jueves, 1 de agosto de 2013

Capítulo 46. 'Pesadillas'.

Finnick se despertó gritando esa noche.
No podía dejar de ver a Annie en la Arena, rodeada de agua por todos lados, luchando por respirar, vivir. La imagen de aquel palo clavado en su estómago, tiñendo de color rojo la camiseta, no dejaba de manifestarse ante sus ojos, grabándose a fuego en sus párpados.
Finnick Odair se frotó los ojos con los nudillos, tratando de orientarse. Annie estaba a su lado, con los ojos muy abiertos, encogida sobre el colchón, con las sábanas hasta la nariz.
-         ¿Estás bien? – preguntó, con la voz amortiguada por la tela.
Finnick se recostó de lado para mirarla. En el sueño, había visto a la niña de quince años que entró, una cosita pequeña y vulnerable. Sin embargo, ante sus ojos, tenía a una mujer de casi dieciocho, bastante más fuerte de lo que había sido nunca. Todo el mundo se había acostumbrado a pensar en ella como una persona débil, vulnerable, inestable… Incluso ella misma. Pero Finnick sabía que Annie Cresta tenía otro tipo de fuerza. Todo lo que había vivido, todo lo que aún pasaba por su cabeza.Eso era lo que la hacía mucho más fuerte que cualquier otro.
-         ¿Finn?
-         Estoy bien, An – respondió él, inspirando con fuerza.
Annie arrugó la nariz, apartando la sábana.
-         No te creo.
-         No te preocupes por mí, estoy bien.
-         ¿Tú puedes preocuparte por mí todo lo que quieras y yo no puedo hacer lo mismo por ti? No me parece justo.
Finnick cerró los ojos un segundo y, cuando los volvió a abrir, descubrió que Annie seguía mirándolo de la misma forma, con esos dos ojos verdes que tanto le recordaban a un mar embravecido. Suspiró, pasándose una mano por el cuello.
-          Una pesadilla – musitó, apenas moviendo los labios.
-         ¿Una pesadilla? ¿Qué puede darte miedo a  ti?
Sí, ¿qué puede dar miedo al gran Finnick Odair?
Al igual que con Annie, la gente también había etiquetado a Finnick como alguien valiente, que no tenía nada que temer. En realidad, todos los vencedores eran considerados así. Lo que la mayor parte de la gente no sabía era que precisamente la Arena era la que provocaba que todos los tributos saliesen con más miedos de los que tenían al entrar. Y Finnick no era la excepción.
Se recordaba a sí mismo con catorce años, un niño con miedo a morir. Un niño que tuvo que crecer en menos de dos semanas. Recordaba los miedos que tenía entonces. Finnick nunca había sido un niño que tuviese miedo al monstruo debajo de la cama o a la oscuridad. Pero al entrar en el estadio, se vio a sí mismo temiendo cualquier ruido a su alrededor.
Finnick sabía que no era un cobarde. Eso era algo que nadie en su sano juicio podría negar. Sin embargo, tenía miedo y pesadillas como todo el mundo.
Fantasmas. Cadáveres que se le aparecían en sueños y le preguntaban una y otra vez por qué. Y él siempre tenía la misma respuesta: Eras tú o yo.
Todos los tributos que él mismo había matado en la Arena. Sus padres, que lo miraban con miedo de ver en lo que se había convertido. Un asesino. Kit, la madre de Annie…
Y ahora, esas pesadillas eran peores desde que no las podía controlar. Se había acostumbrado a despertar cada mañana con el rostro de una de esas personas en los párpados, pero no estaba acostumbrado a soñar con Annie, con los últimos momentos de Annie en los Juegos. Y no poder dominar esos sueños le hacía sentir impotente.
-         ¿Finn?
Finnick agitó la cabeza, volviendo a la realidad. Annie seguía a su lado, pero se había levantado sobre los codos y una de sus manos descansaba sobre el pecho del chico.
-         ¿Estás bien? – preguntó de nuevo.
-         Sí, es solo… Recuerdos, ¿sabes? – intentó sonreír, sin éxito.
Annie le acarició el pelo, depositando la palma de la mano en su cuello. Finnick se abrazó a ella. Estaba allí, estaba con él, y estaba bien. Solo había sido una pesadilla.
-         Yo también tengo pesadillas – susurró Annie contra su pecho.
Finnick le besó el pelo, con los dedos recorriéndole la nuca. Lo sabía. Había estado con ella todas las noches en las que se había levantado gritando, arañándolo y golpeando la almohada.
-         Y recuerdos. Pero Dex dice que, cuando me pase eso, tengo que escribirlo. Dice que es la única manera de seguir adelante.
-         Dexter es muy listo – Annie asintió -. De todas formas… ¿te he despertado?
-         No, ya estaba despierta.
El chico se separó de ella para mirarla a los ojos.
-         ¿Ha pasado algo, An?
Annie se separó completamente de él, atusándose el pelo. Llevaba puesta una camiseta larga que le llegaba hasta medio muslo, transparente, tanto que Finnick podía ver perfectamente su ropa interior. Sabía que esa prenda era del Capitolio, y que probablemente no fuese un pijama. Finnick acarició la tela y tiró suavemente de ella para llamar la atención de la chica.
-         He estado pensando en Mags.
Finnick se levantó y se sentó a su lado. Había pasado un año y seis meses desde el día en el que descubrió la enfermedad de la anciana, y desde entonces, había avanzado como si el hecho de conocerla hubiese acelerado el proceso. Y no solo era la enfermedad, sino que Mags cada día estaba más mayor, más débil y más anciana. Había días en los que el muchacho la miraba y se descubría a sí mismo preguntándose cuándo habrían empezado a aparecer las arrugas alrededor de sus ojos o las manchas en sus manos.
-         He estado pensando en Mags – repitió Annie -, y en lo frágiles que somos.
-         ¿Frágiles?
-         Sí. Quiero decir... cualquier cosa nos hace daño. Lo que podemos ver y lo que no. Creemos que somos invencibles, pero… lo cierto es que somos pompas de jabón.
Finnick sonrió, recordándola con un pompero. Parecía mentira que la mujer que tenía ante sus ojos hubiese sido alguna vez esa niña. Estaba seguro de que si le daba un pompero ahora, ella se lo tiraría a la cabeza.
-         Quiero decir – continuó ella – que somos los dueños del mundo, ¿no? Creemos eso, pero… No lo somos. Y Mags… ella siempre había sido fuerte y ahora… parece que va a romperse en cualquier momento.
Finnick la miró y vio que las lágrimas habían mojado sus mejillas. Se inclinó para besarla, pasando un brazo alrededor de su cintura.
-         Pero nosotros no somos así, ¿verdad? – susurró ella -. Tú y yo.
Finnick negó con la cabeza, no muy seguro. Él sabía que Annie le hacía mucho más fuerte, y él a ella. Se compenetraban. Se necesitaban el uno al otro, y eso era obvio. Y, sin embargo, esa necesidad también podía ser su debilidad. Su punto débil. Finnick sabía que dañando a Annie era la única manera de dañarlo a él. Y viendo las reacciones de Annie cuando él estaba en peligro, aunque fuese mínimo, sabía que eso era mutuo. No eran frágiles, como decía Annie, pero se podían quebrar si lo hacía el otro.
Annie se levantó de repente y salió de la habitación, dejando a Finnick solo en la cama. El chico se pasó una mano por el cuello. Nunca se había detenido a pensar realmente en lo compleja que era su relación, pero viendo que cada paso que daban se hacía más complicado, podía notarlo.  Y odiaba sentirse así.
Finnick se levantó y se vistió con lo primero que encontró en el armario. Se había mudado definitivamente a la casa de Annie, igual que Mags, y no echaba nada de menos su casa en la Villa de los Vencedores. No tenía nada allí, ningún buen recuerdo, nada.
Salió a la calle sin buscar a Annie, porque sabía que ella querría estar sola, escribiendo poesía en su cuaderno blanco. Apenas había salido el sol, y una luz grisácea y fea anunciaba que no sería un día soleado en el distrito 4. Finnick frunció el ceño. No le gustaban los días grises.
Mientras andaba por la Villa de los Vencedores, Finnick recordó algo que había oído mucho tiempo atrás, una especie de superstición del distrito: los días grises en un distrito soleado como el suyo eran síntoma de que algo estaba viniendo. Y Finnick no quería saber qué, porque sospechaba que no era nada bueno.
La mañana se pasó volando. Fue a la playa (no a la playa de Annie, sino a la playa del distrito) y no vio a ningún niño jugando, solo pescadores con sus barcos y sus redes. Todo el distrito parecía mustio ese día.
A media mañana, el distrito empezó a movilizarse. La gente salía a la calle, dirigiéndose todos a la plaza. El mercado, supuso. Hacía mucho tiempo que Finnick no iba al mercado, y siempre le había gustado ese ambiente, una mezla de gritos que le recordaban a cuando era un niño.Sin embargo, fue precisamente la falta de ese ruido lo que le advirtió de que estaba equivocado.
Y ver la cantidad de niños que había en la plaza le hizo recordar.
La cosecha.

Finnick se estremeció. Había faltado a la cosecha tres años, poniendo siempre de excusa que tenía que cuidar a Annie. No quería tener que volver a pasar por lo mismo por lo que pasó ese año, ni como mentor ni como espectador. Radis estaba en el escenario, entre las dos urnas, en mitad de un silencio sepulcral, con un traje naranja chillón y el pelo blanco recogido en un complicado moño. La mujer sonrió, mostrando sus colmillos afilados y comenzó a hablar.

-         ¡Bienvenidos a los Septuagesimo Cuartos Juegos del Hambre!

Un escalofrío le recorrió la columna vertebral. Radis continuó hablando sobre el gran honor que era participar en los Juegos, honrar al distrito y todas esas cosas que estaban ahí para convencer y que no tenían ningún éxito. De repente, una pantalla se encendió a su derecha e hizo un recorrido desde los Días Oscuros hasta hoy en día. Finnick apartó la mirada cuando Radis se desplazó hacia una de las urnas y chilló con una voz mucho más aguda de lo normal:
-         Las damas primero.
De repente, Finnick sintió unas uñas clavarse en su antebrazo. Se giró y se encontró con dos ojos verdes que conocía más que a los suyos propios.
-         Annie…
-         No quiero, no quiero, no quiero…
-         An, escúchame – Finnick se inclinó y le puso ambas manos en el cuello -. No eres tú. No vas a ir a ningún lado.
-         No quiero. Otra vez no. No, no, no, no.
Finnick agarró con fuerza a Annie de la cintura y la sacó de allí justo en el momento en el que Radis anunciaba el nombre por el micrófono.
Annie siguió clavándole las uñas en la piel, con el puño metido en la boca para amortiguar los gritos. Finnick encontró un callejón y se metió allí, dejándola en el suelo. Le sangraban los nudillos allí donde se los había mordido, y tenía los ojos rojos e hinchados.
-         Finnick, no quiero…
-         Annie. No eres tú, ¿vale? Estás aquí. No te van a llevar.
-         Kit. Tienes que salvar a Kit, él…
-         Kit tampoco está, Annie.
-         ¡Sálvalo, Finnick! ¡Sálvalo!
Finnick le tapó la boca con la mano. Annie se retorció entre sus brazos, tirando de la manga de la camisa, pero él no la soltó. Cuando la chica se tranquilizó, Finnick se colocó tras ella, abrazándola.
-         Estás aquí – susurró -. Estás bien.
Annie lloró. Y lloró durante horas después, cuando los tributos ya habían sido seleccionados y viajaban camino al Capitolio.
-         Finnick – murmuró Annie cuando él la llevaba en brazos a su habitación.
-         ¿Qué?
-         Kit está muerto.
No era una pregunta, ni una sugerencia, ni nada por el estilo. Annie sabía que el chico había muerto, y sabía cómo. Finnick asintió.
-         Y esos niños también lo estarán.
Otra afirmación. Finnick cerró la puerta a sus espaldas y la soltó en el suelo. Sin embargo, no se apartaron de la puerta, sino que se quedaron ahí, abrazados, apoyados en la madera como si esa fuera la única manera de sostenerse.
-         Estás bien. Estarás bien.
-         Pero esos niños no.
Finnick la separó con suavidad, no mucho, para poner los labios sobre su frente. La chica apoyó las manos en su pecho, suspirando.
Finnick se acostó esa noche pensando por primera vez en los niños que acababan de entrar en la Arena. No era su mentor, no podría salvarlos, y probablemente no sobrevivieran.
Y pensó también en Annie. Y en cómo no podría aguantar ver los Juegos cada año, cada vez que salía a la calle. Tendría que hacer algo, algo para que ella se sintiese aislada del mundo. Algo más allá de quedarse bajo las sábanas.
Y, cuando despertó, ya lo sabía.
 

 

 


2 comentarios:

  1. Simplemente me a encantado, pero me has dejado con la intriga, ¿Que piensa Finnick? a esperar el próximo capitulo, un beso.
    Saludos!
    pd: Eres de las pocas, que hace capitulo largos y maravilloso, y no deja de subirlos, sigue así por favor!

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  2. TACHÁÁÁÁÁÁÁÁN.
    El título avisaba de que el capítulo iba a ser duro, pero no me esperaba tanto después de ‘La Cosecha’. AY, MADRE. En fin, comentaré por orden, buuuuuuuut… That hurts.

    Las pesadillas son muy Peeta-Katniss, lo que lo hace todo todavía mucho más adorable, fuerte… Destructivo es la palabra. TODO ES DESTRUCTIVO, fucking bastard (con cariño, ¿eh?).

    Pensar que han pasado unos tres años desde los juegos de Annie es demasié, no sé, llevan tanto tiempo juntos luchando para que Annie no esté tan mentalmente desorientada… Y PENSAR EN LO QUE SE NOS VIENE ENCIMA EN LOS PRÓXIMOS JUEGOS. AY, MADRE.

    Sigues acumulando escenas monosas bajo las sábanas y vas a llegar a un punto en el que todas nos quedemos calvas (?) de frustración. WE NEED THE FUCKING CAPIFUCK RIGHT NOW. Jum. Y a Annie le ha dado la vena exhibicionista, anda buscando el capifuck… IT IS KNOWN. Creo que me estoy pareciendo a Shenia con lo del capifuck, pero es culpa tuya por ir dejando migajas.

    La reflexión sobre los miedos de Finn… ÑA. Tengo una relación de amor-odio con esas reflexiones que metes a lo random, honey. [Igual que con las poesías de Annie, ejem] Y luego me imagino a Annie despertando de sus pesadillas, gritando, arañándose… Buf. No puedo con ello.

    NO SOY CAPAZ DE FIARME DE DEXTER, NO PUEDO. Últimamente me da mal rollo, ¿qué vas a hacer con él? -.-‘ Te estoy vigilando, criatura.

    Yo también he estado pensando en Mags, en que ha visto todos los Juegos del Hambre de la historia… God, tiene que ser muy duro.

    ‘Estaba seguro de que si le daba un pompero ahora, ella se lo tiraría a la cabeza.’ Escenificación del cambio de actitud de Annie. Está bien que madure, pero la otra Annie era genialosamente estupendástica (?) I miss her. AND I MISS JOHANNA. But… Mags :((((((((((

    ‘No eran frágiles, como decía Annie, pero se podían quebrar si lo hacía el otro.’ Perfección de frase.

    Que Finnick ni siquiera recuerde que ese día era la Cosecha es muy significativo, jopé, me ha llegado. Y la descripción de cómo estaba el distrito ese día también me ha tocado la fibra sensible. Es raro que un capítulo de Finn me haga estas cosas (?)

    Vuelvo a odiar a Radis, just saying.

    No sé cómo comentarte la parte final, simplemente diré que es muy destructiva (again) y que Annie perdiendo el control es superior a mí, encima lo describes de una manera con la que me dejas echa papilla. Vamos a dejarlo ahí.

    Pd: Del 47… Malditas poesías de Annie. Maldito Peeta. Y ya (?)
    2Pd: No sé si el comentario tiene mucho sentido, tú échale imaginación.

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