sábado, 9 de febrero de 2013

Capítulo 21. 'De vuelta al Capitolio'.

Finnick se masajeó las mejillas. Habían llegado al Capitolio unas horas antes, y le habían ordenado irse a descansar al Centro de Entrenamiento, pero él no se había separado de Annie. En ningún momento lo haría.
Sabía que jamás iba a olvidar los momentos que había vivido en el aerodeslizador. La de emociones que se habían pasado por su cabeza cuando cogieron el cuerpo de Annie y lo subieron a la nave, cuando vio aquel palo clavado en su abdomen, cuando lo apartaron de un empujón para separarlo de ella. Y ahora estaba allí, detrás de un cristal, enganchada una docena de tubos, con los médicos pululando a su alrededor como moscas. Sintió el impulso de romper el cristal y alejarlos de ella, pero tenía la mano lo suficientemente rota como para dañársela más.
-         Finnick.
El chico alzó la cabeza. Radis estaba de pie junto a él, con el pelo blanco recogido en una meticulosa coleta. Era extraño no verla sonreír, aunque Finnick estaba seguro de que, por dentro, se sentía plena de felicidad. Al fin y al cabo, había sido su mano la que había seleccionado el nombre de la ganadora de los Septuagésimos Juegos del Hambre. Y Finnick la odiaba por ello.
-         ¿Cómo está? – preguntó.
Finnick gruñó y se levantó del suelo, sintiendo el cansancio de todos los días que había pasado sin apenas dormir intentando sacar a los tributos de la Arena. Pensó en Kit, y en cómo había fracasado, pero la visión de una Annie viva (al menos, viva), hacía que se olvidase de que había sido un mentor penoso.
-         Le han reconstruido el vientre. Dicen que se va a poner bien, aunque quieren hacerle desaparecer las cicatrices. No quiero que la toquen más.
-         Pero así estará mejor, Finnick. Confía en ellos, saben lo que hacen.
Finnick volvió a gruñir y se acercó al espejo. Bajo la luz blanca de los focos que estaban sobre ella, los huesos de Annie proyectaban sombras sobre su cara que la hacían parecer un cadáver. Finnick se estremeció.
-         Yo venía a decirte – continuó Radis – que tienes que venir conmigo.
Finnick se giró bruscamente.
-         No.
-         Finnick, hay algo que…
-         No voy a dejarla sola.
-         Finnick, es Kit – el muchacho se tensó -. Van a enviarlo de vuelta al distrito 4. Y querían saber si querrías verlo antes.
Finnick miró a Annie, apoyando una mano en el cristal. Parecía tan pequeña, tan niña… Es curioso cómo el sueño, el ver dormido a alguien, le hace parecer más joven. Más en calma. Se preguntó si estaría soñando, o si la tendrían lo suficientemente sedada como para que su mente fuese un blanco total. Observó a los médicos, que ajustaban constantemente los tubos que se introducían en sus venas, comprobaban los sueros y la morflina, rociaban su piel con cicatrizante. Le fastidiaba decirlo, pero sabía que la dejaba en buenas manos. Sabía que iban a cuidarla. Aunque solo fuera por miedo a Snow, ya que si Annie moría, los Juegos del Hambre de ese año no tendrían ningún ganador y las culpas caerían sobre ellos.
-         Está bien – susurró Finnick, apartando la mano del frío cristal.
Radis lo dirigió unos pisos más arriba del edificio en el que se encontraban. Lo llamaban Centro de Cuidados, y se encontraba justo al lado del Centro de Entrenamiento. Finnick solo había estado allí cuando salió de la Arena, aunque no había llegado especialmente malherido. Solo había estado allí sedado durante unas horas, hasta que habían hecho desaparecer sus cicatrices.
Radis abrió una puerta grande de metal y se apartó para que él pasara.
-         ¿Tú no vienes? – preguntó Finnick, brusco.
-         No. Cuando hayas acabado, avísame. Estaré fuera.
Radis cerró la puerta y lo dejó solo en la habitación. Tenía las paredes, el suelo y el techo blanco, de un blanco impoluto, más brillante incluso por el efecto de las luces. Si el cielo existiese, probablemente sería de un blanco así.
Finnick se dirigió hacia el centro de la habitación, donde se encontraba el único objeto que la ocupaba. Se trataba de una especie de mesa alta, de metal, sobre la que se hallaba una caja de madera oscura.
Kit estaba allí dentro.
Al contrario de lo que había esperado, Finnick estaba relajado cuando lo miró. Kit tenía los ojos cerrados, como si estuviera dormido. Podía verle la cicatriz del cuello, allí donde le habían cosido la cabeza al resto del cuerpo. Llevaba puesto un traje azul. Finnick sonrió para sí: al menos habían respetado las costumbres.
En el distrito 4, cuando alguien moría, lo vestían de azul, lo rodeaban de algas y le ponían dos conchas sobre los ojos. Colocaban el cadáver en una pira junto al mar por la noche y lo quemaban. La sal del agua volvía las llamas de un color amarillo brillante que envolvía por completo al cadáver hasta que solo quedaban cenizas de él. Luego, se recogían las cenizas y se tiraban al agua. ‘Los hijos del mar, van al mar’. Esa era la oración. Y esa era también la razón por la que no había cementerios en el distrito 4. El mar era fuente de vida y fuente de muerte.
Finnick colocó una mano sobre el pelo limpio, cortado y peinado de Kit.
-         Lo siento – susurró.
Y justo entonces, empezó a temblar.
Ese chico estaba ahí porque él no había sabido protegerlo bien. Muerto, frío. Y ahora iba a regresar a su hogar, metido en una fría caja de madera, casi preparado para desaparecer.
Finnick se agarró a los bordes de la caja de madera hasta que sus nudillos se pusieron blancos, y las heridas de la mano derecha se le abrieron, pero no se soltó, porque necesitaba que el dolor le centrase. Ahora tenía que tener la mente clara por Annie.
-         Lo siento – repitió, acariciando la cara del niño.
Finnick cerró los ojos y se detuvo unos momentos a recordarlo, un par de minutos para él. Cuando los volvió a abrir, sin embargo, no se marchó, sino que comenzó a hablar.
-         Annie está bien – susurró -. La hemos sacado. Díselo a su madre, ¿vale? Dile que yo voy a cuidar de ella.
Colocó las manos de Kit sobre su pecho, tal y como se hacía en los funerales del distrito, y salió de la habitación.
Cuando estuvo fuera, respiró hondo, apoyándose en el frío metal de la puerta. Kit estaba bien. Iba a estar bien, por fin.
Sin embargo, ese pequeño instante de relajación duró poco. Radis no estaba, y eso solo podía significar una cosa: algo había ocurrido con Annie.
Los nervios atenazaron cada uno de los poros de la piel de Finnick, devolviéndole el temblor. Bajó las escaleras casi corriendo, susurrando por lo bajo ‘por favor, por favor, que no sea nada’, una y otra vez, una y otra vez. Cuando llegó a la planta en la que estaba Annie, alguien lo cogió del brazo y tiró de él.
-         ¡Suélt…!
Intentó soltarse del doctor que lo agarraba, pero dos más vinieron en su ayuda y, de repente, quedó completamente quieto frente al cristal. La cama de Annie había desaparecido y, por supuesto, ella no estaba allí.
-         ¿¡Dónde está!? ¿¡DÓNDE LA HABÉIS LLEVADO!?
-         Sedadlo – ordenó uno de los doctores.
-         ¡No, yo estoy bien! ¿¡Dónde está ella!?
Uno de los doctores le apartó el cuello de la camisa y sujetó una jeringuilla llena de morflina en alto.
-         ¡Annie! – gritó Finnick -. ¡Radis, ayúdame!
Otro de los médicos le sujetó la cabeza para que el de la jeringuilla tuviese mejor acceso a su cuello. Se debatió entre sus brazos, pero eran demasiados para él.
-         ¡Eh! – gritó alguien -. ¿Qué estáis haciendo?
-         ¡Mags! – chilló Finnick.
Los médicos lo soltaron, y él corrió hacia la mujer. No se detuvo a abrazarla, ni a preguntarle cómo estaba; nada de formalidades y educación.
-         Se han llevado a Annie, no sé dónde…
-         Finnick, tranquilo.
-         ¡No puedo estar tranquilo! Necesito saber dónde está. Si ha pasado algo…
Mags le acarició la cara, cubierta por una fina capa de sudor. Finnick intentó atisbar alguna emoción en sus ojos, ya fuese pena o alegría, pero no encontró nada. Los ojos de Mags estaban fríos.
-         Finnick, Annie está bien. Solo la han llevado a una habitación diferente.
-         ¿Y por qué…?
Mags se apartó de él. Finnick ladeó la cabeza, con los nervios y el miedo en la garganta.
-         ¿Qué ha pasado, Mags? – gruñó.
-         Finnick… - comenzó la anciana -. Annie ha despertado.
Finnick apenas fue consciente de los minutos posteriores. Sabía que iba agarrado de la mano de Mags, y que ella lo conducía por pasillos y escaleras que le parecían todos iguales. Pero su mente estaba puesta en Annie. ¿Qué le diría? ¿Cómo reaccionaría ella al verlo? ¿Cómo reaccionaría él?
Mags se paró frente a una sencilla puerta de madera gris con una pequeña ventanilla. Finnick intentó ver el interior de la habitación a través del cristal, pero solo veía la pared blanca.
-         Finnick… Ella no es la misma. Lo sabes, ¿verdad?
Finnick asintió, rascándose la nuca con nerviosismo. Nadie era el mismo después de la Arena. Mags abrió la puerta y pasaron al interior.
Lo primero que vio Finnick fue que la habitación era muy parecida a la que él había pisado momentos antes, cuando estaba con Kit. Paredes blancas, suelo blanco, techo blanco. Sin embargo, había más mobiliario. Un plato de ducha en una esquina, rodeado por una mampara transparente y junto a él, un váter con una fina barra de metal curva en uno de los lados. Entonces reparó en la cama.
Annie estaba sentada, apoyada en el cabecero, abrazándose las rodillas. Sus ojos estaban desenfocados, y mordía la punta de la manga de su túnica blanca. Finnick tragó saliva.
-         ¿Annie? – susurró, avanzando hacia ella.
La muchacha alzó la vista y, entonces, ocurrió lo inesperado.
Annie se encogió sobre sí misma, con los ojos llenos de lágrimas y gimió. Sus pies se deslizaban inútilmente sobre las sábanas, como si quisiera correr.
Finnick la miró, extrañado. Había esperado que ella se tirase a sus brazos, que le golpease por haber dejado morir a Kit, o simplemente que no quisiera hablar con él. Pero, ¿qué era lo que pasaba? ¿Por qué se comportaba de esa manera extraña?
-         Annie…
Finnick alargó la mano para tocar su tobillo, pero entonces ella encogió los pies, poniéndolos fuera de su alcance, y gimió con más fuerza. Parecía como si quisiese fundirse con el cabecero de la cama y desaparecer más allá de la pared que había detrás.
Finnick comprendió, y habría sido más doloroso que ella lo hubiese odiado.
Annie huía de él.
Le tenía miedo.

 

6 comentarios:

  1. 1. Has hecho algo mal, aunque sólo sea una cosa en 21 capítulos de fic XD "El chico alzó la voz." Yo creo que lo que alza es la cabeza (?)

    2. "rociaban su piel con cicatrizante" THE HOST. Y si no lo has hecho pensando en los sanadores es que yo estoy obsesionada con ese libro, lo que probablemente sea cierto. Pero meterme algo de las bondadosas almas en el Capitolio... ejem.

    3. "Tenía las paredes, el suelo y el techo blanco, de un blanco impoluto, más brillante incluso por el efecto de las luces. Si el cielo existiese, probablemente sería de un blanco así." Esto me ha recordado a AHS Assylum, no sé si la habrás visto, pero es una serie muy interesante y sale esta sala que tú describes :D

    4. " La sal del agua volvía las llamas de un color amarillo brillante". En Crepúsculo dicen que se vuelven azules, creo que era en Amanecer (en la saga es fijo que sale. ¿Te quieres pelear con Meyer, patito? ;)

    5. Poooooooobre Finn. Ya sabíamos que Annie se volvía loca, pero podría ser loca de amor o algo (?) Que es muy triste, jo.

    Y con esto ya cierro el comentario.
    Espero que el siguiente sea empalagoso (?)

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    1. 1. Tenías razón, era la cabeza, ña. Corregido :)
      2. Ña, sí lo hice pensando en The Host. Ese libro es demasiad peeeeerfecto.
      3. No l he visto, me da... eh... hum... respeto. Dejémoslo ahí. Quiero verla, pero es que me da cosa, ña.
      4. ¡Sí! Yo iba a poner azules, pero busqué en internet, para asegurarme, y decía que con la sal se volvían amarillas, sí que... Ña :)
      5. Ña, ojalá fuese loca de amor... Todavía me queda más por explotar de esa locura :3
      ... Y todavía quedan unos capitulillos hasta que empiece lo empalagoso, so... ÑA <3

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  2. ME ENCANTA, como siempre, es alucinante

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  3. OMG. Me enamoro, dios. Es perfecto. Lo juro, me encanta.

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