lunes, 30 de diciembre de 2013

Capítulo 71. 'Sangre y caos'.

Siempre se había sentido a salvo en su casa, tras esas paredes que le ofrecían protección del mundo exterior. Sin embargo, desde que Mags y Finnick se habían marchado de allí, quizá para no volver, sentía que el aire allí dentro era más pesado, y más aún cuando los Juegos estaban a días, quizá horas, de terminar. Necesitaba salir, respirar aire fresco, sentirse recogida dentro del distrito al que siempre había pertenecido. Por eso, se había sentado con su gente a ver los Juegos.
Pero Annie Cresta no esperaba que acabasen tan rápido.
Las pantallas se apagaron cuando las explosiones en la Arena comenzaron. Solo se vio la chispa al comenzar a arder el estadio, y después, nada. Annie miró a Dexter, que seguía con los ojos clavados en la pantalla, imperturbable.
-      Se habrán roto – murmuró el hombre, pasándose una mano por el cuello, gesto que había tomado de Finnick.
Annie se retorció las manos heridas. Había visto a Finnick abalanzarse hacia Katniss y perseguido por Enobaria. ¿Y si lo habían matado? La chica empezó a temblar. No, él va a volver. Tiene que volver.
Dos Agentes de la Paz observaban minuciosamente la pantalla y las estructuras que la sostenían delante del Edificio de Justicia. El distrito guardaba silencio, expectante. Uno de los agentes movió la cabeza en señal de negación y el otro le dio una patada al suelo, furioso.
-      ¿Qué está pasando? – preguntó una anciana al lado de la chica.
Annie se giró hacia ella. Había algo raro en la situación. El Capitolio vivía por y para los Juegos. No podían permitirse un fallo en las pantallas que los retransmitían, todo estaba perfectamente controlado.
-      No están rotas – comentó Annie, devolviendo la mirada a las pantallas.
-      ¿Qué? – preguntó Dex, extrañado.
-      Que no están rotas. Algo ha pasado que no quieren que veamos.
Emer tiró de la muñeca de Annie, insistente, y la obligó a mirar a una de las entradas a la plaza. Un camión de Agentes de la Paz frenaba silenciosamente, mientras el murmullo del distrito comenzaba a aumentar.
-      Dex…
-      Algo gordo está pasando – dijo él, irguiéndose para observar el camión.
-      Algo que no quieren que veamos – repitió Annie.
Las cámaras habían captado a Katniss lanzar la flecha al cielo. Habían captado la Arena explotando. Y después nada. Annie se estremeció. Finnick tenía que estar vivo, se lo prometió…
Entonces, los Agentes comenzaron a salir del camión, un pelotón que no hacía más que aumentar. Quizá hubiese más camiones, pero pronto la plaza se llenó de Agentes de la Paz que dispersaban a la multitud. Dexter cogió a Annie por el codo y tiró de ella, que a su vez tiraba de Emer. Se metieron en un portal, observando cómo los Agentes recorrían la plaza a empujones y golpes.
-      Escúchame – dijo Dexter, mirando a la chica a los ojos -. Quédate aquí y espérame. No vuelvas a casa. Si pasa algo, corre hacia la playa y escóndete hasta que vuelva a por ti.
-      Pero Dex…
-      Voy a comprobar que todo está bien en casa y vuelvo. Pero quédate aquí. Prométemelo.
Annie asintió. Dexter salió corriendo, haciéndose paso a empujones. Annie miró a Emer, que observaba la escena temblando. Su último encuentro con Agentes de la Paz no había sido precisamente bueno, y mucho menos para Dexter.
Los minutos pasaban y Dexter no volvía. Annie se mantenía agarrada a la mano de Emer en las sombras, tratando de ocultarse de los Agentes. Ya había visto a un par de ellos coger a una vencedora y zarandearla mientras le hacían preguntas. La mujer se había girado, buscando a alguien al que no había encontrado. Y lo mismo había ocurrido  con la anciana que había estado sentada junto a Annie, que había señalado el lugar en el que la chica había estado.
Un extraño hormigueo comenzó a corroerle el estómago. Dexter tardaba demasiado. Algo iba mal en casa. Sabía que le había prometido que no se movería de la plaza a menos que pasase algo malo, pero ya era suficientemente mala la sensación de que a su amigo le había pasado algo. Y Annie Cresta había aprendido que había promesas que había que romper cuando estaba la vida en juego.
Se soltó de la mano de Emer y corrió. Atravesó el distrito, evitando las calles concurridas, aunque teniendo en cuenta que todo el pueblo estaba prácticamente en la plaza, había demasiadas calles vacías. Pasó bajo la verja de la Aldea de los Vencedores, que estaba extrañamente silenciosa y corrió hacia su casa. La puerta estaba entreabierta cuando se paró frente al umbral.
-      ¿Margaret? – susurró, poniendo un pie en el interior.
De repente, una mano se cerró en torno a su tobillo. Annie sintió el grito abrirse paso en su garganta, pero se obligó a cerrar la boca en cuanto vio que era la anciana mujer. Se arrodilló junto a ella. Tenía el pelo blanco manchado de sangre que manaba de una herida en su cabeza, y estaba blanca como la espuma. Temblaba tanto que su cuerpo daba golpecitos en el suelo, pero aún le quedaban fuerzas para llevarse los dedos a la boca y pedirle silencio.
-      Vete – murmuró, tragando saliva con fuerza -. Escón… dete.
Annie negó con la cabeza. ¿Qué amenaza podía ser una anciana como Margaret para que le hubiesen hecho eso? ¿Quiénes, era la cuestión? Annie se levantó, recogiendo un trozo de madera roto del suelo. Irónicamente, después de cinco años, las lagunas del año de sus Juegos empezaron a llenarse. Recordaba los entrenamientos, como había aprendido a clavar un cuchillo y un espadón grande. El trozo de madera no era ninguno de los dos, pero tenía el extremo astillado y puntiagudo. Serviría.
Se había avivado una Annie que no conocía en su interior. Ya habían hecho bastante daño a su familia.
-      Niña – musitó Margaret desde el suelo, tratando de levantarse -. No vayas….
Annie se llevó los dedos ensangrentados a los labios y se dirigió a la cocina. De repente, escuchó un golpe y un quejido. Se paró en seco.
-      Dinos dónde está. No te queda mucho tiempo.
-      Sois unos ingenuos si creéis que un par de golpes me van a hacer hablar.
Dexter. Annie escuchó cómo le daban más golpes a pesar de sus quejas y se acercó, con el trozo de madera en la mano, cuyas astillas comenzaban a clavarse en la piel de su palma.
-      Dónde está Annie Cresta.  
Annie pegó la cara a la puerta entreabierta de la cocina. Dexter estaba en el suelo arrodillado, atado de pies y manos. La sangre corría por el lado derecho de su cara, salpicando su camisa gris, y tenía el labio partido y el ojo izquierdo cerrado. Annie se tapó la boca. Irrumpir en la habitación armada con un trozo de madera solo conseguiría que la matasen, a ella y a Dexter.
Uno de los Agentes golpeó a Dexter en el brazo roto, provocando que éste soltase un alarido de dolor.
-      ¿Dónde está?
-      Protegida. Lejos de ti. Lejos de Snow. Díselo cuando vayas.
-      Quizá puedas decírselo tú – dijo el otro, golpeándolo en la cabeza -, antes de que te corten la lengua.
Dexter escupió sangre en el suelo, Annie sintió una de las astillas penetrar en su carne.
-      Sabemos que está por aquí, en alguna parte. No ha podido salir del distrito.
-      Es una buena nadadora.
Otro golpe, está vez en la boca. Dexter escupió un diente.
-      Te crees muy listo, ¿verdad? Gracioso incluso – El Agente colocó el cañón de una pistola en la sien del hombre, tirándole del pelo -. ¿Te parecería gracioso que te metiese una bala en el cerebro?
-      Me parecería estúpido – balbució Dexter -. Solo os quedaría un cadáver y ninguna respuesta.
Annie sintió una lágrima caer por su mejilla. Tenía que hacer algo, no podía dejarlo morir ni permitir que lo matasen. Él lo había sabido. Había sabido que estarían en casa. Que la estaban buscando a ella. ¿Pero por qué la buscaban? La Arena. Todo estaba relacionado con lo que había pasado en el estadio. Con el fin de los Juegos.
La mente de Annie se puso a trabajar a toda velocidad, como hacía años. Con la misma fluidez que cuando escribía. La estaban buscando por Finnick, de eso estaba segura, lo que significaba que él aún seguía vivo. Pero ¿en qué condiciones? ¿Por qué era ella necesaria? Un escalofrío le recorrió la columna. ¿Qué querían de ella? Si el caso fuese el contrario, si estuviese en el lugar del chico, lo que más podría herirla sería que le hiciesen daño a él. Entonces, si la buscaban para hacerla daño y así herir a Finnick…
Dexter se ganó un nuevo golpe, esta vez en el pecho. El hombre se arqueó, apoyando la frente contra el suelo. Una gran mancha de sangre se extendía por las baldosas.
-      Responde – advirtió uno de los Agentes, poniéndole el cañón en la frente.
-      No voy a decírtelo.
-      Esa no es la respuesta que quiero.
-      Pues es la única que tengo.
-      Esa tampoco es la respuesta.
El Agente movió el dedo sobre el gatillo y Annie gritó.
No se escuchó ningún tiro que ahogase su grito. No se escuchó nada, en realidad. Solo su voz. Como la de los charlajos que habían atormentado a Finnick. Todos se quedaron inmóviles, incluida ella misma. Annie tiró el trozo de madera y se alejó de la puerta, pero era demasiado tarde.
-      Ahí está – gruñó el Agente en cuanto la vio.
Annie echó a correr, pero el hombre fue más rápido. La cogió del pelo y tiró con fuerza, haciéndola caer. Se echó sobre ella, presionándole los brazos en la espalda mientras enroscaba unas esposas alrededor de sus muñecas. Annie se retorció, pero el hombre era mucho más fuerte que ella. El Agente le golpeó la cara para mantenerla quieta, pero ella no dejó de moverse.
-      ¡Suéltame! – gritó, lanzando mordiscos al aire.
El Agente la levantó del suelo tirando de su pelo y la arrastró hacia la puerta. Margaret seguía allí tumbada, con los ojos abiertos, mirándola con la tristeza reflejada en sus ojos. Annie escupió y se giró para ver cómo el segundo Agente cargaba con Dexter, que la miraba con un único ojo abierto.
-      ¿Qué hacemos con ésta? – preguntó el que cargaba con Dexter, señalando a Margaret con la cabeza.
-      Está medio muerta. Déjala ahí, qué más nos da. Si no se muere ahora, no le va a quedar mucho.
Annie miró a la Margaret, que tenía los ojos cerrados. Quizá ya estuviese muerta. Quizá solo estuviese inconsciente. Quizá hubiese cerrado los ojos, resignada al ver que no había nada que hacer. Annie sintió las lágrimas manar con fuerza de sus ojos.
-      ¿Y éste?
El Agente que agarraba a Annie se giró, obligándola a girarse también. Nunca, en toda su vida, había visto a nadie en tal mal estado como lo estaba Dexter en ese momento. Había revivido mil veces en su cabeza la muerte de Kit. Había visto las sangrientas muertes del Vasallaje en la pantalla de la televisión, observando por la fina rendija que le permitían los dedos sobre sus ojos. Pero eso había sido un momento. Dexter estaba vivo aún, todo lleno de sangre. La miraba fijamente, aunque ella no era capaz de adivinar qué quería decirle exactamente, aunque sabía que era algo muy parecido a ‘por qué has vuelto, me lo prometiste’. Annie se mordió el labio.
-      Lo siento – susurró, sin emitir sonido, simplemente moviendo los labios.
Dexter inclinó la cabeza, dejándose caer. Su pelo goteaba sangre.
-      No lo sé – contestó el otro agente -. Haz lo que quieras con él. Vale lo mismo vivo que muerto.
Annie empezó a gritar. Decía cosas, una detrás de otra, mientras el agente la arrastraba hacia la calle, pero ningún sonido llegaba a su cerebro. Era como si estuviese bloqueada.
El Agente se colocó junto a Dexter, dejándolo caer en el suelo. El hombre ni siquiera tenía fuerzas para mantenerse en pie. Levantó la cabeza y la miró con el ojo bueno, moviendo los labios, pero Annie no llegó a entender qué decía. El agente colocó el cañón de la pistola en la cabeza de su amigo mientras el otro agente la sacaba en volandas de la casa.
Sus gritos ahogaron el sonido del disparo.
Todo pareció nublarse. De nuevo, se encontraba en la Arena, en un inmenso anillo con palmeras y un inmenso muro que giraba y parecía no tener fin. De nuevo, corría, atravesaba la jungla para alejarse del cadáver decapitado de su amigo. Pero entonces, comenzaba a llover sangre, como en el Vasallaje. Sangre caliente y espesa, repetía Johanna Mason una y otra vez. Sangre que no la dejaba ver, si hablar, ni respirar siquiera. Y los cañones. Uno por su madre, uno por Kit, uno por Mags, uno por Dexter, uno por Margaret.
Gritó tanto como le permitieron sus pulmones mientras sentía un pinchazo en mitad de la espalda. Gritó por sus muertos. Gritó hasta que las drogas la durmieron y se sumió en una pesadilla de cadáveres, sangre y caos.

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