sábado, 15 de marzo de 2014

Capítulo 82. 'Labios de sal'.

Finnick se miró en el espejo. El equipo de preparación de Katniss, que ahora había pasado a ser el de todas las propos, giraba a su alrededor arreglando el traje. Finnick nunca había sido un engreído, pero era consciente de su belleza, y ahí, con el traje de Cinna, estaba impresionante. Era oscuro, el traje que había llevado Peeta en la fiesta del Capitolio, adaptado a su altura y complexión. Octavia le peinó el pelo, mojándoselo con el cepillo, mientras Flavius le maquillaba.
-      En realidad – explicaba el hombre, afilándole las facciones con un pincel -, no te hace falta maquillaje. Tienes una cara perfecta.
Finnick sonrió. El equipo salió de la habitación al cabo de una hora. En cuanto cerraron la puerta, Finnick se revolvió el pelo y se inclinó sobre el lavabo para lavarse la cara. Quería que Annie lo viese como él era en realidad. Mientras se frotaba la cara, notó cómo le temblaban las manos. Estaba ridículamente nervioso. ¿Por qué? Quería que todo fuese perfecto. Annie se lo merecía.
-      No me lo puedo creer.
Finnick  se giró, secándose la cara con una toalla. Johanna estaba apoyada en la puerta, con unos pantalones oscuros y un largo jersey azul que le favorecía mucho más que cualquier vestido. Ya tenía el pelo más largo, y, afortunadamente, nadie la había maquillado. Seguía siendo Johanna Mason.
-      Yo tampoco – dijo él, acercándose -. Pareces… una chica.
Johanna le dio un puñetazo en el hombro, sonriendo.
-      Tú sí que pareces una chica. ¿Estás nervioso, Odair?
El chico asintió, atusándose el traje. Johanna le quitó una mota del traje y le dio una ligera colleja, mirándose luego las uñas con despreocupación. Finnick se frotó el pelo húmedo.
-      Está preciosa – comentó ella.
Finnick levantó las cejas, mirando a su amiga fijamente.
-      ¿La has visto?
-      No, es que mi cerebro genéticamente modificado está conectado a su espejo – Johanna rió, atusándose el traje -. No ha querido maquillaje. Dice que te gustaría más sin él.
Él se frotó las manos en los bolsillos del traje, sonriendo para sí. Ambos sabían quiénes eran, no tenían que fingir para nadie, no tenían que transformarse en otra persona para que todo el país viese lo guapos que estaban en cámara. Ese era su día.
-      Vamos, Finnick. Te esperan.
Johanna se colgó de su colgó de su brazo y lo arrastró por el pasillo. La gente le sonreía, por primera vez desde que había empezado la guerra, y Finnick devolvía las mismas sonrisas radiante.
-      Jo…
-      Estás nervioso. Te sudan las manos como si fueses una fuente.
Finnick se secó la mano que le quedaba libre en el traje. Era absurda la manera en la que estaba nervioso. Tranquilízate, se dijo, inspirando hondo cuando llegaron al comedor. El bullicio se oía incluso fuera. Johanna le soltó la mano y lo abrazó.
-      Me alegro mucho por los dos, de verdad. Y relájate, inútil.
Le dio un beso en la mejilla y salió corriendo. Finnick esperó, con las manos apoyadas en la puerta. Las ceremonias del 4 solían celebrarse en la playa, y los dos novios caminaban por sendas de algas, descalzos, hasta un arco hecho con redes. Finnick sabía que sería muy diferente allí en el 13, pero Plutarch había prometido que harían todo lo posible por que se pareciese.
Sin embargo, Finnick iba a echar de menos a demasiada gente ese día. Echaría de menos el abrazo de Mags, y su sonrisa al verlos felices. Echaría de menos a Dexter, sonriéndoles a pesar de lo que él pudiese haber sentido, deseándoles lo mejor. Casi podía escucharlos dentro de la habitación, disfrutando con el resto.
En cuanto la música empezó a sonar y escuchó cantar al coro de niños una antigua canción del 4, empujó la puerta. La multitud se levanto de las sillas, mirándolo con sonrisas, pero él no era el único centro de atención. Al otro lado de la sala se encontraba Annie. Finnick apenas pudo ver más que un trozo de vestido verde, y avanzó hacia el arco de redes que había en el centro de la habitación más por la necesidad de verla que por el protocolo.
Y cuando la vio, se dio cuenta de que Johanna no se equivocaba.
Annie estaba preciosa. Llevaba un vestido verde, del mismo color que sus ojos, con reflejos dorados que solo se veían cuando la luz incidía sobre ellos. El pelo castaño estaba recogido parcialmente, lo suficiente para dejarle la cara descubierta, pero caía ondulado por su espalda desnuda y, sobre su cabeza, llevaba una corona de pequeñas flores de un dorado oscuro. Sus manos se movían inquietas a ambos lados de su cuerpo, y sus mejillas, desprovistas de maquillaje, mostraban un rubor encantador. Finnick la miró a los ojos, ralentizando el paso. Ella estaba tan nerviosa y emocionada como él, pero había algo más. Annie irradiaba felicidad, lo que la convirtió en el único centro de atención.
Definitivamente, Mags y Dexter hubiesen amado verla así, al igual que ellos deseaban haberlos tenido presentes.
Finnick se colocó bajo el arco de redes, extendiendo una mano hacia ella. Annie se paró frente al pequeño escalón, mirándolo con la boca entreabierta, pero no dudó ni un segundo en cogerle la mano. Inexplicablemente, las manos de la chica temblaban menos que las suyas. El muchacho sonrió. No existían los invitados, ni las cámaras, ni siquiera Dalton, el chico del 10 que se había ofrecido a oficiar la ceremonia. Finnick le cogió las manos mientras Dalton saludaba a los presentes y comenzaba a recitar el poema matrimonial del distrito 4, y Annie lo miró a los ojos, tratando de ocultar una sonrisa.
-      Estás preciosa – murmuró, moviendo únicamente los labios.
Annie se sonrojó y bajó la mirada. Finnick se giró hacia Dalton.
-      El bote podrá moverse, habrá tormentas y oleaje, podrá incluso detenerse, pero sois vosotros los que dirigís este viaje. Navegad juntos, sosteniendo las manos. Navegad sin rumbo, del mar sois hermanos. Y  si amenaza el hundimiento, hacedlo flotar, abandonaos a la calma, puesto que solo vosotros podéis navegar.
'Si hay calma bajo las olas, elijo hundirme'.
Finnick le dio un apretón y Annie le devolvió la misma mirada de entendimiento.
Dalton extendió hacia ellos un cuenco lleno de agua fresca con una media sonrisa. Finnick lo cogió con manos temblorosas, pero las manos firmes de Annie sobre las suyas bastaron para tranquilizarlo.
-      Estoy aquí, ¿recuerdas? – musitó Annie, solo para él, solo para ellos.
Finnick sonrió y, sujetando el cuenco con ambas manos, dejó que Annie mojase los dedos en el agua salada. La chica pasó el dedo índice por los labios del muchacho, arrastrando el pulgar por el labio inferior. Finnick se contuvo para no sonreír en el proceso; parecía tan concentrada, tan… cuerda. Cuando fue su turno, las manos le temblaban tanto que Annie tuvo que sujetar por sí misma el cuenco. Finnick mojó el dedo índice y, evitando pasarse la lengua por los labios salados, le pasó el dedo a Annie por el labio.
-      Esto no es agua salada de verdad – gruñó la chica, arrugando la nariz.
Se escucharon risas en la multitud, incluida la del propio Finnick, que le puso el dedo sobre los labios y, acariciándole la mejilla sonrojada con la otra mano, le mojó los labios.
-      Cogeos las manos – dijo Dalton, dejando la hoja en la que tenía escrito el poema.
La pareja se cogió de las manos, eliminando el temblor y los nervios, y les rodeó las manos con una red dorada.
-      Por el poder que me otorga el distrito 13 – Plutarch rió sonoramente, dando una fuerte palmada – y para devolver la felicidad y la esperanza al pueblo, yo os uno en matrimonio. Podéis besaros.
Finnick apartó la red y la dejó en el suelo, sin dejar de mirar a la que ya era su mujer. Se acercó a ella sonriendo como hacía tiempo que no sonreía y, cogiéndole el rostro con las dos manos, la besó. El violinista empezó a tocar una suave melodía que apenas se escuchaba por los sonoros aplausos de los invitados. Annie le agarró la chaqueta y lo atrajo hacia sí, con la otra mano metida dentro de su pelo, aún mojado. Finnick sonrió contra sus labios de sal, acariciándole el suave rostro. Annie le devolvió la sonrisa inconscientemente, con los ojos cerrados, besándole la mano.
Finnick miró a Annie, miró a la sala, y sintió de nuevo a esa gente que faltaba. Esos que habrían estado más felices que nadie por ellos. Pero sabía que estaban ahí también, desde donde fuese. Observando. Sonriendo, quizá. Cerró los ojos.
Alguien les dio un empujón, acompañado de un efusivo abrazo.
-      ¡Pues ya estáis casados! – gritó Johanna, revolviéndoles el pelo a ambos (con más cuidado a Annie, para no estropearle el peinado) -. ¿Qué tal un brindis?
-      Oh, señorita Mason, eso seguro – Plutarch extendió la mano hacia Finnick y besó la de Annie -, pero después del banquete.
Comieron y bebieron sentados con total desorden en las mesas, contrariamente a cómo se habían estado sentando desde que habían entrado en el distrito 13. Finnick compartió mesa con Katniss, Johanna y Haymitch, además de Plutarch, Boggs y la familia de Katniss, que los trataban como uno más de la familia.
-      ¿Qué tal ahora ese brindis?
Finnick miró a Haymitch, cuyos ojos se iluminaron en cuanto Johanna mencionó la palabra ‘brindis’. El chico rió, acompañado de Plutarch, mientras el resto los miraba a ambos confusos.
-      ¿Qué? – inquirieron Johanna y Haymitch a la vez.
-      Que es… - comenzó Finnick.
-      Sidra de manzana – concluyó Plutarch -. Sin alcohol.
Haymitch golpeó la mesa. Johanna se limitó a fulminarlos con la mirada, cruzándose de brazos.
Los chicos que se habían comprometido a ser los camareros sirvieron la sidra en copas altas de cristal. Fue Plutarch el que se levantó, con la copa en alto, mandando callar a todo el mundo con un simple movimiento de la mano. Cuando en la sala reinó el silencio, el hombre se inclinó hacia Annie y le cogió la mano para ayudarla a levantarse, obligando a Finnick a hacer lo mismo con la mirada.
-      Quiero proponer un brindis – comenzó, con la pareja a su lado, cogidos de la mano – por Finnick y Annie Odair. Para que su amor dure más allá de lo que duren sus vidas.
La sala entera se puso en pie, alzando las copas.
-      Salud.
Bebieron y bailaron una danza del distrito 12, divirtiéndose, sin actuar para la propo que Plutarch no dejaba de grabar. Katniss bailó con Prim, Finnick con Annie, incluso Johanna se atrevió a bailar con un niño de ocho años que no paraba de pisarle los pies. Finnick abrazó a Annie, besándole la piel del cuello.
-      Esto es por nosotros – susurró la chica, apartándose de él.
-      No, esto es para nosotros – aclaró Finnick.
Annie se puso de puntillas para besarlo, pero, apenas se habían rozado cuando llegó la tarta nupcial, un impresionante pastel de varios pisos, glaseado con una precisión que solo un pastelero experimentado habría podido hacerlo.
Finnick miró a Katniss, situada a unos metros de él, con la mirada clavada en la tarta. Haymitch apareció tras ella, cogiéndola del codo y arrastrándola fuera del grupo. ¿Habrían recuperado a Peeta? Si era así, se alegraba por ella. Se lo merecía tanto como él se estaba mereciendo ese día. Tanto como Annie se lo había merecido.
Siguieron bailando hasta que la gente empezó a quejarse de los pies doloridos. La pareja despidió a todo el mundo personalmente, agradeciéndoles el haber estado con ellos, el haber compartido ese día. Pero, en el fondo, lo único que ellos querían era quedarse solos.
Finnick la cogió en brazos y la llevó en volandas por el pasillo. Seguía manteniendo una pequeña habitación, con una cama pequeña en la que apenas cabía él, pero a ninguno de los dos le importaba. Annie se enganchó a su cuello, con la diadema de flores en la mano.
-      Eh, tortolitos.
Finnick frenó en seco. Johanna estaba en mitad del pasillo, con los brazos cruzados. Cuando el chico frunció el ceño, inquisitivo, Johanna sonrió y señaló hacia una puerta a su derecha.
-      Mi regalo de bodas. Me ha costado conseguirlo, así que más os vale aprovecharlo bien.
La chica se marchó, desabrochándose el pantalón. Finnick rió y abrió la puerta que su amiga había señalado.
Dentro, se encontró con una habitación grande, iluminada con una pequeña lámpara que proyectaba una luz blanquecina muy tenue. Había una cama, lo suficientemente grande para los dos. Finnick cerró la puerta con el pie y la llevó hacia la cama, tumbándola en ella con cuidado.
-      ¿Estás bien? – preguntó, quitándose la chaqueta y tirándola al suelo.
Annie ni siquiera respondió. Se mordía las uñas nerviosa, mirándolo con ansiedad. Finnick se echó a su lado. La luz hacía sombras en su rostro, afilando sus facciones. Parecía más mayor, más adulta. Y haberla visto crecer desde la niña que subió las escaleras de un escenario el día de la cosecha hasta ese momento había sido un regalo.
-      ¿Pasa algo, amor?
Annie cerró los ojos, acariciándole el dorso de la mano.
-      ¿No crees que ha sido demasiado fácil?
Finnick se apoyó sobre el codo para mirarla, con el ceño fruncido. Annie continuó, jugueteando con el cuello de su camisa.
-      Quiero decir… Sé por lo que hemos pasado – Hizo una pausa, con las manos a medio camino de sus orejas. Finnick le acarició el pelo para tranquilizarla -. Lo sé. Pero ahora lo tenemos todo. Yo te tengo a ti. Tú a mí. Todo esto… ¿No crees que es demasiado? ¿Demasiado afortunados?
Finnick la besó con ternura, rozando su nariz.
-      Somos afortunados porque nos lo merecemos, Ann. Después de todo lo que hemos vivido. Somos infinitos, ¿te acuerdas? No es demasiado, al revés. Nunca es suficiente.
Annie sonrió, pasándole un dedo por la barbilla. Finnick la besó de nuevo, bajando hasta el cuello mientras se desabotonaba la camisa. Annie le besó el pecho cuando éste estuvo desnudo, quitándose las pinzas que mantenían su peinado. Finnick la miró. Esa era su Annie, la chica que siempre tenía el pelo en la cara. La chica que tenía diminutas pecas sobre la nariz, invisibles a primera vista. La chica que seguía sonrojándose y mirándolo como si no se creyera que él estaba allí con ella. La chica que no necesitaba ser guapa para ser bella.
Finnick rozó la piel desnuda de su espalda y deslizó el vestido por sus hombros. Piel con piel. Como aquella primera noche en la cueva. Eran un solo ser. Indivisibles. Finnick le besó la clavícula.
-      Te quiero – susurró ella, apoyando la frente en su hombro.
Finnick la besó de nuevo como respuesta, mordiéndole el labio inferior. Ese día había sido un pensamiento imposible para ellos desde hacía demasiado tiempo. Habían pasado por la locura, por el dolor, unos Juegos del Hambre, la tortura, la impotencia, la pérdida de quiénes más querían. Y cuando ambos habían pensado que todo estaba perdido, había vuelto a la realidad, a su curso. Estaban juntos. Infinitos.
Annie lo apartó, besándole el hombro.
-      ¿Sabes?
-      ¿Sí, Ann?
-      Estás salado.
Finnick rió y esa noche, la amó con cada poro de su cuerpo.

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