Doce años después.
Johanna
Mason caminaba por la orilla, con los pies descalzos sobre la arena mojada. Acostumbrarse
a la vida en el distrito 4 había sido más fácil de lo que había esperado en un
principio. Al menos, en aquel lugar lleno de playas y olor a sal, había
encontrado algo que nunca había tenido.
Ver
crecer a Neel había sido una de las cosas más preciosas que había tenido la
oportunidad de ver. Estar ahí cuando empezó a andar, cuando dijo su primera
palabra, cuando empezó a poner la casa patas arriba. Cada vez que lo miraba a
los ojos, no podía dejar de ver a su amigo ahí dentro, y se imaginaba lo
diferente que sería si él hubiese estado ahí. Lo diferente que serían todos.
Los
recuerdos no se habían ido, ni se irían nunca. Johanna andaba todos los días
por la orilla para recordarse que el agua no hacía daño, que no volvería a
aquellas celdas, pero aún no se atrevía a meterse en el mar. Quizá por ello,
sus duchas duraban menos de cinco minutos también. Ese miedo no la abandonaría
nunca.
Johanna
se puso las zapatillas y regresó a la Aldea de los Vencedores. El sol empezaba
a ascender en el cielo, tornándolo de un naranja claro. Los rayos de sol
incidían directamente sobre su piel morena. Se miró las manos mientras
caminaba, unas manos callosas que habían perdido toda su delicadez. Y no le
importaba. Eran las manos de una mujer que se ganaba la vida en un lugar en el
que nadie la juzgaba por quién había sido o lo que había hecho.
Obviamente,
tampoco había olvidado los Juegos del Hambre. Dudaba que alguno de los
vencedores vivos lo hiciese en algún momento de su vida. Esos crueles momentos
se grabarían a fuego en sus mentes. Johanna nunca dejaría atrás aquella niña
que fue, ni olvidaría cómo su hacha se clavó en el pecho de aquel chico para
lograr salir de la Arena. Y no se sentía orgullosa de haberlo hecho, pero sí de
haber sobrevivido después. Para ella, esa había sido la parte más dura.
Atravesó
las verjas de la Aldea. Annie estaría en casa, probablemente tejiendo alguna
red. Hacía años que había empezado a dedicarse a eso. Al parecer, era lo que
hacía antes de volverse loca. Sus dedos recordaban exactamente el patrón,
moviéndose con agilidad, trenzando las hebras doradas. De vez en cuando, se
sentaba en la mesa del comedor y escribía, escribía tanto que más de una vez
Neel y ella la habían visto dormida sobre un manojo de hojas encima de la mesa.
Pero era temprano. Seguro que ya estaba tejiendo.
Neel,
por su parte, seguiría dormido. Ese pececillo dormía mucho más que Finnick.
Johanna sonrió. Era increíble lo mucho que se parecían. Una vez, cuando el niño
tenía alrededor de cinco años, el distrito 4 había organizado en el colegio un
festival para celebrar el Día de la Liberación. Los niños tenían que ir
disfrazados y, cómo no, Margaret había comprado para Neel un traje de pez.
Johanna probablemente habría pensado lo ridículo que era el disfraz antes de
vérselo puesto, pero cuando el niño apareció por la puerta, con sus piernecitas
cortas y las escamas del traje reflejando la luz del sol, dándole a su piel
tonalidades multicolores, vio a Finnick, con un puñado de azucarillos en las
manos. El chico reía.
¿Insinúas que tengo
cara de pez, Mason?
Incluso
estando en un lugar en el que ninguno podía alcanzarlo, Finnick Odair estaba
más presente de lo que creían.
Johanna
se rascó la cabeza mientras subía las escaleras de su casa. Ese día no tendría
trabajo. Había vendido muy rápido toda la madera de esa semana, así que no
tendría que salir más hasta la semana siguiente. Podía quedarse en casa. Podía
ayudar a Annie a tejer una red. O dormir, simplemente. Había sido difícil
volver a dormir sin ayuda de la morflina, que le daba noches tranquilas sin
sueños. Sueños blancos, así los llamaba Annie. Pero lo había logrado, como
había logrado todo lo que se había propuesto.
Justo
cuando estaba sacando la llave para entrar en casa, la puerta se abrió. Neel
estaba en el umbral, con los ojos verdes entrecerrados. Tenía catorce años, la
misma edad con la que ella había visto a Finnick por primera vez en televisión,
y nadie podría atreverse a negar que aquel niño era hijo suyo. Quizá no tenía
su nariz, o su pelo fuese oscuro en lugar de cobrizo, y puede que la forma de la mandíbula no fuese tan dura como la de su
padre. Pero era su viva imagen. Ojos verdes, labios llenos, hombros anchos. El
chico la miró, sorprendido, y salió corriendo.
-
¡Neel!
– gritó Johanna, corriendo tras él -. ¡Eh, dónde vas! ¡Odair!
Johanna
lo vio adentrarse en una pequeña apertura en la roca y desaparecer. Annie nunca
lo había llevado a su playa. ¿Desde cuándo sabía Neel su existencia?
Maldiciendo, Johanna lo siguió.
El
chico estaba sentado en la arena, frente al mar. Johanna lo observó de lejos.
Tenía el pelo revuelto, los hombros caídos, y llevaba aún puesta la camiseta
sin mangas del pijama. Se acercó silenciosamente y se sentó a su lado, sin
apartar los ojos de él.
-
Quería
estar solo – dijo.
Johanna
observó que sostenía un cuaderno en las manos, ennegrecido por los años.
-
Lo
veo un poco difícil estando yo aquí – añadió Johanna -. ¿Qué pasa?
-
Tía
Jo…
-
Neel
– El chico apartó la mirada -. Eh. Puedes contármelo todo. Lo sabes, Odair.
Neel
se mordió el labio, pasándose una mano por el cuello. Estaba nervioso o
preocupado. El muchacho tragó saliva.
-
Ayer
– comenzó, con la voz ronca -, después de que Emer se fuese, subí al desván.
Solo por curiosidad. Y descubrí…
Johanna
se acarició un mechón de pelo, fingiendo despreocupación. Hacía siglos que
nadie subía al desván. Era un lugar lleno de recuerdos del pasado. Neel levantó
el cuaderno, pasándoselo. Johanna lo miró interrogante, levantando las cejas.
Las tapas estaban sucias y había hojas sueltas, pero lo reconocía. No era la
primera vez que lo veía.
Miró
a Neel, entrecerrando los ojos, pero el chico seguía mirando el mar.
-
¿Neel?
– Johanna le golpeó suavemente el hombro -. Oye.
El
chico se giró. Tenía los ojos llenos de lágrimas.
-
Me
contó qué eran los Juegos. Me contó qué pasó en la guerra. Me contó lo mal que
lo pasó después de que mi padre muriese y siempre me habla de su historia –
Neel se quitó las lágrimas con el dorso de la mano -. ¿Por qué no me habló de
ella misma, Jo? ¿De todo eso?
Neel
señaló el cuaderno. Annie nunca hablaba sobre sus Juegos, ni sobre lo que pasó
después. Para ella, había un gran vacío desde que salió de los Juegos hasta que
empezó a recuperarse. Dos años de los que nunca hablaba. Johanna la había
ayudado a explicarle a Neel qué eran los Juegos del Hambre, quién había sido
Finnick Odair y cómo había sido la Guerra del Capitolio. Le había contado
incluso quién había sido Johanna Mason. No le iba a hablar de la tortura en el
Capitolio a un niño de catorce años, pero sí le había contado cómo la habían
conocido durante años. Pero Annie le había hecho prometer que no diría nada
relacionado con ella. Y así lo había hecho durante años.
-
No…
- Neel arrugó la nariz -. Todo lo que ha…
El
chico dejó caer la cabeza. Johanna abrió el cuaderno por una página cualquiera
y leyó.
Dexter dice que es bueno recordar. ¿Cómo va a ser
esto bueno? Duele. Duele mucho. Cada recuerdo que he tenido ha sido malo. Mi
madre. Kit. El muro y la ola. Desearía poder sacarme lo que hay dentro de mi
cabeza y no volver a recordar. Ni a pensar. Sería bonito ser un pez.
Pasó
las hojas, llenas de tachones y letras de diferentes tamaños, como mensajes.
Recuerdos dolorosos de los Juegos. De las pérdidas.
Escucho
a la gente gritar.
Gritan
por sus muertos
y
por sus vivos
que
pronto estarán muertos.
Gritan.
Gruñen.
Quieren
venganza.
¿Para
qué?
Por
los muertos
que
ya están muertos,
y
por los vivos,
que
lo estarán
si
paran de gritar.
Cerró
el cuaderno. Neel había empezado a llorar a su lado, con la cabeza entre las
manos. Johanna soltó el diario sobre la Arena y le pasó un brazo por los
hombros como tantas veces había hecho
cuando era niño.
-
Escúchame
– dijo, en apenas un susurro -. Fue duro para todos. No la culpes por querer apartarte
de ello.
Neel
levantó la cabeza de nuevo, quitándose las lágrimas, y se giró para mirarla.
-
¿Por
qué fue más horrible para ella?
-
La
Arena nos cambió a todos, Neel – susurró -. Nos obligó a llevar una vida que no
queríamos. Pero para tu madre… A ella no la cambió. La transformó en otra
persona.
Neel
se agitó el pelo con la mano e inspiró, tratando de relajarse.
-
Hoy
no se ha levantado – dijo el muchacho -. Estaba en la cama, mirando la foto.
Hacía tiempo que no le pasaba.
Johanna
clavó los ojos en el inmenso mar que tenía ante ella. Hacía meses que Annie no
se sentía tan mal como para no salir de la cama. Las pesadillas de esa noche debían
haber sido más fuertes. Johanna le cogió una mano al niño, poniéndole el
cuaderno sobre las rodillas.
-
Ve
y hazla sonreír un poco hoy. Lo necesita.
Neel
sonrió, y se le marcaron los hoyuelos en las mejillas. Y allí, en aquella
playa, a su lado, estaba Finnick, con la misma sonrisa, como si nunca se
hubiese ido. Johanna agitó la cabeza, mirando el reflejo de su mejor amigo.
-
A
lo mejor podrías disfrazarte de pez – sugirió.
El
niño rió, golpeándole el brazo suavemente con el puño, y se mordió el labio, fingiendo
una pose provocativa.
-
De
pez payaso.
Johanna
soltó una carcajada.
¿Insinúas que tengo
cara de pez, Mason?
De pez payaso. Y
ahora, lárgate…
Neel
se puso en pie, sujetando el cuaderno firmemente con ambas manos. Johanna se
levantó, sacudiéndose la arena de la ropa, y le dio una ligera colleja al chico
en la nuca.
-
Vamos,
pececillo.
Neel
se introdujo en la apertura de la roca.
Annie
estaba en su habitación, tumbada de espaldas a la puerta, con la mirada clavada
en la foto de Finnick que tenía sobre la mesilla. Johanna y Neel la observaron
desde el pasillo.
-
No
puedo entrar – admitió el chico, lo suficientemente bajo como para que su madre
no lo escuchase.
Johanna
le puso una mano en el hombro.
-
Entra.
Y sé un pez payaso como dios manda.
El
chico frunció el ceño y entró en la habitación. Se tumbó en la cama, junto a su
madre, que se giró para mirarlo. Annie le acarició la cara con las mejillas llenas
de lágrimas que reflejaban la luz del sol, bebiendo del rostro de su hijo tanto
como bebía del de Finnick. Johanna sintió un fuerte nudo en el estómago
observándolos, como si fuese una intrusa. Era parte de la familia, pero ese
momento era suyo. Annie acunó a su hijo entre los brazos y, de repente, el niño
se puso a llorar, abrazado a la cintura de su madre. Annie le besó la cabeza,
acariciándole el pelo oscuro y miró hacia la puerta, con los ojos brillantes.
Johanna asintió, dedicándole una media sonrisa. Annie le sonrió al mismo tiempo
que una lágrima caía por su mejilla. Johanna se apartó de la puerta, pero el
nudo de su estómago era aún más fuerte. Se apoyó en la pared, respirando hondo
y mordiéndose el labio. Sus ojos escocían, amenazando con hacerla llorar en
cualquier momento. Johanna se apartó de la pared y bajó corriendo las
escaleras. Atravesó la Aldea y volvió a la playa, a la playa de Annie, al único
sitio de todo el distrito en el que sentía que Finnick no se había ido del
todo. Se sentó en la arena, en el mismo sitio que había ocupado Neel.
El
sol brillaba con fuerza en lo alto del cielo, reflejándose en el mar. Habían
pasado catorce años desde la guerra. Catorce años sin la presencia de Finnick
Odair, que era como un rayo de luz en sus vidas. Catorce años sin su mejor
amigo, sin la única persona que se había preocupado por cuidarla. Catorce años
sin la única persona que, sin saberlo, le había regalado lo que siempre le
había hecho falta: una familia.
Dejó
caer las lágrimas allí donde nadie podía verla. No se trataba de una cuestión
de debilidad esconderse para llorar, ni la forma de demostrar que era fuerte
por fuera y una ruina por dentro. Johanna estaba bien. Entera. Viva. Y era
feliz como no lo había sido en mucho tiempo. Se escondía porque esas lágrimas
eran solo para Finnick. Solo para él.
Recordaba
el último día que lo había visto. Ella estaba en el hospital del distrito 13,
enganchada a un tubo de morflina, luchando para mantenerse despierta. Finnick
había ido a despedirse, aunque ella no imaginó que sería para siempre. Y probablemente,
él tampoco lo supiera.
Si pretendes que te
desee suerte, vas listo. Es injusto que tú vayas y yo no, había dicho,
tratando de mantenerse despierta.
Finnick
había sonreído, inclinándose para besarle la frente.
Volverás a verme, Jo.
No voy a desaparecer tan fácilmente.
Y
no lo había hecho.
Lo
veía en el verde del mar. Lo veía en los rayos del sol. Lo veía en el Panem
libre. Y lo veía en su hijo cada vez que el niño sonreía. No había desaparecido
para nada.
Johanna
se quitó la ropa y caminó hacia el mar. Inmenso, interminable. El agua le rozó
los tobillos y miles de imágenes inundaron su mente. Y el dolor. Su piel empezó
a escocer, pero se obligó a seguir. El agua le rodeó la cintura con sus fríos
brazos. El pecho. El cuello. Johanna hundió la cabeza y abrió los ojos.
Y
de repente, todo se esfumó. No existía el dolor fantasma en su piel, ni
recuerdos de un pasado cruel en su mente. Solo calma. Salió a la superficie,
tragando aire fresco. Lo había hecho. Estaba dentro del agua, sin miedo. Sin
dolor, sin recuerdos. Se giró, maravillada, y enfocó la mirada en la playa.
Finnick
volvía a estar allí, apenas un recuerdo, un espejismo, difuminado. Nunca se
iría, por mucho que ahora pudiese parpadear y dejar de verlo. Porque estaba en
esa playa. Estaba donde estuviese la gente que lo quería.
-
Aquí
estoy, descerebrado. No voy a desaparecer tan fácilmente – susurró.
Cerró
los ojos y se volvió a hundir.
Y
allí, bajo el agua, pensó en Annie, que había conseguido ser feliz después de
perder lo que más quería. Que había tenido un niño precioso que había sido un
haz de luz en un futuro que se antojaba oscuro sin Finnick. Que había vuelto a
sonreír.
Y
ambas habían sobrevivido a esa ola que había arrasado sus vidas desde los
mismos cimientos. Y estaban reconstruyéndose, y seguirían haciéndolo durante el
resto de sus vidas. Porque de eso se trataba. De encontrar la calma. Calma bajo
las olas.
From Duckling to you.
Y hasta aquí, ña. Si has llegado leyéndolo todo hasta aquí, quiero que
sepas que te quiero incondicionalmente.
Un año y medio, que se dice pronto. Un año y medio en el que he
disfrutado escribiendo, leyendo vuestros comentarios, emocionándome con cada
‘es increíble’ que me habéis puesto y dándole a estos personajes el
protagonismo que se merecen.
Soy yo la primera sorprendida cuando veo que son 91 capítulos, la
primera cosa que empiezo a escribir y consigo acabar. Cuando lo empecé, no
esperaba pasar siquiera de los treinta, y ahora… Bueno, ya veis que no son
treinta. ¿Por qué tan largo entonces? Finnick y Annie son dos de mis personajes
literarios favoritos. Finnick sale más en el libro, es fácil amarlo, pero
¿Annie? Quizá gracias a ella empezó el fic. Me obsesioné con el personaje.
Quería saber más sobre ella, sobre qué pasaba por su cabeza. Necesitaba saber
más sobre ambos, así que empecé a imaginar cómo se conocieron, cómo crecieron.
Puede que lo que yo imaginé para ellos sea distinto a lo que podáis imaginar
vosotros, pero en mi cabeza, ya no concibo otra historia que esta. No quería
darles un final mediocre, un final hecho sin pensarlo detenidamente. Quería
cerrar bien la historia, quería imaginar que Annie podía volver a ser feliz
otra vez. Y eso no podía hacerlo en mis treinta iniciales capítulos de ‘Calma
Bajo las Olas’, así que, cuando solo llevaba diez escritos, me di cuenta de que
iba a necesitar más, muuuuuuchos más.
¿El porqué del título? Nunca pensé en ponerle un título. Pero
entonces, un día, escuche una canción llamada así y
me recordó tanto a ellos que… Ahí se quedó.
Me da pena acabarlo, tengo que admitirlo, por todo lo que me ha dado.
He conocido gente increíble a través de esto, y he descubierto que puedo
emocionar a través de las historias, que es lo que me gustaría hacer en un
futuro. No es por sonar cruel, pero cada vez que me habéis dicho que llorábais,
o que os había destrozado, o que estábais emocionados, o tan enganchados que no
podíais dejar de leer, mi cara era todo sonrisa, porque eso es lo que quería
conseguir con esto. Causar, aunque sea, un mínimo de emoción en alguien. Me da pena acabarlo por todo lo que vosotros me
habéis dado. Sí, vosotros. Puede que suene a tópico barato, lo que queráis, y
sé que lo he repetido hasta la saciedad, pero no os hacéis a la idea de lo que
esto significaba y significa para mí. Me faltaría tiempo para agradeceros a
todos y cada uno de los que habéis leído esto, aunque solo haya sido un
capítulo. En serio, me faltarían vidas. Quiero que todos los que alguna vez
hayáis abierto este blog os sintáis dentro de un gigantesco GRACIAS. Por los
comentarios anónimos o firmados, por los MD y tweets en Twitter, que han sido…
Inexplicable la sensación que me dejábais. Gracias por todo, de verdad.
Sin embargo, hay un grupito de mujeres que me han dado tanto que tengo
que hacer una mención especial.
Empezando por Suzanne Collins, por crear esta magnífica historia y,
sobre todo, esta pareja, que me ha hecho vivir la historia como si estuviese
dentro de ella. A Tulipau, primero, por su fantamaravilloso Renegade (si no lo habéis leído, no sé
qué esperáis. GO, READ, NOW http://fou-renegades.blogspot.com.es/) que mejoraba mis lunes,
pero sobre todo, los comentarios que siempre me animaban a seguir la historia y
a seguir escribiendo. A Chispis, que me ha estado apoyando
siempre desde
el otro lado del océano y que nunca ha querido perderse ni un solo
capítulo. A Val, que no solo no ha parado de repetirme lo mucho que le
gusta el fic y de emocionarme con cada cosa que me escribe. A Shen
(Cuchara escritora en potencia, y, si no os lo creéis, repito, LEED, NOW http://you-win-or-you-die.blogspot.com.es/) que era la primera en
estar atenta por si subía un capiduck, fuese la hora que fuese o el día que
fuese, que pidió hasta la saciedad un capifuck, que comentaba cada capítulo de
la manera más mejor (‘más mejor’, porque puedo) y que ha estado ahí, diciéndome
que debía seguir escribiendo. Y, cómo no, a L, la primera lectora del
blog, que ya desde el principio me dio apoyo para seguir con esto, que no deja
de decirme que escriba algo mío ya, que siempre me contaba teorías sobre el
curso del fic que no distaban mucho de lo que yo planeaba, y que tenía
instintos homicidas cuando me daba por ser cruel. Y a estas cinco perrillas,
en general, por considerarse ‘Fireducks’, que eso para mí ya es demasiado
increíble.
A Tania (@taniatienzate), @camthebroken, @LeyendOfNat_, @TwoLionsOneBow,
Nicole… por ser tan absolutamente ñas y adorables y todo. Gracias por esos comentarios, en serio. Y bueno, me gustaría poder nombraros a todos y cada uno de vosotros,
seguidores y anónimos. Todos habéis construido este fic, y probablemente no
hubiese llegado hasta este epílogo sin vosotros; y no solo dentro de esta
historia, sino que, a nivel personal, me habéis dado el empujoncito que
necesitaba para seguir escribiendo durante el resto de mi vida. Y si algún día,
que ojalá, llego a publicar algo, me gustaría poder decir que empecé aquí (que
sí, que suena muy cursi, BUT ES MI MOMENTO, PSÉ). Gracias por leer, espero en
serio que lo hayáis disfrutado tanto, más o aunque sea la mitad que yo. De
verdad, MUCHÍSIMAS GRACIAS. Os quiero una ballena y punto.
Pato :)
(Por cierto. Me gustaría que, si habéis seguido el
fic hasta aquí, me dejaseis un comentario diciéndome qué os ha parecido en
general. Ya sabéis que valoro todo lo que me decís un montón. Porfaplis. Y ña).
<3