viernes, 30 de agosto de 2013

Capítulo 54. 'Setenta y cinco'.

-         ¿Prometidos?
Finnick asintió, con una media sonrisa en los labios. Aún no acababa de creerse lo que había pasado el día anterior. Parecía algo irreal, como una especie de sueño, y ni siquiera estaba seguro de que hubiese pasado de verdad, pero, de una forma u otra, lo había hecho.
-         Ni siquiera fue una proposición corriente – se apresuró a aclarar el chico -. No lo había pensado hasta que ella lo hizo.
-         Vaya.
Dexter se pasó una mano por el pelo dorado, con una comisura de la boca levantada.
-         Parece que este es el año de las bodas – añadió -. Katniss Everdeen y Peeta Mellark, Annie y tú…
-         Quiero algo simple y desapercibido – interrumpió el chico, frunciendo el ceño -. Nada de eventos. Aquí en casa, nosotros, Mags y  tú.
-         ¿Mags y yo?
-         Alguien tendrá que ejercer de madrina y padrino, ¿no?
Dexter abrió los ojos sorprendido, con la mano a medio camino de la boca. Finnick sonrió.
-         Finnick, no estoy seguro…
-         Yo sí. Quiero que lo hagas.
El hombre asintió, con una tímida sonrisa. Finnick sonrió para sí. ¿Cómo había llegado a comprometerse con Annie? Había sabido que ese momento llegaría en cualquier momento, pero esperaba tener un plan, un anillo, algo ensayado para poder pedírselo en condiciones. No algo tan espontáneo.
-         Parece mentira – musitó para sí.
-         En realidad, no – añadió Dexter, rascándose la barbilla -. Creo que todos lo hemos sabido desde el principio, incluso tú.
Finnick se pasó una mano por el cuello, pensando en los años que había pasado junto a Annie. No sabía en qué momento exacto se había enamorado de ella, pero era cierto que se había comprometido a cuidarla desde el momento en el que salió seleccionada en la cosecha. Habían estado unidos desde entonces.
-         Bueno, ella es mi gran secreto – confesó Finnick, suspirando -. ¿Y tú, Dex? ¿Tienes algún gran secreto?
El hombre se removió en la silla, incómodo.
-         ¿Estás pidiéndome un secreto, Finnick Odair?
Finnick comprendió las implicaciones de lo que estaba pidiendo y se irguió en la silla.
-         No tiene por qué ser así.
-         Lo sé – susurró Dexter -. Quería asegurarme.
El hombre soltó una risita entre dientes mientras se arreglaba el cuello de la camisa. Finnick observó con curiosidad al doctor. Parecía mentira que llevase casi cuatro años viviendo con ellos y no supiese absolutamente nada de su vida anterior a esa casa. ¿Por qué, en todo el tiempo que había pasado, no había visitado a su familia? Si es que la tenía.
-         Muy bien, señor Odair – masculló Dexter, apoyando los codos en la mesa -. ¿Qué quieres saber?
-         Tu mayor secreto. Ya sabes, soy experto en guardarlos.
Dexter suspiró, mirándolo una vez a los ojos antes de apartar la mirada.
-         Hubo alguien.
-         ¿Hubo? ¿Ocurrió algo?
El hombre desvió la mirada, incómodo.
-         Más que algo, alguien. Se enamoró de otra persona. Y lo entiendo, ella es preciosa…
-         ¿Ella?
Finnick se inclinó sobre la mesa, con las palmas de las manos unidas.
-         No lo entiendes, Finnick – musitó Dexter, mordiéndose el labio.
-         Explícamelo.
El hombre se pasó las dos manos por el pelo, nervioso. Finnick intentó atar cabos. ‘Se enamoró de otra persona. Y lo entiendo, ella es preciosa… No lo entiendes’.
-         Dexter, ¿eres gay?
Dexter se quedó rígido, mirando la mesa con los ojos desenfocados. Y Finnick encontró la respuesta en su mirada, como si la hubiese pronunciado con los labios.
-         A mí no me importa – aclaró el chico, poniendo una mano en su antebrazo -. Está bien.
-         Sigues sin entenderlo.
Finnick iba a hablar, pero en ese momento entró Margaret en la habitación, con una bandeja vacía. Finnick la observó inclinarse al entrar y salir con la misma expresión, sin decir nada. Cada vez que la veía, cada vez que la miraba a los oscuros ojos, veía al chico que no pudo salvar y algo se retorcía dentro de él.
-         ¿Podemos cambiar de tema? – sugirió Dexter, moviendo nerviosamente las manos por encima de la mesa.
Finnick lo observó con los ojos entrecerrados. No era la primera vez que se encontraba con alguien homosexual. Él mismo se había visto obligado a acostarse con hombres. Era normal que incluso los hombres se sintiesen atraídos por él, y eso era ser realista.
Entonces, en el interior de su cabeza, algo empezó a cobrar forma. Miró a Dexter, cuyas orejas empezaban a teñirse de color rojo. Éste evitaba deliberadamente su mirada, pero Finnick lo había captado.
Hubo alguien.
Se enamoró de otra persona.
Ella es preciosa.
No lo entiendes.
Sigues sin entenderlo.
Miró a Dexter, tragando saliva. No podía ser, pero algo en su interior decía que lo era, que sería lo normal.
-         Dexter…
-         Déjalo estar, Odair – susurró el hombre, sonriendo -. No hay nada que hacer, ¿verdad?
Y era más una afirmación que una pregunta.
Finnick bajó la mirada, guardando silencio. Tras unos incómodos minutos de silencio, fue Dexter el que tuvo que romper el hielo.
-         Deberíamos poner la televisión – sugirió, con una sonrisa -. ¿O acaso te quieres perder los vestidos de novia de Katniss Everdeen? Quizá podáis encontrar ideas para el de Annie.
El chico sonrió, rascándose la nuca.
-         No creo. A Annie le gustan las cosas más sencillas.
Dexter soltó una carcajada, levantándose de la mesa. Fue a la puerta de la cocina y Finnick escuchó cómo pedía dos cafés a Margaret, educadamente y con normalidad, como si no acabase de confesarle el mayor secreto de su vida.
-         Es – susurró Mags, que bajaba por las escaleras en ese momento.
-         Que sean tres – retractó Dexter, añadiendo una sonrisa al final.
-          Con azucarillos – pidió Finnick, acomodándose en el sofá.
Mags se sentó a su lado y le pasó una mano por el pelo. El chico ya le había contado lo que había pasado con Annie. Había sido la primera en enterarse. Siempre sería la primera.
-         ¿Cómo estás?
Mags asintió, forzando una sonrisa. Finnick sabía cómo se sentía, tan vulnerable, sin poder hablar. Era como si, de la noche a la mañana, le hubiesen quitado un brazo y tuviese que lidiar con ello de golpe.
Margaret entró con la bandeja y los tres cafés. Dexter susurró un ‘gracias’ con una sonrisa. ¿Cómo lo haría? ¿Cómo era capaz de parecer tan normal cuando tenía que verlos a ambos, a Annie y a él, constantemente?
-         ¿Y Annie? – preguntó Finnick, encendiendo el televisor.
-         Arriba – aclaró Dexter, echando un par de azucarillos en el café.
Finnick pensó en ir a llamarla, pero si ella quería estar allí abajo con ellos, bajaría por su cuenta. Puso una mano sobre la de Mags y fijó la mirada en la tele.
Caesar Flickerman comenzó a hablar efusivamente a las cámaras, presentando al estilista de Katniss. Finnick sabía que era una especie de prodigio de la moda, ya que había visto los vestidos que había hecho para la chica durante su trayectoria en los Juegos. Y si alguien como Yaden, a quien Finnick consideraba bastante bueno, envidiaba su trabajo, solo podía significar que Cinna era más que bueno.
A continuación, dieron paso a los vestidos. Finnick imaginaba a Annie dentro de ellos, y poco le faltó para echarse a reír. Su Annie jamás vestiría algo así. Ella era la chica que utilizaba las camisetas de Finnick para dormir y vestía con cosas discretas. No habría triunfado en el Capitolio.
-         Me gusta ese – admitió Dexter, dejando el café sobre la mesa.
Era un vestido de seda, muy pomposo, con perlas por doquier. No era la clase de cosa que Finnick esperaría para Annie, pero Katniss Everdeen se veía expléndida en él, a pesar de su sonrisa forzada.
Cinna explicaba el diseño del traje, deteniéndose en detalles que solo los estilistas entenderían. Finnick desvió la mirada hacia las escaleras, esperando ver a Annie bajar, pero la chica seguía en el piso de arriba.
-         ¿No te gusta? – preguntó Dexter, mirándolo.
Finnick se metió un azucarillo en la boca.
-         No es algo discreto, Dex.
El hombre soltó una risa entre dientes, recostándose de nuevo en el sofá.
-         Desde luego, no es algo que Ann llevaría. ¿Te acuerdas el vestido azul que llevó en la primera entrevista? Ese era increíble.
-         Me gusta ese – dijo Finnick, señalando a la pantalla.
Era uno de los vestidos que habían sido eliminados por la audiencia, y Finnick entendía el porqué. No era un vestido llamativo o extravagante, ni siquiera tenía adornos. Era muy sencillo, con una cola de seda que caía desde la cadera. El único complemento era una sencilla corona de flores blancas.
-         Ha sido eliminado – leyó Dexter, dándole un sorbo al café -. Demasiado sencillo.
Finnick observó al doctor de nuevo. Parecía ridículo estar hablando de vestidos de boda, de unos vestidos que ni siquiera les incumbían. Sin embargo, eso era lo que el Capitolio pretendía. Alejar la atención de la guerra, del levantamiento que se estaba produciendo en los distritos. Finnick enumeró aquellos que habían llegado a sus oídos.
La rebelión del 11 tras la muerte de Rue y en la visita de los vencedores en la Gira de la Victoria.
Las explosiones intencionadas de fábricas del 8, que había llegado a sus oídos tras escuchar a la alcaldesa hablar de eso con un Agente de la Paz.
La rabia y los gritos de la gente de su propio distrito cuando Katniss Everdeen habló ante ellos. Los numerosos levantamientos en el mismo, cada vez más imposibles de sofocar, que estaban reduciendo el pago de marisco y pescado al Capitolio.
La falta de tecnología que se había producido debido a un levantamiento en el 3.
Y la posibilidad, cada vez más certera, de que pudiese seguir existiendo un distrito 13.
Y el matrimorio de Peeta y Katniss era la tapadera perfecta para evitar que la gente pensase en ello. Y con ellos lo habían conseguido, al menos por un momento.
-         Efectivamente, este año se celebra el setenta y cinco aniversario de los Juegos del Hambre – anunció Caesar en pantalla, aclamado por los vítores del Capitolio -, ¡y eso significa que ha llegado el momento del Vasallaje de los Veinticinco!
Finnick se irguió, al mismo tiempo que Mags. El Vasallaje era siempre un acontecimiento. Finnick no había llegado a ver el segundo Vasallaje, pero Mags los había presenciado los dos anteriores, y presenciaría el tercero. ¿Qué crueldad se habrían inventado esta vez? Finnick sabía qué había pasado en el segundo, tras haber conocido a Haymitch Abernathy, campeón de esos mismos Juegos.
Sonó el himno y las cámaras enfocaron a Snow situado en una plataforma. Finnick apenas prestó atención a su discurso, pues estaba pensando en todo lo que el presidente podía hacer.
Ya habían votado a los tributos en el primero.
Ya habían mandado al doble en el segundo.
¿Qué harían en el tercero? ¿Hacer un Vasallaje con únicamente tributos de un sexo? ¿El triple de tributos? Finnick se pasó una mano nerviosa por el cuello, intentando no pensar en qué repercusión podría tener la revolución en los Juegos.
-         En el veinticinco aniversario – comenzó el presidente -, como recordatorio a los rebeldes de que sus hijos morían por culpa de su propia violencia, todos los distritos tuvieron que celebrar elecciones y votar a los tributos que los representarían.
Finnick tragó saliva. ¿Cómo habría sido saber cuál era el niño que iba a ir a la Arena sin necesidad de cosecha previa, simplemente porque su propio pueblo lo había elegido?
-         En el cincuenta aniversario, como recordatorio de que murieron dos rebeldes por cada ciudadano del Capitolio, todos los distritos enviaron el doble de tributos de lo acostumbrado.
Haymitch había ganado esos Juegos. Finnick se había visto muerto la primera vez que vio la Cornucopia, rodeado por otros veintitrés chicos más que querían sobrevivir igual que él. No podía imaginar cómo sería estar rodeado de cuarenta y siete.
-         Ya llega – masculló Dexter, dejando la taza de café sobre la mesa.
Finnick lo imitó, con las manos apoyadas sobre las rodillas.
-         Y ahora llegamos a nuestro tercer Vasallaje de los Veinticinco.
Un niño de blanco se acercó desde el fondo, sosteniendo una caja de madera que el presidente abrió. Escogió un sobre con un 75 en la solapa y lo abrió sin más dilación. Tras aclararse la voz, el presidente leyó.
-         En el setenta y cinco aniversario, como recordatorio a los rebeldes de que ni siquiera sus miembros más fuertes son rivales para el poder del Capitolio, los tributos elegidos saldrán del grupo de los vencedores.
Lo primero que Finnick oyó fue el grito ahogado de Dexter, que se llevó una mano a la boca. Mags, a su lado, empezó a temblar. Finnick no entendía nada hasta que, finalmente, lo entendió.
El grupo de vencedores.
Su nombre estaría de nuevo en una urna, más pequeña y con menos nombres que la primera vez, pero había una posibilidad. Una posibilidad de regresar a sus pesadillas.
Finnick sintió su cuerpo pesado como una piedra.
-         No puede ser – susurró Dexter.
El chico levantó la mirada hacia Mags, que había cerrado los ojos y lloraba en silencio. Finnick sintió cómo sus propios ojos se humedecían.
-         No puede ser – repitió Dexter, con la mano aún sobre la boca.
Finnick quiso subir al piso de arriba y dormir, dormir hasta que hubiese pasado esa pesadilla, pero era demasiado real como para serlo. Miró a la televisión una vez más, sin verla realmente.
Tenía que volver a la Arena, había una posibilidad entre menos de quince de que lo hiciese. Una entre quince. Y ahora tenía más que perder que la primera vez que fue.
Más que perder.
Annie.
Ella también era una vencedora. Y había un número mejor de mujeres vencedoras que de hombres en el distrito. Ella tenía más posibilidades de que sacasen su nombre.
En ese momento, una taza se rompió a su espalda.

1 comentario:

  1. NOOO. Yo veía a Dex más enamorado de Annie que de Finnick. O enamorado de Johanna, eso sí que hubiera sido interesante...
    Comentar también que, aunque esto no es mérito tuyo, me gustan los vasallajes que pensó Suzanne y sus explicaciones. ¿Se te habría ocurrido algo para el número 100, cabeza que todo lo hila? ;)

    Me voy rápido al siguiente capítulo, que estoy en racha.

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