sábado, 29 de junio de 2013

Capítulo 42. 'Vuelta a casa'.

-         ¡Tú!
Finnick se lanzó contra Dexter en cuanto este abrió la puerta de la casa. Empujó al hombre contra la pared, poniéndole el brazo bajo el cuello. Finnick notaba el pulso del que había sido su ‘amigo’ contra su piel, rápido.
Recordó cómo latía el corazón del último chico al que había matado en la Arena, seis años atrás.
-         Finnick – susurró el hombre, boqueando -. ¿Qué estás… haciendo?
Annie colocó una temblorosa mano en la espalda del chico, pero este no se apartó. Era un traidor, les había vendido a Snow. Le dio una bofetada.
-         ¿Con qué te ha pagado, eh? ¡Con qué!
Dexter se debatía bajo sus brazos, pero Finnick se negó a apartarse. Quería hacerle daño, mucho más daño que romperle la nariz, como había pasado la última vez.
-         Finnick – musitó Annie a su espalda.
Finnick la ignoró, golpeando de nuevo al hombre. Dexter cerró los ojos, mientras su mejilla enrojecía.
-         No sé… de qué… estás hablando.
Finnick lo soltó, dándole un puñetazo en el estómago.
-         ¡Snow lo sabía! ¿Con cuánto te ha pagado, dime?
Se acuclilló junto a Dexter, cogiéndolo por el cuello de la camisa. Tenía la cara enrojecida por el esfuerzo de respirar, con las venas palpitando en su cuello. Finnick lo obligó a mirarlo a los ojos.
-         Soy bueno sacando secretos, Dexter, pero podemos hacerlo por las malas.
-         ¡Finnick!
El chico se giró. Esta vez había sido Mags la que había gritado, no Annie. La chica estaba sentada en las escaleras, abrazándose las rodillas, balanceándose y escondiendo la cabeza entre mechones de su pelo. Finnick se acercó a ella con cautela.
-         An…
-         No entiendo – dijo la chica, sin levantar la vista -. No entiendo por qué le pegas.
-         Annie…
-         No le pegues – pidió, llevándose las manos a los oídos -. No quiero verte así.
Finnick le apartó las manos de las orejas, poniéndole después un dedo bajo el mentón para mirarla a los ojos.
-         Está bien. Pero él se va a ir.
-         ¿Por qué? No entiendo…
-         Mags – llamó el chico, sin apartar la mirada de Annie -. ¿Puedes ir con ella arriba?
La anciana miró preocupada a Dexter antes de volverse hacia ellos.Finnick ayudó a Annie a ponerse en pie y Mags cogió a la chica por los hombros.
-         Vamos, Annie – dijo, subiendo con ella las escaleras.
Cuando ambas desaparecieron en el piso de arriba, Finnick se volvió hacia Dexter, que seguía sentado en el suelo, mirándolo, con las mejillas rojas y la camisa prácticamente rasgada. Finnick se acercó a él y, tirando de su codo, lo levantó y lo empujó hacia la sala de estar. Dexter se tambaleó al atravesar la puerta.
-         Siéntate – ordenó Finnick, cogiendo una silla y poniéndola con fuerza frente a él -. Vas a contarme cada maldito secreto que tengas, y luego vas a recoger tus cosas e irte de aquí antes de que decida meter tu cabeza en un cubo de agua.
Dexter tomó asiento, sin levantar la vista hacia el chico. Era irónico, pensó Finnick, que él, que apenas tenía veinte años, pudiese imponer a un hombre de ¿cuánto, treinta?
Pero él había ganado los Juegos del Hambre. Eso lo convertía en una amenaza a tener en cuenta.
-         Muy bien – dijo Finnick, rodeando la silla -. Te escucho.
Oyó a Dexter tragar saliva. Pero nada más.
Sintió la rabia crecer dentro de él, como una bestia en su estómago alargándose por todo su cuerpo. Respiró hondo, colocándose frente al hombre.
-         ¿Y bien?
Dexter cerró los ojos.
-         No puedo – susurró, mirándose las manos -. No puedo decir nada.
-         ¡Habla! – gritó Finnick, golpeando el marco de la puerta con la mano.
Dexter levantó un poco más la cabeza, sin llegar a mirarlo, y suspiró.
-         Hice una promesa…
-         Las promesas hechas a Snow no valen nada – masculló Finnick, girándose.
-         No fue a Snow – dijo Dexter, a su espalda. El chico lo miró y vio que, por fin, el hombre se había dignado a levantar la vista -.  No sé qué te habrán contado en el Capitolio, Finnick, pero yo no hago tratos con Snow.
Finnick lo miró a los ojos. Desearía poder creerle. Al fin y al cabo, todo lo que había conseguido con Annie, aunque eso pendiese de un hilo y no en condiciones favorables (por no decir que Annie había vuelto a ser un noventa por ciento de lo que era antes de Dexter), había sido gracias a él. Le miraba con sinceridad, sin mentiras en sus ojos color miel. Pero Finnick, más que nadie, sabía que se podía fingir y convencer de una manera tan real que pareciese verdad, porque él mismo lo hacía.
-         Entonces, ¿cómo es posible que Snow supiera el estado de Annie, Dexter?
-         No lo sé, Finnick. Pero te juro, por lo que más quieras, que no tengo nada que ver con Snow.
Finnick suspiró, pasándose una mano por el pelo.
-         No entiendo nada, Dexter. Llegamos al Capitolio, Snow me pide un diagnóstico de Annie, le miento lo mejor que puedo y él parece saber su estado, incluso aunque nadie, excepto nosotros, la ha visto desde la Arena. ¿Cómo es posible que lo supiera?
-         Snow no está precisamente donde está por sus dotes de gobernante, Finnick. Es astuto. Dicen que tiene ojos y oídos en todas partes.
-         Ya.
El chico se dio la vuelta de nuevo, con las manos en la nuca. No podía confiar en Dexter. Podía ser un gran actor.
-         Finnick, te prometo que él no me ha enviado aquí. Yo no os traicionaría.
-         ¿Ah, sí? – preguntó Finnick, cansado -. Entonces dime. ¿Quién te envió?
-         Te dije que nadie.
-         No te creo. Antes has dicho que hiciste una promesa. ¿A quién?
Dexter volvió a bajar la cabeza.
-         No puedo.
-         ¿¡Quién te ha enviado!?
Finnick se giró, colocando las manos en los antebrazos del hombre. Apretó, sintiendo cómo sus uñas se clavaban en su piel. Dexter se retorció, negando con la cabeza.
-         ¡Dímelo!
-         ¡Mags! Fue Mags, ¿vale? Ella.
Finnick lo soltó. Esperaba cualquier otra cosa. Que aceptase que Snow lo había enviado, o que confesase que había sido alguien del Capitolio que quería algo de ellos. ¿Pero Mags? Cuando Dexter había llegado, la anciana ni siquiera se preocupaba mucho por Annie. ¿Por qué iba ella a enviar a nadie?
‘Puede que lo hiciera por mí’, pensó, apartándose de Dexter.
-         Cómo que Mags? – repitió Finnick, acuclillándose junto a la silla.
-         Le hice una promesa, Finnick. Ella no debe saber…
-         Cuántamelo o entenderé que mientes.
Dexter lo miró a los ojos por un segundo, antes de resoplar con fuerza.
-         Yo no vine aquí por Annie – comenzó -. Es cierto que la estoy ayudando, porque quiero hacerlo, pero eso al principio… fue solo una excusa.
Finnick se puso en pie, frunciendo el ceño. ¿Una excusa? ¿Una excusa para cubrir qué?
-         Mags contactó conmigo poco después de la Gira de la Victoria. Debes saber, Finnick, que no soy un médico especializado en traumas, como te dije en un principio. Estoy especializado en otra clase de cosas.
-         ¿Qué clase de cosas? – preguntó Finnick. Cada vez estaba más confuso.
-         Mags me buscó a mí. Es cierto que había seguido vuestra trayectoria, pero no más que cualquier otro ciudadano del Capitolio.
-         ¿Qué clase de cosas, Dexter?
El hombre tragó saliva de nuevo. Se le veía visiblemente nervioso, como si realmente estuviera luchando contra sí mismo para confesar. Finnick se rascó el cuello, preocupado. No sabía hacia dónde estaba yendo la conversación.
-         Enfermedades degenerativas – confesó Dexter finalmente.
-         Degenerativas? – repitió Finnick -. ¿Por qué contrataría Mags a un médico especializado en enfermedades degenerativas?
Dexter desvió la mirada, incómodo. Finnick no entendía nada. Annie no tenía ninguna de esas enfermedades, de eso estaba casi seguro, y Dexter había dicho que él no había ido allí por Annie.
-         ¿De qué va todo esto, Dexter?
El hombre colocó las manos en sus rodillas, respirando hondo.
-         Mags está enferma, Finnick.
Finnick abrió la boca para decir algo, pero no salió ningún sonido de su garganta. ¿Mags, enferma? ¿Su Mags, la mujer que había sido más que una madre para él? Eso era ridículo. Imposible. Mags siempre había tenido una salud de hierro.
-         La suya es una enfermedad muy extraña, y mucho me temo que irreversible. Por eso acudió a mí. Ya había estado en más sitios, con más médicos, pero yo soy el único que ha estudiado esa enfermedad en procesos avanzados.
-         ¿Cuál es? – masculló Finnick, sentándose.
-         Degenera las partes del cerebro dedicadas al habla. Con los avances de hoy en día, podría tratarse hasta prácticamente la curación si la hubiésemos cogido a tiempo, pero en el caso de Mags…
-         No la habéis cogido a tiempo.
Finnick apoyó la frente en las palmas de las manos. Mags iba a perder la capacidad de expresarse. Mags, que siempre había aparentado ser tan fuerte, a pesar de su edad. Se pasó ambas manos por el cuello. Primero Annie, ahora Mags. ¿Quién sería la siguiente? ¿Johanna?
-         Lo siento, Finnick.
El chico levantó la vista hacia el médico.
-         Vine aquí para tratar a Mags, pero ella me pidió que no os lo dijera. Así que recurrí a Annie como excusa, y lo siento por ello, pero ha funcionado, y eso es lo que importa.
-         ¿Cómo va Mags? – preguntó Finnick.
-         Desde que estoy aquí, solo he visto una recaída grave, cuando tú te fuiste al Capitolio. Fue horrible para ella, no saber cómo decir lo que pensaba.
Finnick sentía cómo su cuerpo temblaba levemente, pero se obligó a mantener la calma. Ahora tendría que ser más, más fuerte por las dos, más valiente por las dos.
-         Lo siento, Finnick – repitió Dexter, sin levantarse de la silla -. Por haberos hecho desconfiar, por haber puesto a Annie de excusa… y por Mags.
-         En realidad, Dexter – dijo Finnick, yendo hacia él -, a pesar de haber querido partirte la nariz otra vez hace apenas media hora, te lo agradezco. Ayudar a Mags, a Annie… De verdad.
Dexter le puso, temeroso, una mano en el hombro. Finnick casi lo agradeció, y se sintió más culpable que nunca por haber desconfiado de él.
-         Cómo ha ido la visita al Capitolio? – preguntó.
-         En cuanto a eso… - comenzó el muchacho.
Sin embargo, apenas había empezado cuando se oyó un grito en el piso de arriba. Los dos
se miraron, con los ojos llenos de alarma, antes de subir corriendo las escaleras.




2 comentarios:

  1. Enhorabuena por darle un sentido al sacrificio de Mags. Enhorabuena por sorprenderme. Y enhorabuena por dejarme con la curiosidad para el siguiente capítulo.

    <3

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