jueves, 30 de agosto de 2012

Los Juegos del Hambre. 'Habría estado bien ser vecina de Cato'.

¡Hola otra vez! Lo cierto es que iba a subir el fic de hoy antes, pero he tenido problemas con el ordenador... Bueno, ya dije que la tecnología y yo no nos llevamos muy bien :)
Vale, ayer ya subí el fic de Cato y creo que dije que era fan de la pareja Clato. En realidad, nunca llegué a odiarlos, son tributos que han sido entrenados para ir a la Arena, así que no se les puede culpar. No pude odiar a ningún tributo, la verdad. Bueno, os dejo con el fic de Clove. Como siempre, espero que os guste :3
(No me llaméis psicópata por escribir solo sobre las muertes de los tributos, ya pondré algo más... alegre :3)



Cato está a mi lado, con la mano en la empuñadura de la espada, preparado para salir corriendo. La mesa encaja con un suave clic y, cuando diviso la mochila que tiene el número dos estampado con grandes letras blancas, miro a mi compañero y le veo asentir, aprobando que corra hacia la mochila. Sin embargo, alguien mucho más estúpido, o quizás más listo, y probablemente más loco que yo llega a la Cornucopia, se hace con su mochila y se marcha corriendo hacia el interior del bosque. ¿Eh? ¿Qué ha pasado aquí? Reviso las mochilas y suelto una palabrota cuando descubro quién ha sido. Esa chica, esa maldita zorra del cinco sabe cómo jugar. Pero Cato y yo también sabemos.
Junto con el doce, somos el único distrito que tiene ambos tributos vivos. Está claro que, si el doce no consigue lo que hay en esa preciosa mochilita, el chico amoroso no sobrevivirá, así que empiezo por ahí. Seguro que ambos están preparados cerca de aquí, escondidos. O puede que ella haya sido tan idiota como para acercarse al banquete sin él, dejándolo indefenso en el bosque. Lástima.
Así, cuando la veo correr hacia la Cornucopia, con el arco en la mano, no me lo pienso dos veces. Saco un  cuchillo y miro a Cato.
-      Búscale. Yo me ocupo de ella.
Y él entiende que no hay tiempo para discutir eso.
Apenas le faltan unos metros para llegar hacia la mesa cuando disparo un cuchillo directo a su cabeza. Entonces, antes de que pueda fijarme en si he acertado o no, veo una flecha venir directamente hacia mi cuerpo y me aparto, al mismo tiempo que se clava en mi brazo. Grito, sacándome la flecha de golpe, porque, si hay algo que no puedo permitirme ahora es buscar a Cato para que se encargue de ella mientras yo me curo con lo que sea. La chica en llamas es mía.
Aunque me tiembla el brazo por el dolor y siento unas ganas increíbles de arrancármelo de cuajo para no sentirlo, aún me quedan fuerzas para lanzar un segundo cuchillo, directo a su cabeza. Y acierto.
Salgo corriendo, con el brazo completamente cubierto de sangre y, cuando llego hasta ella, tirada en el suelo, con la cara llena de sangre, me siento sobre su estómago, inmovilizándola contra el suelo. Ya es mía.
-      ¿Dónde está tu novio, Distrito 12? – pregunto, con voz de niña pequeña -. ¿Sigue vivo?
No, claro que no. Cato estará jugando con él. Sin embargo, ella tiene las agallas de seguir fingiendo que el amoroso está bien:
-      Está aquí al lado, cazando a Cato – dice -. ¡Peeta!
Le golpeo en la garganta con el puño para que se calle, porque no puedo permitirme más tributos aquí.
Recuerdo a Katniss Everdeen en las entrevistas, dando vueltas con ese vestido de fuego, como si fuese una especie de modelo del Capitolio. Niñata engreída. ¿Viniendo de un distrito subdesarrollado, como el 12? Lleno de asquerosos muertos de hambre que necesitan pedir teselas para alimentarse, miseria y más miseria… ¿Cómo pueden vivir así? En nuestro distrito, la gente se pelea por llegar hasta aquí. No es mi caso, claro, porque yo salí seleccionada en la cosecha y me negué a los voluntarios, pero sí el de Cato. ¿A cuántos chicos tuvo que tumbar él antes de llegar hasta aquí? Y ella, la chica de fuego, un apodo que no alude a su persona ni de lejos, maldita arrogante, robándole la gloria a su hermana. Muy bien, pensemos en tu hermanita entonces.
-      Mentirosa, está casi muerto – continúo, sonriendo -. Cato sabe bien dónde lo cortó. Seguramente lo tienes atado a la rama de un árbol mientras intentas que no se le pare el corazón.
Y Cato lo encontrará para rematarlo. El Distrito 2 está tan cerca…
-      ¿Qué hay en esa mochilita tan mona? ¿La medicina para tu chico amoroso? Qué pena que no la vaya a ver.
Le arranco la mochila del brazo y me preparo. Muy bien, se lo prometí a Cato y me lo prometí a mí misma, que haría memorable su muerte. Pero ahora me mueven cosas mucho mayores, como por ejemplo, la idea de que su adorable hermanita esté ahora pegada al televisor. Casi siento la tentación de mandarle un saludo. Sin embargo, eso no es lo que debería hacer. Por los patrocinadores. Saco de mi chaqueta un cuchillo curvo y acaricio la hoja suave.
-      Le prometí a Cato que, si me dejaba acabar contigo, le daría a la audiencia un buen espectáculo.
Casi puedo ver las estrafalarias caras de la gente del Capitolio pegadas a las innumerables pantallas de la ciudad. Muy bien, disfrutad. Ella se retuerce bajo mi cuerpo, pero yo aumento la presión de mis rodillas sobre sus hombros para que entienda que, por mucho que se mueva, no hay nada que hacer.
-      Olvídalo, Distrito 12, vamos a matarte… - Entonces, tengo una idea. No puedo usar a su hermana, porque el Capitolio la adora, pero hay a alguien a quien sí puedo usar, y eso aumentaría su rabia -. Igual que a tu lamentable aliada, ¿cómo se llamaba? ¿La que iba volando por los árboles? ¿Rue?
Me mira a los ojos con todo el odio que puede acumular y sé que he dado en el clavo. Acaricio la hoja del cuchillo de nuevo, sonriendo.
-      Bueno, primero Rue, después tú y después creo que dejaremos que la naturaleza se encargue del chico amoroso, ¿qué te parece?
La naturaleza o Cato, como prefiera. Sin embargo, sé que, en el Capitolio, la gente estará aclamándonos. El Distrito 2 se proclamará vencedor de nuevo. Y, esta vez, seremos dos. Juntos, Cato y yo.
La idea de regresar a casa me hace realmente feliz, pero, por alguna extraña razón, siento una sensación de bienestar  que, según creo, tiene que ver con Cato. Sacudo la cabeza y me preparo para el espectáculo.
-      Bien, ¿por dónde empiezo?
Intento imitar a Elbin, mi fantástica estilista, cuando me vio la primera vez. Limpio su rostro con la manga de mi chaqueta, apartando la sangre de su fea cara de distrito marginado, y la muevo de un lado a otro, buscando dónde empezar a trabajar.
-      Creo… - Acaricio casi con dulzura su piel -. Creo que empezaré con tu boca.
Deslizo el filo de mi cuchillo por sus labios, buscando maneras de darle otro empujoncito al espectáculo. Muy bien, ¿cómo puedo contentar a la audiencia? Por ahora, ella es famosa por ser voluntaria en un distrito marginal, por llevar un traje en llamas, que podría haberla abrasado y sacarla de en medio, y por… ¡Oh, cómo he podido olvidarlo! Los “fabulosos” trágicos amantes del Distrito 12.
-      Sí – concluyo sonriendo -, creo que ya no te hacen mucha falta los labios. ¿Quieres enviarle un último beso al chico amoroso?
Aplausos y ovación desde el Capitolio.
No sé qué esperaba. Quizás que ella gritase su nombre, que lo llamase o que Peeta Mellark apareciera desde el bosque. Sin embargo, lo único que recibo es un escupitajo sangriento en la cara. Maldita zorra.
-      De acuerdo, vamos a empezar.
Coloco la punta del cuchillo en la comisura de su boca y me preparo para clavar.
Entonces, vuelo. Literalmente. Alguien me levanta del suelo y doy un grito, llena de miedo, pues es la primera vez que alguien me interrumpe y eso no puede ser bueno. Lo primero en lo que pienso es que el chico amoroso no está tan mal como decía Cato, que está sano y cazándonos, y que ha venido a por mí, al ver que yo estaba dañando a su chica. Entonces, quien quiera que sea me lanza al suelo, y descubro que no es Peeta, sino el gigante del Distrito 11.
-      ¿Qué le has hecho a  la niñita? – grita, y el miedo me domina. No entiendo de qué habla -. ¿La has matado?
¡Rue! El pájaro del 11, la niñita, la aliada de la chica en llamas… Todas las piezas encajan, y, mientras retrocedo a cuatro patas, chillo:
-      ¡No! ¡No, no fui yo!
Quizás si lo niego, él lo reconsidere y se marche. Entonces, una idea aparece en mi cabeza: yo no lo haría.
-      Has dicho su nombre, te he oído – continúa, y me aparto más de él -. ¿La has matado? ¿La cortaste en trocitos como ibas a cortar a esa chica?
Miedo. Es todo lo que siento mientras retrocedo. Siempre me he jactado de mi valentía, de mi poder, de mi entrenamiento, pero ¿y ahora? Estoy sola, y él no dudará en matarme.
-      ¡No! No, yo no.
Entonces, el chico coge una enorme piedra del suelo y veo claras sus intenciones. Retrocedo con más rapidez. Y, casi de casualidad, recuerdo que no estoy sola, y que quizás pueda salvarme.
-      ¡Cato! – grito, y espero que me salve -. ¡Cato!
-      ¡Clove!
¡Ha venido! ¡Viene a rescatarme! No me doy cuenta de la gravedad de la situación, de lo lejos que está Cato de mí y de que no me queda tiempo hasta que el chico del 11 me golpea con la piedra en la cabeza.
Todo se nubla. No oigo, no veo, no siento. Mi cerebro se llena de extraños puntitos negros que parpadean. ¿Qué ha sido del mundo? ¿Ya estoy muerta? Entonces, un dolor me atraviesa la sien, pero no puedo moverme ni hacer nada, así que me quedo así, tirada, luchando por seguir respirando, por seguir viva. El grito de Cato resuena en mi cabeza, una y otra vez. Y Cato me pregunta qué pasará cuando volvamos al 2. Juntos. ¿Cuándo volvamos a casa, Cato?, respondo, sonriente. No habrá mucha diferencia, ¿no?
Sí la habrá, dice él. Seremos ricos, y vecinos.
¿Y qué quiere decir eso?
No sé, tómalo como quieras.
¿Quiere decir eso que podríamos estar juntos? No lo creo. Cato se convertiría en uno de eso chicos sexys que están tan solicitados en el Capitolio, como Finnick Odair, del Distrito 4. Y yo acabaría sola, con el cuerpo lleno de injertos y signos de las modas.
Mientras todo eso se materializa en mi cabeza, siento como me cuesta respirar, como mis pulmones van dejando de funcionar. Inexplicablemente, alguien me coge y pienso que han venido a rematarme, pero el conocido olor de Cato se me cuela débilmente en la nariz y suspiro, exhalando el poco aire que me queda.
-      Quédate conmigo, Clove – oigo a lo lejos, y sé que es él. Al final, vino a por mí -. Vamos a irnos juntos a casa, ¿me oyes? No me dejes.
¿Qué? ¿Quién habla? Los pulmones dejan de permitir la entrada del aire y empiezo a asfixiarme. Alguien habla a lo lejos, pero no entiendo lo que dice. ¿Qué? Antes de quedarme dormida tengo un último pensamiento.
Habría estado bien ser vecina de Cato.

 ~~
El cañón suena.

                                               

4 comentarios:

  1. Me encanta como escribes :)
    Te dejo mi blog, por si quieres pasarte^^
    http://conlospiesenlatierra3.blogspot.com.es/

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  2. Me encanta. Vaya, escribes muy bien. Es interesante imaginarse que pensaban los demás personajes en esos momentos. Porque según lo está pasando Katniss no te piensas en lo que está pasando por la mente de Clove. Sigue escribiendo, patito :) .

    Azucaricornio.

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