sábado, 5 de enero de 2013

Memorias de Idhún. 'El reencuentro'.

¡Hola a todos! Hoy me siento especialmente feliz, quizá debido al avance de una canción de cierto grupo perfecto... Y como estoy tan increíblemente feliz, he querido haceros un regalo. Ña.
Una de mis trilogías favoritas es, sin duda, Memorias de Idhún. Algunos no la conoceréis, pero la recomiendo, al igual que cada uno de los libros de Laura Gallego. Creo que esta escritora debería ser mucho más valorada de lo que ya es, porque se lo merece. Cada libro que escribe es perfecto.
Y los que sí la hayáis leído, sabéis que es la trilogía perfecta. Las aventuras, el mundo que Laura ha creado, sus personajes, la complicada historia de amor... Una de las espinitas que me quedó clavada después de leer el epílogo de Panteón (ATENCIÓN, si no lo has leído, TODO LO QUE VIENE A CONTINUACIÓN ES SPOILER) fue el no saber la cara de Christian al conocer a Eva. Así que, os traigo aquí cómo yo lo imaginé. Espero que os guste, como siempre :)


Victoria sujetó al bebé contra su pecho y miró a Jack, emocionada. Éste seguía teniendo a Erik entre sus brazos, que aún estaba despierto. Victoria los miró a ambos con todo el cariño que podía y sonrió. Los dos le devolvieron la sonrisa.
-      ¿Preparada? – susurró Jack, agarrándola por la cintura.
Victoria enredó los dedos en la manta que envolvía a su hija y asintió. Los nervios atenazaban su estómago. ¿Cómo reaccionaría? ¿Cómo estaba, después de tanto tiempo? Jack se acercó y llamó a la puerta que tenía frente a él.
Supuso que pronto lo averiguaría.
De repente, la puerta se abrió.  El corazón de Victoria dio un vuelco en cuanto vio aparecer su pelo castaño detrás de la puerta, largo, con un flequillo cubriéndole los ojos. Él clavó en ella, solo en ella, sus dos gélidos ojos azules, igual de emocionado. La había sentido llegar a través de Shiskatchegg, el anillo que los unía y que los había unido siempre.
Christian apenas había cambiado. Seguía siendo tan esbelto como siempre, con el mismo largo pelo castaño y los mismos ojos azules como el hielo. Si había algo inusual en él, era su barba de pocos días, apenas un vello castaño que cubría su mentón. Victoria sonrió.
Christian atravesó la distancia que los separaba y alargó las manos hacia ella, hacia su cara, tocando sus mejillas con sus largos dedos, ese tacto que tanto habían echado los dos de menos. Los ojos de Christian brillaban.
-      Eres tú – susurró.
-      ¿Quién si no? – respondió Victoria, con una sonrisa.
Y Christian la besó.
En ese momento, todo encajó como las piezas de un puzzle. Estaban allí los tres, la Tríada, con sus hijos, juntos de nuevo, en un lugar seguro, un lugar donde todos podían crecer y recuperar la vida que les habían arrebatado.
Por su parte, Jack miró hacia otro lado, incómodo. Ese momento era solo de Victoria y de Christian, algo que ambos se merecían. Sabía que pertenecía a ese complicado triángulo, y que siempre lo haría, pero necesitaban estar juntos por una vez, después de tanto tiempo. Miró a su hijo.
-      ¿Papá? – murmuró el niño, frotándose los ojos.
-      Es Christian, Erik. ¿Te acuerdas de él?
-      ¿Kistán? – Erik sonrió -. Sí.
De repente, Christian se separó de Victoria y volvió a tocarle la cara, el pelo, los párpados. Solo entonces se dio cuenta de quién estaba entre ellos.
Victoria miró hacia la niña, con los ojos llenos de lágrimas. Los ojos azules de la pequeña inspeccionaban toda la escena, pero de repente se quedaron fijos en Christian. Y él se quedó mudo.
-      Es Eva, Christian – susurró Victoria, alzándola para que él pudiese verla mejor.
-      Es… ¿es mía?
La sonrisa de Victoria se hizo más amplia y sintió dos lágrimas de felicidad caer por sus mejillas. Christian miró fijamente a su hija, impresionado, con admiración, y alargó un dedo hacia la pequeña mano del bebé. Eva lo buscó con sus manitas llenas de hoyuelos y, cuando lo encontró, se lo llevó a la boca. Christian sonrió y sus ojos brillaron aún más.
-      Es fascinante – murmuró él.
Victoria no necesitó que él se lo dijera: podía leerlo en su rostro. Así que, cogió a la niña y se la pasó. Christian la sostuvo en brazos con delicadeza, como si fuese una pieza muy frágil de cristal, y la acunó, acariciándole la piel.
Jack se acercó a Victoria, dándole un beso en la cabeza. Erik sonreía, mirando a su hermana en brazos de Christian.
Eran una familia.
Christian levantó la cabeza y los miró, a los tres, sin que la sonrisa se borrase de su cara. Fue Jack el primero en hablar.
-      ¿Qué hay, serpiente?
El shek inclinó la cabeza.
-      Dragón.
-      Bueno, ¿nos vas a invitar a pasar o qué?
Victoria se congeló. Sabía lo importante que era para Christian, para todo shek en realidad, su usshak, ese lugar que era una guarida, un santuario. Sabía que Christian no dejaba entrar a todo el mundo en ese pequeño ático de Nueva York. Pero Christian simplemente asintió y los dejó pasar al interior.
Todo estaba exactamente como Victoria lo recordaba. Los muebles, la chimenea, las vistas desde el balcón. Incluso las carpetas encima de la mesa, donde Victoria sabía que Christian guardaba las canciones que le habían dado la fama como Chris Tara. Christian dejó a Eva en brazos de Victoria y desapareció por la puerta de su habitación. Cuando regresó, traía consigo una cuna pequeña, que se arrastraba por el suelo con ruedas.
-      Tenía que estar preparado – sonrió, mirando a Victoria.
-      Maldita serpiente – masculló Jack, sonriendo a su vez -, siempre anticipándose a todo.
Victoria le dio una leve caricia en el dorso de la mano y depositó a Eva en el interior de la cunita. Ambos padres miraron a la niña con adoración, agachados a su lado. Y Jack carraspeó.
-      Así que… Nueva York, ¿eh? ¿Te gustan los lujos, Christian?
El shek sonrió, mirándolo, y se levantó.
-      Las vistas son bonitas – afirmó.
Jack asintió. Sabía que los sheks sentían debilidad por las cosas bellas, lo había aprendido de Sheziss, el primer shek que había muerto defendiendo a un dragón.
Christian se acercó al pequeño Erik, que arrugó la nariz. Sin embargo, cuando Christian le revolvió cariñosamente el pelo, el niño sonrió. Jack observó a el shek y se dio cuenta de lo mucho que esos niños lo transformaban. Parecía otra persona. Más cálido.
Minutos después, sentados al sofá mientras Erik se entretenía con un DVD de dibujos animados, Christian sostenía a Eva sentada en su regazo, mientras establecía con ella un contacto mental. Sus poderes de shek eran muy débiles, debido al predominio de la esencia humana en ella, pero podía sondear la mente del shek. Quizá no fuese capaz de llegar hasta los lugares a los que Christian podía llegar, pero era bastante para un bebé de pocas semanas.
Sin embargo, Christian observó que la niña se desplazaba desorientada por su mente, avanzando y retrocediendo, y la hizo salir de ella. El rostro del bebé se relajó en cuanto él lo hizo.
Victoria, acurrucada a su lado, no podía dejar de mirar a Christian. Habían sido casi diez meses los que había estado sin él. Desde el momento en el que Eva había nacido, había deseado enseñársela a Christian, pero Shail había preferido esperar para crear un Portal seguro que los mandase a la Tierra. Sin embargo, la noticia de la hija del unicornio y el shek había corrido como la pólvora por Idhún, llegando hasta oídos de los Nuevos Dragones, que pronto se habían puesto en movimiento. Y ella, junto con Jack y sus dos hijos, habían huido de Idhún.
A casa.
De repente, Victoria sintió a Christian ponerse rígido. Lo miró y vio que tenía la nariz arrugada. Entonces, el shek la miró, dedicándole una media sonrisa.
-      Me parece que a Lune le pesa el pañal.
Jack soltó una risotada desde el sillón en el que se encontraba. Victoria se unió a la risa, y, detrás de ella, Erik. Christian se la dio, dándole un tierno besito al bebé en la nariz.
Jack observó a Victoria meterse en la habitación de Christian para cambiar a la niña y clavó sus ojos verdes en el shek.
-      ¿Qué te parece?
Christian sonrió.
-      Es única. Al igual que él – añadió, señalando a Erik -. Fascinantes.
-      Lo son – admitió Jack, asintiendo.
El shek miró al chico. Llevaba puesta aún la ropa de Idhún, con los pantalones de cuero y la camisa ancha, y, a pesar de que se le veía cómodo así, volvió a repetir la pregunta que le había hecho minutos antes.
-      ¿Seguro que no quieres ropa?
-      Sí, tranquilo.
Entonces, Jack se puso serio y se inclinó, para hablar con Christian. Él lo captó y se inclinó a su vez.
-      Oye – comenzó -. Sé que la has echado de menos. Quiero que sepas que Erik y yo podemos irnos a un hotel para dejaros a solas, no tienes por qué…
-      No.
La respuesta tajante de Christian sorprendió a Jack, que se inclinó más hacia adelante.
-      Christian, no estás obligado…
-      Recuerda, dragón, que soy tan padre suyo como tú lo eres – dijo él, señalando a Erik -. Sois mi familia. Os quedáis.
Jack cerró la boca y se dejó caer cansado en el sillón, respirando el aire terrícola. Habían hablado de eso en la anterior visita de Christian a Celestia, en Idhún. Y él había sido cortante con respecto a ese tema. Kareth es hijo de Victoria y, por tanto, es hijo mío. Me dan igual los genes que tenga. Yo soy su padre también. Jack sentía que debería sentirse enfadado, puesto que, al fin y al cabo, Christian se estaba autodeclarando padre de su hijo, de la sangre de su sangre. Sin embargo, no le molestaba en absoluto, porque él también sentía a Eva, la hija de sangre de Christian, como su propia hija. Eran una familia, con dos padres y una madre. Punto.
En ese momento, Victoria salió de la habitación, con Eva en brazos. Se colocó un dedo sobre los labios y ambos, incluso Erik, entendieron que la niña se había quedado dormida. Jack se levantó y cogió a Erik en brazos. El niño se frotó los ojos y bostezó.
-      Podéis dormir en mi cama – dijo Christian, levantándose a su vez -. Los tres.
Jack le miró, estupefacto, observando cómo el shek desplazaba la cuna hasta la habitación. ¿Qué pasaría por su cabeza? Pensaba que, después de casi diez meses, Christian desearía pasar la noche con Victoria. Sin embargo, les ofrecía su cama. A todos.
Era más de lo que esperaba por su parte.
Al pasar junto a Victoria, Christian la miró a los ojos y le acarició una de sus rosadas mejillas. Ella sonrió.
¿No quieres pasar la noche conmigo, Christian?, pensó, sabiendo que él la escucharía.
Por supuesto que quiero. Pero necesitáis descansar todos.
Y yo te necesito a ti, Christian.
Victoria depositó a Eva en la cuna, con mucho cuidado para no despertarla, y la arropó con una manta que Christian le tendió. Justo después, entró Jack en la habitación, con Erik dormido en brazos. Entre los tres, le quitaron al niño la ropa idhunita y lo metieron en la cama. Jack se metió inmediatamente con él, aunque sin arroparse.
Christian los despidió con un asentimiento de cabeza y salió de la habitación. Jack miró a Victoria, que aún estaba vestida con la ropa que Christian le había prestado. Aún llevaba los finos pantalones celestes, pero se había puesto una camiseta negra de Christian que le llegaba mas allá de las pantorrillas. Victoria se quitó los pantalones, dispuesta a meterse con Jack en la cama, pero él la cogió de la mano y la atrajo hacia sí.
-      Ve con él – dijo, sonriendo.
Victoria le devolvió la sonrisa y, cogiendo su cara entre sus manos, depositó un beso en sus labios. Como siempre, los besos de Jack eran puro fuego.
Cuando Victoria salió de la habitación, dejando la puerta cerrada tras ella, no vio a Christian hasta que se fijó en el balcón. Estaba de espaldas, con las finas manos apoyadas en la piedra. Victoria salió con él.
Por suerte, era verano en Nueva York, y hacía calor, así que no sintió frío en sus piernas desnudas. Se acercó a él y pasó sus manos por su cintura, apoyando la cabeza en la espalda del shek. Este acarició sus manos y se giró, sin romper el abrazo.
-      Te he echado de menos – susurró Victoria.
-      También yo, criatura.
Christian le apartó el pelo de la frente y la miró a los ojos, esos ojos grandes y castaños, llenos de luz y magia que siempre le habían fascinado. Una vez, mucho tiempo atrás, le había dicho que ella era luz para él.
Seguía pensándolo.
Victoria se colgó de su cuello, enredando los dedos en su pelo castaño, y, poniéndose de puntillas, lo besó.
Si los besos de Jack eran fuego, los de Christian eran pura dulzura. No sentía la frialdad que debería tener al ser un shek, no sentía el hielo que debería emanar. Con ella, él era mucho más humano de lo que le estaba permitido ser. Y eso era peligroso, pero, con los años, Christian había encontrado la manera de equilibrar sus dos esencias.
Fue él el primero en separarse de ella. Apoyó la frente en la suya, mezclando sus alientos, con las manos en su cintura. Había deseado tanto volver a estar así con ella…
-      Deberías dormir – susurró, rozando la piel desnuda de su cintura con los dedos.
-      Quiero estar contigo.
-      No, Victoria, quieres dormir.
-      Te quiero a ti, Christian.
El shek se separó y la miró con una media sonrisa.
-      Sabes que puedo dormirte.
-      En el fondo no quieres que me duerma.
Y volvió a besarlo, con más pasión, con más furia quizá. Y todo a su alrededor desapareció.
Ni siquiera se dio cuenta de cómo entraron en el ático. Sentir a Christian, todo él, era todo cuanto necesitaba saber en ese momento. Había echado tanto de menos su contacto que le dolía incluso, pero necesitaba besarlo. Y realmente sabía que podía estar toda su vida besando a Christian.
Una hora después, Christian miró a Victoria, dormida sobre el sofá, con el pelo revuelto y los labios hinchados. Recorrió la piel de su hombro desnudo con los dedos, su cintura, sus piernas. Estaba allí, por fin. Sacó una manta de un armario y se la echó por encima. Antes de alejarse de ella, depositó un beso en su frente.
Sigilosamente, como solo él era capaz de hacer, entró en su habitación y observó a Eva. Estaba despierta y le había sentido, porque lo buscaba con las manos. Christian la cogió en brazos y la sacó de allí.
Salieron de nuevo al balcón, con el ruido de la ciudad de Nueva York a sus pies. Realmente, no era un ruido molesto. Christian se sentó en el suelo, sentando a la niña frente a él, y la miró a los ojos, sin soltarla.
-      Hola, Eva – susurró.
El bebé alargó su bracito para tocarle la cara, pero cuando sintió la incipiente barba, la alejó. Christian soltó una pequeña carcajada.
-      Eres una criatura hermosa.
Christian apoyó a la niña sobre su pecho, sintiendo los latidos de su pequeño corazón junto al suyo. Y entonces, sin pensarlo, empezó a cantarle.
Había escrito esa canción hacía mucho tiempo, dirigida a Victoria. La mayor parte de las canciones que escribía eran para ella, aunque nunca le había cantado todas. Pero ésta en cuestión, le salió de la boca antes incluso de que pensase en la letra.
Esa canción, en cuestión, hablaba sobre la luz. Sobre la esperanza. Sobre algo único. Sobre algo realmente perfecto. Y Eva era todo aquello.
Christian no dejó de mirar a Eva mientras cantaba, y vio como la niña se dormía en sus brazos. Con el último verso, que decía textualmente ‘you make me feel complete, we are one person now’, Christian agachó la cabeza hasta la cabecita de la niña y apoyó la mejilla en su frente. Entonces, se dio cuenta de que alguien los observaba.
Jack.
Estaba apoyado en el marco de la puerta de cristal que daba al balcón, sin camiseta, cruzado de brazos.
Christian se irguió. Había estado tan concentrado en la niña, tan concentrado en la canción, que ni siquiera se había dado cuenta de la presencia del dragón. Y eso le preocupaba, porque él debía darse cuenta de esas cosas. Pero estaba demasiado feliz como para preocuparse.
-      Chris Tara – susurró el dragón.
Christina sonrió y se levantó, con la pequeña en brazos.
-      He de admitir que ese rollo tuyo de estrella del pop es extraño. Pero bueno, es bonita.
-      Gracias.
-      Dime una cosa, Christian – dijo Jack, pasándose una mano por el pelo revuelto -. ¿Realmente te agradamos Erik y yo aquí?
Christian clavó sus ojos en Jack, levantando una ceja.
-      Sois mi familia, Jack – concluyó -. Todos.
Jack le dio un apretón en el hombro antes de que el shek pasase por su lado. Entonces, cuando Christian ya estaba unos pasos detrás de él, lo escuchó de nuevo.
-      Aunque no estaría mal que te duchases un poco. Apestas, y no solo a dragón.
Jack sonrió, bajando la mirada hacia sus pies descalzos.
-      Maldita serpiente.
Al mismo tiempo, Christian entró en la habitación y dejó a Eva en su cuna. Entonces, observó a Erik. Era  hijo de Jack, no cabía duda de ello. Su pelo rubio, la misma nariz, la manera en la que arrugaba la frente cuando estaba preocupado, o las arrugas que le salían alrededor de los ojos cuando sonreía.
Sin embargo, él era su padre también. No de sangre, pero Erik era su hijo. Se acercó al niño y colocó una mano sobre su cabeza, apartándole los mechones rubios de la frente. Esperó a que se despertase, pero Erik ya se había acostumbrado al contacto de Christian. El shek sonrió. ¿Cómo un dragón había podido crear algo tan bello como la criatura que tenía ante sus ojos?
-      Condenado dragón – masculló, sonriendo.
Y dejó la habitación.
Se tumbó en el suelo, junto a Victoria. Sin embargo, percibía a través de Shiskatchegg que estaba despierta. Que llevaba unos minutos despierta.
Victoria.
¿Sí, Christian?
Te quiero.
La respuesta de Victoria no tardó en llegar. Él sabía que ella nunca había dejado de quererlo, pero no estaba mal escucharlo de vez en cuando.
También yo te quiero, Kirtash.
Con esa sencilla frase, Victoria estaba diciéndole algo más que un ‘te quiero’. Estaba diciéndole que lo quería fuese cual fuese su forma. Fuese humano o shek. ‘Te llamo Kirtash cuando te odio, te llamo Christian cuando te quiero’, recordó Christian. Esa frase, pronunciada tantos años atrás, ya no tenía sentido. Porque Victoria lo amaba, fuese Christian o Kirtash. Lo amaba en todas sus maneras.
La mano de la chica buscó en la penumbra la mano de Christian y, cuando la encontró, apretó sus dedos. Y Victoria volvió a quedarse dormida, agarrando la mano de Christian.
El shek cerró los ojos. No había más preocupaciones. No había más peligros, salvo ellos mismos. No había ninguna amenaza, ni más profecías que pudiesen separarlos. Estaban juntos. Jack, Victoria y él, incluso sus dos hijos.
Eran una familia. Y nunca dejarían de serlo.


15 comentarios:

  1. MUERTA.

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    Vale. Tú no sabes lo bien que sienta que alguien continúe algo que terminé de leer hace más de cinco años. Es especial. <3

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    1. Ahora que sé que has leído también MDI, creo que te quiero, ña. Es que es una trilogía perfecta. P-E-R-F-E-C-T-A <3

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  2. Impresionante, llevaba esperando algo así muchísimo tiempo, el reecuentro, impactante.

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  3. Ay, por favor, que casi lloro. Jo, yo me quedé un poco mal al acabar la trilogía. Necesitaba leer esto *-*

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    1. Ña, pues este fic lo tenía pensado desde que acabé la trilogía hace tres o cuatro años o así...y estaba escrito en folios :)

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  4. :O Me encanta.
    Me acabas de revivir mi época idhunita como si no hubieran pasado los 6 años que hace que me leí los libros :')

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  5. Me ha encantado. Realmente no hay mucha gente que sepa que es Memorias de Idhún. Y menos de mi edad. Porque hace poco que la leí en recomendación de mi hermana , que la había leído cuando tenía mi edad. Y me ha parecido un detalle muy bonito. Sigue escribiendo , que tu forma de escribir es adictivia, patito :) .

    Azucaricornio.

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  6. Me has hecho llorar, puta.

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  7. MAN.
    Realmente necesitaba releer esto, es tan bonito que me quiero morir... Ok, no, pero ña.
    Ya me había gustado sin enterarme de nada, so imagínate ahora. Lo mejor es que es como si fuera de verdad un epílogo al epílogo... No sé si entiendes a lo que me refiero (?)

    Pd: Me he emocionado pensando en que escribiste sobre NY y ahora has estado allí... JOPÉ.

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