sábado, 16 de febrero de 2013

Capítulo 22. 'Las sombras'.

-         Annie…
La muchacha gimió. No podía hablar, no podía emitir ningún sonido diferente a ese, pero, de haber podido, le habría gritado a ese hombre que se fuera. ¿Quién era él? ¿Qué quería de ella? Lo veía alargando una mano, deseoso de tocarla. Pero no podía dejarlo, no podía. Él quería hacerle daño.
Al principio, le había parecido que era un ángel. Era como deberían ser los ángeles, bello y luminoso. Pero él no podía ser un ángel, porque los ángeles no querían herir a las personas.
-         Annie, soy yo…
El chico alargó de nuevo los dedos, y había muy poca distancia entre ellos y su piel, así que ella se bajó de la cama y se acurrucó en una de las esquinas de la habitación. Escondió la cabeza en su mata de pelo enredado. No podría tocarla allí.
-         Mags – escuchó la muchacha. Incluso su voz sonaba peligrosa.
-         Vámonos. Tienes que dejarla sola.
-         Pero…
-         Nos vamos, Finnick.
Finnick.
Annie se derrumbó en el suelo, con los brazos a ambos lados del cuerpo. Por su cabeza empezaron a pasar miles de imágenes. Un chico sujetándole la mano en una escalera, y recordó que sentía pánico en ese momento. Ese mismo chico mirándola con la boca abierta, y recordó que se había sentido ruborizada. Llorando sobre su hombro, asustada; hablando furiosa.
Finnick.
-         ¿Finnick? – llamó. Su voz sonaba extraña.
-         ¡Annie!
El muchacho se acuclilló junto a ella. Era él, ahora podía recordarlo. Sus ojos verdes, el pelo cobrizo, incluso un conjunto casi invisible de pequeñas pecas en el puente de la nariz. Él nunca le haría daño, porque le había prometido cuidarla. Recordaba eso.
-         Annie…
Ella miró a su alrededor, como si lo viese todo de nuevo por primera vez. Las paredes blancas, sus propias manos, rosadas. Sentía que esa no era su piel, que era demasiado brillante y demasiado incómoda para serlo. Se preguntó por qué no veía palmeras a su alrededor, ni el río, y por qué sus manos no estaban manchadas de tierra.
-         ¿Dónde estoy? – preguntó.
Finnick ladeó la cabeza hacia la anciana, Mags, que simplemente cerró los ojos. Cuando se volvió para mirarla, había un pliegue entre sus cejas.
-         Estás en el Capitolio. ¿Te acuerdas? Te dije que ibas a volver.
-         ¿Y las palmeras?
Finnick se pasó una mano por el pelo.
-         Te sacamos de la Arena, Annie. Pasó algo ahí dentro, y resultaste heri…
La chica intentó concentrarse en Finnick, pero había escuchado algo más allá. Su mente analizó cada una de las palabras que oía.
Su nombre, una y otra vez.
‘Ayúdame’.
Y vio sonrisas, sonrisas y rizos, piel morena.
Kit estaba en alguna parte, y necesitaba su ayuda.
Y vio también sombras, sombras que se cernían sobre ella por las paredes de la habitación y sombras que salían por la puerta, detrás de la anciana, dispuestas a atacar a Kit.
-         ¿Dónde está Kit? – preguntó, con la voz rota.
Finnick frunció más aún el ceño. Mags se acercó a él para ponerle una mano en el hombro, pero él se zafó de ella y se pegó más a Annie, poniéndole una mano en el brazo. Su contacto era extraño sobre su piel, como si le hubiesen colocado una lija.
-         Annie, Kit…
-         ¿Dónde está? – repitió Annie.
Finnick intentó sujetar la cara de Annie con los dedos, pero ella le agarró el cuello de la camiseta e hizo que le mirase a los ojos.
-         Tienes que salvarlo, Finnick.
-         Pero Annie, él…
Ella se apartó, empujándolo. El estómago le ardía. Cuando sintió el hierro de la pata de la cama sobre su columna vertebral, congelado, se acurrucó, abrazándose las rodillas, y enterró la cabeza en ellas. No quería oír más voces, no quería oír los gritos, ni quería ver las sombras.
-         ¿Annie?
Una de las sombras le rozó el hombro, dejando su  piel fría como el hielo. Annie empezó a llorar, asustada. Iban a hacerle daño, e iban a hacerle daño a Kit también.
-         Finnick, tenemos que ayudarlo.
Annie levantó la cabeza y vio que Finnick se había movido de nuevo hacia ella. Tenía la frente arrugada, y sus ojos verdes parecían hundidos en la oscuridad de sus ojeras.
-         ¿Ayudar a quién?
-         A Kit, Finnick. Tenemos que ayudarlo.
Los gritos seguían, cada vez más fuertes.
-         ¡Annie! ¡Annie, ayúdame!
Annie escuchó el estruendo de una ola al romper contra un acantilado y se tapó las orejas. Veía a Finnick mover los labios, pero no escuchaba lo que decía, aunque el sonido de las olas, los gritos de Kit y el susurro de las sombras sobre la pared siguiesen resonando en su cabeza.
-         ¡Ayúdalo, Finnick! – gritó -. ¡Van a hacerle daño, ayúdalo!
Annie sintió que las sombras empezaban a acercarse a ella, cada vez más cerca, rozándole la piel. Arañó allí donde ponían sus manos, pero solo conseguía traspasarlas y perforarse la piel con las uñas. El camisón blanco que llevaba puesto era como una cárcel que la asfixiaba, y las sombras hacían que la tela se le pegase más a la piel. Se la sacó por la cabeza y se acurrucó bajo la cama, con los oídos tapados.
Todo el vientre le dolía como si tuviese agujas clavadas en él. Annie se agarró el estómago, pero lo único que consiguió fue escuchar más y más gritos al destaparse las orejas.
Empezó a gritar también.
De repente, algo tiró de ella para sacarla a la blancura otra vez. Vio caras de colores diferentes con mascarillas blancas. Sabía que las sombras estaban detrás de ellos, preparadas para abalanzarse. Kit, mucho más allá, seguía pidiendo su ayuda.
-         ¡Annie! – gritaba Kit.
-         ¡Annie! – gritaba Finnick.
-         ¡Sálvalo, Finnick, sálvalo! – gritó Annie.
Todos gritaban.
Cuando su mente empezó a nublarse, como efecto de algún narcótico, Annie vio cómo las sombras la abandonaban a ella para ir sobre Finnick. Lo último en lo que pensó antes de que los gritos cesaran fue: ‘No. A él no’.

 Gritos. Ni siquiera durante los sueños había podido librarse de los gritos. De hecho, cuando despertó, lo hizo gritando, pidiendo ayuda. Estaba en el mar, el mismo mar que era como su segunda casa, y se ahogaba. Tiraba de ella, como si estuviese atada a un hilo resistente y alguien la arrastrase desde las profundidades. Sobre ella, por encima de la superficie del agua, veía el cielo blanco, con luces parpadeantes, pero no podía llegar hasta él. Y, de repente, salió fuera.
Annie se tocó la cara y la notó empapada, pero no era agua. Era sudor, sudor frío.
-         Annie.
La muchacha giró la cabeza y vio a un muchacho sentado a su lado. Era alto, musculoso, aunque no eran los músculos más grandes que había visto. Tenía la piel dorada, que contrastaba a la perfección con su pelo de color bronce. Los ojos, de un color verde azulado, como las olas del mar, estaban rodeados por unas enormes ojeras moradas. Llevaba la ropa arrugada, como si hubiese estado durmiendo sobre ella.
Sabía que lo conocía, porque una cara como la suya era difícil de olvidar.
Y su nombre le llegó a la cabeza en el instante en el que lo miró por segunda vez, cargado de recuerdos.
-         Finnick.
El chico sonrió con tristeza y cansancio. Annie se preguntó qué le habría pasado a Finnick para estar en ese estado. Ella lo recordaba fuerte, hermoso, como una especie de héroe. No era para nada lo que tenía a su lado.
Annie hizo ademán de levantarse, pero vio que no podía. Tenía el cuerpo recubierto de cables, enganchados a electrodos en las sienes, en la nuca, en el pecho y en los brazos. Los pitidos de un montón de monitores resonaban entre las cuatro paredes de la habitación.
-         ¿Por qué me han puesto esto? – preguntó, enrollándose el cable a un dedo.
-         Solo son pruebas.
Alguien carraspeó en la puerta. Tanto Annie como Finnick dirigieron hacia allí la mirada y vieron a un hombre alto, con un extraño corte en la barba azul.
-         Señor Odair – saludó, inclinando la cabeza hacia Finnick -. Señorita Cresta, ¿cómo se encuentra?
Annie miró a Finnick, que se había levantado, poniéndose delante de ella. Annie pudo ver la tensión en sus hombros como un cartel de luces que anunciaba ‘peligro’.
-         Qué quieres – gruñó Finnick, apartando a Annie de la vista del hombre.
-         Los doctores consideran que la señorita Cresta ya está perfectamente bien, después de estos días, así que consideran que es hora de presentarla.
Annie soltó el cable y miró al hombre.
-         ¿Presentarme?
-         Como vencedora de los Septuagésimos Juegos del Hambre.
Una jungla. Un enorme muro. El Anillo. Palmeras. Gargantas atravesadas por enormes lanzas y cabezas cortadas. Sangre, mucha sangre. Una gigantesca ola. Muerte, más muerte.
Annie se arañó los ojos, alejando de ella esas imágenes, pero seguían grabadas a fuego en su cabeza. Finnick se abalanzó hacia uno de los monitores, con la mandíbula apretada, y empezó a desenroscar algo.
La droga entró en las venas de Annie antes de que ella se diese cuenta.
-         Vete – escuchó la muchacha decir a Finnick.
Se escuchó un golpe y el crujir de algo. Annie dejó de arañarse los ojos, que le escocían como si tuviese arena, y volvió a tumbarse sobre las almohadas. Eran suaves. Como la arena de su playa. Como las plumas de un pájaro. Como debían ser las nubes.
-         Tranquila, Annie. Yo estoy aquí para protegerte ahora.
Sintió la mano de Finnick sobre la suya, cálida. Recordó que mucho tiempo atrás, lo que parecían siglos, él había cogido su mano cuando ella había tropezado. No sabía cómo ni cuándo. Solo recordaba qué esa había sido la primera vez que él la había tocado. Pero este contacto era mucho más que aquel. Era calidez. Era protección. Cariño.
Finnick. Eso era.

8 comentarios:

  1. Me has matado. God, este capíulo es demasié, aunque sea coooorto. Ña.
    Los niveles de perfección que estás alcanzando escribiendo están reservados a muy pocas personas. He dicho.
    La señorita Cresta que se te ha ocurrido mientras nadabas/te aburrías en Economía es... Genial. En serio, amo como describes lo que pasa por su cabecita. Las sombras.. hmmm ¿Oscuros? *-*
    Y FINN. MADRE MÍA. MUERO DE AMOR. ÑA. Pensaba que era difícil mantener la perfección que le dio Suzanne, pero me equivocaba.
    Ah, estoy esperando impacientemente a que aparezca miss Mason. Y necesito leer cómo obligan a Annie a ver los juegos right now.
    And nothing else...
    Mi mente: KEEP CALM AND WAIT UNTIL THE NEXT SATURDAY.

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    1. Comentarios como estos >>>>>>>>>>> ALL.
      'Los niveles de perfección que estás alcanzando escribiendo están reservados a muy pocas personas'. Creo, o afirmo más bien, que esta es una de las cosas más increíbles que me han dicho. En serio.
      Annie es increíble, honey. Ehé, yep, Oscuros. Luce mola.
      Ña, muchísimas gracias, bicho, you know <3

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  2. Genial :D Me encanta cómo te metes en la cabeza de Annie, creando ilusiones acordes con su comportamiento tanto en el fic como en los libros.

    You rock!

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  3. Estoy enamorada de este blog, de este capítulo, de como escribes... en serio, me encanta, sigue así :)

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  4. Que perfección, por favor. Me he metido en el blog a ver si había capítulos nuevos y me he emocionado como una niña pequeña al ver que sí *---* En serio, es que escribes que es perfección. Eres la única persona que ha conseguido hacerme llorar con un fic. He dicho.

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    1. Jo, muchísimas gracias, en serio. He de decir que tus comentarios también me hace emocionarme, en plan como... Jo,qué ilusión. Ña.
      Me alegro de que te guste. Muchísimas gracias, repito.

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