Las
cosas empezaron a mejorar.
La
guerra había dejado estragos. Heridas profundas que nunca llegarían a cerrarse.
Y dolor que nunca llegaría a sanar. Annie Odair lo sabía muy bien.
Sin
embargo, pronto todo pareció brillar de nuevo. Al principio con una luz tenue y
gris para todos, incluso para Johanna Mason, que dejó de fingir que no se
preocupaba por nadie y empezó a hacerlo por su nueva familia. Annie jamás
olvidaría sus primeras semanas en el distrito 4, semanas que habían sido duras
para ambas. Los recuerdos eran un dedo en la llaga constantemente. Finnick,
Dexter, Mags. El recuerdo de un tiempo sin preocupaciones. Pero para Johanna
habían sido incluso peores.
A
los pocos días de llegar al 4, Annie le mostró su playa. Reconstruyeron la
cueva poco a poco, con esfuerzo y dedicación, tal y como Finnick había hecho en
su momento. Cuando acabaron, a los tres días, se sentaron frente al inmenso mar
azul. Johanna se quedó dormida sobre la arena, con el sol resplandeciendo sobre
su piel perlada por el sudor. Annie, por su parte, caminó hacia el agua. Su
madre le había dicho alguna vez que el agua era una medicina. Trató de no
pensar en el verde mar de los ojos de Finnick y se adentró más y más. Cuando
quiso darse cuenta, estaba hundida hasta el cuello. Y, de repente, había
escuchado el grito.
Johanna
se había metido sin vacilar en el agua. Annie nadó hacia ella, explicándole que
todo estaba bien, pero los flashbacks
aparecieron en la mente de su amiga, dilatándole las pupilas hasta que sus ojos
fueron negros. Annie la sujetó por las muñecas, obligándola a mirarla a los
ojos.
Está bien, había dicho. Estás conmigo, en el 4. Con tu familia.
Cuando
le había dicho que iba a tener al niño, Johanna se había calmado por completo y
sus ojos habían vuelto a ser los de siempre.
Esa
tenue luz había ido cobrando fuerza. Seguía teniendo recaídas, algo que
probablemente nunca se marcharía. Aún se despertaba cada mañana tocando el otro
lado de la cama, esperando encontrarlo allí tumbado. Había días en los que no
podía moverse de la cama, con los ojos clavados en el cuadro de Finnick,
diciéndole que iba a ser padre. Cuando sintió a su bebé moverse en su interior,
las dudas y el miedo la atenazaron de nuevo. No podría hacerlo. Una cosita tan
frágil, capaz de romperse tan fácilmente… Tenía miedo de que se lo quitasen
igual que se lo habían quitado todo. Entonces, ahí estaba Johanna, recordándole
que estaban a salvo, en en 4, con su familia. No se había equivocado al afirmar
que se necesitaban la una a la otra.
De
eso habían pasado dos años.
Annie
levantó la vista del cuaderno. Johanna estaba sentada en la arena de la playa,
con los dedos de los pies enterrados en la arena. Frente a ella, estaba sentada
la criatura más preciosa que Annie había visto en su vida. Le habían hecho
falta casi veintidós años para darse cuenta de que eso era lo que había
salvado su vida, y probablemente la de cualquiera. Tenía el pelito oscuro, tan
rebelde como el suyo. Su nariz, levemente levantada. Pero el resto… el resto
era todo de Finnick. Los ojos verdes como el mar, la sonrisa, los hoyuelos.
Annie no podía evitar sonreír cada vez que lo miraba. Era tan hermoso que
dolía.
Cuando
lo sostuvo en sus brazos por primera vez, parecía tan frágil, tan pequeño, con
la carita enrojecida, que quiso soltarlo y dejárselo a alguien que pudiese
cuidarlo mejor. Pero cuando el niño tocó su piel con esas manitas tan
diminutas, cesó su llanto. El niño había abierto los ojos y la había mirado
directamente, como si la conociese.
Entonces,
su nombre había salido de la boca de Annie como un suspiro.
Neel.
Había
pensado nombres durante los nueve meses, tanto para niño como para niña. Sin
embargo, en su interior sabía que era un niño. Finnick era el nombre con el que se refería a él cuando aún no
había nacido. Pequeño Odair era el
nombre que utilizaba Johanna, o pececillo,
en su defecto. Pero cuando el bebé nació, comprendió que nunca habría podido
llamarle Finnick.
Llamarle
como su padre habría supuesto convertir a su hijo en el recuerdo constante de
que Finnick se había ido. De que jamás podría ver a su niño, abrazarlo, jugar
con él. Pero ese niño no era el premio de consolación que le había quedado tras
perder a Finnick, sino el regalo que él había dejado antes de marcharse.
Neel.
El
niño se giró hacia ella, llamándola con sus balbuceantes palabras de bebé.
Annie dejó el cuaderno en el suelo y se acercó, extendiendo hacia él los
brazos. Neel levantó sus manitas, haciendo un puchero. Johanna lo cogió en
brazos, sonriendo.
-
Creo
que el pececito te echa demasiado de menos – le dijo, pasándoselo.
Annie
sonrió, colocándose al niño en la cadera. El bebé levantó la carita, sonriendo,
marcándosele los hoyuelos en las mejillas. Annie se inclinó, rozando su nariz
con la suya. Era la cosa más perfecta que había visto en su vida.
-
Deberíamos
irnos – sugirió, recogiendo el cuaderno del suelo.
Johanna
asintió, enseñándole la lengua al bebé.
El niño soltó una carcajada y extendió un bracito hacia ella.
-
¿El
pececito quiere ir con la tía Johanna? – susurró Annie, acariciándole la mano.
Los
ojos de su amiga volvieron a iluminarse cuando le pasó al niño. Era otra
persona diferente cuando estaba con él, como si Neel tuviese la capacidad de
cambiarla. Johanna volvía a ser la misma de siempre con el resto, pero con
ellos dos, siempre era una más de la familia.
Annie
nunca había llevado a Neel a su playa. No solo por lo difícil que era acceder a
ella, sino que no estaba preparada para hacerlo. Ver a su hijo, tan parecido a
Finnick, en aquel lugar que solo ellos dos habían conocido y que había sido tan
especial… No estaba preparada para enfrentarse a eso todavía. Y la playa del
distrito estaba bien. El mar, la arena, la gente, siempre dispuesta a ayudar…
Mentiría
si dijese que había estado sola. No solo había contado con Johanna, que no se
separaba nunca de ella, y con Margaret, que seguía trabajando en la casa.
Louisa, la madre de Emer, la había ayudado en el parto. Un amable pescador le
había dado ropita de sus hijos para Neel. Una anciana le había regalado mantas
y su hija le llevaba constantemente
paquetes de pañales. Como recompensa, Annie había dado una gran parte, tanto de
su dinero como del de Finnick y Mags, al ayuntamiento del distrito para mejorar
la calidad de vida de sus ciudadanos. No necesitaba tanto. Y Johanna, que había
hecho lo mismo en el 7, vendía madera para las chimeneas y las hogueras.
Además, le había hecho una cuna a Neel con madera clara y figuras de peces.
Quién habría dicho que dentro de Johanna Mason se escondía una tallista. La vida
seguía adelante.
Atravesaron
la Aldea de los Vencedores hasta llegar a su casa. Annie cogió a Neel mientras
Johanna sacaba las llaves y abría la puerta. El niño le tocó la cara a su
madre, riendo. Annie le besó la manita y entró tras su amiga. Sin embargo, la
casa no estaba vacía.
Margaret
servía café en unas tazas a dos personas sentadas en el sofá. Uno de ellos
tenía el pelo rubio claro y ondulado. La otra, tenía el pelo oscuro recogido en
una trenza. Johanna fue la primera en reaccionar.
-
Vaya,
pero mira lo que tenemos aquí.
Katniss
y Peeta se giraron a la vez, sonriendo. La cara de Katniss se transformó en
cuanto vio a Neel en brazos de Annie, pasando de la alegría a la emoción. Annie
supuso que la chica vería a Finnick en él tanto como ella.
-
¿Qué
hacéis aquí? – preguntó, cuando Katniss se levantó para abrazarla.
-
¿No
podemos visitar a nuestras amigas? – preguntó Peeta, estrechándola entre sus
brazos -. Bueno, y a nuestro nuevo amigo también.
Peeta
colocó un dedo en la mejilla de Neel, que se lo cogió y tiró de él, frunciendo
el ceño. Katniss rió.
-
Creo
que no le gustas – dijo, apartándolo suavemente.
Katniss
miró fijamente al niño y le acarició la mejilla con el dorso de la mano. Neel
le cogió la trenza y la sostuvo entre sus manitas con una sonrisa.
-
Vaya
– exclamó Peeta, llevándose la mano al pecho -, me siento ofendido.
Johanna
pasó a su lado, golpeándole la cadera con la suya.
-
¿Decepcionado
porque tu único rechazo venga de un adorable bebé, Mellark?
Peeta
sonrió, rascándose la cabeza y mirando a Katniss por el rabillo del ojo. Annie
los miró. Parecía que estaban bien. También habían seguido adelante. De
repente, Neel extendió los bracitos hacia Peeta, que soltó un grito de júbilo y
le cogió las manos, dispuesto a tomarlo en brazos. Sin embargo, a medio camino,
se retiró, frunciendo los labios.
-
Peeta,
está bien – susurró Katniss, colocándole una mano en el brazo -. No le vas a hacer daño.
El
chico miró a Annie, pidiéndole permiso. Sin embargo, Johanna llegó antes y
cogió a Neel, arrastrando a Peeta de la muñeca hasta el jardín. Annie los vio
desaparecer, sonriendo.
-
Parece
otra – admitió Katniss.
-
Todos
hemos cambiado.
Se
sentaron en el porche. Johanna y Peeta estaban sentados en el suelo, con Neel
puesto entre ambos, mientras se pasaban una pelota de goma. El niño no dejaba
de reír.
-
Es
igual que él – dijo Katniss, poniéndose seria de repente -. Cuando mandaste la
foto, no se parecía tanto, pero ahora…
Annie
asintió.
-
Es
precioso.
Annie
se giró hacia Katniss. Su mirada estaba clavada en Peeta, que sostenía la
pelota en alto mientras Neel trataba de alcanzarla.
-
¿Y
vosotros? ¿Qué tal?
Katniss
se acarició despreocupadamente la trenza, aunque su rostro seguía mostrando un
ligero rastro de dolor.
-
La
noche que no me despierto gritando yo, lo hace él. Pero ayuda volver a estar
bien, aunque sea complicado. Resulta diez veces más difícil recuperarte que hundirte – añadió Katniss,
con una sonrisa triste -. Es algo que Finnick me dijo una vez.
Annie
clavó los ojos en Neel. Él era el que la había mantenido a flote. Él le había
devuelto parte de la cordura. Ahora, podría ser catalogada como Casi Estable o
algo así.
-
¿Cuánto
vais a quedaros? – preguntó Annie, devolviéndole la vista a la chica que tenía
al lado.
-
Poco.
Los trenes de los distritos pasan cada tres días, pero mañan…
-
Podéis
quedaros todo el tiempo que queráis – sugirió Annie, cortándola -. Disfrutad de
la playa. El sol.
Katniss
sonrió.
-
Annie…
-
Tenemos
habitaciones de sobra.
La
chica rió. Peeta llegó hasta ellas con Neel en brazos, que le tiraba suavemente
del pelo rubio. El muchacho se lo pasó a Annie y se sentó junto a Katniss,
acariciándole la rodilla.
-
Peeta,
creo que nos acaban de invitar a pasar unos días en el 4.
El
chico sonrió, primero a Annie, luego a Katniss y finalmente al niño. Annie se
levantó y le pidió a Margaret la cena. La mujer les preparó marisco y sopa,
además de una papilla para Neel. Katniss se ofreció a dársela, cucharada a
cucharada, con paciencia. Al final de la cena, Johanna los miró a todos con una
sonrisa.
-
Me
estáis robando a mi sobrino y no me gusta un pelo.
-
¡Vamos,
descerebrada! – dijo Katniss, lanzándole
una mirada burlona -. Nosotros también somos de la familia.
Esa
noche, cuando toda la casa dormía, Annie seguía despierta, tumbada en la cama
con Neel a su lado, haciendo formas en su barriguita de bebé sobre la tela del
pijama.
Pensó
en todo lo que había vivido. En las dos cosechas que había superado. En sus
Juegos del Hambre. En Kit. En cómo Finnick la había cuidado y amado. En el
Vasallaje. Las celdas del Capitolio. La guerra. Finnick. Había visto Panem
atado, encadenado dentro de una jaula. Snow seguía apareciendo en sus
pesadillas, destrozando todo cuanto tenía. Pero no era real.
Tenía
a Neel, que había sido como un trago de agua fresca en mitad de un desierto. Que
había reducido el dolor de todas sus heridas, a pesar de que ninguna había
llegado a sanar completamente. Tenía a Johanna, que no se había separado de
ella ni un segundo. Tenía a sus amigos: Katniss, Peeta, incluso Haymitch, que
la había llamado varias veces para saber cómo estaban ella y el bebé. El
distrito, que se había entregado con ella. Vivía en un mundo mejor, sin miedo,
sin Juegos del Hambre.
Y
allí delante estaba su hijo, su mayor regalo, dormido, sin preocupaciones, sin
saber qué había pasado antes de él. Soñando.
Cuando volvamos a
vernos, Panem será libre.
Annie
cerró los ojos mientras Finnick susurraba esa frase en sus recuerdos y
comprendió.
Finnick
había tenido razón cuando había dicho que se verían cuando todo pasase. Después
de perderlo, Annie lo había considerado como la ruptura de su promesa, pero
seguía ahí, y se cumplió nueve meses después, cuando Neel abrió los ojos y la
miró. Porque Finnick, al que había amado más que a nadie, estaba ahí, dentro de
su hijo, y ahora tenía que amar a su niño por los dos.
Ojalá pudieses verlo, susurró, mirando la
foto que descansaba junto a su mesilla. Finnick le devolvió la sonrisa.
Annie
sabía que él estaría orgulloso. No solo de ella, de ver cómo había logrado
seguir adelante, sino de Johanna también, de Katniss, de Peeta, de Panem.
Incluso de Neel, por tener esa sonrisa.
Así
que, cuando Annie dejó a su niño en la cuna, cogió su cuaderno blanco, en el
que, durante dos años, había intentado escribir sin éxito alguna poesía y dejó
que las palabras se deslizasen por el papel.
Donde
estés, allí te sigo.
Donde
esté, ahí estás tú.
Estás
conmigo
desde
el mar y el cielo azul.
Si
pudieses verlo, no lo creerías.
Él
es más que luz.
Esperanza
y alegría,
tan
brillantes como lo fuiste tú.
Nos
enfrentamos a todo,
solos
tú y yo,
y
la niebla el mundo cubrió
cuando
el viento nuestro muro derrumbó.
Me
creí débil y sin vida,
innumerables
veces te quise acompañar,
pero
tú me sostenías
aunque
siquiera pudiese pensar.
Y
entonces, ojos verdes
se
abrieron una vez más.
Porque
somos infinitos.
Sin
principio ni final.
Eres un pato cruel. HE TENIDO QUE PARAR DE LEER PORQUE ESTABA LLORANDO. Lalasá no ha comentado la primera. I feel important.
ResponderEliminarMe ha llegado a la patata.
Veamos. "Cuando volvamos a vernos, Panem será libre. Annie cerró los ojos mientras Finnick susurraba esa frase en sus recuerdos y comprendió. Finnick había tenido razón cuando había dicho que se verían cuando todo pasase. Después de perderlo, Annie lo había considerado como la ruptura de su promesa, pero seguía ahí, y se cumplió nueve meses después, cuando Neel abrió los ojos y la miró. Porque Finnick, al que había amado más que a nadie, estaba ahí, dentro de su hijo, y ahora tenía que amar a su niño por los dos. [...] Annie sabía que él estaría orgulloso." ¿QUIERES QUE ME QUEDE SIN LÁGRIMAS?
No, es que solo quedan tres capiducks y no PUEDE ACABARSE. WHY, PATITO? WHY?