miércoles, 28 de agosto de 2013

Capítulo 52. 'Caso cerrado'.

-         ¿Contenta?
Finnick se abrochó el cinturón del pantalón mientras evitaba mirarse al espejo. Se daba asco. Y más aún sabiendo que Annie estaba a pocos metros de esa habitación.
-         Extasiada – ronroneó Radis desde la cama -. ¿Es la primera vez que haces esto al revés? ¿Primero el pago y luego el sexo?
El chico se pasó una mano por el pelo. ‘No pienses en lo que acabas de hacer’, se decía. ‘No pienses’.
-         ¿Quieres oír otro secreto, Finnick?
Finnick se sacó el sobre del bolsillo y lo lanzó sobre el colchón, tratando de relajar su ceño fruncido por la rabia.
-         Pediste una noche. El Presidente te la concedió. Me has pagado. Caso cerrado.
Y acto seguido salió de la habitación. Se sorprendió del enorme silencio que lo reinaba todo. Nadie bebía, nadie hablaba, incluso costaba escuchar las respiraciones. Finnick se fijó en la pantalla que tenía frente a él.
Katniss Everdeen y Peeta Mellark se llevaron las manos a los labios y, antes de cerrarlos, Finnick vio los frutos caer en el interior de su boca. Las bayas venenosas. ¿Pretendían suicidarse? ¿Qué había pasado con la norma de ‘podéis vivir los dos si sois del mismo distrito’? ¿Cómo habían cambiado tanto las cosas con solo salir de una habitación?
Ni siquiera se había dado cuenta de que seguía parado en la puerta hasta que Radis salió tras él, pellizcándole el trasero. Finnick tuvo que emplear toda su paciencia para no llevarla de nuevo a la cama, pero esta vez, para asfixiarla con la almohada.
En ese momento, las trompetas sonaron.
-         ¡Parad! ¡Parad! – La voz de Claudius Templesmith no hizo más que aumentar la repulsión que ya tenía hacia sí mismo, recordando las cosas que le había hecho a él años atrás -. Damas y caballeros, me llena de orgullo presentarles a los vencedores de los Septuagésimo Cuartos Juegos del Hambre, ¡Katniss Everdeen y Peeta Mellark! ¡Les presento a los tributos del distrito 12!
La sala irrumpió en aplausos, más por parte de los ciudadanos del Capitolio que por parte de los vencedore, que volvieron la vista a sus copas con el ceño fruncido, la mandíbula apretada o la expresión de agotamiento que tenían después de toda la noche esperando el final de los Juegos.
Finnick se frotó las manos, observando cómo los nuevos vencedores comprobaban que estaban bien antes de que el aerodeslizador se los llevase. En ese momento, alguien tiró de su codo.
-         ¿Te parece normal lo que has hecho?
Finnick se giró hasta encontrarse con los ojos inquisitivos, rabiosos y ebrios de Johanna Mason.
-         Annie está ahí, tirada en el suelo como una lombriz y tú ahí dentro, revolcándote con esa como una babosa.
Finnick la miró directamente a los ojos, tironeando de su codo. Podía oler el aroma del alcohol que emanaba de su boca. Trató de excusarse primero.
-         Era una…
-         ¡Está empezando, Odair! – gritó Johanna, levantando una botella -. ¡Está empezando!
-         ¿El qué está empezando?
-         ¡Nosotros! ¡Empezamos a pensar! ¡Y vemos!
Y se alejó. Entonces, la mente hasta entonces desconectada de Finnick se activó. ‘Annie está ahí, tirada en el suelo como una lombriz’. El chico salió corriendo, empujando a la gente. Nadie parecía tener pinta de acabar de presenciar un ataque de locura, pero con la euforia de los Juegos, nadie lo recordaría.
Divisó la chaqueta color crema de Dexter y se lanzó tras ella. Annie estaba allí, sentada en una mesa, con un par de copas vacías frente a ella. Finnick la miró fijamente.
-         ¿An?
-         ¿Lo has sentido? – preguntó Annie, señalándose la oreja -. Gritan.
-         Lo sé, lo oigo – dijo Finnick, casi gritando para hacerse oír por encima del bullicio.
-         No, ellos no. Nosotros.
Entonces, Finnick recordó una antigua conversación. Recordaba perfectamente estar en el Capitolio, el año que Annie ganó, sentado en un sofá blanco.
La gente sabe lo que hacen los Juegos, pero el Capitolio pretende que le den más valor a la fama, la gloria y el honor que pueden conseguir si los ganan. No pueden dejar que se sepa que salir de la Arena es peor que morir en ella. ¿Qué crees que ocurriría si los tributos decidiesen controlar los Juegos? ¿Si decidiesen que todos deben morir o que no debe hacerlo ninguno? Sería su ruina.
Mags lo había sabido entonces.
¡Está empezando! ¡Empezamos a pensar! ¡Y a ver!
Johanna lo había esperado.
Hacer algo.
¿Lo oyes? No, no ellos. Nosotros.
Y Annie lo había sentido también.
Incluso Radis, con esa llamada que le había costado una pieza más para darse asco, había intuído que algo grande estaba empezando. Algo más grande de lo que cualquiera hubiese imaginado.
Una rebelión en el distrito 11, una chica que cubre el cadáver de una de sus contrincantes de flores solo para demostrar que no todo es odio en la Arena, y ahora dos chicos que desafían al Capitolio tratando de suicidarse dentro de su preciado Juego.
-         Sí, Annie – admitió Finnick -. Lo oigo.
La chica se irguió y le besó en la mejilla. Probablemente, eso hubiese hecho saltar todas las alarmas si hubiesen estado pendientes únicamente de eso en esa fiesta, pero ahora había más cosas para pensar. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué parecía que retrocedían hasta los Días Oscuros? El Capitolio empezaba a perder poder, pues los distritos más desfavorecidos se daban cuenta del poder que tenían.
Finnick se giró para mirar a Annie a los ojos.
-         Vámonos a casa, Ann.
-         A nuestra casa.
Se colgó del brazo de Dexter y, arrastrándola, la metieron en el coche, donde se quedó totalmente dormida.
Ya en el tren, regresando al distrito, Annie se inclinó sobre él y le besó el pecho desnudo.
-         Hoy has desaparecido – susurró, con la voz amortiguada -. ¿Dónde estabas?
Finnick tragó saliva, recordando a Radis.
-         ¿Estás bien? – preguntó Annie -. Estás blanco.
-         Duérmete, An. Mañana estaremos en casa.
Y acto seguido, se levantó al baño. Llegó justo a tiempo para inclinarse sobre el váter y vomitar, agarrándose el estómago con las manos.
-         Finn…
Annie estaba junto a él, con las manos frías colocadas en su espalda. Finnick no podía girarse hacia ella sin pensar en que la estaba engañando. En que, mientras ella estaba en medio de carroñeros, de gente del Capitolio que se aprovecharían de la ‘chica loca’ y de su inocencia, él estaba con Radis en una habitación, haciendo algo que debería ser exclusivamente para Annie.
-         Vete – gruñó -. No quiero que veas esto.
-         No es justo – replicó ella, sentándose a su lado -. Tú me cuidas, yo te cuido.
Finnick se atrevió a mirarla a los ojos, aunque se arrepintió casi en el momento en el que vio toda la confianza que ella tenía en él. Sentía cómo se rompía. No era la primera vez que lo hacía, ni sería la última, pero nunca ella había estado tan cerca, tan cerca para ver cómo él se repugnaba a sí mismo por engañarla.
-         Annie, yo he… hecho… algo que…
-         Finnick, vamos a la cama. Y duérmete, mañana estaremos en casa.
Alargó la mano hasta coger la suya. Finnick escupió una vez más en el váter antes de enjuagarse la boca con agua en el lavabo, y la siguió. Annie lo tapó con las mantas, abrazándolo, adoptando la postura que normalmente solía adoptar él. La chica lo besó en la espalda.
-         Te quiero – murmuró -. No importa qué pase.
Finnick se giró, aún con el pensamiento de culpa carcomiéndolo.
-         ¿No importa qué pase?
-         No.
-         Ni siquiera…
-         Ni lo menciones – cortó Annie, obligándolo a girarse de nuevo -. Lo sé. Y sé que hoy lo has hecho. Y no me importa, porque te amo y me amas. Me basta con eso.
Cuando Finnick consiguió quedarse dormido, aún estaba llorando.
Despertó con el sonido del tren al llegar a la estación. Annie cogió un abrigo largo que le llegaba hasta la mitad de los muslos y, recogiéndose el pelo en un moño medio deshecho, le tendió unos pantalones, una sencilla camisa y la chaqueta que había usado para ir a la fiesta.
Finnick sonrió.
Sin embargo, todas las preocupaciones regresaron a él en cuanto cruzó el umbral de la casa que compartían. Mags estaba sentada en el sofá, con la mirada perdida en la televisión encendida que no estaba viendo. Finnick se acercó cauteloso a ella, dejando la bolsa con la ropa en el suelo. Ella se giró para mirarlo. Parecía que llevaba días sin dormir.
-         ¿Dónde está Margaret? – preguntó, preocupado.
La anciana señaló a la cocina, intentando una sonrisa sin éxito. Finnick se sentó junto a ella mientras Dexter arrastraba a Annie a la cocina.
-         ¿Estás bien?
Mags clavó sus ojos en los del chico como muy pocas veces lo había hecho. Él soportó su mirada a duras penas, esperándose cualquier cosa.
Sin embargo, Mags no dijo nada. Simplemente, cogió la libreta de Annie, que descansaba sobre la mesa y,abriéndola por una página cualquiera, comenzó a escribir.
Finnick no estaba muy seguro de que Annie aceptase esa usurpación a su diario, porque ese cuaderno era como un diario para ella, pero en ese momento no importaba. Mags trataba de decirle algo.
Cuando Finnick bajó la vista hacia el cuaderno, tuvo que entrecerrar los ojos para descifrar la letra de la anciana, pero cuando lo hizo, un puño helado se cerró en torno a su estómago.
Solo había una palabra, una palabra diminuta con un significado mucho mayor.

Rebelión.
 
 
 

2 comentarios:

  1. Que capitulo mas perfecto! Le has dado una explicación muy buena a porque Mags no hablaba en el libro. Y que Annie haya ocupado el "papel" de Finnick lo encuentro hermoso, un beso!
    Saludos!

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  2. No pensé que Finn se sintiera tan culpable como para llorar y eso, pero lo cierto es que el pobre está en una situación muy complicada... Me ha gustado el capítulo, muy bien hilado. Aunque quería más Johanna.

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