domingo, 24 de febrero de 2013

Capítulo 24. 'No dejes de mirarme'.

Dolor.
La ola volvía a llevarla de un lado para otro. Veía gente a su alrededor, con la cara distorsionada, de colores diferentes, con pestañas demasiado grandes y bocas abiertas bajo una niebla de color blanco. Escuchaba gritos en torno a ella, y la ola los acercaba y los alejaba. Unos brazos de agua empezaron a rodear su piel, y los arañó para que desaparecieran, pero no se iban. Nunca se iban, y solo le hacían daño. Entonces, algo la sujetó.
-         Es suficiente.
Alguien le cogió la cara y la sacó de la neblina. Vio dos ojos verdes.
-         Mírame, Annie. No dejes de mirarme.
Y ella no lo hizo.
Finnick la cogió en brazos, y los brazos de agua que la envolvían desaparecieron. También los gritos.
-         Finnick, la entrevista… - decía otra voz.
-         He dicho que es suficiente.
Finnick comenzó a llevarla, y se sentía balanceada de nuevo, pero no del mismo modo. Cuando la ola la trasportaba, la hundía. La golpeaba de un lado a otro, no dejaba que se quedase quieta en ningún sitio. Sin embargo, los brazos de Finnick eran como un barco, un barco que recogía su cuerpo hundido y lo mandaba de vuelta a la orilla, sin importar cuán lejos estuviera ésta.
-         No puedes hacer esto – gruñó alguien.
-         Lo estoy haciendo.
Finnick golpeó a alguien con el hombro, pero no dejó de proteger el cuerpo de Annie. Ella se pegó contra su pecho.
-         Deja de gritar, Annie, estoy contigo. Tranquila.
Ella ni siquiera era consciente de que estaba gritando. Se pegó aún más a Finnick, arrugando su camisa blanca en un puño. Volvió a mirarlo.
No dejes de mirarme.
Annie había oído hablar de los ángeles, pero no sabía cuándo ni dónde. Sabía que eran criaturas aladas, bellos, tanto que dolía mirarlos.
Finnick no podía ser un ángel, porque mirarlo era algo que calmaba todo su dolor. Pero debía serlo, porque era todo lo bello que un ángel podía ser.
No dejes de mirarme.
-         Eso es, Annie. Tranquila. Estoy aquí, estoy contigo. Eso es.
Annie sintió que Finnick se paraba y oyó unas puertas cerrarse. Entonces, Finnick apoyó la barbilla en su cabeza y continuó susurrando. Sin embargo, Annie no le oía bien. Los sonidos le llegaban como si estuviese muy lejos. Todo a su alrededor se distorsionaba, como si alguien estuviese arrastrando los dedos por los contornos de las cosas.
-         Estás bien, Annie. Vamos a volver a casa, y estarás bien. Vas a recuperarte.
Annie giró la cabeza y se vio a sí misma. Vio sus ojos verdes hinchados y rojos, llenos de lágrimas, que habían provocado surcos brillantes en su cara. Tenía dos grandes arañazos rojizos en la cara, justo bajo el pómulo, y salía sangre allí donde se estaba mordiendo el labio para no gritar. El vestido blanco estaba desgarrado en múltiples partes.
-         Lo siento – susurró Annie, observando la preciosa tela rota.
Finnick la depositó en el suelo, junto a un espejo frío, y la obligó a mirarlo a los ojos. Annie estalló a llorar.
-         ¿Qué está mal, Annie? ¿Qué ves?
Annie encongió las rodillas y escondió en ellas la cabeza, sin dejar de sollozar. Estaban en una especie de casita donde nada ni nadie podía tocarlos, y la casita se movía hacia arriba, como si algo tirase de ella. Sentía las luces sobre su cabeza y el frío de un cristal a su izquierda. Finnick se levantó y escuchó un pitido. Entonces, la casita dejó de moverse.
-         Annie, háblame – susurró Finnick.
La muchacha levantó la cabeza y lo vio, acuclillado a su lado, con el hombro derecho de la camisa empapado. Se preguntó si la ola también lo habría arrastrado a él.
-         Lo siento – repitió Annie, sujetando la tela rota del vestido entre las manos. Se sentía horriblemente mal por haber destrozado algo tan bello.
Sintió el grito en lo más profundo de su garganta, y se puso las manos sobre la boca para evitar que saliese a la superficie. Si Finnick decía que debía parar de gritar, tenía que hacerlo.
‘Lo siento, lo siento’, pensaba, sin dejar de observar el vestido.
-         Annie, ¿qué te pasa? – dijo Finnick, rozándole la mejilla con el dedo -. Olvida el vestido. ¿Qué está mal?
Annie se colocó los dedos sobre los párpados de los ojos. Estaban congelados, como si los hubiese metido en una gran masa de hielo. ¿Qué estaba mal? ¿Por qué no podía evitar las sombras? ¿Por qué la perseguían?
-         Annie, por favor – susurró Finnick -, di algo.
La chica levantó la cabeza y buscó sus ojos verdes. Todo a su alrededor se movía, como si se encontrase en una caja que alguien estuviese zarandeando.
-         Quiero que pare – murmuró.
-         ¿Qué tiene que parar?
-         ¡Haz que pare, Finnick! ¡Haz que deje de moverse!
Annie se levantó, palpando las paredes de lo que antes pensaba que era una casita, una especie de lugar donde nadie podría alcanzarlos. Sin embargo, ahora se daba cuenta de lo que era. Era una prisión, y las sombras la estarían esperando fuera. Golpeó las paredes, buscando una salida. Alguien gritaba, y sentía que intentaban atraparla, pero tenía que salir de allí. Se sentía ahogada, como si estuviesen presionando con fuerza su garganta. Como si la muerte la hubiese cogido de nuevo, como aquella vez que intentó ahogarla. Escuchó el cristal romperse, y cayó de rodillas en un mar de pequeños cristales rotos.
Los cristales desgarraron la piel de sus piernas, y sentía un líquido caer por su mano. Abrió los ojos, asustada, creyendo que la ola la había alcanzado de nuevo. Pero no era agua lo que caía por su brazo, si no… sangre.
Vio una lanza atravesando un cuello, cubierta de aquel líquido rojo.
Vio una cabeza rodando por el suelo, rodeada de un charco de sangre.
Vio un palo clavado en su abdomen.
Y sintió dolor en cada fibra de su cuerpo.
Empezó a gritar y llorar, agarrándose el estómago con las dos manos. Le dolía, le dolía mucho.
-         Annie, por favor, dime qué te pasa.
Finnick estaba muy cerca de ella. Annie podía ver que estaba asustado, como si él también sintiese las sombras. Y supo que tenía mucho miedo.
-         Sácame de aquí – rogó, enterrando la cara en el hombro del chico.
Finnick la cogió en brazos y volvió a pulsar un botón. A los pocos segundos, unas puertas se abrieron, y abandonaron la caja.
Annie levantó un poco la mirada para comprobar si las sombras se abalanzaban hacia ella, pero no vio nada. Sonrió. Mientras estuviera con Finnick, ellas no podrían tocarla. Él era luz sobre ellas.
Finnick la llevó a su habitación y, tras cerrar la puerta de una patada, la llevó al baño. Le quitó el vestido y comenzó a quitarle los cristales de la piel, con cuidado. Annie se quedó quieta, observando los trocitos de vidrio salir de su piel. ¿Y si todo el mundo estaba hecho de cristal? Eso explicaría la fragilidad con la que las personas podían romperse como ella se rompía.
Cuando acabó, Finnick limpió sus heridas con una esponja mojada y se las vendó. Después, volvió a cogerla en brazos y la metió en la cama, tapándola con el edredón hasta la barbilla. Finnick se sentó a su lado y le acarició el pelo.
-         Dime algo – susurró.
Annie se fijó en que unos surcos brillantes recorrían sus mejillas. Alargó una mano para tocarlas y comprobó, sorprendida, que eran lágrimas. Finnick, a quien ella tenía como un héroe, era capaz de llorar. Se preguntó si él también estaría hecho de cristal, y si se estaría rompiendo.
-         No llores – le pidió.
Finnick se limpió los ojos con el dorso de la mano y sonrió.
-         No estoy llorando.
Annie se tumbó de lado, subiéndose el edredón hasta la nariz. Se sentía protegida. A pesar de que Finnick estuviese llorando, eso no evitaba que siguiese manteniendo a las sombras alejadas de ella. Cerró los ojos.
Vio una jungla. Las palmeras parecían brillar a la luz del sol, y más allá había un río, con el agua cristalina. Se acercó al río y vio que no era transparente, sino rojo. De un rojo fuerte, oscuro.
Abrió los ojos.
Finnick seguía allí, con la cabeza entre las manos, y sus hombros estaban hundidos. Annie vio las sombras sobre su cabeza, pegadas al techo, pero sin atreverse a acercarse.
De repente, Finnick hizo ademán de levantarse, y las sombras sonrieron, lanzando gritos de satisfacción. Muerta de terror, Annie alargó la mano y cogió la tela de la camisa de Finnick, con fuerza. Él la miró. Tenía los ojos brillantes, incluso en la oscuridad.
Annie tiró de su manga hasta que él se sentó de nuevo.
-         No me dejes sola – murmuró, temblando.
Vio una lágrima casi invisible caer por la mejilla de Finnick, tan rápida y pequeña que creó haberla imaginado. Finnick le cogió la mano, entrelazando sus dedos, y le acarició la mejilla con la otra.
-         Nunca, Annie.
Annie volvió a tumbarse del todo, sintiendo la palma caliente de Finnick sobre la suya. Él no dejó de acariciarla, delicadamente. La chica podía ver cómo él no paraba de llevarse los dedos libres a los ojos, y, cada vez que la tocaba, estaban mojados. Sus párpados se cerraron poco a poco.
‘Él va a quedarse aquí’, pensó Annie. ‘No va a irse’.
Annie sintió los dedos de Finnick apretándole la mano, con fuerza, pero sin llegar a hacerle daño. Todo volvía a moverse, a un lado y a otro, pero él era su ancla. Escuchaba a las sombras moverse por el techo, a un lado y a otro, pero como si se encontrasen a kilómetros de ella. Escuchaba una ola a lo lejos, amenazando con hundirla a las profundidades, pero Finnick era el barco que la mantenía a flote. Mientras él estuviese con ella, no le pasaría nada malo.
-         Va a quedarse – se dijo a sí misma.
Finnick apretó su mano de nuevo, y, segundos después, sintió sus labios presionando su frente. Eran cálidos y suaves. Tranquilizadores. Como una anestesia. Se sintió calmada de repente, y dejó de oírlo todo. Desde las sombras hasta la ola. Se quedó sorda, pero lo agradecía. Esa era la mejor medicina que podían haberle dado.
Cuando vovió a abrir los ojos, no vio a Finnick. Sin embargo, seguía sintiendo los dedos de él sobre los suyos. Se miró la mano y descubrió que él seguía allí, tumbado en el suelo, con la boca entreabierta. ‘Bello’, pensó.
Entonces, distinguió una sombra acercándose a él, por el suelo, sigilosamente. Annie gruñó y, soltando la mano de Finnick, se lanzó a por ella.
Finnick era su escudo. Y ella sería el de él.
-         ¡Annie!
Annie chilló cuando atravesó a la sombra y cayó de rodillas al suelo. Las vendas que llevaba en las piernas se llenaron de sangre roja de nuevo, y Annie tiró de ellas para apartarse aquel líquido de la piel. Se sentía ardiendo.
Finnick se agachó junto a ella y le cogió la cara entre las manos.
-         Mírame. No dejes de mirarme.
-         Las sombras…
Finnick levantó las cejas, frunciendo el ceño.
-         No hay sombras, Annie.
-         Tú no las ves, pero están. Y quieren hacerte daño.
Finnick la levantó de nuevo, llevándola a la cama. Sin embargo, esta vez se colocó junto a ella, sobre el colchón, tumbado. Annie le miró. ‘No dejes de mirarme’.
Annie se apretó contra él, apoyando la frente en su pecho duro. Finnick la abrazó. Y sintió, más que nunca, que él estaba ahí para ella.
-         No van a tocarme, Annie – susurró Finnick, apoyando la boca en su cabeza.
-         Pero quieren hacerte daño…
-         Annie, no lo harán – Finnick sonaba convencido.
Annie se obligó a creerlo también.
-         No – dijo, cerrando de nuevo los ojos -, porque eres luz.
Él era su ancla.
Él era su barco.
Él era su escudo.
Él era su luz.

4 comentarios:

  1. OOOHHHHH DIOOOOSS MIOOO DE MI VIDAAA!!
    Yo muero cuando leo tus capitulos..... Enserio eres genial eres eres dios :0
    Enhorabuena, lo haces genial :)

    ResponderEliminar
  2. Tengo que admitir que me he emocionado bastante con este capítulo, es que.. Madre mía. No sé si prefiero los extremadamente sádicos o los monosos. Bueno, este no es del todo monoso y tiene referencias a cosas sádicas but.. You know what I mean (?)

    Las sombras dan muy mal rollo, aunque Finnick sea una linterna que funciona sin pilas (?) Nunca me gustaron los ascensores, pero ese que Annie 'ha descrito' es terrorífico. Ña.

    La escena del baño.. Hmmmm. Cierto patito tiene ganas de escribir el capítulo en el que Finnick y Annie conciben a su hijo ¿eh? JAJAJAJAJA Me habría gustado leer ese trozo desde el punto de vista de Finnick xD

    Sigue sin salir Johanna, pero supongo que será mejor para Annie porque con sólo dos palabras podría hundirla definitivamente. Nah, en el fondo Johanna es amor.

    Espero que tarden mucho en volver al Distrito, porque cuando vayan Annie descubrirá lo de su madre y.. Buf.

    Como ya te había dicho, amo a la Annie que se te ha ocurrido.
    Voy a morir esperando dos semanas para el nuevo capítulo, espero que te sientas un poco culpable por ello.. Y si te da igual, pues dejo así tu estanque http://us.123rf.com/400wm/400/400/jewhyte/jewhyte0710/jewhyte071000001/1905198-contaminadas-en-un-estanque-el-borde-de-una-comunidad-urbana.jpg Vale, no, sólo te hago esto http://www.premios-cine.com/oscars/fotos/m-1361780738-jennifer1.jpg

    ¿Ves? Te dejo comentarios largos para que tú hagas capítulos laaaargos.

    PD: Dale saludos a Pat y a Chester :3

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Creo que ya sabes que adoro tus comentarios laaaaaaaargos, así que me estoy esforzando en que los capítulos me salgan un poquito más largos, ña :)
      En cuanto a la escena del baño... Ehé, ya es un poco tarde y probablemente no leas este comentario, honey, pero el capítulo 29 es bastante... similar. Guiño, guiño :)
      Estoy buscando la manera de meter a Johanna en el fic, porque tengo una idea para ella. Sé.
      Y ña, muchas gracias :)
      PD: 'Saludos, lalasá' - Chester (Esto es raro, porque tú eres Chester... (?)).
      'Saludo recibido. Te doy mis saludos, cuac' - Pat.

      Eliminar