sábado, 29 de diciembre de 2012

Capítulo 15. 'La angustia del mentor'.

-      Por dios, tiene que descansar un poco.
Finnick se inclinó en el sillón, con las manos puestas en torno a la boca, angustiado. Ver a los tributos morir en la Cornucopia había sido horrible, más aún deseando que cada tributo que caía no fuese Annie o Kit. Kit había conseguido escapar, llevándose por delante a la chica del seis, a la que había atravesado con la lanza. Había huido hacia el río, siguiendo su curso, hasta estar lo suficientemente lejos. Annie, por su parte, había corrido a través de las palmeras, perseguida por la chica del 1. Finnick era consciente, plenamente consciente, de la rapidez y agilidad de la chica, por lo que había sufrido como si fuese él al que habían perseguido. Y por esa misma razón se había sorprendido cuando el pie de la chica se había quedado enganchado en una liana y había caído al suelo, atravesándose el cuello con su propia lanza. Pero, por suerte, todo estaba bien.
Habían estado alternando imágenes de todos los tributos vivos durante todo el día, pero era Annie la que salía ahora en la pantalla. Caminaba centrada en su camino, entre más y más palmeras, pero no había dormido nada. Se la veía exhausta, después de pasar todo el día corriendo y en pie, sin apenas comer ni beber. Estaba viva, pero ¿por cuánto tiempo, si no comía ni bebía? Finnick se frotó los ojos cuando pasaron a una imagen de los profesionales en torno a una hoguera. Entonces, un avox entró en la habitación, con una bandeja de plata en las manos.
Radis soltó un gritito por la conmoción, y Yaden y Carrie miraron al avox como si no fuese normal que estuviera allí. El avox, por su parte, se dirigió directamente a Finnick y se quedó frente a él, con la bandeja de plata en las manos. Finnick distinguió, con odio, el sobre que había sobre él.
El muchacho alargó hacia la carta la mano y, con un gesto, indicó al avox que se marchase.
-      ¿Qué ha sido eso, Finnick? – preguntó Carrie, con los ojos muy abiertos por la expectación.
-      Cosas de campeones, ya sabes – sonrió Finnick, quitándole importancia -. El Presidente requiere a los campeones para algunos asuntos importantes.
Todos apartaron la mirada convencidos, excepto Radis, que miraba a Finnick con sospecha en los ojos. Solo cuando esta apartó la mirada, Finnick abrió el sobre.

 Querido señor Odair:
Primero y ante todo, deseo que esté teniendo un inicio de los Juegos lo más satisfactorio posible y que sus dos tributos supervivientes estén en las mejores condiciones posibles.
Es para mí un gran placer, del mismo modo, anunciarle que celebraré en mi casa una fiesta en honor al inicio de los Juegos, en cinco días. Como cada año hago, todos los mentores están cordialmente invitados a ella, para disfrutar y deleitarse con la presencia de otros iguales. Sería para mí un inmenso placer contar con su presencia. Como es usted consciente, señor Odair, su simple persona o incluso su simple nombre es uno de mis mayores logros. Por ello, deseo contar con usted para dicho evento. Recuerde, el viernes, a las 20:30 horas. Ansío su respuesta.

Presidente Coriolanus Snow.

Pd: En caso de que acepte acompañarnos en esta velada, por favor, sea puntual.

 ‘En caso de que acepte’. Como si la carta en sí no fuese ya una obligación. Entonces, Finnick descubrió un trozo de papel pegado al dorso de la carta, un trozo pequeño y escrito cuidadosamente.

 Viernes. Mansión del Presidente. Detalles dados en la misma velada. Fdo: Coriolanus Snow.

Esa era, precisamente, la obligación para ir. Cansado, Finnick metió la nota en el bolsillo de su pantalón y miró a la pantalla, pero estaba demasiado cansado por toda la tensión del día que se disculpó y se dirigió a su habitación.
Tras esconder la nota y pasar unos segundos tumbado que le permitieron olvidarse del presidente y sus chantajes, el miedo le hizo temblar. ¿Cómo estarían? Tanto Annie como Kit, luchando por sobrevivir. Uno escondido, probablemente descansando, con un ojo puesto en la noche. Otra huyendo, sin parar, como si el sueño no pudiese vencerla. ¿Sentirían el mismo miedo, la misma angustia que sentía él? Finnick se frotó los ojos muy cansado. Annie. No podía dejar de pensar en la manera en la que ella había llorado en él la noche anterior. Era demasiado vulnerable para estar ahí dentro. Había superado a la chica del 1, pero él no podía obviar que había sido un golpe de suerte. Si esa liana no hubiese estado ahí, Annie sería la que hubiese acabado con una lanza atravesada en el cuello.
Finnick se estremeció, apretando las sábanas de su cama en el interior del puño. Kit era más fuerte que Annie, lo había visto. Ya se había apuntado un cadáver. No le gustaba pensar así, pero sabía que la lástima no iba a ayudar a sus tributos. Con ese pensamiento en la cabeza, Finnick quedó dormido.
Despertó horas después, debido a una pesadilla en la que una lanza atravesaba a Annie y él tenía que verlo tras unos barrotes, sin poder hacer nada. Se ahogaba en su habitación, así que subió a la terraza para estar solo al aire fresco.
Sin embargo, no era el único que había decidido subir allí.
Cuando ella se giró, Finnick esbozó una sonrisa sincera y se lanzó a abrazarla.
-      ¡Johanna!
La muchacha se dio la vuelta sobresaltada. Llevaba el pelo castaño corto, tan corto como un chico, y los ojos almendrados estaban abiertos por la sorpresa. Finnick cogió a la chica por los hombros y le dio un abrazo sincero, un abrazo que envolvía toda la amistad que ellos, en apenas un año, habían forjado.
-      ¿Cómo estás, Finnick? – preguntó ella, separándose de él.
Finnick suspiró y se pasó una mano por el pelo cobrizo. Entonces, justo cuando iba a mentir y decirle que estaba perfectamente, se fijó en el sobre que tenía Johanna semiarrugado en las manos.
-      ¿Tú… también? – preguntó Finnick, colocando una mano tranquilizadora en su hombro.
-      No – negó Johanna, con furia -. No pienso hacerlo.
-      Pero Johanna…
-      ¿Qué, Finnick? ¿Es que no te das asco a ti mismo cuando te acuestas con alguien a quién no conoces? ¿Solo por complacer? No, Finnick. Ya lo hice una vez. Y no puedo volver a hacerlo.
Finnick observó a Johanna. Siempre le había parecido rebelde desde que la conocía. Desafiando al mundo. Pero no era consciente de hasta dónde llegaba su desafío.
-      Sabes que tendrá consecuencias – añadió Finnick, situándose junto a ella -, ¿verdad?
-      Qué más da, Finnick. Yo ya no tengo a nadie que me puedan quitar.
Finnick hizo memoria de la historia de la chica. Había vivido sola con su padre y sus hermanos en un ambiente hostil. Un padre que la había maltratado desde pequeña por el simple hecho de ser una chica y no ser tan fuerte como sus hermanos. Unos hermanos que le habían hecho la vida imposible prácticamente desde la cuna. Por esa misma razón, cuando había ganado los Juegos, había dejado a su familia fuera de la Aldea de los Vencedores, porque, en realidad, nunca había sido su familia, de modo que, si Snow se atrevía a usarlos en su contra, Johanna no lo lamentaría. Al principio, cuando Johanna le contó su historia, Finnick había sentido verdadera lástima por ella, pero ahora sabía que no debía sentirlo así. De alguna manera, Finnick sentía admiración hacia esa chica que había sufrido tanto pero se había mantenido fuerte.
Sin embargo, sí había alguien que le importaba lo suficiente. Finnick lo recordaba.
-      ¿Qué hay de Nell, Johanna? – inquirió Finnick.
La muchacha se tensó.
-      No lo tocarán. No saben nada.
Nell era para Johanna algo más que un amigo. Se habían conocido muchos años atrás y nunca nadie había sospechado que pudieran haber tenido algo, pues Nell era bastante mayor que ella. Pero Finnick lo sabía.
-      ¿Estás segura? – continuó Finnick.
-      Más que segura – gruñó ella.
Finnick se dio la vuelta para mirarla a los ojos. La chica tenía el semblante duro, con la mandíbula apretada por la rabia. Finnick la abrazó de nuevo.
-      No pueden hacerle daño, ¿verdad? – susurró Johanna en su oído.
-      Esperemos que no.
Finalmente, Johanna se separó de él. No lloraba, ella nunca había soltado lágrimas verdaderas delante de él, y probablemente delante de nadie. Johanna apretó la mano de Finnick y se alejó, dejando la carta sobre la balaustrada donde habían estado apoyados. Finnick alargó la mano y la cogió, pero vio, con sorpresa, que el sobre ni siquiera estaba abierto.
‘Podría hacerlo’, se dijo a sí mismo. ‘Negarme, hacer como ella’. Tampoco a él le quedaban familiares en el distrito que Snow pudiese usar contra él. Sin embargo sí que le quedaban personas que le importaban, lejos de él, indefensos. Y si Snow decidía que Annie o Kit tenía que morir de una manera ‘accidental’, Finnick sabía que lo conseguiría. Johanna no era tan considerada con sus tributos. Pero él sí lo era.
Bajó las escaleras de nuevo hacia su habitación, pero se desvió hacia el comedor para ver un rato la tele.
En ese momento, era el baño de sangre lo que estaba en pantalla, una repetición de lo que había ocurrido por la mañana. Solo cortarían las repeticiones si ocurría algo importante. Finnick percibió cómo Annie huía hacia las palmeras, con la mochila, perseguida por la chica del 1. Y cómo Kit acababa con la chica del seis atravesándola con una lanza. No era algo agradable de ver, pero estaba contento de que hubiesen superado esa prueba. A la mañana siguiente debía empezar a conseguir patrocinadores, pero no le sería muy difícil. Tenía a los dos tributos de su distrito vivos, sanos, y era Finnick Odair, cientos de patrocinadores o al menos media centena querrían tener negocios con él.
Justo cuando iba a apagar el televisor, la imagen cambió por una en directo. Casi podía escuchar el silencio de todos los habitantes del Capitolio, despiertos solo para ver los Juegos. Los profesionales se habían dividido para cazar al chico del distrito 11, un chico muy delgado, prácticamente esquelético, que descansaba junto al tronco de una palmera. Fue muy rápido. El chico del distrito 1 se abalanzó hacia él con una maza y le golpeó en la sien, haciendo que el chico despertase aturdido y prácticamente inconsciente. El chico rubio del 2 lo levantó por la chaqueta y lo empujó contra el tronco de la palmera, agarrándolo con fuerza. Entonces, la chica pelirroja del distrito 3 se acercó a él y, mientras los otros lo sujetaban, le cortó una oreja con un cuchillo aserrado.
El grito que dio el chico fue suficiente para que todo el estadio se enterase de dónde estaban los profesionales.
Después de varios minutos dándole patadas, cuchilladas y golpes, el cañón sonó. Finnick tragó saliva, asqueado. La bilis se le subió hasta la garganta cuando imaginó a Annie o a Kit muriendo de esa manera. Pero su cabeza no podía apartar la imagen de Annie siendo apaleada por esas bestias. No, tenía que ponerse manos a la obra. No había tiempo que perder.
Apenas durmió esa noche. Y, cuando los primeros rayos del amanecer entraron por la ventana de su habitación, se vistió como mejor pudo, se maquilló con los pocos productos que pudo conseguir y salió a la calle, dispuesto a cumplir su tarea como mentor.



4 comentarios:

  1. Patito eres una mala persona,me e enganchado a tu maravilloso fic y ahora tendré que esperar impaciente. Maldito patito (con cariño,he) que escribes como una diosa*_*. Aparte de perfecta,eres una exelente escritora,sigue así tu fan namber güan.

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  2. Hola, hola :D
    Presentes aquí la fan 'lalasa' y la más mala de todas (?).
    Puess... Que echábamos de menos leer el fic, y el capítulo ha sido fantabuloso, y Johanna mola, y creo que va a molar lo que vas a hacer, y Finnick es muy aklsjahskjs, y toooooooodo es perfecto. Exceptuando a Snow, Snow es caca, una caca marrón y maloliente, nada de rosas, caca de rana (?)

    BTW, nos debes otro capítulo que la semana pasada no hubo e.e

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