Había
mentido.
Le
había dicho que no había peligro real, que no era una guerra real, pero Leeg 2
había muerto. ¿Habrían visto eso en el distrito? Esperaba que no. No podía
permitir que Annie se diese cuenta de que, incluso sin participar en ella, la
guerra era mortal para todo el mundo.
Peeta
estaba sentado frente al fuego. Finnick lo observó con curiosidad. No era el
chico que había conocido en la televisión, ni mucho menos en la Arena. Parecía
desorientado, y no de la manera en la que Annie lo estaba. Peeta estaba
totalmente perdido. Sus recuerdos distorsionados no le permitían distinguir lo
que era real y lo que no. Katniss también lo observaba, quizá
involuntariamente.
Finnick
se arrebujó con el fino saco de dormir. Le había dicho a Annie que iba a
regresar, y lo esperaba. Ahora que habían encontrado esa estabilidad, esa
felicidad que siempre habían buscado, se lo merecían. Pero no tenía intención
de quedarse en el pelotón de Plutarch, solo para las cámaras. Él quería
demostrarle al Capitolio que luchaba por el país, no por las reacciones ante
una cámara.
De
repente, escuchó a Katniss y a Peeta susurrar. Se apartó el saco de las orejas
e intentó escucharlos. Si Peeta intentaba atacarla, tenía órdenes directas de
Boggs para disparar.
-
…
Amante. Vencedora. Enemiga. Prometida. Objetivo. Muto. Vecina. Cazadora.
Tributo. Aliada – decía el chico -. La añadiré a la lista de palabras que uso
para intentar entenderte. El problema es que ya no distingo lo que es real de
lo que es inventado.
Finnick
se irguió.
-
Pues
pregunta, Peeta – dijo, revolviéndose el pelo -. Eso es lo que hace Annie.
Peeta
lo miró a los ojos a través de la penumbra y asintió, mientras el resto del
pelotón intentaba convencerlo. El chico parecía aún más confuso. Finnick no lo
culpaba, ni podía llegar a odiarlo. Hubiese sido como odiar a Annie, o a
Johanna, o incluso odiarse a sí mismo. Los Juegos cambiaban a todo el mundo.
Las
cámaras siempre estaban preparadas. Los grababan rompiendo cosas, disparando a
un par de Agentes que los atacaron. Sin embargo, Plutarch prefería enfocar algunas
propos hacia otros campos.
Cressida
enfocó la cámara y esperó. Finnick se le acercó por detrás, sujetando el
tridente con una palma sudada.
-
¿Qué
pasa?
La
mujer se giró, frunciendo el ceño. Finnick miró hacia el grupo sentado más
allá, inmerso en una conversación con Peeta, al que todo el grupo se había
comprometido a ayudar, sin percatarse de las cámaras que los grababan. Cressida
se alejó de la cámara, dejándosela a Pollux, el avox que los acompañaba.
-
Plutarch
quiere grabar también la evolución de Peeta – dijo la mujer -, así que tengo
que grabarlo cuando está tranquilo para que se vea que no está desquiciado.
Finnick
juntó las cejas, poniéndose un dedo sobre el labio. Cressida suspiró.
-
Haymitch
lo aprueba. Dice que es la manera de enseñarle algo al Capitolio, aunque no
entiendo muy bien el qué.
Finnick
si lo hacía. Era la misma batalla que Annie había librado desde que había
salido de sus Juegos. Esa progresiva mejora de su mente, a causa de la tortura
del Capitolio, era una batalla contra él, la manera de demostrarles que nada de
lo que hicieran podía con ellos. Por eso su Annie había pasado de ser una chica
desquiciada que huía de todos a ser una mujer capaz de ser relativamente feliz.
Finnick se acercó al grupo.
Volvían
a jugar a ese juego. Era parte de su terapia. ‘Real o no’. Finnick se sentó con
Jackson y Gale, escuchando con atención. Katniss estaba acurrucada lejos de
ellos, también escuchando.
-
…
glaseado rosa? – preguntaba Peeta.
-
Real
– respondió Gale -. Siempre las poníais en el escaparate, las primeras. Suponía
que era para darnos hambre a los que no las podíamos comprar, pero eran
baratas.
Peeta
clavó la mirada en el suelo, pensando. Finnick recordó a Annie sentada frente a
su cuaderno blanco, escribiendo un poema. Sonrió.
-
¿Siempre
matabas a tus ardillas clavándole una flecha en el ojo? – preguntó Peeta al
cabo de veinte minutos.
-
No
real – volvió a contestar Gale -. Yo siempre prefiero atrav…
-
No
estaba hablando contigo.
Finnick
miró a Katniss al mismo tiempo que el resto del pelotón. La chica levantó la
cabeza, con los ojos muy abiertos, casi nerviosa. Se acercó y se sentó junto a
Finnick, que le cogió la mano para darle ánimos.
-
Real
– tartamudeó, bajando la mirada.
-
¿Por
qué? – insistió Peeta.
-
No
lo sé. Simplemente lo hago, igual que todos tus pasteles tenían una mota azul
en los bordes.
Peeta
cerró los ojos, sorprendido. Katniss parecía igual de confusa que él.
-
¿Real
o no? – le preguntó el chico a Gale.
Gale
apretó la mandíbula y asintió, clavando los ojos en Katniss, que parecía
haberse encogido. Finnick le pasó un brazo por los hombros, tratando de relajar
la situación.
-
Es
hora de dormir, ¿real o no? – dijo, frotándose la cabeza.
Todos
se levantaron en busca de sus sacos, dejando a Peeta, Katniss y Finnick
sentados junto al fuego. Katniss seguía a Gale con la mirada, mordiéndose el
interior de las mejillas. Finnick le apretó el hombro.
-
Eh
– susurró -, no tienes que arrepentirte de nada.
-
No
lo hago – masculló -, pero esto…
Era
duro. Finnick lo entendía más que nadie. Para él había sido duro también ver a
Annie tan perdida, tanto que incluso había olvidado gran parte de su infancia.
-
Dormid
– ordenó Boggs, azuzando el fuego -. Soldado Odair, estás conmigo en la primera
guardia.
Finnick
se quedó donde estaba, dejando a Katniss irse. Boggs se sentó junto a él, con
el arma cargada sobre sus rodillas. Peeta los miró a ambos, con los brazos
apoyados en sus propias rodillas.
-
Katniss
mató a la chica del cuatro, ¿real o no?
Finnick
se apresuró a responder.
-
No
real – afirmó -. Fue Cato. ¿Recuerdas a Cato, distrito 2? – Peeta asintió -. Él
la mató con una lanza. Tú estabas allí.
Peeta
se llevó las manos a la cabeza. Para él, no debía ser fácil ver que sus
recuerdos, lo que él creía cierto, eran falsos. Boggs se removió, viendo
parpadear el holo que llevaba en la muñeca.
-
Es
Plutarch – anunció -. ¿Puedes vigilarlo?
El
chico asintió, viendo alejarse a su capitán. Peeta se revolvió, incómodo.
Finnick cerró la mano en torno a la empuñadura de su tridente, tumbado junto a
él.
-
¿Quieres
matarme? – preguntó, entrecerrando los ojos.
Finnick
rió.
-
Lo
dices como si lo disfrutara.
-
Me
salvaste la vida una vez – siseó Peeta -. Sin querer hacerlo. A lo mejor lo
haces, ahora que podrías tener excusa.
-
Puede
– continuó Finnick -, pero tengo esperanza en que te recuperes y regrese… el
viejo Peeta.
Peeta
se inclinó de nuevo, cogiendo un palo corto del suelo.
-
El
viejo Peeta… No sé quién es esa persona que todos queréis.
Finnick
cerró los ojos, recordando a Annie en sus primeros años. Dexter había sido el
que le había pedido que dejase de buscar a la Annie Cresta que había conocido
antes de los Juegos y aceptase que ella no iba a recuperarse. Podría ser lo
mismo con Peeta.
-
Alguien
que sigue ahí – aclaró Leeg 1, tocándole el hombro a Finnick -. Cambio de
turno.
Finnick
se levantó, recogiendo el tridente. Sin embargo, cuando se giró para recoger su
saco, Peeta habló:
-
¿Recuperaste
a la vieja Annie, Finnick?
El
chico tragó saliva.
-
No.
Acepté a una mejor.
Esa
noche, sus sueños se llenaron de distintas versiones de Annie que lo rodeaban,
mientras Dexter, siempre pegado a su oreja, no paraba de repetirle lo mismo: Deja de pedirle que regrese. Concéntrate en
quién es ahora. Ella necesita que la mimes por quién es, no por quién fue.
A
la mañana siguiente, Boggs los hizo reunirse con sus armas y el equipo de
grabación. Peeta se movía inquieto, sin dejar de mirar a Katniss.
-
Muy
bien – comenzó Boggs -. Necesitan un material más potente. Algo que demuestre
más peligro. Hoy vamos a trabajar con eso. ¿Cressida?
La
mujer sonrió.
-
Por
fin. ¿Qué tal humo, explosivos y un poco de sangre artificial?
Boggs
asintió, ceñudo. Aquello le gustaba tan poco como al resto de soldados, pero
Boggs era un hombre de palabra. No se rebelaría contra Coin por participar en
una guerra en la que podía vivir para que ella lo juzgase más tarde.
Caminaron
hacia una manzana desierta que consideraron un buen escenario. Finnick apretó
el mango de su tridente con fuerza, mientras Katniss contaba una a una todas
las flechas del carcaj. El chico vio por el rabillo del ojo cómo Boggs le daba
una pistola a Peeta, señalándolo con el dedo mientras hablaba.
-
Creo
que son de fogueo – explicó Gale, atándose la bota.
-
Mejor
– concluyó Finnick.
-
Odio
esto. No actuar de verdad, sino para las cámaras.
Finnick
asintió. Cressida, que pasaba junto a ellos, los miró por encima del hombro y,
al verlos sin apenas maquillaje, agitó la cabeza y se marchó, con una cámara
pequeña en las manos.
-
Bueno
– dijo Finnick, poniéndole una mano en el hombro al chico -, al menos tú y yo
somos los más fotogénicos de por aquí.
Gale
forzó una sonrisa y, recogiendo sus armas, se colocó en la entrada de la calle.
Finnick dirigió la vista hacia allí. Peeta estaba hablando, con todos
pendientes de él, moviendo la pistola con nerviosismo entre las manos.
-
…
una y otra vez, pero él no podía hablar, solo hacía unos horribles sonidos
animales. No querían información, ¿sabes? Solo querían que yo lo viera. ¿Real o
no? – Peeta hizo una pausa, mirándolos a todos -. ¿¡Real o no!?
Boggs
se adelantó, poniéndole una mano en el cañón de la pistola.
-
Real.
Al menos, por lo que sé, es… real.
-
Eso
pensaba – dijo Peeta, desvaneciéndose toda su furia -. El recuerdo no era
brillante.
Así
que eso había sido parte de la tortura que Annie no había compartido con él.
Avox torturados hasta la muerte. Sintió la necesidad de taparse los oídos al imaginar
aquellos sonidos.
Caminaron
durante toda la mañana por la calle destrozada para encontrar un lugar en el
que grabar. Boggs los dirigía a todos con el holo, buscando las vainas que
activaban los peligros y que debían evitar. Finnick observaba la calle con
atención, a la defensiva. Cualquier hueco oscuro podría esconder Agentes de la
Paz del Capitolio, dispuestos a acabar con los rebeldes.
-
Este
– dijo Messalla, sacando un par de bombas de humo.
Finnick
observó al chico lanzarlas y crear una densa niebla gris que bien podía pasar
por humo y romper una bolsa contra el suelo, provocando la formación de una
densa mancha rojiza. Sangre.
-
Acción
– exclamó Cressida, comenzando a grabar.
Caminaron
por la calle, evitando disparos inexistentes, arrastrándose para no tragar
humo. Finnick saltó hacia atrás cuando escuchó una bomba, simulando la fuerza
del impacto, pero todo resultaba tan ridículo que pronto estuvieron todos
riendo por culpa de la patética actuación de Mitchell.
-
Dime
– dijo el hombre, empujando suavemente a Finnick -. ¿Cómo se hace para parecer
desesperado?
Finnick
rió.
-
No
pareciendo un buey, hinchando así la nariz – gritó Castor desde detrás de una
cámara.
Mitchell
se giró, haciéndole un gesto obsceno con el dedo.
-
Ya
está bien, cuatro, cinco, uno – dijo Boggs, sin poder esconder una sonrisa.
Boggs
observó el holo y levantó la vista. Entonces, todo comenzó a ir mal.
Una
vaina se activó bajo las piernas de Boggs, lanzándolo por los aires. La fuerza
de la explosión lanzó a Finnick hacia atrás, golpeándolo contra un muro. El
chico se levantó a pesar del mareo. Ya no distinguía cuál era el humo real y
cuál el humo artificial que habían echado antes. Y todo parecía lleno de
sangre. Se arrastró por el suelo, tratando de evitar los adoquines. Entonces,
chocó contra un cuerpo.
Messalla
estaba inmóvil, con una fea herida en la parte trasera de la cabeza. Finnick
colocó dos dedos bajo su cuello, tomándole el pulso. Era débil, pero seguía
vivo. Comenzó a presionarle el pecho, insuflándole aire por la boca, tal y como
había hecho otras veces.
-
Vamos
– susurró. Intentó no pensar en Boggs saltando por los aires, ni plantearse de
dónde venía la sangre que le había salpicado la cara -. ¡Vamos!
Se
escuchaban disparos, explosiones y voces. Habían pasado de la diversión al caos
en menos de un segundo. Finnick volvió a tomarle el pulso a Messalla y repitió
el proceso.
-
¡Finnick,
sácalo de ahí!
Finnick
levantó la vista. Una sustancia negra se deslizaba calle abajo. Parecía gel,
cubriendo la calle, y no tenía pinta de ser precisamente de ducha. Finnick
arrastró a Messalla como pudo y lo escondió tras una pared. El hombre abrió un
poco los ojos, enfocándolo. Finnick lo dejó en el suelo y se giró, tridente en
mano, dispuesto a ayudar a alguien más a salir de ahí.
Divisó
a Katniss unos metros más allá, arrodillada junto al cuerpo mutilado de Boggs.
Entonces, alguien más entró en su campo de visión.
-
¡Peeta,
no! – gritó.
El
chico agarró a Katniss del brazo, empujándola y levantando el arma. El grito de
Finnick alertó a Mitchell, que estaba acuclillado y escupiendo sangre, y que se
lanzó a por Peeta sin dudarlo. El chico le dio un fuerte empujón.
Se
activó otra vaina, una especie de red que envolvió a Mitchell. La sangre empezó
a gotear en los adoquines de colores. Finnick levantó la vista y vio los
pinchos que se clavaban en la piel del soldado, que agitaba la mano,
pidiéndoles que se marchasen, mientras chillaba. Finnick se volvió hacia
Messalla, cogiéndole por las axilas y arrastrándolo hacia una casa en la que ya
empezaba a entrar el resto. Cuando atravesó el umbral, totalmente
ensangrentado, escuchó el grito de Leeg 1, que corría hacia la puerta, seguida
por Gale.
-
¡Gases!
– gritó él, tapándose la cara con una mano -. ¡Todos dentro! ¡Todas las vainas
están activadas!
Finnick
dejó a Messalla junto a un sofá y se dejó caer, exhausto. Katniss gritaba al
lado de Boggs, Homes metía a Peeta en un armario, bloqueándolo con dos palos de
escoba. Gale entró el último, cerrando de un portazo mientras las arcadas lo
sacudían. Finnick corrió hacia Katniss, que sujetaba el holo de Boggs en las
manos. El chico le echó un vistazo al cuerpo sin piernas que se encontraba
sobre un gran charco de sangre.
-
¿Se
ha ido? – Katniss asintió -. Tenemos que salir de aquí. Ahora. Acabamos de
activar una calle entera llena de vainas. Seguro que nos tienen en las cintas
de seguridad.
En
ese preciso instante, Cressida golpeó una cámara sobre la televisión con el
mango de una pistola.
-
Puedes
contar con ello – corroboró Castor, pasándose una mano por el pelo empapado de
sudor -. Todas las calles están cubiertas por cámaras de seguridad. Seguro que
activaron manualmente la ola negra en cuanto nos vieron grabar la propo.
Finnick
se dejó caer mientras el resto hablaba. Si el Capitolio pensaba que estaban muertos,
se lo transmitirían a todo el país, enseñándole la masacre que acababan de
vivir. Y entonces, Annie, Johanna y todos los que esperaban en casa…
-
…
asesinar al Presidente Snow antes de que las víctimas de la guerra hagan que
nuestra población se reduzca hasta límites insostenibles – decía Katniss, junto
a él, sujetando con fuerza el holo de Boggs.
-
No
te creo – gruñó Jackson -. Como tu actual comandante, te ordeno que me
transfieras la autorización de seguridad principal.
-
No.
Sería una violación directa de las órdenes de la Presidenta Coin.
Todos
sacaron sus armas, incluido Finnick, que apuntó sin dudarlo a Jackson. Él iba
con Katniss, fuese donde fuese. Y si era para matar a Snow, allí iría con ella.
Cressida salió en su defensa:
-
Es
cierto, por eso estamos aquí. Plutarch quiere televisarlo, cree que si filmamos
al Sinsajo asesinando a Snow, la guerra acabará.
Finnick,
sin dejar de apuntar a Jackson, miró a Katniss, que parecía incluso
sorprendida. Finnick sabía que todo eso era mentira, que habían sido el pelotón
estrella desde el principio, sin participación directa en la guerra. Boggs le
había pasado el holo a Katniss, fuese cual fuese la razón. ¿Pero por qué mentía
Cressida?
-
¿Y
por qué está él aquí? – insistió Jackson, señalando al armario en el que habían
metido a Peeta.
Finnick
trató de inventar una historia creíble, pero de nuevo fue Cressida la que
intervino:
-
Porque
las dos entrevistas con Caesar Flickerman, posteriores a los Juegos, se
grabaron en los alojamientos del Presidente Snow. Plutarch cree que Peeta
podría servirnos de guía en un lugar que conocemos muy poco.
Los
soldados comenzaron a bajar las armas. Finnick mantuvo su cañón apuntando a
Jackson, pero lo bajó en cuanto Gale le puso una mano en el hombro.
-
¡Tenemos
que irnos! – gritó el chico -. Yo sigo a Katniss. Si vosotros no queréis,
volved al campamento. ¡Pero hay que salir ya!
Finnick
recogió el arma de Boggs del suelo, manchándose las manos de sangre.
-
¿Boggs?
– preguntó Leeg 1.
-
No
nos lo podemos llevar – masculló Finnick, evitando mirar el cadáver -. Él lo
entendería.
Se
echó el arma al hombro. Si la guerra acababa en su favor, rescatarían los cadáveres
para darles un entierro digno. Agarró su tridente con las manos llenas de
sangre y se giró hacia Katniss.
-
Tú
diriges, soldado Everdeen.