseta blanca de tirantes y chaqueta amarilla, con capucha.
-      Al parecer, es un sitio caluroso, porque la ropa está diseñada para mantener la temperatura natural de la piel.
Annie miró a Yaden. ¿Un sitio caluroso? ¿Sería un desierto? ¿Unas inmensas dunas, sin posibilidad de esconderse? ¿Un terreno árido y plano, con apenas unos resquicios en el suelo para que los tributos pudieran esconderse, evitando acabar los juegos en un día? La muchacha tragó la bilis que le subía por el estómago, apretando los dedos en torno a su ropa nueva.
Yaden agarró a la chica por la nuca y la obligó a mirarlo a los ojos, a esos ojos verdes tan normales.
-      Te deseo la mejor de las suertes, Annie Cresta.
Annie asintió, incapaz de emitir ningún sonido. Se sentía apunto de vomitar si abría la boca. Minutos después, una voz femenina, demasiado irreal, anunció que había llegado el momento. Yaden acompañó a la chica hasta el cilindro que la lanzaría a la Arena y la ayudó a situarse correctamente sobre él.
-      Recuerda – dijo, antes de que las puertas se cerraran -. Ya eres la princesa del océano. Ahora demuéstrales que eres la…
Las puertas de cerraron completamente, aislando a Annie de otro sonido que no fuese el sonido de su propia respiración, pero distinguió la palabra en los labios de Yaden: reina. Entonces, antes de que pudiese formular un ‘gracias’, el cilindro comenzó a elevarse.
Lo primero que la recibió fue la abrasadora luz del sol en los ojos y el hecho de que no soplaba el viento. Frente a sus ojos, tenía la enorme Cornucopia dorada, repleta de mochilas y armas de distintos tipos. Annie localizó una mochila pequeña a unos metros de ella y se concentró en esa.
-      Damas y caballeros – anunció la aguda voz de Claudius Templesmith -, ¡que comiencen los Septuagésimos Juegos del Hambre!
Annie aprovechó los sesenta segundos de preparación para ver el estadio. Se encontraba en un terreno plano, con apenas unos hierbajos de un color amarillento. Detrás de ella, solo había un muro demasiado alto de cemento, un muro sin grietas ni huecos para escalar o esconderse. El muro parecía no tener ni principio ni fin. Tras el enorme cuerno dorado y alrededor de él, había una jungla llena de palmeras exóticas, aunque muchas de ellas casi secas. Y, más allá de las palmeras, una enorme montaña, lo que daba la sensación de estar encerrados en un enorme anillo. A su derecha, Annie escuchó el fluir de un río, pero éste parecía nacer del mismo muro.
A medida que los segundos pasaban, el miedo se iba apoderando de ella. Kit estaba dos tributos más allá, con el pelo despeinado, muy concentrado en algo situado en la Cornucopia. Annie sintió cómo el miedo volvía a apoderarse de ella. ‘No quiero morir, no quiero morir’.
Tres segundos. Dos. Uno.
El gong sonó. Todos los tributos salieron disparados hacia la Cornucopia, pero fueron los profesionales los que llegaron primero. Annie, por su parte, se lanzó hacia la mochila que había localizado y se la echó a la espalda, corriendo hacia las palmeras. Cuando se vio a salvo, o todo lo a salvo que uno se podía encontrar en una situación como esa, se permitió mirar hacia la Cornucopia.
Ya había muertos en el suelo, y los profesionales atacaban con todas las armas posibles. Annie no vio a Kit por ninguna parte, y deseó con todas sus ganas que no estuviese en el suelo.
Entonces, la vio.
La chica del distrito 1 corría hacia ella, con una lanza en las manos. Annie echó a correr, y sería correcto decir que corría porque su vida dependía de ello. Esquivó palmeras que parecían salir de la nada, como si fuesen motas de polvo que se compactasen de repente ante sus ojos. Annie sabía que no aguantaría mucho más corriendo, pues no estaba acostumbrada a esa clase de ejercicio. Si de nadar se tratase, entonces haría tiempo que la habría dejado atrás. Entonces, dejó de oír su carrera.
Annie se giró, agarrándose a una palmera y la buscó, asustada. ‘Maldita sea, ¿qué haces?’, se reprendió a sí misma. ‘Huye, corre ahora que puedes’. Sin embargo, la chica no la perseguiría más.
Lo primero que vio Annie fue su moño oscuro en lo alto de su cabeza. Estaba bocabajo, tumbada en el suelo. Annie supo que estaba muerta, porque uno no podía tumbarse así porque sí en el suelo en una situación como aquella. Miró a su alrededor en busca del asesino, pero no había absolutamente nadie. Fue cuando miró otra vez al cadáver cuando se dio cuenta de lo que la había matado.
La lanza que había llevado en la mano había atravesado su cuello, totalmente, y ahora la punta estaba a un metro y medio por encima de su cabeza. Al parecer, la muchacha habría tropezado en su carrera y se había clavado su propia arma. Muy a su pesar, Annie sintió la necesidad de reír. Era tan ridículo…
Mirando a la chica por última vez, Annie echó a correr, alejándose de allí.
Corrió prácticamente durante todo el día, alternando tiempos para andar y recuperar el aliento. Cuando se sintió lo suficientemente lejos de la Cornucopia, abrió la mochila y, para su sorpresa, tenía más de lo que podía esperar. Una navaja pequeña, una cuerda de varios metros, una caja con comida suficiente para un par de días y una botella llena de agua fresca. En ese momento, mientras daba un pequeño sorbo a la botella, sonaron los cañones.
Catorce en total. Eso, ya de por sí, era una barbaridad, porque si habían muerto catorce en unas horas, Annie no quería ni imaginar los que podrían morir antes del día siguiente. De nuevo, deseó que Kit siguiese vivo.
Hacia la media tarde, cuando el sol del crepúsculo ya tornaba el cielo de un color anaranjado, Annie oyó un grito demasiado cerca. Aumentó la velocidad de sus pasos y, a los pocos segundos, se oyó un nuevo cañonazo. Otro tributo caído. El miedo se extendía por el cuerpo de Annie. La Cornucopia había sido fácil, en comparación con lo que quedaba, porque ahora, los profesionales buscarían a tributos concretos, y no irían a matar a primero que se encontrasen. En ese momento, Annie decidió sacar la navaja y guardársela en el bolsillo de la chaqueta.
Al caer la noche, el cielo oscuro fue recibido con el himno de Panem, tras el cual comenzaron a sucederse las fotos de los caídos. Primero, la chica del uno, y tras ella, pasaron directamente a la chica del cinco. Annie suspiró de alivio. Kit seguía vivo.
Annie continuó andando hasta bien entrada la noche. Entonces, las palmeras acabaron y vio, frente a sus ojos, el muro de cemento macizo. No era posible. Había estado caminando en línea recta, en dirección a las montañas. ¿Cómo había podido llegar al lugar opuesto a su dirección? Annie volvió la vista atrás y vio las montañas a su espalda. No, no podía ser. Había visto las montañas en todo momento. No tenía ningún sentido. Entonces, la luna apareció en lo alto del enorme muro y un destello a su izquierda captó su atención.
Allí estaba. La enorme Cornucopia dorada. Vacía, completamente vacía. No lo entendía. ¡Había estado huyendo todo el día de la Cornucopia! ¿Cómo había podido llegar a ella de nuevo? De repente, unas voces lejanas la sorprendieron, y se apartó del muro, escondiéndose tras el tronco grueso de una enorme palmera. Los profesionales aparecieron, en grupo, bromeando. Annie pudo distinguir cómo el chico del distrito 1 limpiaba la punta de su cuchillo con el borde de su camiseta blanca. Eran cuatro. El chico del 1, los dos del 2 y la chica pelirroja del 3. Annie pensó en el chico bajito e inútil del distrito 3. Al final había escapado. Los profesionales se sentaron en la boca de la Cornucopia y comenzaron a contar detalladamente cómo habían matado a cada una de sus víctimas. Incapaz de oír, Annie se alejó de ellos.
Miró al muro de nuevo. Seguía desconcertada. ¿Cómo había podido llegar hasta él, si había tomado justo la dirección contraria? Se giró, dirigiéndose hacia el punto opuesto al muro, y comenzó a andar, procurando no hacer ningún movimiento brusco que pudiese desconcentrarla o alertar a los profesionales de su posición. Estaba demasiado cerca.
Sabía dónde tenía que ir. Sabía cuál era el propósito que tenía que mantener, además del de seguir con vida.
Tenía que encontrar a Kit. Y tenía que hacerlo pronto.

 
 

4 comentarios:

  1. Lo amo, amo tu blog, es como un libro mas de los juegos del hambre, por favor, cuando acabes este, haz los juegos de finnick, haymitch, la comadreja... gracias por hacerlo de verdad :3

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    1. Muchas gracias <3
      Tengo en este mismo un poquito de los juegos de la Comadreja, de Clove, de Cato... No todo, pero bueno:)
      Me halaga, de verdad, que me digas que es como un cuarto libro. MUCHAS GRACIAS <4

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  2. Patito me encanta este fic de verdad*-* me encanta demasiado,tu forma de escribir es realmente perfecta es como si Suzanne estubiera escribiendo los juegos de Annie,me encanta de verdad sigue así! Eres una gran escritora! <3

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    1. Jo, en serio, que me digan que es como si lo escribiese la diosa Collins es... ajsjdhdnskj Muchas gracias <3

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