sábado, 4 de enero de 2014

Capítulo 72. 'Nudos'.

Recordaba haber visto la luna. La verdadera luna, escondida tras un manto de nubes grises. Se había agarrado a esa visión mientras la realidad estallaba en pedazos. Se había prometido morir mirando algo hermoso. Pero la vida no estaba dispuesta a abandonarlo tan rápidamente.
Finnick enredó sus dedos en el trozo de cuerda, volviendo a hacer otro nudo. Era incapaz de mantener la concentración. Annie estaba en el Capitolio. Era un anzuelo, un rehén para llegar hasta él. Eso era lo que había conseguido amándolo. La odiaba por ello, por quererlo tanto como para que ese amor fuese su condena, y así mismo se odiaba él. Sabía que su reacción ante los charlajos había sido clave.
Si no hubiese gritado.
Si no hubiese llorado.
Si no hubiese perseguido su voz.
Ella estaría en casa.
La mano de su doctor se posó sobre su brazo, pero él no lo notó. Nunca lo notaba. Solo sentía el peso en el pecho y el escozor en los dedos que le recordaba que él estaba a salvo en el distrito 13 y ella estaba siendo torturada por una información que no tenía.
El aerodeslizador había estado reservado para sacar a Katniss de la Arena desde que se había planeado la alianza, pero la destrucción del estadio había originado más contratiempos, como rescatar a un Beetee moribundo y a un Finnick al borde de la locura. Peeta, Johanna y Enobaria, por otro lado, habían sido llevados al Capitolio, donde probablemente estaban siendo maltratados, todo por una alianza de la que, de ellos tres, solo Johanna era consciente.
Pero Snow necesitaba algo que utilizar en contra de Finnick. Los charlajos habían sido una prueba, una prueba en la que Finnick se había delatado. Por ello, apenas habían tardado horas en coger a Annie y llevarla al Capitolio. Finnick no podía parar de pensar en qué le estarían haciendo.
Un cliente le había contado una vez cómo Snow torturaba para sacar información. Había oído hablar de cosas tan horribles que había preferido guardarlas en el rincón de su mente destinado a los secretos  que esperaba utilizar algún día, pero nunca pensó que esos secretos lo atormentarían a él. Imaginarse a Annie siendo víctima de todas esas torturas era algo que le hacía querer morir.
Estaría mejor muerta. Todos lo estaríamos.
-      Finnick – decía su doctor. Todo sonido quedaba amortiguado.
Finnick cerró los ojos con fuerza. ¿Se habría sentido ella así? ¿Annie? Por fin, el podía entender por qué ella quería taparse los ojos y los oídos constantemente, o por qué se arañaba los ojos y la cara. Intentaba ahogar el dolor que sentía dentro a través del dolor físico, pero no tenía en cuenta que lo que sentía ahogaba todo lo demás. La desesperación, la impotencia, el miedo… Finnick nunca se había sentido tan mal, ni siquiera en sus peores momentos.
-      Finnick – repitió el doctor, por enésima vez.
Finnick sabía que el hombre estaba haciendo un auténtico esfuerzo por cuidarlo durante horas sin perder la paciencia. Pero, por alguna razón, no encontraba las palabras necesarias para darle una respuesta. Su mente no dejaba de arrepentirse. Por los charlajos, por no haberla escondido bien.
¿Y qué habría sido de Dexter? Su amigo, a quién le había confiado todo cuanto tenía. Probablemente estuviese muerto, y lo prefería así. Vivo solo sería torturado hasta que se diesen cuenta de que no valía la pena. Y todo por algo que ni de lejos tenía que ver con él.
Finnick se hizo un nudo en torno al dedo enrojecido y lo miró con los ojos entrecerrados. Ojalá estuviese muerto. Ojalá todos los estuviésemos. Finnick apretó un poco más el nudo. Escocía, pero no era suficiente. No era suficiente para alejarla de su cabeza.
-      Finnick – había dicho Haymitch, cogiéndole de la muñeca, horas después de que tuviesen que dormir a una Katniss enloquecida.
-      ¿La tenéis? – dijo él, con la voz ahogada.
Haymitch solo negó con la cabeza, bajando la vista. Y Finnick fue el que enloqueció.
Apenas había visto a Katniss desde que habían llegado al trece. Sospechaba que ella estaba igual que él. Igual de desesperada por saber dónde estaba Peeta, qué estaban haciendo con él. Igual de loca. Mentalmente desorientados, como rezaban las pulseras de plástico que ambos llevaban. Finnick bajó la mirada hacia la suya, de color naranja brillante. Mentalmente desorientado, pensó, acariciando el plástico.
-      Finnick.
El chico levantó la vista, dando un tirón de la cuerda. El doctor estaba frente a él, subiéndose las gafas mientras golpeaba con un lápiz en cuaderno que tenía sobre las rodillas.
-      Dime cómo te sientes.
Finnick soltó un bufido. Le hubiese gustado saber qué contestó Annie la primera vez que Dexter le hizo esa pregunta. Probablemente, había cogido el cuaderno y se había puesto a escribir. Finnick alargó la mano hacia el cuaderno, pero la dejó caer a medio camino. A él nunca se le habían dado bien las palabras.
-      ¿Quieres algo, Finnick?
-      Quiero a Annie viva – gruñó, recuperando la cuerda entre los dedos.
El doctor apartó la mirada del muchacho mientras este hacía más nudos.
Annie, cayendo al suelo con la cara amoratada.
Dexter, muerto en medio de un charco de sangre cada vez más grande.
Mags, caminando hacia la niebla.
Finnick cerró los ojos mientras sus dedos hacían nudos, uno por cada uno de ellos. Annie, Dexter, Mags. Y vuelta a empezar.
De repente, alguien irrumpió en la pequeña habitación.
-      Lo reclaman – dijo el hombre.
Finnick cerró los ojos mientras el hombre lo levantaba por el codo y lo arrastraba por el pasillo. En cualquier otra situación, Finnick Odair no hubiese permitido nunca que lo tratasen así. Pero él ya no sabía quién era.
Se giró cuando sintió un codazo en el pecho.
-      ¡Finnick!
Katniss Everdeen estaba junto a él, con un aspecto no mucho mejor que el suyo. Finnick abrió mucho los ojos, soltando el pedazo de cuerda que había estado anudando casi sin darse cuenta.
-      ¿Cómo estás? – preguntó la chica, forzando una sonrisa.
Finnick era consciente de lo mucho que le había costado a ella perdonarlo por conspirar la alianza sin contárselo, pero a él no le importaba. Katniss era la única persona en la que podía confiar plenamente en el distrito 13. A ella le había tocado confiar en él en la Arena. Ahora le tocaba a él confiar en ella. Casi sin pensarlo, Finnick entrelazó los dedos con los suyos.
-      Katniss – dijo él, apretándole la mano -. ¿Por qué nos reunimos aquí?
-      Le dije a Coin que sería su Sinsajo, pero la obligué a prometer que otorgaría inmunidad a los demás tributos si los rebeldes ganan. En público, para que haya muchos testigos.
Finnick ni siquiera se detuvo a pensar en qué quería decir ‘ser su Sinsajo’. La inmunidad a los tributos significaba que dijese lo que dijese o hiciese lo que hiciese Annie, fuese cual fuese su estado si es que la rescataban, no le harían más daño. Estaría a salvo.
-      Ah, bien – dijo, más para sí mismo que para Katniss -, porque me preocupa Annie, que diga algo que consideren traición sin que ella lo sepa.
-      No te preocupes – susurró Katniss, apretándole la mano -. Me encargaré de ello.
Katniss se alejó de él hacia la Presidenta Coin, la directora del distrito 13 y de todos ellos. Finnick clavó la mirada en la espalda de la chica mientras se alejaba, escuchando los susurros hacia ella a su alrededor.
Sí, he escuchado que va a ser el Sinsajo.
Katniss Everdeen, sí.
Por fin, le ha costado decidirse…
Finnick agarró a un chico por el brazo, obligándolo a girarse hacia él. El chico lo miró como si fuese un lingote de oro y se sonrojó, bajando la mirada. Finnick lo zarandeó suavemente para recuperar su atención.
-      ¿Qué es ‘ser el Sinsajo’?- preguntó, levantando las cejas.
El chico lo miró y comenzó a reír, rascándose la nuca. Finnick le sonrió sin entender. Katniss llegó en ese momento y el chico se marchó.
Finnick escuchó a la Presidenta con atención. Finnick entendió que ‘ser el Sinsajo’ significaba ser el rostro de la rebelión. Más de una vez se lo habían propuesto a él, pero Finnick sabía que solo Katniss podía ponerse al frente de una rebelión contra el Capitolio. Todo Panem lo amaba, pero él no había sido más que uno de los bonitos juguetes del Capitolio. Nadie le seguiría en una rebelión contra lo que él había representado.
-      Se promete inmunidad a los tributos confinados en el Capitolio, sin importar posibles declaraciones que hagan en el transcurso de la rebelión. Peeta Mellark, Johanna Mason, Enobaria Grey y Annie Cresta.
Comenzaron los murmullos. Todos habían visto la entrevista de Peeta, en la que pedía un alto al fuego. Todos habían considerado eso como un acto de traición ante la guerra, ante la causa. Pero nadie había pensado en que Peeta estaba en el Capitolio. Allí siempre tenían que interpretar un papel, y Peeta no era más que la voz de Snow. Era Snow el que pedía un alto al fuego para seguir imponiendo su poder, no Peeta. Finnick le apretó la mano a Katniss para darle apoyo.
-      Sin embargo, a cambio de esta solicitud sin precedentes, la soldado Everdeen ha prometido dedicarse en cuerpo y alma a la causa. Por tanto, si se desvía de de su misión, tanto en motivos como en hechos, lo consideraremos una ruptura del acuerdo y el fin de la inmunidad, de modo que el destino de los cuatro vencedores quedaría determinado por las leyes del Distrito 13, al igual que el suyo. Gracias.
Finnick miró a Katniss, que tenía el ceño fruncido. No le dio tiempo a pararla antes de que la chica se zafase de su mano y saliese de la sala. Finnick fue acompañado a su habitación, un pequeño cuarto de menos de tres metros cuadrados, lo suficientemente grande para tener una cama y una caja con la misma ropa gris. Ni siquiera tenía espacio para poner sus efectos personales, que se reducían al brazalete de oro que Haymitch le había dado antes de entrar en el estadio para forzar su alianza con Katniss y la hoja del poema de Annie que Haymitch había recuperado para él. Finnick cogió la hoja y la releyó, a pesar de que se lo sabía de memoria, pasando los dedos por las letras emborronadas sobre el papel. El chico dobló el papel y lo metió bajo la almohada. No tardó en quedarse dormido.




No hay comentarios:

Publicar un comentario