viernes, 2 de mayo de 2014

Capítulo 90. 'Neel'.


Las cosas empezaron a mejorar.
La guerra había dejado estragos. Heridas profundas que nunca llegarían a cerrarse. Y dolor que nunca llegaría a sanar. Annie Odair lo sabía muy bien.
Sin embargo, pronto todo pareció brillar de nuevo. Al principio con una luz tenue y gris para todos, incluso para Johanna Mason, que dejó de fingir que no se preocupaba por nadie y empezó a hacerlo por su nueva familia. Annie jamás olvidaría sus primeras semanas en el distrito 4, semanas que habían sido duras para ambas. Los recuerdos eran un dedo en la llaga constantemente. Finnick, Dexter, Mags. El recuerdo de un tiempo sin preocupaciones. Pero para Johanna habían sido incluso peores.
A los pocos días de llegar al 4, Annie le mostró su playa. Reconstruyeron la cueva poco a poco, con esfuerzo y dedicación, tal y como Finnick había hecho en su momento. Cuando acabaron, a los tres días, se sentaron frente al inmenso mar azul. Johanna se quedó dormida sobre la arena, con el sol resplandeciendo sobre su piel perlada por el sudor. Annie, por su parte, caminó hacia el agua. Su madre le había dicho alguna vez que el agua era una medicina. Trató de no pensar en el verde mar de los ojos de Finnick y se adentró más y más. Cuando quiso darse cuenta, estaba hundida hasta el cuello. Y, de repente, había escuchado el grito.
Johanna se había metido sin vacilar en el agua. Annie nadó hacia ella, explicándole que todo estaba bien, pero los flashbacks aparecieron en la mente de su amiga, dilatándole las pupilas hasta que sus ojos fueron negros. Annie la sujetó por las muñecas, obligándola a mirarla a los ojos.
Está bien, había dicho. Estás conmigo, en el 4. Con tu familia.
Cuando le había dicho que iba a tener al niño, Johanna se había calmado por completo y sus ojos habían vuelto a ser los de siempre.
Esa tenue luz había ido cobrando fuerza. Seguía teniendo recaídas, algo que probablemente nunca se marcharía. Aún se despertaba cada mañana tocando el otro lado de la cama, esperando encontrarlo allí tumbado. Había días en los que no podía moverse de la cama, con los ojos clavados en el cuadro de Finnick, diciéndole que iba a ser padre. Cuando sintió a su bebé moverse en su interior, las dudas y el miedo la atenazaron de nuevo. No podría hacerlo. Una cosita tan frágil, capaz de romperse tan fácilmente… Tenía miedo de que se lo quitasen igual que se lo habían quitado todo. Entonces, ahí estaba Johanna, recordándole que estaban a salvo, en en 4, con su familia. No se había equivocado al afirmar que se necesitaban la una a la otra.
De eso habían pasado dos años.
Annie levantó la vista del cuaderno. Johanna estaba sentada en la arena de la playa, con los dedos de los pies enterrados en la arena. Frente a ella, estaba sentada la criatura más preciosa que Annie había visto en su vida. Le habían hecho falta casi veintidós años para darse cuenta de que eso era lo que había salvado su vida, y probablemente la de cualquiera. Tenía el pelito oscuro, tan rebelde como el suyo. Su nariz, levemente levantada. Pero el resto… el resto era todo de Finnick. Los ojos verdes como el mar, la sonrisa, los hoyuelos. Annie no podía evitar sonreír cada vez que lo miraba. Era tan hermoso que dolía.
Cuando lo sostuvo en sus brazos por primera vez, parecía tan frágil, tan pequeño, con la carita enrojecida, que quiso soltarlo y dejárselo a alguien que pudiese cuidarlo mejor. Pero cuando el niño tocó su piel con esas manitas tan diminutas, cesó su llanto. El niño había abierto los ojos y la había mirado directamente, como si la conociese.
Entonces, su nombre había salido de la boca de Annie como un suspiro.
Neel.
Había pensado nombres durante los nueve meses, tanto para niño como para niña. Sin embargo, en su interior sabía que era un niño. Finnick era el nombre con el que se refería a él cuando aún no había nacido. Pequeño Odair era el nombre que utilizaba Johanna, o pececillo, en su defecto. Pero cuando el bebé nació, comprendió que nunca habría podido llamarle Finnick.
Llamarle como su padre habría supuesto convertir a su hijo en el recuerdo constante de que Finnick se había ido. De que jamás podría ver a su niño, abrazarlo, jugar con él. Pero ese niño no era el premio de consolación que le había quedado tras perder a Finnick, sino el regalo que él había dejado antes de marcharse.
Neel.
El niño se giró hacia ella, llamándola con sus balbuceantes palabras de bebé. Annie dejó el cuaderno en el suelo y se acercó, extendiendo hacia él los brazos. Neel levantó sus manitas, haciendo un puchero. Johanna lo cogió en brazos, sonriendo.
-        Creo que el pececito te echa demasiado de menos – le dijo, pasándoselo.
Annie sonrió, colocándose al niño en la cadera. El bebé levantó la carita, sonriendo, marcándosele los hoyuelos en las mejillas. Annie se inclinó, rozando su nariz con la suya. Era la cosa más perfecta que había visto en su vida.
-        Deberíamos irnos – sugirió, recogiendo el cuaderno del suelo.
Johanna asintió, enseñándole la lengua al  bebé. El niño soltó una carcajada y extendió un bracito hacia ella.
-        ¿El pececito quiere ir con la tía Johanna? – susurró Annie, acariciándole la mano.
Los ojos de su amiga volvieron a iluminarse cuando le pasó al niño. Era otra persona diferente cuando estaba con él, como si Neel tuviese la capacidad de cambiarla. Johanna volvía a ser la misma de siempre con el resto, pero con ellos dos, siempre era una más de la familia.
Annie nunca había llevado a Neel a su playa. No solo por lo difícil que era acceder a ella, sino que no estaba preparada para hacerlo. Ver a su hijo, tan parecido a Finnick, en aquel lugar que solo ellos dos habían conocido y que había sido tan especial… No estaba preparada para enfrentarse a eso todavía. Y la playa del distrito estaba bien. El mar, la arena, la gente, siempre dispuesta a ayudar…
Mentiría si dijese que había estado sola. No solo había contado con Johanna, que no se separaba nunca de ella, y con Margaret, que seguía trabajando en la casa. Louisa, la madre de Emer, la había ayudado en el parto. Un amable pescador le había dado ropita de sus hijos para Neel. Una anciana le había regalado mantas y su hija le llevaba  constantemente paquetes de pañales. Como recompensa, Annie había dado una gran parte, tanto de su dinero como del de Finnick y Mags, al ayuntamiento del distrito para mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos. No necesitaba tanto. Y Johanna, que había hecho lo mismo en el 7, vendía madera para las chimeneas y las hogueras. Además, le había hecho una cuna a Neel con madera clara y figuras de peces. Quién habría dicho que dentro de Johanna Mason se escondía una tallista. La vida seguía adelante.
Atravesaron la Aldea de los Vencedores hasta llegar a su casa. Annie cogió a Neel mientras Johanna sacaba las llaves y abría la puerta. El niño le tocó la cara a su madre, riendo. Annie le besó la manita y entró tras su amiga. Sin embargo, la casa no estaba vacía.
Margaret servía café en unas tazas a dos personas sentadas en el sofá. Uno de ellos tenía el pelo rubio claro y ondulado. La otra, tenía el pelo oscuro recogido en una trenza. Johanna fue la primera en reaccionar.
-        Vaya, pero mira lo que tenemos aquí.
Katniss y Peeta se giraron a la vez, sonriendo. La cara de Katniss se transformó en cuanto vio a Neel en brazos de Annie, pasando de la alegría a la emoción. Annie supuso que la chica vería a Finnick en él tanto como ella.
-        ¿Qué hacéis aquí? – preguntó, cuando Katniss se levantó para abrazarla.
-        ¿No podemos visitar a nuestras amigas? – preguntó Peeta, estrechándola entre sus brazos -. Bueno, y a nuestro nuevo amigo también.
Peeta colocó un dedo en la mejilla de Neel, que se lo cogió y tiró de él, frunciendo el ceño. Katniss rió.
-        Creo que no le gustas – dijo, apartándolo suavemente.
Katniss miró fijamente al niño y le acarició la mejilla con el dorso de la mano. Neel le cogió la trenza y la sostuvo entre sus manitas con una sonrisa.
-        Vaya – exclamó Peeta, llevándose la mano al pecho -, me siento ofendido.
Johanna pasó a su lado, golpeándole la cadera con la suya.
-        ¿Decepcionado porque tu único rechazo venga de un adorable bebé, Mellark?
Peeta sonrió, rascándose la cabeza y mirando a Katniss por el rabillo del ojo. Annie los miró. Parecía que estaban bien. También habían seguido adelante. De repente, Neel extendió los bracitos hacia Peeta, que soltó un grito de júbilo y le cogió las manos, dispuesto a tomarlo en brazos. Sin embargo, a medio camino, se retiró, frunciendo los labios.
-        Peeta, está bien – susurró Katniss, colocándole una mano en el brazo -.  No le vas a hacer daño.
El chico miró a Annie, pidiéndole permiso. Sin embargo, Johanna llegó antes y cogió a Neel, arrastrando a Peeta de la muñeca hasta el jardín. Annie los vio desaparecer, sonriendo.
-        Parece otra – admitió Katniss.
-        Todos hemos cambiado.
Se sentaron en el porche. Johanna y Peeta estaban sentados en el suelo, con Neel puesto entre ambos, mientras se pasaban una pelota de goma. El niño no dejaba de reír.
-        Es igual que él – dijo Katniss, poniéndose seria de repente -. Cuando mandaste la foto, no se parecía tanto, pero ahora…
Annie asintió.
-        Es precioso.
Annie se giró hacia Katniss. Su mirada estaba clavada en Peeta, que sostenía la pelota en alto mientras Neel trataba de alcanzarla.
-        ¿Y vosotros? ¿Qué tal?
Katniss se acarició despreocupadamente la trenza, aunque su rostro seguía mostrando un ligero rastro de dolor.
-        La noche que no me despierto gritando yo, lo hace él. Pero ayuda volver a estar bien, aunque sea complicado. Resulta diez veces más difícil recuperarte que hundirte – añadió Katniss, con una sonrisa triste -. Es algo que Finnick me dijo una vez.
Annie clavó los ojos en Neel. Él era el que la había mantenido a flote. Él le había devuelto parte de la cordura. Ahora, podría ser catalogada como Casi Estable o algo así.
-        ¿Cuánto vais a quedaros? – preguntó Annie, devolviéndole la vista a la chica que tenía al lado.
-        Poco. Los trenes de los distritos pasan cada tres días, pero mañan…
-        Podéis quedaros todo el tiempo que queráis – sugirió Annie, cortándola -. Disfrutad de la playa. El sol.
Katniss sonrió.
-        Annie…
-        Tenemos habitaciones de sobra.
La chica rió. Peeta llegó hasta ellas con Neel en brazos, que le tiraba suavemente del pelo rubio. El muchacho se lo pasó a Annie y se sentó junto a Katniss, acariciándole la rodilla.
-        Peeta, creo que nos acaban de invitar a pasar unos días en el 4.
El chico sonrió, primero a Annie, luego a Katniss y finalmente al niño. Annie se levantó y le pidió a Margaret la cena. La mujer les preparó marisco y sopa, además de una papilla para Neel. Katniss se ofreció a dársela, cucharada a cucharada, con paciencia. Al final de la cena, Johanna los miró a todos con una sonrisa.
-        Me estáis robando a mi sobrino y no me gusta un pelo.
-        ¡Vamos, descerebrada! – dijo Katniss,  lanzándole una mirada burlona -. Nosotros también somos de la familia.
Esa noche, cuando toda la casa dormía, Annie seguía despierta, tumbada en la cama con Neel a su lado, haciendo formas en su barriguita de bebé sobre la tela del pijama.
Pensó en todo lo que había vivido. En las dos cosechas que había superado. En sus Juegos del Hambre. En Kit. En cómo Finnick la había cuidado y amado. En el Vasallaje. Las celdas del Capitolio. La guerra. Finnick. Había visto Panem atado, encadenado dentro de una jaula. Snow seguía apareciendo en sus pesadillas, destrozando todo cuanto tenía. Pero no era real.
Tenía a Neel, que había sido como un trago de agua fresca en mitad de un desierto. Que había reducido el dolor de todas sus heridas, a pesar de que ninguna había llegado a sanar completamente. Tenía a Johanna, que no se había separado de ella ni un segundo. Tenía a sus amigos: Katniss, Peeta, incluso Haymitch, que la había llamado varias veces para saber cómo estaban ella y el bebé. El distrito, que se había entregado con ella. Vivía en un mundo mejor, sin miedo, sin Juegos del Hambre.
Y allí delante estaba su hijo, su mayor regalo, dormido, sin preocupaciones, sin saber qué había pasado antes de él. Soñando.
Cuando volvamos a vernos, Panem será libre.
Annie cerró los ojos mientras Finnick susurraba esa frase en sus recuerdos y comprendió.
Finnick había tenido razón cuando había dicho que se verían cuando todo pasase. Después de perderlo, Annie lo había considerado como la ruptura de su promesa, pero seguía ahí, y se cumplió nueve meses después, cuando Neel abrió los ojos y la miró. Porque Finnick, al que había amado más que a nadie, estaba ahí, dentro de su hijo, y ahora tenía que amar a su niño por los dos.
Ojalá pudieses verlo, susurró, mirando la foto que descansaba junto a su mesilla. Finnick le devolvió la sonrisa.
Annie sabía que él estaría orgulloso. No solo de ella, de ver cómo había logrado seguir adelante, sino de Johanna también, de Katniss, de Peeta, de Panem. Incluso de Neel, por tener esa sonrisa.
Así que, cuando Annie dejó a su niño en la cuna, cogió su cuaderno blanco, en el que, durante dos años, había intentado escribir sin éxito alguna poesía y dejó que las palabras se deslizasen por el papel.

Donde estés, allí te sigo.
Donde esté, ahí estás tú.
Estás conmigo
desde el mar y el cielo azul.
Si pudieses verlo, no lo creerías.
Él es más que luz.
Esperanza y alegría,
tan brillantes como lo fuiste tú.
Nos enfrentamos a todo,
solos tú y yo,
y la niebla el mundo cubrió
cuando el viento nuestro muro derrumbó.
Me creí débil y sin vida,
innumerables veces te quise acompañar,
pero tú me sostenías
aunque siquiera pudiese pensar.
Y entonces, ojos verdes
se abrieron una vez más.
Porque somos infinitos.
Sin principio ni final.




1 comentario:

  1. Eres un pato cruel. HE TENIDO QUE PARAR DE LEER PORQUE ESTABA LLORANDO. Lalasá no ha comentado la primera. I feel important.
    Me ha llegado a la patata.
    Veamos. "Cuando volvamos a vernos, Panem será libre. Annie cerró los ojos mientras Finnick susurraba esa frase en sus recuerdos y comprendió. Finnick había tenido razón cuando había dicho que se verían cuando todo pasase. Después de perderlo, Annie lo había considerado como la ruptura de su promesa, pero seguía ahí, y se cumplió nueve meses después, cuando Neel abrió los ojos y la miró. Porque Finnick, al que había amado más que a nadie, estaba ahí, dentro de su hijo, y ahora tenía que amar a su niño por los dos. [...] Annie sabía que él estaría orgulloso." ¿QUIERES QUE ME QUEDE SIN LÁGRIMAS?
    No, es que solo quedan tres capiducks y no PUEDE ACABARSE. WHY, PATITO? WHY?

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