sábado, 5 de octubre de 2013

Capítulo 59. 'Perdida'.

Annie apenas podía sostenerse en pie mientras Dexter la conducía a casa, con su brazo tembloroso alrededor de sus hombros. Despedirse de Finnick sabiendo que podía no volver a verlo en un futuro cercano era lo más duro que había hecho en mucho tiempo y, probablemente, lo más doloroso.
Y su vida no había estado precisamente vacía de momentos dolorosos.
-      ¿Annie?
La chica alzó la mirada, aún nublada por culpa de las lágrimas que no paraban de acudir a sus ojos.
-      Va a volver, ¿verdad? No puede simplemente no volver.
Dexter tragó saliva, apartando la mirada, y ese sencillo y casi escondido gesto no pasó desapercibido para una persona que había aprendido a fijarse en cada detalle si no quería ser engañada, que rompió a llorar de nuevo.
-      An…
-      ¡Tienes que volver! ¡No puede dejarme aquí, yo voy donde él va y al revés!
La chica salió corriendo, zafándose de la mano de Dexter que ya empezaba a cerrarse en torno a su muñeca. No quería ir a su casa si sabía que Finnick no iba a estar allí esperándola, y solo había un lugar donde podía sentirse protegida aún por él.
Incluso la playa parecía gris aquel día. El mar parecía haber perdido su color, ese verde de los ojos de Finnick. ¿También el océano había sentido su pérdida?
‘No’, se dijo a sí misma, negando con la cabeza. ‘Va a volver. Tiene que volver a mí’.
Annie corrió hacia la cueva que había sido su nido de felicidad tantas noches que ahora parecía irreal. La luz que entraba por las aberturas naturales también parecía oscura, gris y apagada. Muerta.
-      ¡No! – chilló, sujetándose la cabeza con las manos -. ¡No pienses en eso, no ahora!
Annie cogió una caracola que había en la mesilla más cercana y la lanzó por los aires contra la pared, haciéndola añicos. Se sintió tan rota como esa caracola en cuanto vio las esquirlas en el suelo. ¿Quién la habría lanzado a ella con tanta fuerza hacia esa pared?
Cayó de rodillas al suelo, aún con las manos en las sienes. Sentía la sangre palpitar en su cabeza, y le costaba respirar. No podía dejar de pensar en otra cosa que no fuese la muerte.
La misma muerte que se había llevado a su madre.
Que se había llevado a Kit.
Que había tratado de llevársela a ella.
Y que ahora podía llevárselo a él.
Apoyó la cabeza contra las rodillas y gritó. Gritó hasta que sintió sangrar su garganta, hasta que sus pulmones ardieron. Se sentía tan en llamas que podría haber sido Katniss Everdeen.
Empezó a reír. ‘La princesa del océano en llamas. Qué ironía’.
Estaba en el centro de una espiral de rabia, tristeza y dolor que sería difícil saber cuál de los tres sentimientos la afectaba más. Se sentía volviéndose loca de nuevo. Justo cuando parecía haberse acercado a la cordura. O justo cuando Finnick la había acercado más a ella. Eso sería más correcto.
Entonces, su mente abandonó a Finnick por un segundo y fue hacia Mags. Hacia esa mujer que había sido como su madre durante los últimos años. Pensó en lo que le había dicho la anciana entre balbuceos antes de que la puerta se cerrase entre ellas por última vez.
‘Voy… a… morir. Es… espera…lo cuan…do él vuel…va’.
Annie había entendido por qué Mags se había presentado voluntaria por ella. No era por salvar a Finnick, o por protegerlo, como había pensado en un principio. Mags se había presentado voluntaria, había aceptado su muerte, para protegerla a ella. Para que Finnick pudiese volver a su lado.
La chica volvió a llorar, sujetándose el estómago con las manos. Apenas podía sentir el aire entrar y salir de sus pulmones, como si tuviese una garra permanente alrededor de su garganta. Annie se levantó y caminó hacia la cama, donde se dejó caer. Cerró los ojos e inspiró con fuerza. Aún olía a Finnick. A Finnick y a océano.
-      ¿Annie?
La chica abrió los ojos, sobresaltada. Estaba ahí. Estaba ahí, con ella, había escuchado su voz. Se levantó de la cama con una rapidez imposible para el estado en el que se encontraba y se dio la vuelta.
Finnick estaba en la entrada, con una camisa blanca, unos pantalones oscuros y los pies descalzos. Parecía una especie de ángel.
-      Finn… - susurró Annie, llevándose una mano a la boca.
-      No me voy sin ti – gruñó él, avanzando hacia ella.
Annie se dejó caer en sus brazos, respirando su aroma. Apenas habían pasado unas horas desde la última vez que lo había visto y le habían parecido años. Años muy largos.
-      Finnick…
-      Te amo – murmuró él, antes de besarla -. Te amo, recuerda eso.
Annie le devolvió el beso, enredando los dedos en su pelo. El chico la arrastró hacia la cama, con las manos puestas en su espalda, seguras y delicadas como siempre lo habían sido. Annie cayó sobre él, sin dejar de besarlo. No podía irse. Era algo impensable. No podía irse y no podía morir.
-      No puedo ir donde tú vas – musitó Annie, separándose unos centímetros de él.
-      Lo sé. No quiero que vengas – Finnick cerró los ojos, y sus pestañas rozaron las mejillas de la chica -. Pero quiero llevarme esto antes de irme.
Finnick trazó un camino de besos desde su mentón hasta su clavícula. Annie introdujo las manos bajo su camiseta, rozando su piel. Parecía real. Tenía que ser real. Y, sin embargo…
-      ¿Annie?
Annie abrió los ojos. No había ningún Finnick a su lado. Estaba sola, a oscuras, con la almohada empapada de lágrimas. Se levantó, frotándose las mejillas entumecidas.
-      Ha sido un sueño – susurró -. Un maldito sueño.
La sombra de la puerta avanzó hacia la cama. Dexter parecía mayor a la luz de la luna, o quizá fuese su semblante lo que le daba más años. El hombre se arrodilló junto a la cama, poniendo las manos en sus rodillas.
-      Llevo buscándote todo el día. Han pasado horas desde la última vez que te vi.
Annie tragó saliva. Horas. Demasiadas horas sin él.
-      ¿Estás bien?
La chica negó con la cabeza, mordiéndose el labio. Un sueño. Por un momento, había creído que él estaba allí otra vez, pero no había sido más que un sueño. Un precioso sueño cruel.
-      Hace unos años – comenzó Dexter, con la voz rota – escribiste que te gustaría ser un pez. Porque los peces olvidan.
Annie frunció el ceño. ¿A qué venía eso ahora? ¿Es que Dexter no entendía cómo de rota se sentía?
-      ¿Sigues queriendo ser un pez, Annie Cresta?
La chica miró directamente a los ojos color miel del médico. Olvidar el dolor, la pérdida, aunque fuese solo por un instante. Parecía la oferta más tentadora que le habían ofrecido en mucho tiempo.
Dexter tendió la mano hacia ella, y la muchacha se la cogió con seguridad. El hombre siempre la había ayudado, siempre había estado ahí para ella, y ahora no podía confiar en nadie más que en él. Era toda la familia que tenía. Dexter la sacó de la cueva, tirando con suavidad de su muñeca, y la condujo hasta la orilla. El agua estaba fría como nunca lo había estado, pero no les importó. Continuaron andando hacia dentro y, cuando el agua les llegaba por el pecho, Dexter la obligó a detenerse.
-      Cierra los ojos.
Y Annie obedeció. Escuchaba el romper lejano de las olas contra los acantilados, a pesar de que el mar seguía en calma. Sintió cómo el mismo océano separaba sus pies de la arena del fondo y la obligaba a flotar. Pronto, sus oídos quedaron sumergidos y no escuchó nada más.
Excepto paz. Esa paz que siempre conseguía cada vez que se sumergía. Podía notar su corazón latir en el pecho, pero lo sentía pequeño, diminuto, un latido lejano como el tictac de un reloj.
‘Si hay calma bajo las olas, elijo hundirme’.
Era un pez.
Ya no sentía dolor, ni pérdida. Sabía que era un estado transitorio. Que, en cuanto saliese del agua, todo eso volvería a ella y se sentiría rota de nuevo. Pero su madre lo había sabido cuando ella era pequeña. El agua era su medicina, curaba sus heridas, y ahora lo estaba haciendo. La hacía olvidar.
No supo exactamente el instante en el que Dexter la había sacado del agua. Podían haber pasado segundos o años. Seguía en esa especie de trance que la había hecho sentirse parte del mar.
‘Pero yo ya era parte del mar’, pensó, cerrando los ojos. ‘Era la princesa del océano’.
Dexter puso una mano en su mejilla, y ese simple roce bastó para devolverla a la realidad de nuevo.
-      ¿Ya ha llegado?
Dexter frunció el ceño, confuso.
-      Finnick. ¿Ya está allí?
-      No aún. Mañana es el desfile de tributos.
Annie tragó saliva. Estaba demasiado lejos. Demasiado lejos de ella.
-      ¿Puedes llevarme a casa?
Dexter asintió y extendió la mano para ayudarla a levantarse. Annie temblaba como una hoja.
-      Dex…
-      ¿Sí, An?
-      Va a volver, ¿verdad? Dime que va a volver.
Dexter bajó la mirada.
-      No puedo decirte eso.
La chica se mordió el interior de la mejilla.
-      Lo sé. Pero quiero que lo hagas.
-      Decírtelo no va a hacer que se cumpla, Annie.
La muchacha se abrazó a sí misma, sintiendo la piel de gallina bajo sus dedos.
-      Él puede hacerlo, ¿verdad? Puede ganar. Puedes decirme eso al menos.
El hombre levantó la cabeza y Annie vio que lloraba. Dexter, que la había visto llorar a ella mil veces.
-      Dex…
-      Puede hacerlo – asintió -. Vamos a casa, An.
Annie entrelazó los dedos con los de su amigo y le dio un apretón.
-      Puede volver – musitó Annie.
-      Puede volver – repitió él.
El hombre tiró de ella hasta la cueva que los llevaba de nuevo a la Aldea de los Vencedores, de vuelta al mundo real. Annie inspiró hondo, se limpió las lágrimas de las mejillas y comenzó a ascender.
Finnick iba a volver. Tenía que volver por ella.

1 comentario:

  1. :) <- ¿Eso cuenta como comentario elaborado?

    Es que... Uf. No sé. Me ha gustado, pero menos que los otros. Igual es porque no está ni Finn, ni Mags, ni Johanna. Pero me ha faltado algo. Además de que yo odio el mar, y no lo veo como algo relajante ni nada. Oh, sí, un comentario negativo para ti, Pato. Pues eso, que Annie en versión loca no me ha convencido como narradora en esta ocasión.

    Love desde la maceta :D

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