sábado, 23 de febrero de 2013

Capítulo 23. 'Protección'.

Finnick se quedó con ella hasta que las drogas se la llevaron. Después de observar durante unos minutos como el rostro de Annie se volvía relajado de nuevo, se levantó de la silla y se marchó.
Había escuchado lo que los doctores decían, lo que Mags decía, pero no quería creerlo.
La Señorita Cresta tiene perfectamente las constantes vitales, pero es su cerebro el que está potencialmente dañado.
Ella ya no es la misma, Finnick. Tienes que entender eso.
Muchos vencedores han pasado por esto, señor Odair. Las emociones que se viven en la Arena, las experiencias, son traumáticas. Usted debería saberlo también.
No esperes que sea la persona que era, Finnick. Ella está loca.
¿Ha oído hablar de la esquizofrenia, señor Odair?
Las experiencias traumáticas cambian a las personas. Y lo que la señorita Cresta ha vivido ahí dentro no se le va a olvidar nunca.
Está todo en su cerebro. Por desgracia, no se nos permite acceder a él.
Habrá momentos en los que no recuerde absolutamente nada, ni siquiera quién es. Habrá momentos en los que parecerá exactamente la misma persona que antes. Y habrá momentos en los que una simple palabra, o un simple sonido, serán suficientes para que enloquezca.
Si se llevase a cabo una operación, en el caso de tener el permiso del presidente, la dejaríamos sin ningún recuerdo, prácticamente como un recién nacido.
Ella está atada a esta clase de ataques de por vida.
No va a recuperarse. Puede que consiga controlarlo, pero esas reacciones van a seguir ahí.
Finnick se apoyó en una pared, cansado. Se había comprometido a cuidar de Annie, pero ¿cómo podría cuidar de una persona que iba a ser completamente inestable el resto de su vida? Ni siquiera sabía cuidar de sí mismo. Había pensado que esa histeria que había aparecido en ella después de la muerte de Kit desaparecería una vez estuvieran en el Capitolio, pero no iba a desaparecer nunca. Annie estaba condenada.
-         Finnick.
El chico se irguió, sin despegar la mirada del suelo. Mags había estado en el Capitolio desde que Annie había salido del estadio, ayudándole en todo lo que podía. Finnick se pasó una mano por la cara. Mags le cuidaba a él. ¿Cómo iba a poder convertirse él en una ‘Mags’ para Annie?
-         Deberías asearte – dijo Mags, colocando una mano en el hombro del muchacho.
Finnick asintió y dejó que Mags ocupase su lugar al lado de Annie. Habían acordado quedarse siempre uno de los dos en la habitación, para evitar que ella se descontrolase.
Era extraño mirarse al espejo ahora y ver lo mucho que había cambiado en los escasos tres días que habían pasado desde que Annie se había proclamado vencedora de los Juegos, o eso pensaba Finnick cuando se miró al espejo de su baño. Nada quedaba de aquel chico vivaz y sonriente que siempre ponía buena cara. Tenía los ojos rodeados de ojeras moradas, los labios agrietados y las mejillas hundidas. Las semanas de mentor habían hecho mella en su interior tanto como en su exterior.
Finnick se duchó, se vistió con su mejor ropa y se atiborró a comida en el comedor, junto a Radis, Carrie y Yaden, para recuperar algo de color en sus mejillas.
-         Tendríais que ver el traje que tengo para esta noche – exclamó Yaden, emocionado.
-         ¿Esta noche? – preguntó Finnick.
-         Hoy es la entrevista. ¿Nadie te lo había dicho? – Radis sonrió con ternura -. Claro, estabas demasiado ocupado con Annie. Es comprensible.
-         Ella no está preparada para una entrevista – gruño Finnick, soltando el tenedor.
Carrion carraspeó, apretándole la rodilla a Finnick con suavidad.
-         No la harían si no tuviesen la seguridad de que ella puede hacerlo, Finnick.
-         Se vuelve loca cada vez que escucha algo relacionado con los Juegos, Carrie. No está preparada y punto.
Sin embargo, Finnick sabía que no podía hacer nada, igual que tampoco podía negarse al negocio de Snow con su propio cuerpo. Apretó los puños y continuó comiendo hasta que le dolió el estómago.
Cuando todos hubieron terminado, Carrie se colocó junto a Finnick.
-         Podemos acompañar a Yaden a vestir a Annie, si quieres.
Finnick asintió. Siguieron a Yaden y Radis hasta la habitación de Annie, donde el equipo ya estaba preparándolo todo. Maquillaje, ropa, zapatos, peines e instrumentos para el cabello… Finnick se sentó en la cama, junto a Carrie, y esperó.
Poco después, llegó Annie.
Iba sentada en una silla de ruedas, vestida únicamente con la túnica blanca que le habían dado en el Centro de Cuidados. Tenía la mirada perdida, y Finnick temió que la hubiesen sedado de más o que estuviese completamente ida.
-         ¿Annie?
La muchacha levantó la cabeza. Finnick se acercó a ella, acuclillándose para quedar a su altura. Tenía el pelo revuelto, y los ojos vidriosos e hinchados. Sin embargo, ya le habían quitado los cables y las agujas, así que supuso que estaría mejor.
-         ¿Cómo te encuentras? – preguntó.
Annie le miró fijamente, pero no dijo nada. Luego, solamente miró hacia sus rodillas, cerrando los ojos, e inspiró con fuerza.
-         Le han puesto una dosis más de morflina – anunció Mags, arrastrando la silla hasta el centro de la habitación – para que podáis prepararla. Cuando acabe aquí, tiene que recibir otra dosis para poder soportar la entrevista.
Finnick siguió a Mags, siempre pegado a la silla de Annie. Cuando Yaden la cogió en brazos y la llevó al baño para ducharla, no dudó en seguirle, pero Mags lo detuvo.
-         Ese no es tu trabajo, Finnick. Yaden no va a hacerle daño.
Aún así, no se atrevieron a cerrar la puerta del baño. Finnick vio a través del espejo cómo Yaden se movía en torno a la muchacha, pero no la veía a ella, aunque sabía que seguía despierta, si a ese estado se le podía llamar ‘estar despierto’. Cuando salieron, iba envuelta en un albornoz blanco perla, con el pelo completamente seco.
-         ¿No se volverá adicta a la morflina? – preguntó Finnick, observando cómo la sentaban en la silla para maquillarla.
Mags lo miró, con las cejas levantadas.
-         ¿De verdad piensas que puede pasarle algo más a la pobre chica, Finnick? Ya no es consciente de sí misma. No creo que sea consciente de lo que la hace estar tranquila.
Finnick asintió, acariciándose los nudillos, que le habían curado mientras velaba por Annie antes de que despertase. Observó a Yaden y el resto del equipo, ayudados por Carrie, parlotear alrededor de Annie, intentando que ella reaccionase, pero seguía respirando con regularidad, sin prestarles atención. Como si estuviera dormida, pero con los ojos abiertos. Era algo estremecedor para ver.
Cuando acabaron, Finnick no pudo evitar comparar a Annie con uno de esos maniquíes que se colocaban en los escaparates de las tiendas. Allí, en el centro de la habitación, de pie, prácticamente desnuda, con esa nueva cara de ángel, seria e inmóvil.
-         Finnick, ¿puedes ayudarnos? – pidió Carrie.
El muchacho se levantó. Yaden llevaba en brazos un vestido blanco, de aspecto frágil, si es que la tela podía ser frágil, y varios miembros del equipo sujetaban más capas.
-         Levántale los brazos – ordenó Carrie.
Finnick se colocó detrás de la chica y, con mucho cuidado, deslizó las manos en torno a sus muñecas. Annie no se inmutó. Finnick levantó sus manos sobre su cabeza y dejó que Yaden introdujese el vestido. Cuando este cayó sobre los hombros de la chica, Finnick le colocó las manos a ambos lados de la cintura y se separó para observarla.
Si pudiera describir el vestido de alguna manera, sería diciendo que parecía la espuma del mar, esa fina capa de espuma blanca que se queda sobre la arena. Sin embargo, no era solo espuma. Era agua también, tela transparente que dejaba al descubierto sus hombros y sus brazos. Yaden le dio los últimos retoques a su rostro y se separó de la chica.
Finnick se acercó a Annie, ignorando la advertencia que siempre daba Carrie de no acercarse mucho al traje. El muchacho colocó una mano suavemente en la parte baja de su espalda y la giró para que quedase frente al espejo.
-         Annie – susurró en su oído -. ¿Puedes verte?
Annie seguía inmóvil, con los ojos completamente perdidos.
-         Annie, respóndeme.
Annie enfocó poco a poco los ojos en el espejo, y Finnick observó cómo su rostro empezaba a tener expresión. Levantó con cuidado las cejas y sus labios se abrieron. Las manos, a ambos lados de su cuerpo, se cerraron en torno a la tela del vestido. Annie inspiró.
-         Bello.
Solo había sido una palabra, pero para Finnick era suficiente. Cerró los ojos, apoyando la frente en la cabeza de la chica. Sabía que ella iba a volver. De dónde fuera que estuviese, ella tenía que volver.
-         Vamos, Finn – dijo Mags, colocando una mano en el brazo del chico.
Este la ignoró y se colocó frente a Annie. Ella cambió la dirección de sus ojos hacia él y lo vio de verdad, observándolo. Él inspiró.
-         ¿Estás bien?
Annie asintió, con cansancio. Finnick acarició su mejilla con mucha delicadeza, como si ella fuese de cristal. En realidad, era más frágil que el cristal.
-         Volveré a por ti, ¿vale? Tranquila.
Finnick no sabía si se estaba refiriendo a que volvería a por ella después de que Mags se lo llevase a donde fuese que se lo estaba llevando o si se refería más bien a que volvería a recuperar a la Annie que había llorado en su hombro antes del estadio. Le daba igual, puesto que solo tenía clara una cosa: que él era la única familia que Annie tenía ahora y era su responsabilidad cuidar de ella.
Mags lo sacó de la habitación y lo llevó hasta la suya, acompañada de Carrie.
-         Vamos a eliminar esas ojeras – sonrió la estilista.
Y Finnick se dejó hacer.
Cuando acabaron, salió casi corriendo de la habitación para volver al lado de Annie, preocupado. Ella ya estaba en el pasillo, cogida del brazo de Yaden, que le hablaba animadamente.
-         Ya le han puesto la dosis – anunció Radis, sonriente -. Está lista.
Finnick se acercó a la chica y la miró a los ojos, que estaban desenfocados de nuevo. Se sintió con ganas de golpear a alguien por dejarla de esa manera, tan inmóvil, tan fría, pero sabía que era la única manera en la que ella podría superar la entrevista. La ayudó a entrar en el ascensor y se colocó junto a ella, con el brazo en torno a su cintura.
Varios acomodadores los recibieron cuando llegaron a su destino. Finnick acompañó a Annie hasta la plataforma de elevación que la conduciría al escenario. Sin embargo, antes de dejarla allí sola, Finnick se acercó a ella, con mucho cuidado. Debería empezar a acostumbrarse a hacer las cosas así, delicadamente.
-         Yo voy a estar allí arriba – susurró, justo en su oído -. Lo que sea, Annie. Házmelo saber.
Y le dio un beso en la mejilla antes de irse.
Entonces, cuando ya se estaba dando la vuelta, la oyó. Apenas un susurro, tenue como una vela a punto de apagarse.
-         No me dejes sola.
Finnick se acercó a ella, al mismo tiempo que Caesar Flickerman presentaba al equipo de preparación en el escenario.
-         Nunca, Annie – dijo, serio, clavando sus ojos en los de la chica -. Yo estoy contigo ahora.
Escuchó los vítores de la multitud y uno de los acomodadores lo empujó lejos de ella para que se dirigiera al escenario. En ese momento, Caesar anunció a Yaden, y la multitud rujió con fuerza. Finnick era el siguiente.
Cuando subió las escaleras, introducido por la potente voz de entrevistador, la gente ya estaba en pie, vitoreándolo. Y su aparición no hizo más que alentarlos para saltar y gritar su nombre. Ese era el efecto que el bello y joven Finnick Odair provocaba allí dónde pisase. Le dio una mano a Caesar, siempre sonriendo, y se sentó junto a Yaden, que estaba llorando de la emoción.
-         Y ahora, señoras y señores – anunció Caesar -, la vencedora, la superviviente, la princesa del océano… ¡Annie Cresta! ¡La vencedora de los Septuagésimos Juegos del Hambre!
La plataforma comenzó a elevarse, y Finnick vio cómo la cabeza de Annie se elevaba desde el suelo para dar paso al cuerpo. No parecía asustada, ni emocionada, ni siquiera seria como se suponía que debía estar debido al sedante. Parecía desconcertada.
Caesar se acercó a ella con cautela y le tendió la mano. Annie lo miró y se la cogió, después de reconocerlo. La multitud aplaudía emocionada.
Caesar condujo a Annie a un pequeño sillón lleno de cojines y, tras un par de chistes, dio paso al espectáculo.
Tres horas. Tres horas llenas de recordatorios, llenas de todo lo vivido en los Juegos. Finnick cruzó los dedos bajo la silla, deseando que la morflina fuese suficiente para que Annie no las sintiese siquiera.
Entonces, se dio cuenta de algo. Mientras todas las luces estaban apagadas y la pantalla, llena de imágenes de Annie, era lo único que iluminaba el auditorio, Annie miraba hacia el suelo, con la cabeza apoyada en las rodillas.
-         ¿Radis? – susurró Finnick, sin perderla de vista.
-         Tranquilo, Finnick – susurró la mujer, junto a él -. Lleva unos dispositivos en los oídos que la aíslan completamente. No oirá nada salvo música durante estas dos horas.
Finnick asintió.
Dos horas después, tras haber revivido la muerte de Kit y la ola gigante, la multitud seguía aplaudiendo, algunos llorando, con las luces apagadas. Entonces, Yaden se levantó, aprovechando la oscuridad, y se acercó a Annie. Le susurró algo al oído y regresó, metiéndose dos pequeños objetos en los bolsillos. Las luces se encendieron de nuevo.
-         Bueno, Annie – comenzó Caesar -. ¿Cómo estás?
Annie bajó las piernas y se alisó el vestido. Finnick no le quitaba ojo de encima, atento a sus reacciones.
-         Bien – susurró.
-         Supongo que todo esto es muy fuerte para ti. ¿Cómo te sientes después de esto?
Finnick agradeció en silencio a Caesar no mencionar absolutamente nada de los Juegos, al menos no directamente.
-         Cansada – dijo Annie -. Confundida.
-         Es comprensible – añadió Caesar, poniéndole una mano en la rodilla -. Demasiadas emociones, ¿cierto?
Annie asintió. Finnick se fijó en que miraba a Caesar sin verlo, respondiendo como una autómata. ¿Se daría cuenta de eso la gente que la estaba viendo? ¿O también veían a Annie sin verla realmente bien?
-         Y dime, Annie. ¿Cómo fue la ola?
Finnick se irguió, asustado.
-         ¿Ola? – preguntó Annie, frunciendo el ceño.
-         Ya sabes – aclaró Caesar, sonriendo -. Debió de ser horrible sentir que esa ola te tragaba. No puedo imaginar el dolor.
Annie volvió a subir las rodillas al sillón, y Finnick vio que temblaba. Todo su rostro, hasta entonces inexpresivo, empezó a cambiar. Sus labios temblaban, los ojos se llenaron de lágrimas.
-         Dolor… - susurró.
Y entonces estalló.

6 comentarios:

  1. Genial el capítulo, patito. Ya estoy esperando con ganas el de la semana que viene... <4

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  2. Te gusta dejar con la intriga, eh? me encanta, que lo sepas :3

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  3. PATITO, IT'S PERFECT. Yo no sé cómo haces para escribir tan bien... En serio, me emociono todos los sábados gracias a ti, el de la semana que viene me va a matar directamente. Es precioso todo. {Asdfghjklkhfdafh}
    IF THERE'S A PERFECT CAPÍTULO WE WANT IT NOW <4.

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    1. Jo, me alegro de que te gusten, ña.
      PARAMORE PARAMORE PARAMORE <3

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