sábado, 19 de enero de 2013

Capítulo 18. 'El fin de la alianza'.

Annie tiró de la manga de Kit. A su alrededor, la luz grisácea del amanecer provocaba sombras espectrales que se abalanzaban sobre ellos, tumbados bajo las palmeras al borde del río. Kit se levantó, frotándose los ojos con los puños, llenos de costras de sangre seca. En menos de un segundo, Kit había cogido un cuchillo, alerta.
-      ¿Has oído algo?
Annie asintió, llevándose los dedos a los labios. Kit asió con fuerza el mango del cuchillo y avanzó, sigiloso como un gato. Annie se fijó en cómo sus pies parecían no tocar el suelo, en el silencio que impregnaba cada pisada. Se preguntó, sorprendida, dónde había aprendido a andar así.
La muchacha metió rápidamente todas sus cosas en la mochila y, tratando de hacer el menor ruido posible, siguió a su compañero a través de la jungla, con la pequeña navaja en la mano. Kit se dio la vuelta, con una sonrisa.
-      Tranquila – susurró -. No parece haber nada.
Annie observó a su alrededor, intranquila.
-      ¿Y ahora qué? – preguntó, sin soltar ni guardar la navaja.
-      Intentar ir hacia las montañas es una pérdida de tiempo – suspiró Kit -, porque siempre nos llevará al muro, y a la Cornucopia del mismo modo. Lo más inteligente sería quedarnos parados, pero así somos un blanco fácil.
-      No sería tan inteligente entonces.
Kit rió, con los dientes apretados.
-      Lo supongo. Deberíamos… No sé, cazar algo, tengo hambre.
Habían estado durante dos largos días junto al río, curándose las heridas, descansando después de los días de huída. Habían pescado unos pocos peces pequeños para comer, pero no habían resultado una comida muy satisfactoria. Por suerte, Finnick les había enviado comida en una pequeña cesta, así que no se habían preocupado demasiado del hambre.
No había habido ningún terremoto durante esos días, ni ningún movimiento brusco de tierra. Quedaban ocho en la Arena, y Annie sospechaba que fuera ya estarían llevando a cabo las entrevistas a los familiares de los finalistas. Se preguntó cómo estaría su madre en la televisión, rodeada de tanto lujo, de tantas personas tan diferentes a ella. El recuerdo le atenazó el estómago, así que se obligó a pensar en otra cosa, mientras caminaba tras Kit.
-      ¿Y por qué quieres cazar? – le preguntó, apartándose el pelo de la cara -. Finnick puede mandarnos algo.
-      Tengo curiosidad por saber si todo sabe tan mal como los endemoniados peces – rió el muchacho.
Annie le acompañó en la carcajada. Kit se había convertido en menos de dos días en un amigo, algo que le recordaba al distrito del que venía. Sabía que podía confiar en él, que él no la traicionaría. Se habían convertido en un equipo, y un equipo fuerte.
-      En realidad, solo quiero moverme – admitió Kit, rascándose la nuca -. No soporto estar esperando a que vengan a por mí.
Annie bajó la cabeza, teniendo cuidado en no tropezar con ninguna rama. Kit le había hablado de eso antes. Para él, quedarse quieto era sinónimo de ‘eh, venid, estoy aquí’. Sabía que los profesionales irían a por ellos. O más bien lo sospechaba. Y el muchacho le aseguró que sus sospechas siempre solían ser ciertas.
-      Annie, ¿cuándo tendremos que separarnos? – soltó él de pronto.
La pregunta pilló a la chica completamente desprevenida, y sintió cómo se le caía la navaja al suelo. Kit la recogió, tendiéndosela, con los ojos oscuros semi-ocultos por mechones de pelo rizado.
-      Ya sabes lo que quiero decir – gruñó él -. No voy a hacerte daño. No quiero ser yo quien te mate, Annie.
-      Ni yo – suspiró ella, con un nudo en la garganta.
Kit volvió a andar entre las palmeras, serio. La tensión entre ambos podía cortarse con un cuchillo. Annie movió la navaja entre sus dedos, con la hoja afilada rozando su piel. ¿De verdad había llegado el momento de volver a estar sola? ¿Tan pronto? Su alianza apenas había durado tres días. Ella no quería separarse de él, no quería perder lo único que le quedaba de su hogar. Y Kit también parecía reacio a continuar solo. Sin embargo, ambos sabían que esa alianza debería ser breve, solo que ninguno lo había mencionado en su momento.
-      Mierda – masculló Kit de repente.
Annie levantó la vista del suelo y lo vio. El alma se le cayó a los pies.
Ante ellos volvía a alzarse el muro, alto, imponente. ‘El Anillo’, repitió Annie en su cabeza. El muro no era más que eso, una trampa, como una ratonera, o como una de las redes para pescar peces que ella y su madre hacían. La chica vio a Kit darle una patada al cemento con toda su fuerza, y luego le oyó gemir. Seguro que se había hecho daño.
-      Maldita sea, Kit – susurró, agachándose junto a él, que estaba sentado en el suelo, agarrándose el tobillo.
Kit se quitó la alta bota y el calcetín blanco, sorprendentemente limpio, y observó la marca roja que se le había quedado en el empeine.
-      Eres idiota – añadió Annie.
Sacó la antigua camiseta del muchacho, hecha girones y prácticamente marrón de la suciedad y la sangre que no se había ido con el agua. Cortó unas cuantas tiras largas y comenzó a enrollarlas alrededor de la marca del chico, que empezaba a ponerse de un feo color oscuro. Cuando acabó, vio que Kit había cortado otra tira y se la había colocado sobre la frente, apartando los rizos de ella.
-      ¿Qué? – dijo Kit, sonriendo -. ¿No estoy irresistible así?
Annie alzó las cejas, diciéndole con los ojos algo así como ‘no estamos en la entrevistas, no tienes que fingir ser como Finnick’, pero se relajó. Que hiciera lo que quisiera.
De repente, un paracaídas plateado cayó al suelo, junto a ellos. Se trataba de un pequeño bote, como una pomada. Annie sonrió. Seguro que era para el pie de Kit. Conocía a Finnick, sabía que no dejaría que el chico anduviese en un estadio lleno de asesinos con el pie medio roto.
Después de quitar la venda, aplicar la pomada y volver a colocarla, Kit se levantó. Cojeaba un poco, pero podía moverse con soltura, y lo más sorprendente: seguía andando como si levitara.
-      ¿Entonces nos damos la vuelta otra vez? – preguntó Annie.
-      Ahá – respondió Kit, mordiéndose las uñas.
-      Esto es patético.
Kit rió por lo bajo, aún con los dedos metidos entre los dientes. Annie miró el muro por encima de su hombro y, entonces, unos rayos plateados atravesaron de arriba abajo el cemento y sonó un estruendo.
-      ¿Qué ha sido eso? – inquirió Kit, frenando en seco.
Pero Annie ya había sentido un ligero temblor bajo sus pies, así que se abalanzó sobre Kit, cogiéndole de la muñeca, y echó a correr.
El terremoto no tardó mucho en llegar. Los Vigilantes hicieron caer palmeras a su alrededor, pero ella ya había aprendido la lección una vez. Sorteó los troncos que la obstaculizaban, sin dejar de tirar de Kit, que corría con esfuerzo tras ella. De repente, un fuerte espasmo les tiró al suelo a los dos.
Annie cayó fuertemente sobre la tierra dura y llena de hojas rígidas de palmera que le arañaban la cara, golpeándose el pecho y la cabeza. Apoyó las manos en el suelo, apretándose contra él, y esperó, esperó durante unos minutos. Podía sentir el ligero temblor de la tierra, pero pronto se detuvo, quedándose todo tan silencioso y quieto como lo había estado apenas cinco minutos antes.
-      ¿Annie?
La chica se giró, sentándose en el suelo. Kit estaba de pie, con las manos en las rodillas. Se quitó la cinta de la frente, pasándose una mano por el pelo.
-      ¿Qué demonios ha sido eso? – preguntó, boqueando.
-      Un… terremoto – respondió Annie, levantándose con una mano en el estómago debido al intenso flato.
-      Eso no. El ruido.
Annie se irguió, apoyada en el tronco doblado de una palmera, y se palpó la cara. Cuando retiró los dedos, tenía un ligero rastro de sangre en ellos.
-      ¿No lo has oído? – repitió Kit, entrecerrando los ojos -. Justo antes de que parase, como un crujido. Parecía que se hubiese roto algo.
-      ¿Qué estás diciendo?
Kit se apartó el sudor de la frente con el dorso de la mano.
-      En serio. Como cuando se parte un palo. El mismo sonido.
Annie miró a su alrededor, angustiada. ¿Los habría visto alguien? ¿Estarían siendo vigilados por una manada de profesionales? Y si así era, ¿por qué no atacaban ya?
-      No me refiero a que alguien haya partido una rama, Annie – gruñó Kit, con la voz ahogada -. Me refiero a que algo, algo dentro de la Arena, acaba de crujir.
Annie se imaginó de nuevo la Arena como la bola de nieve que tenía en casa. Se imaginó el cristal  fracturándose, con grietas partiendo desde la misma base de la bola hasta el punto más alto, sin romperse, pero lo suficiente frágil como para que una respiración demasiado fuerte la destruyera por completo.
-      En ese caso – respondió Annie, limpiándose la sangre de la mejilla con la manga de la chaqueta -, en ese caso, el próximo terremoto tendrá graves consecuencias para el estadio.
Kit asintió, y Annie vio que se le había vuelto a desgarrar la camiseta, mostrando un tajo superficial en la parte baja del pecho, pero él parecía no darse cuenta.
-      Supongo que a los Vigilantes no les gustaría eso, ¿verdad? – preguntó Kit, sonriendo -. No destruirán su preciada Arena.
Annie le devolvió la sonrisa, y los ojos se le llenaron de lágrimas cuando sus mejillas tiraron de la piel cortada.
-      No, no lo harán – respondió.
Annie comenzó a internarse entre las palmeras de nuevo. Sin embargo, Kit se separó de ella, colocándose unos metros más allá.
-      Me pregunto qué habrá sido lo que se les ha roto…
Annie se encontraba justo detrás de una palmera rodeada de hojas caídas que la cubrían casi por completo, tanto a ella como a la palmera.
-      Kit, vámonos – urgió Annie, inquieta.
El muchacho se giro, con una sonrisa radiante que provocaba que las heridas de su cara se abrieran, sangrando levemente.
-      ¿Qué más nos puede pasar?
Annie no llegó nunca a responder esa frase. Primero vio una sombra, y algo centelleó junto al hombro de Kit.
Y su cabeza rodó al suelo, con su última sonrisa desvaneciéndose.
Annie se llevó las manos a la boca, pero no podía gritar. La había abandonado la voz. El cuerpo decapitado de Kit se mantuvo sobre las plantas de los pies durante un par de segundos y luego cayó al suelo, junto a la cabeza del chico, con una mancha de sangre que se extendía a su alrededor.
El chico del distrito 1 soltó un grito de júbilo, alzando el hacha ensangrentada sobre su cabeza. Annie le vio mover los labios, pero no oía nada. Era muda, y sorda. Pero no era para nada ciega. Sus ojos se movieron hacia los de Kit, buscándolos. No podía ser, no podía estar muerto. Pero allí estaba su cabeza, un poco más allá de su cuerpo, con los rizos apelmazados aún por el sudor y los ojos semiabiertos.
Annie se agarró a las hojas de las palmeras, buscando aire. Sentía cómo le quitaban el oxígeno, como manos tirando de él fuera de ella. La hojas se desparramaron a su alrededor, dejándola al descubierto.
El chico del distrito1 dejó de saltar y clavó en ella sus ojos claros. Y ella echó a correr.
No recordaba cómo había llegado hasta el río, pero estaba sumergida en él. Pasó un minuto. Dos. Tres. Luego cinco. Siete.
Has estado siete minutos enteros ahí abajo. ¿Eres consciente de que eso es… inhumano?, susurró Kit junto a ella.
Annie giró la cabeza, buscándolo, pero no le vio. Sin embargo, unas manos le rozaron la cara, unas manos frías y suaves, y la acariciaron. El agua es como una medicina, dijo su madre. Purifica, limpia.
Annie se llevó las manos al pecho y gritó. El agua ahogó sus gritos.
Y, sobre ella, un cañón sonó

7 comentarios:

  1. Que trágico/emocionante/imprevisible!! Me vas a matar de un infarto.
    Y ahora que va a hacer Finick? Se sentirá aliviado? Culpable? Y Annie?
    En serio, me tienes enganchadísima. Me encanta.

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  2. Dioooooos esta genial....no creo poder esperar para seguir leyendo;) vas a seguir escribiendo tb lo delos juegos del hambre? Porfaporfaaaaaa un besazo!

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    1. Ña, muchas gracias :)
      Bueno, tengo pensados algunos más de la trilogía, pero lo dejo para cuando tenga tiempo. Ahora, entre los exámenes y eso, solo subo estos :)

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  3. De verdad, eres increíble. Me has enganchado totalmente. Llevo toda la tarde leyendo porque NO PODÍA PARAR. Jolín, me muero por seguir leyendo, aunque sepa lo que va a pasar (mayormente). *-----*

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  4. Me he enamorado de este fic. De hecho, noto como cuando leo/veo algún libro/serie/anime/lo que sea y noto que me va a dar la obsesión. Pues igual. Y aún a riesgo de parecer pelota es así.

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    1. Ya te dije que adoraba estos comentarios :) Ña, en serio, me alegro de que te esté gustando. Y no pareces pelota, es adorable, ñaaaaaaa <4

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