sábado, 22 de marzo de 2014

Capítulo 83. 'Descerebrada'.

Finnick entrenaba muchísimo.
Annie era consciente de para lo que se estaba entrenando, pero había preferido colocar ese pensamiento en una parte de su mente que no quería tocar. La chica lo acompañaba siempre a entrenar por las mañanas, vagaba por el distrito 13 sin rumbo y volvía a por él después. Todos sus amigos, incluidas Johanna y Katniss, a la que había empezado a considerar como tal, iban a entrenar, por lo que no tenía nada que hacer mientras tanto. Había conocido a bastante gente en el distrito que siempre le dedicaban sonrisas e intentaban entablar conversación con ella, pero Annie no confiaba aún en nadie.
Pero era feliz. Más feliz de lo que probablemente había sido nunca. Ver el anillo dorado que Finnick había encargado para ellos y que testificaba su matrimonio era más de lo que había imaginado cuando fue rescatada del Capitolio. Más de lo que había pedido.
Se acarició el anillo con el pulgar. Quedaban treinta minutos hasta que Finnick saliese de la sala de entrenamientos. Sabía que ese día lo estaban evaluando para saber qué papel podría tener en la guerra, aunque aún tenía la esperanza de que pasase algo para que no fuese. Para que no se pusiese en peligro. Esperaba que la prueba no fuese satisfactoria.
Pero era Finnick Odair. Por supuesto que lo sería.
-      Annie.
La chica se giró. Haymitch estaba detrás de ella, acariciándose el mentón. No confiaba del todo en él, a pesar de todo lo que él estaba haciendo. Era un hombre enfermizo, siempre con un extraño tono gris en el rostro. Cuando ella lo había conocido años atrás, en aquella fiesta en el Capitolio, parecía mucho más saludable. Aunque claro, todos parecían más saludables años atrás. Incluso ella misma.
-      Annie, ha pasado algo.
Annie se levantó de golpe, con un enorme vacío en el pecho. Finnick. Algo había ido mal en el entrenamiento. Su pecho empezó a agitarse con fuerza, temblando. Haymitch la cogió por los hombros y la sacudió, obligándola a mirarlo a los ojos.
-      Tranquila. Tranquila. Es Johanna. Está en el hospital. Tienes que ir a verla.
El latido frenético redujo un poco su velocidad, pero no apartó su nerviosismo. ¿Qué le habría pasado a Jo para volver al hospital? Se agarró al puño de la camisa de Haymitch.
-      ¿Es grave?
Haymitch hizo una mueca.
-      No lo entendemos. Estaba en la Manzana para evaluarse y se puso histérica.
Annie se dejó dirigir. Sabía de histerismos por experiencia propia. Agitó la cabeza para apartar esos recuerdos y miró a Haymitch.
-      ¿Qué pasó?
-      Inundaron la Manzana para ver cómo se desenvolvía en esa situación, pero en cuanto el agua la tocó, empezó a chillar. No sabíamos que pasaba, así que la sacaron de allí y la llevaron al hospital.
Johanna empapada en una mesa de metal mientras los torturadores le aplicaban una descarga tras otra. Sus gritos. Una chica amoratada y llena de quemaduras suplicando dejarse morir en silencio…
Annie frenó en seco, tapándose los oídos. No, no podía escuchar esos gritos otra vez. Estaban a salvo. Estaban a salvo en el 13 con Finnick, con Katniss, con los supervivientes de los distritos. Pero ¿podrían estar alguna vez a salvo de su propia mente? ¿De sí mismas?
-      Annie – Haymitch le apartó las manos de las orejas, ceñudo. Se le notaba que no sabía muy bien qué hacer -, confiamos en ti para que la ayudes a calmarse.
Annie recordó el distrito 4, su playa, tal y como le había dicho Finnick que hiciese. No era capaz de hacer poemas, esa etapa quedaba muy atrás, había caído con…
La playa, las olas, el mar. Calma bajo las olas, húndete.
-      ¿Ya está? – dijo Haymitch, dubitativo.
Annie asintió y lo acompañó hacia la puerta tras la cual se encontraba Johanna. Annie puso una mano sobre el pomo de la puerta y giró.
-      Llama a un médico si necesitas ayuda con ella – dijo Haymitch, dándole una palmadita en el brazo.
La chica entró en la habitación y cerró la puerta a su espalda. Johanna estaba tirada en la cama, con una vía puesta en el brazo conectándola a un gotero, pero seguía moviendo las manos nerviosa, incapaz de mantener la calma. Annie se sentó en la cama, junto a ella, cogiéndole una mano fría como el hielo.
-      Descerebrada – dijo, tartamudeando.
Annie sonrió.
-      Parece que ahora lo somos las dos.
Johanna rió nerviosamente. Sus manos se agitaban, haciendo a Annie temblar. Johanna cerró los ojos, tratando de calmarse como respuesta al apretón de Annie.
-      Creo que todos lo estamos – respondió, como si le doliese.
Annie le acarició el dorso de la mano, un roce que, finalmente, logró calmarla. Johanna abrió los ojos con fuerza y la miró fijamente, clavando sus ojos oscuros en los suyos. Annie se inclinó, apartándole el corto pelo mojado de la frente.
-      Estás aquí – susurró, imitando a Finnick -. Estamos aquí.
La morflina comenzó a hacer efecto. Johanna se dejó caer sobre las almohadas, completamente relajada.
-      ¿Estamos a salvo? – preguntó, con la voz pastosa.
Annie se irguió, sin saber qué contestar. Ella se sentía a salvo porque Finnick le decía que lo estaba. Que con él, siempre lo estaría. Sin embargo, sin Finnick… ¿estaban realmente a salvo?
-      Porque yo no me siento a salvo – concluyó Johanna, cerrando los ojos.
En ese momento, la puerta se abrió, dejando entrar a Finnick, sudando aún. El chico las miró a ambas, acercándose a la cama con cautela. Johanna intentaba no quedarse dormida, pero la morflina era potente. Pronto se la llevaría.
-      No… - susurró, luchando por mantener los ojos abiertos -. No me quiero dormir…
Finnick se levantó y cerró parcialmente la llave del gotero, reduciendo la dosis. Annie lo miró, pero él no hacía más que esquivarla. Ambos sabían sobre qué tenían que hablar.
-      ¿Jo? – dijo Finnick, inclinándose hacia ella.
Johanna gruñó, mirándolo.
-      ¿Cómo… cómo te ha ido?
Finnick tragó saliva. Esta vez, eran sus manos las que temblaban. Las mismas que llevaban semanas siendo firmes.
-      Estamos dentro – musitó.
Annie apartó la mirada. No podía marcharse otra vez. No podía sencillamente esperarlo de nuevo, como había hecho años atrás cada vez que él iba al Capitolio a cumplir las despiadadas órdenes de Snow. Como había hecho durante el Vasallaje. Como había hecho mientras estaba en el Capitolio.
La chica se levantó de la cama y, acariciando una última vez la mano de su amiga, se marchó. Una vez fuera, caminó desorientada hacia su habitación, abrazándose a sí misma. Ese pensamiento que había estado reprimiendo regresó a su mente, inundándolo todo.
Si Finnick se marchaba a la guerra, podría no volver. Ya se había enfrentado a eso otras veces, pero cada vez era más dolorosa. El Capitolio era distinto. La guerra era distinta. No podía quedar solo uno. Quedaban varios mientras el resto moría a sus manos. Y si ellos perdían, entonces…
Unas manos le sujetaron la cintura antes de que pudiese abrir la puerta. Annie se zafó de él y entró en la habitación, que se había convertido en su hogar, su burbuja desde que había salido del distrito 4. Finnick cerró la puerta y se arrodilló junto a la cama, mirándola.
-      Annie…
-      ¿Cuándo… cuándo pensabas decírmelo? – dijo, intentando reprimir las lágrimas.
Finnick bajó la cabeza, retorciéndose las manos.
-      Cuando estuviese completamente confirmado.
-      ¿Cuándo estuviese confirmado – Annie empezó a llorar – que vas a la muerte? ¿Otra vez?
Finnick se levantó y se sentó junto a ella, cogiéndole las manos. Annie apartó la mirada. En el setenta y cinco aniversario, como recordatorio a los rebeldes de que ni siquiera sus miembros más fuertes son rivales para el poder del Capitolio, los tributos elegidos saldrán del grupo de los vencedores. Era igual, exactamente igual. Los miembros más fuertes... La muchacha intentó llevarse las manos a la cara, eliminar ese recuerdo, esa voz, pero Finnick la mantenía sujeta.
-      Esta vez no es lo mismo, Annie. No estoy solo, somos más. No es lo mismo.
Annie se giró, golpeándole el pecho.
-      ¡Sí es lo mismo! Es lo mismo una y otra vez.
Annie lo golpeó de nuevo, apartándolo. Tic, tac, decía Katniss, es un reloj. Salvo que la guerra no era un reloj. No duraba una hora. Annie vio correr a Finnick por una nueva Arena, salvo que esa vez no era una jungla o un bosque, sino una ciudad llena de edificios coloreados. Se llevó las manos a los oídos, gritando, apartándose de él.
-      Es siempre lo mismo – lloriqueó, acurrucada en el suelo.
-      Annie… - susurró Finnick -. Annie.
La chica lo pegó de nuevo, alejándolo.
-      ¡Annie!
Finnick la detuvo, abrazándola. Annie se revolvía en sus brazos, pero la presión de Finnick consiguió detenerla del todo. Se dejó caer, exhausta.
-      Siempre tengo que acostumbrarme a perderte – musitó, en apenas un susurro -. Siempre soy yo la que te pierdo.
Finnick se apartó y la besó. Sus labios sabían a sal, igual que el día de su boda, salvo que en ese caso, no significaba felicidad, sino dolor. Annie se apartó, llorando.
-      Siempre es lo mismo – repitió.
-      No esta vez – dijo él -. Te lo prometo. No esta vez.
Annie intentó confiar.
Annie despertaba cada día gritando, tanteando el otro lado de la cama para comprobar que Finnick seguía ahí. Y él siempre estaba, abrazándola. Uno de esos días, Finnick llegó a la habitación ceñudo, frotándose el pelo mojado. Annie había dejado de ir a buscarlo a los entrenamientos y, en su lugar, iba a ver a Johanna. Finnick se sentó a su lado y le dedicó una sonrisa triste.
-      Te dije que no sería lo mismo.
Annie lo miró, interrogante.
-      Estoy en el pelotón estrella – dijo el chico -. Solo para las cámaras, nada de batalla real.
La chica sonrió todo lo que sus labios le permitían y lo besó. Sabía que él quería luchar, que él realmente quería estar en la guerra, porque era Finnick Odair, otro tributo que le debía venganza al Capitolio por su vida. Sin embargo, para Annie, esa era la mejor noticia que le podían dar. Decirle que no había verdadero peligro. Que solo interpretarían para las cámaras. Que no estaría en la batalla real. Finnick la estrechó con fuerza.
-      Te lo prometí – susurró.
Annie asintió, besando la piel caliente de su cuello.
El día que partían hacia el Capitolio, volvió a despertar gritando. A pesar de que habían eliminado todo el peligro, ella seguía teniendo esos sueños, sueños en los que Finnick siempre desaparecía y el hueco de su cama quedaba vacío, así como el de su corazón. Finnick la abrazó y la besó antes de ir a tomar el desayuno. Katniss estaba allí, vestida con su uniforme, con el arco a la espalda, con expresión ceñuda. Desayunaron en silencio, Annie sin soltar la mano de Finnick.
Y, cuando se pararon frente a las puertas de los ascensores que los llevaban al aerodeslizador, Finnick la abrazó como nunca antes, ni siquiera el día que partió hacia el Vasallaje. Se besaron, bebiendo el uno del otro. El chico apoyó su frente sobre la de ella, clavándole los dedos en la cintura.
-      Cuando volvam… - comenzó Annie.
-      Cuando volvamos a vernos – interrumpió Finnick, separándose y dedicándole una sonrisa -, Panem será libre.
Annie se metió la mano en el bolsillo y sacó una tira de tela trenzada. Cuando había encontrado la tela, la había guardado como una de sus posesiones, sin saber qué hacer con ella, pero sus dedos habían comenzado a trenzarla con una destreza que no recordaba tener. Como si trenzase una red en el distrito. Con su madre. En la playa.
-      Estoy contigo – susurró, anudándosela en torno a la muñeca, bajo el uniforme.
Finnick miró con lágrimas en los ojos la pulsera y la abrazó.
-      Estás conmigo.
Annie lo besó de nuevo y lo dejó ir.
La chica le dio un rápido abrazo a Katniss, deseándole suerte, y observó cómo las puertas se cerraban. A través del cristal, miró a Finnick, que intentaba sonreírle. Katniss le cogió la mano a Finnick y le dedicó una mirada a Annie. Casi parecía decirle que lo cuidaría. O que ambos se cuidarían, el uno al otro.
Pero no había peligro real.
-      No lo hay – musitó, dándose la vuelta.

 


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