sábado, 30 de marzo de 2013

Capítulo 28. 'Nuestro'.

Finnick le había dicho que volvían a casa, pero ella no podía recordar ningún lugar que pudiese reconocer como ‘casa’. Para Annie, su destino era desconocido.
Miró a Finnick, que estaba apoyado en el cristal de la ventana del tren que los transportaba. Su espalda estaba tensa bajo la camisa blanca que llevaba, y no dejaba de pasarse la mano por el cuello. Annie sabía que él hacía ese gesto cada vez que estaba nervioso, y si ahora estaba nervioso, eso significaba que el lugar al que iban le preocupaba. ¿Debería preocuparle también a ella? Annie se estremeció.
-         Tranquila, Annie – susurró Mags a su lado -. Es tu casa.
-         Pero yo no recuerdo ninguna casa – respondió ella, enrollándose un mechón de pelo en torno al dedo.
Finnick se separó de la ventana y se acuclilló junto a ella, con una media sonrisa, a pesar de que su ceño estaba fruncido.
-         Cierra los ojos.
Annie se miró las manos entrelazadas, con la piel suave, tanto que ni siquiera recordaba que esa fuese su piel. La chica cerró los ojos y Finnick colocó una mano cálida sobre las suyas. Al contrario que su propia piel, Annie recordaba perfectamente cuál era el tacto de la piel de Finnick.
-         Abre la ventana, Mags – ordenó él, con la voz suave.
Annie sintió cómo la mujer se levantaba del sillón que estaba junto al suyo y se alejaba. Al momento, sintió una brisa fría en la nuca y un nuevo estremecimiento le recorrió el cuerpo.
-         Inspira, Annie – murmuró Finnick, apretándole las manos -. ¿Lo hueles? ¿Hueles la sal?
Annie inspiró con fuerza y se detuvo un momento a analizar los olores. Percibía el olor a la colonia que le habían dado en el Capitolio, un perfume dulzón con el que habían embadurnado casi la totalidad de su cuerpo. Percibía también el olor del perfume de Finnick, más tenue, porque a él no le gustaban. El olor de la comida que procedía de las cocinas del tren. Y, muy tenuemente, un olor conocido, familiar. Su mente se nubló por un momento, alejándola del tren, alejándola de Finnick, y vio una inmensa superficie cristalina que reflejaba el cielo azul. El mar, y una pequeña parte de arena blanca. Se vio a sí misma llevando uno de los vestidos de Yaden que parecían hechos del mismo océano.
Su playa.
Sonrió. Ya recordaba cuál era su hogar, su casa. Y, sin embargo, ¿por qué se sentía como si ya no perteneciese allí? ¿Como si su hogar hubiese cambiado de sitio?
Abrió los ojos y vio a Finnick mirándola con el rostro relajado. Y comprendió. Finnick se había convertido en su guardián, en su ángel, en todo lo que ella necesitaba para sentirse segura. ¿No es eso un hogar, algo que te da seguridad, tranquilidad y cariño? Finnick le daba todo eso. Él era su hogar.
-         ¿Lo recuerdas, Annie? – preguntó Finnick -. Es tu casa.
-         No – respondió ella, con las mejillas encendidas -. Mi casa eres tú.
Algo de cristal se rompió contra el suelo detrás de ellos, y Annie se giró, asustada. Mags estaba agachada junto a una mujer de piel oscura, recogiendo del suelo los cristales rotos de un vaso. Cuando la anciana levantó los ojos, Annie vio que un millón de emociones cruzaban por ellos a toda velocidad, desde tristeza hasta emoción. ¿Qué habría visto Mags para ponerse así? Annie miró a Finnick, que se había levantado con una media sonrisa. Él y Mags intercambiaron una mirada que para Annie resultaba indescifrable y la mujer sonrió.
Mientras Annie observaba el intercambio de miradas, las luces se apagaron por completo, y todo se sumió en la más profunda oscuridad. Annie emitió un pequeño grito, asustada. ¿Habían vuelto las sombras, con más fuerza que nunca? Finnick buscó su mano y se la agarró, levantándola del asiento. Annie se pegó a su costado, agarrando su camisa con fuerza.
-         Finnick… - comenzó, pero él le apretó los dedos.
Annie sintió el aire frío dar de lleno en su cara. El olor del mar la envolvió, y, por encima del rugido del viento contra el tren, escuchó las olas.
Sintió más miedo y empezó a temblar.
-         No pasa nada, Annie – susurró Finnick junto a su oído -. Nadie va a hacerte daño.
Si Annie hubiese podido fundirse con él, lo hubiera hecho para que él pudiera protegerla de la oscuridad que la rodeaba, y de los recuerdos de olas que la arrastraban y… sangre. Los temblores fueron en aumento, y Finnick se colocó tras ella, abrazándola.
-         Está bien, Annie, tranquila…
Entonces, la luz volvió.
Al principio, no vio nada, salvo una blancura casi infinita. Entonces, tras unos instantes de ceguera, Annie empezó a ver siluetas, y escuchó gritos. Sin embargo, no eran gritos de dolor como los que siempre había escuchado, sino gritos de alegría, voces que vitoreaban su nombre. Y no eran sombras.
-         Míralos – susurró Finnick a su espalda.
Annie abrió mucho los ojos para poder enfocar cada una de las caras que tenía delante. Ancianos, mujeres, niños, pescadores. Y todos sonreían, con los puños en alto. Annie se fijó en un niño moreno, al que le faltaban un par de dientes pero que seguía sonriendo, feliz. El niño la señaló con una mano diminuta y empezó a gritar su nombre. Annie sonrió. Era el motivo de la felicidad de ese niño. Sin saber por qué, sin saber qué había hecho para serlo, pero ese niño era feliz gracias a ella.
Finnick se apartó, dejándola sola frente a la ventana. Pero no tenía miedo, porque delante de ella había felicidad. Entonces, unos hombres vestidos de blanco apartaron a la multitud y enormes focos de luz impactaron de lleno contra sus ojos, cegándola. Annie retrocedió, chocando contra el pecho de Finnick, que la envolvió con los brazos.
-         Mags, ¿qué hacemos?
Finnick apartó a Annie de los focos. La chica temblaba. Si la gente sonriente no podía hacerle daño, los que portaban esa luz sí se lo habían hecho. Esos focos procedían del Capitolio, y ella había sufrido en ese lugar. Eso sí lo recordaba.
-         Finnick, no dejes que… - comenzó.
Finnick colocó a Annie en la oscuridad, ocultándola tanto de la luz como de los gritos.
-         Malditas cámaras – gruñó.
Mags cerró la ventana con fuerza, y Finnick pudo soltar a Annie. Al mirar a través del cristal, ella pudo ver los flashes de las cámaras, pero ya no los escuchaba. Ese cristal la aislaba del exterior.
-         He hablado con el conductor. El coche va a aparcar justo delante de la puerta, Finnick, tienes que ser rápido.
-         Hecho.
Finnick cogió a Annie de la mano otra vez y la arrastró hacia la parte delantera del tren. Annie intentaba mantener su paso rápido, pero no pudo evitar chocar contra el marco de la puerta, haciéndose daño en el hombro.
-         Au – se quejo.
Finnick se detuvo, girándose para mirarla.
-         ¿Estás bien?
-         Me he chocado – respondió ella, frotándose la zona dolorida.
Finnick sonrió y, con un solo movimiento, la cogió en brazos. Annie se agarró a su cuello, apoyándose contra su pecho, una zona tan conocida como su playa. Parecía amoldarse perfectamente a la forma en la que él se movía. Como si fuesen piezas de un puzle. Finnick se colocó justo detrás de la puerta, con Annie apretada contra su pecho.
En cuanto las puertas se abrieron, Finnick salió del tren como una bala, y Annie solo tuvo tiempo de escuchar un par de flashes y sentir el roce de una mano sobre la piel desnuda de su hombro antes de que Finnick se metiese con ella en un coche oscuro.
-         Rápido y eficaz – sonrió Finnick mientras sentaba a Annie en el asiento.
Annie se acomodó junto a él, apoyándose en su hombro. Cuando el coche arrancó, Annie se atrevió a asomarse por la ventana, y volvió a ver al niño moreno. Estaba bajo el brazo de una mujer anciana, y ambos sonreían, saludándola con las manos escuálidas.
Y, de repente, Annie volvió a tener esa sensación, la sensación de que había algo que quería volver, que quería regresar.
‘Annie’.
Annie apoyó la cabeza contra el cristal frío y cerró los ojos. Tenía que dejarlo volver, fuese lo que fuese.
‘Vuelve’.
Ella misma tenía que volver.
Se giró hacia Finnick para pedirle ayuda, pero entonces, el coche frenó, y vio al chico tendiendo una mano hacia ella.
-         ¿Vamos?
Annie frunció el ceño, pero le tomó de la mano, esa mano cálida que era capaz de tratarla como si fuese tan frágil como un fino cristal.
Finnick tiró suavemente de ella hasta que ambos bajaron del coche. No había cámaras alrededor, ni gente, solo el golpeteo de las olas a su alrededor y el olor a mar.
‘Annie, regresa’.
-         Finnick – llamó, tirando de su mano. El chico se giró hacia ella con una sonrisa -. ¿Quién soy?
La sonrisa de Finnick se desvaneció tan pronto como había salido, pero su rostro no se tornó triste, sino serio. Finnick se giró, sin contestar, y tiró de ella hasta una casa grande, con el marco de la puerta rodeado de conchas y la fachada pintada con el color suave de la arena seca. Finnick se sacó una llave plateada del bolsillo y la introdujo en una cerradura oscura. Cuando la puerta se abrió, ambos se metieron dentro, y Finnick cerró la puerta a su espalda.
-         Esta es tu casa – susurró.
Annie se giró hacia él. ‘Pero tú eres mi casa’, quería decirle. Sin embargo, se soltó de su mano y recorrió sola la inmensa casa, rozando con los dedos sus paredes azules. Llegó hasta una amplia habitación, en la que una de las paredes era un inmenso ventanal que ofrecía una perfecta vista del mar. Annie contempló la superficie azulada, en calma, y sintió que la llamaba, como si estuviese atada al océano. Recordó cómo tiraba de ella la ola que la arrastró en la Arena, cómo quería llevársela a las profundidades, y se dejó caer al suelo, abrazándose con sus propios brazos. Volvía a por ella.
Sin embargo, lo que tiraba de ella ahora no eran esos hilos que querían ahogarla, sino algo más bueno, como una red de finos hilos que la acunase en lugar de atraparla. La llamaba para protegerla. Como Finnick.
Annie se tumbó en el suelo y observó el movimiento de las olas, el suave choque de las mismas contra los acantilados rocosos. Quería ir. Necesitaba sentir el roce de la arena caliente bajo sus pies, o el beso del agua sobre la piel. Quería saber si ese había sido verdaderamente su hogar.
-         ¿Annie? – Finnick entró en la habitación y se colocó tras ella -. ¿Estás bien?
Annie se giró y lo miró a los ojos, tan brillantes, pacíficos y de un color tan similar al mar que se preguntó si no estarían hechos de agua.
-         Quiero ir, Finnick – respondió -. Quiero ir a mi playa.
-         Pero yo… yo no sé dónde está, Annie.
Annie se sentó en la cama que estaba en el centro de la habitación, con los ojos cerrados. ¿Cómo podría regresar eso que tanto quería volver si ni siquiera sabía cómo llegar a lo más sencillo, como era su hogar? Por lo menos, sabía su propio nombre. Sabía que se llamaba Annie Cresta, pero desconocía quién había sido esa persona.
Annie cerró los ojos, enterrando la cara en las manos. Finnick se sentó a su lado, colocando una mano en su espalda.
Annie intentó recordar con fuerza, rebuscando en todos sus recuerdos. Sin embargo, no podía recordar más allá de la inmensa ola. Se estremeció y empezó a llorar, impotente.
-         Quiero… quiero recordar – gimoteó.
Finnick la abrazó, acunándola entre sus brazos como si fuera una niña pequeña.
-         No sé quién era, no recuerdo… - Annie empezó a temblar con violencia, enterrando la cabeza entre su pelo y el hombro de Finnick.
El muchacho la separó de su cuerpo, mirándola a los ojos. Le dedicó una media sonrisa y empezó a quitarle las horquillas del pelo, con delicadeza, deslizando los mechones entre sus dedos.
-         Eres luz, Annie.
Annie le miró a los ojos. Ella misma le había dicho a él que era luz, que era su luz, porque él mantenía a todas las sombras alejadas. Pero, ¿cómo iba a ser ella luz para él? Ella, que se sentía diminuta y apagada, cuya mente era más oscuridad que recuerdos luminosos. Ella, que siempre estaba rodeada de sombras.
-         No puedo llevarte a tu playa, Annie – susurró Finnick, apartando la última horquilla -. Pero tú la encontrarás. Puedes encontrarla.
Annie sonrió, cerrando los ojos. Su playa. Su playa.
Pero ya no solo era suya. ‘Ahora es nuestra’.

6 comentarios:

  1. -Soy @imagineaspark, ña-
    "No – respondió ella, con las mejillas encendidas -. Mi casa eres tú."
    AMOOOOR INFINITO. Me encantó el cap. Pato, me estas haciendo amar mas a Finnick de lo que ya lo hago *si es que eso se puede* jep. En fin, me gusta muchísimo como describís las cosas y los sentimientos de Annie. Son amor *-*
    Por cierto, amo la actriz que pones para ella. Y bueno, desde luego, Sam es el perfecto Odair. Eso esta mas que claro, ña.

    Chispitas Fireduck :3

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    1. Ña, muchísimas gracias, chispas :)
      Finnick es amor, y creéme, describirlo y meterme en su cabeza también me está haciendo amarlo mucho más.
      Astrid Bergès-Frisbey TIENE que ser Annie. Es perfecta. Y SAM...*Babas*.
      ÑA <3

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  2. Ya paso de hacer comentarios sobre tu forma de escribir. Total, voy a decirte lo mismo de siempre, algo así como: ‘AKSLVANSBLJGNA’, ‘WHY SO PERFECT?’ *introducir otras cosas positivas*

    Annie ya conoce hasta los gestos que suele hacer Finn. Ña.
    ¿CÓMO PUEDE SER UNA DESCEREBRADA TAN MONOSA? Si puede conmigo es normal que tenga a Finn perdido. Tengo la sensación de que ya está casi completada la fase del ‘she crept up on me’ ¿no?
    Como ya te dije, el ‘Mi casa eres tú.’ Es.. es.. ALKJVNAFSVABJ. PURE LOVE.

    ‘Era el motivo de la felicidad de ese niño. Sin saber por qué, sin saber qué había hecho para serlo, pero ese niño era feliz gracias a ella.’ Me recuerda un poco a Wanda en ese trozo, igual se le ha metido algún extraterrestre dentro. Es muy probable. Yo me metería en su cuerpo.. Tiene a Finn (?)

    Por cieeeeeerto, Annie tiene un olfato muy desarrollado.. O yo muy atrofiado. Ok, no.

    EL señor Finnick Odair es un mentiroso, sí que sabe dónde está su playa.. [Annie, capítulo 10: ‘ Hay una… playita – comenzó ella -. Justo detrás de la Aldea de los Vencedores. La entrada es una pequeña cueva. Tienes que andar hacia abajo unos minutos, pero esa playa… es mi hogar.’] Jum.

    Le oculta su playa, le oculta lo de su mamá.. Se acerca el invierno, digo, una tormenta. De las gordas.

    Y creo que nada más que comentar, disculpe si está un poco desordenado y esas cosas, pero ya se me han borrado dos comentarios. Ña.
    Atentamente, un pato de plástico hablador.

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    1. Ña, muchas gracias, honey :)
      Lo admito. Tengo una obsesión con fijarme en los gestos de las personas. Y Annie también. Y Finnick. Ña.
      Si te digo la verdad: Desde el momento en el que pensé en Annie así, mentalmente desorientada, supe que tenía que tener un lado Wanderer. En realidad, Annie es como Wanda a veces, un poco niña. Ya lo verás, ña.
      I've told you: Everything has an explication. ÑA.
      Love always, duck <3

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  3. Yo iba a decir lo mismo que el Fireduck de arriba, me sonaba que Finn sí que sabía dónde estaba la playa (: y también iba a decir lo que dice chispitas de cómo describes los sentimientos, y lo que dice el pato de plástico sobre ocultarle lo de su madre.

    Así que me han robado las ideas D: D: D: A mí, presidenta de los Fireducks, ¿cómo osáis? D: D: D:

    Pero yo aporto que creo que Finnick no quiere decirle donde está la playa para hacer que Annie se esfuerce en recordar (?)


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    1. Teorías que me hacen replantearme un montón de cosas, nivel: ESA.
      El fic del sábado que viene explica todo, ña. Ya está preparado, editado y listo para subirlo :)
      Presidenta de los Fireducks, ña. AMOR.

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