Duele no tenerlo.
Duele como nada lo hace.
Porque pienso,
y pienso en todo lo que ellos le dan.
Y pienso en que yo no puedo dárselo.
Les escucho susurrar en su oído.
Les veo besar su piel.
Y duele.
Porque yo debería susurrarle.
No ellos.
Nadie.
Salvo yo.
Annie soltó el lápiz y se frotó los ojos con los nudillos. No podía dejar de escribir, pero a medida que las letras aparecían en la hoja, el nudo de su estómago se hacía más y más grande. No era la primera vez, ni probablemente fuera la última (aunque ella desease que sí) que Finnick se marchaba al Capitolio con sus amantes. Y eso la ponía enferma.
- Annie, está bien – dijo Dexter, poniéndole la mano en la espalda -. Él viene hoy.
Cada vez que vuelve
me pregunto si algo ha cambiado.
Si me verá distinta,
o si el cuento se acaba.
¿Qué seré cuando no le tenga?
Polvo.
Cenizas.
No seré nada.
Él es quien me sostiene.
Sin él, soy
NADA.
Annie se levantó de la silla y salió corriendo, dejando a Dexter atrás con el cuaderno sobre la mesa. No podía permitirse pensar así, lo sabía, Dexter no había dejado de repetírselo cada vez que Finnick se marchaba fuera. Y, sin embargo, era lo único en lo que podía pensar cuando no tenía a Finnick Odair para abrazarla por las noches.
¿Cuántas más que no son yo?
La chica se sentó en las escaleras del porche trasero. La luz blanca de la luna daba de lleno sobre su rostro, haciendo sombras bajo los ojos. Annie se pasó una mano por el pelo enredado y suspiró, tratando de tranquilizarse. Iba a verlo. En menos de una hora, él estaría con ella. Por fin.
¿Pero la querría igual?
Esa era la pregunta que mantenía a Annie despierta todas las noches. La idea de perderlo era demasiado dolorosa como para planteársela. No era simplemente que lo quisiera, o que él fuese la única cosa que evitaba que se volviera completamente loca. Era algo más fuerte, una especie de hilo invisible que la mantenía unida a él. Si ese hilo se cortaba…
En el año que había pasado, se había acostumbrado aún más a él. A la forma en la que se tensaban sus músculos cuando ponía los brazos a su alrededor. A su respiración calmada por las noches. A la manera en la que abría los ojos por las mañanas, como si viese todo por primera vez en su vida. Él se había convertido en una parte de ella tan grande como ella misma.
Annie enterró la cara entre las manos, nerviosa. Siempre estaba nerviosa cuando tenía que esperar su vuelta.
- ¿An?
La chica se giró para encontrarse cara a cara con Mags, que estaba apoyada en el marco de la puerta. La enfermedad había avanzado a una velocidad vertiginosa, y ya era rara la vez en la que conseguía enunciar una frase completa entendible.
Mags se sentó a su lado, alisando las puntas de su pelo grisáceo. Desde que la enfermedad había empezado a avanzar, Mags se había convertido en una persona muy callada, en parte debido a que no quería que nadie viese lo vulnerable que se sentía cuando no podía hablar. Annie la entendía. Ella no hablaba de su pasado por la misma razón. No le gustaba que el resto viese dónde podían herirla.
- Finnick está viniendo – susurró Annie, arrancando un puñado de hierba del suelo -. ¿Crees que está todo bien?
Mags asintió, moviendo levemente los labios. Annie no pidió más. Sabía lo que la anciana quería decir.
En ese momento, sonó el timbre de la puerta. Annie sintió cómo la sangre le corría más rápido por las venas, y escuchó a su corazón palpitar en los oídos.
Aún te quiero.
Dime que aún me quieres.
Es todo cuanto necesito.
‘Finnick, te quiero, te quiero…’.
- ¿Dónde está?
Su voz. ¿Cuánto había echado de menos su voz? Un escalofrío subió por su espalda, haciéndola estremecerse. Sentía el sudor frío en la nuca.
- ¿Pero está bien? – preguntó él.
‘Estaré bien si todo está bien’.
Annie escuchó sus pasos acercándose al lugar en el que se encontraba. Lo había echado tanto de menos, y tenía tanto miedo a la vez…
De repente, sintió sus brazos a su alrededor, rozando su piel. Podía sentir el corazón de Finnick bombear en su espalda, bajo la tela de la camisa. Annie se apoyó en él, respirando hondo.
- Annie…
Ella se giró y le besó, colgándose de su cuello. Finnick la abrazó con fuerza, clavando los dedos de una mano en la parte baja de su espalda e introduciendo los de la otra en su pelo. Annie lo atrajo hacia sí, casi con urgencia.
- An… - musitó Finnick sobre sus labios.
Annie le agarró el cuello de la camisa y lo empujó hacia ella hasta que sintió la pared en su espalda. Todo estaba bien. Nada había cambiado, y, si lo había hecho, debía volver a su estado original. Él era suyo. No podía ser de nadie más.
Finnick la cogió en brazos, y Annie entrelazó las piernas alrededor de su cintura. Él parecía tener sed de ella, aunque Annie aún no estaba segura de quién estaba más sediento de los dos. Finnick subió con cuidado las escaleras, sin dejar de besar su boca, su barbilla, haciendo un recorrido por todo el mentón.
De repente, Annie sintió un colchón bajo su espalda. No sabía cómo habían llegado tan rápido a su habitación, pero tampoco le importaba.
‘Todo está bien, Finnick, te quiero’.
Finnick se separó de ella, apenas unos centímetros para poder mirarla a los ojos.
- Te he echado tanto de menos…
Annie se mordió el labio, colocando los dedos en el cuello de la camisa del chico. Finnick volvió a inclinarse hacia ella, cerrando los ojos, por lo que Annie sintió sus pestañas hacer cosquillas sobre su piel. Sonrió.
Sin embargo, por un momento, se le olvidó dónde estaba, y solo pudo ver una cama, y a Finnick, con una chica sin rostro a la que ya odiaba. Y ella lo besaba, por todo el cuerpo, recorriéndole la piel.
Annie se apartó de él, irguiéndose.
- ¿An?
Finnick se sentó frente a ella, poniendo las piernas a su alrededor. Annie apartó la mirada, mordisqueándose el labio inferior.
- ¿Qué pasa, Annie?
- No puedo, Finn – comenzó -. Ellas… ellas te tocan como yo nunca… Y… tú con ellas…
Finnick se cogió las manos, llevándoselas a los labios.
- Puedo besarlas, acariciarlas, abrazarlas… Pero nunca serán tú. No significan nada para mí, Annie. Nada.
- Pero ellas te tienen.
- Y tú también.
Annie apartó la mirada, incómoda.
- Pero no así.
Finnick le soltó las manos, consternado. Annie arrugó la nariz, escondiendo la cara entre los mechones de pelo revuelto. Sentía los labios hinchados por los besos de Finnick, y se los mordió de nuevo, nerviosa.
- Annie…
- Te quiero.
Finnick le sujetó la cara entre las manos y la besó de nuevo. Annie desplazó las manos hasta los botones de la camisa del chico y comenzó a desatarlos, con las manos temblando. Finnick deslizó los dedos hasta el borde de su camiseta y tiró de ella, sacándosela por los hombros. Annie le quitó la camisa, besándole el cuello y el mentón perfectamente afeitados. Finnick tiró de su labio inferior, mordiéndolo con suavidad. Annie sentía toda la sangre de sus venas latiendo desbocada bajo su piel.
- Te quiero – susurró de nuevo, apartando la ropa -. Te quiero, te quiero…
Finnick le mordió suavemente el cuello, tirando con el dedo de la tira del sujetador. Annie colocó las manos en sus hombros, con los músculos tensos bajo sus dedos. De repente, Finnick se quedó quieto.
- ¿Finn?
El chico se apartó, dejándose caer a su lado.
‘No. No, no, no, por favor, todo estaba bien, por favor…’. Las lágrimas ya empezaban a asomar por sus ojos. Annie miró al techo, tratando de no llorar.
Sin éxito.
Todo ha cambiado.
Acabado.
Roto.
Sigo siendo suya.
Pero él ya no es mío.
No solo mío.
- Eh… - Finnick se apoyó sobre el codo, levantándose -. Eh, Annie…
- Ha cambiado, ha cambiado, yo…
Finnick tiró de ella para abrazarla. Annie apoyó la cabeza en su pecho desnudo, mojando su piel con lágrimas saladas. Finnick la arropó con su camisa.
- Mírame – pidió, colocando un dedo en su barbilla.
Annie levantó la mirada, intentando ver más allá de las lágrimas. Finnick tenía el pelo revuelto, con mechones cobrizos cayendo sobre su frente y sus ojos verdes, casi oscuros a la luz de la luna.
- Quiero hacerlo – dijo él, respirando hondo -. Te quiero. Te deseo, si eso es lo que quieres oír. Te amo, Annie Cresta.
Finnick se inclinó y le dio un tierno beso en la punta de la nariz, acariciando sus mejillas con los pulgares.
- Pero no voy a dejar que esto suceda así, por… celos. Quiero que sea real. ¿Entiendes?
- Real – musitó Annie, bajando la mirada.
- Real. Nuestro. No quiero que pienses en con quién me acuesto, o en lo que ellos me dan. Quiero que, cuando suceda, seamos solo tú y yo.
El chico apartó las manos de su alrededor, colocándolas sobre el colchón. Annie metió los brazos en las mangas de la camisa y se arropó con ella, nerviosa de repente. Lo quería. Lo deseaba.
- Pero ahora solo somos tú y yo.
Finnick sonrió, apenas levantando las comisuras de la boca. Annie amaba esa media sonrisa suya.
- Escúchame – comenzó, colocando las manos en su cintura -. No quiero que pienses, ni por un momento, que ellos me dan algo que tú no.
- Pero ellos…
- Annie Cresta, te amo. Lo que sea que haga con ellos no significa nada. Nada – repitió, serio.
Annie se enjugó las lágrimas con la manga de la camisa.
‘Me quiere. Aún me quiere’.
- Todo está bien – murmuró.
- Todo está bien – repitió Finnick, abrazándola.
Annie respiró hondo, aliviada.
- ¿Solo tú y yo, entonces?
- Solo tú y yo.
- Ahora estamos solo tú y yo – dijo, riendo.
Finnick soltó una carcajada, besándole la frente. Annie colocó las manos alrededor de su cintura, sintiendo la tela del pantalón bajo los dedos.
- Duérmete, An. Deja que suceda cuando tenga que suceder.
Annie se irguió para darle un beso antes de meterse bajo las sábanas. Despertó horas después, con Finnick colocado junto a ella, con la boca entreabierta y el pelo aún desordenado. Le dio un beso en la mejilla fría antes de salir de la habitación.
El cuaderno seguía sobre la mesa, exactamente donde lo había dejado. Sin embargo, había algo diferente en la sala de estar. Algo que no había estado nunca ahí.
Sobre la mesa, alguien había dejado una enorme pecera llena de peces de colores que nadaban de un lado para otro. Annie se acercó, maravillada, observando el movimiento de los animales tras el cristal. Solo entonces se dio cuenta del trozo de papel que había pegado sobre él, un trozo tan diminuto que era casi invisible a la vista. Annie lo despegó, desdoblándolo, solo para descubrir la pulcra letra de Finnick. Tan solo era una frase, dos palabras, escritas con mucho cuidado: ‘te quiero’. Annie sonrió, mirando la pecera. Era suya. Un regalo. Un perfecto regalo.
Es curioso
cómo esto funciona.
Cómo el hilo nos une,
fuerte, irrompible.
Pensaba que éramos frágiles,
como el cristal.
Pero este cristal no se rompe.
No puede romperse.
Somos él y yo.
Una suma.
Una conexión.
Le amo.
Lo sabe.
Me ama y lo sé.
Todo está bien.