viernes, 30 de agosto de 2013

Capítulo 55. 'Frío'.

Annie se inclinó mientras se agarraba el pecho, con una mano apoyada en el marco de la puerta y el rostro contraído en una mueca de dolor. La chica sintió una explosión de sangre en la boca cuando se mordió con fuerza el labio. Retrocedió, buscando el aire que no entraba en sus pulmones.
-         No – jadeó -. No, no.
Todos los recuerdos llegaron a ella de golpe. La cosecha en la que había escuchado su nombre. Caesar Flickerman llamándola ‘la princesa del océano’ delante de todo el país. Finnick Odair prometiendo que la devolvería a casa. La cabeza rodando de Kit, aún sonriendo, y cómo su cuerpo se quedó en pie antes de caer. El dolor de la rama clavada en su estómago.
Annie se inclinó y vomitó en el suelo.
-         ¡Annie!
La chica había esperado escuchar la voz de Finnick, pero fue Dexter el que se inclinó a su lado, entre lágrimas. Era una ironía que fuese él el que llorase.
Annie sintió los brazos del hombre a su alrededor, pero no encajaban de la misma manera en la que los de Finnick lo hacían. Se sentía incómoda. Annie gimió, oprimiéndose el pecho con los brazos.
-         An...
Apenas era un susurro, pero Annie lo entendió como si Finnick hubiese gritado. Alzó un brazo hacia la voz, pues no era consciente de lo que sus ojos veían y lo que su mente quería que viesen. Tan pronto divisaba el sofá de suero frente a ella como una selva de palmeras. ¿Qué era real entonces? ¿Había salido en algún momento del estadio o seguía allí?
Por supuesto que seguía allí, escondida en el río, durante aquellos interminables minutos tras la muerte de Kit. La sensación de no poder respirar era la misma.
Hay calma allí abajo, al menos puedo hundirme.
Los brazos de Finnick se colocaron a su alrededor, flácidos, sin esa seguridad con la que siempre lo hacían. Annie buscó su pecho para apoyarse, pero no lo encontró. Era como si él estuviese allí, pero no estuviese.
-         Annie…
La chica se revolvió. No era posible. No podía ser. ¿Por qué? ¿Por qué tenía que volver, por qué tenía que revivir sus pesadillas?
Si es que en algún momento habían sido solo pesadillas.
Dexter volvió a colocarse a su lado, levantándole el mentón, pero ella no lo veía a él. No veía a nadie y veía a todo el mundo.
Es un anillo, Annie, dijo Kit, sonriendo. Aún tenía una línea roja bajo la barbilla, en el lugar en que la cabeza se unía al cuello. Un anillo. Si dejas de correr, estarás en el mismo sitio en el que corrías hace una hora.
Sobrevive, Annie, suplicó su madre, con lágrimas en los ojos. Su rostro moreno estaba surcado de arrugas. Vuelve a mí.
-         Vamos, reacciona.
Dexter golpeó con suavidad la mejilla de Annie tres veces, pero ella sintió como si hubiese empleado el doble de su fuerza en cada una. Comenzó a llorar, aunque no estaba segura de si el dolor era externo o interno.
Ya no estaba segura de nada.
-         No tenemos que volver. ¡Nos lo prometieron! ¡No podemos volver!
Finnick se colocó tras la chica y la cogió en brazos. Annie alzó la mirada y, a través de las lágrimas, pudo ver que él se mantenía serio, sin llorar, a pesar de que tuviese ganas. Annie se acurrucó contra su pecho, arañando el pecho del chico sin que él diese señales de que le importase.
-         No podemos volver, no podemos…
Cariño, vuelve a mí, continuaba su madre desde lo alto de la escalera.
-         No me pueden elegir de nuevo – lloriqueó -. No pueden.
-         No, no pueden – susurró Finnick, con la voz ronca desde lo alto.
El chico la depositó en la bañera y abrió el grifo. Nuevos recuerdos llegaron a su mente. La enorme ola la hundía, una y otra vez, obligándola a tragar agua, sangre y arena al mismo tiempo. El agua que salía del grifo le rozó los dedos de los pies. Annie gritó por el escozor que le provocaba, luchando en los brazos de Finnick por salir, pero él la mantuvo apretada contra la bañera. La sangre corrió, destacando contra el mármol blanco, y Annie sintió los nudillos derechos arder. Aún tenía cristales procedentes de la taza que se había roto clavados, ahí y en las rodillas.
Se acordó de las sombras, que se agolpaban a su alrededor, atormentándola, amenazando con rozarla. Y las volvió a sentir a su alrededor, como una presencia fría que se arrastraba por las paredes hacia ella, siempre hacia ella. Ni siquiera la presencia de Finnick la ayudaba, no esta vez.
-         ¡Duele! – gritó Annie, tratando de salir -. ¡Duele, Finnick, me hace daño!
Pero Finnick parecía sordo a sus súplicas. Con el semblante aún serio, deslizó un chorro de agua sobre su cabeza, empapando su pelo largo. Annie se tiró del pelo, arañándose el cuero cabelludo.
-         ¡Annie, para! – gritó Finnick, soltando la ducha en el suelo y cogiéndole las manos -. Para, por favor. Mírame.
La chica deslizó la mirada hacia él, chorreando, aunque no sabía si el agua que la mojaba procedía de la ducha, de la ola que la ahogaba o de sus propias lágrimas. Los ojos verdes de Finnick estaban clavados en ella, luchando por no dejar caer las lágrimas que pendían de sus pestañas. Annie se acarició los brazos, que seguían escociendo como si la hubiesen rociado en ácido.
-         No podemos volver – dijo ella, aunque era más una súplica que una afirmación.
Finnick apagó la ducha y se alejó de la bañera, apoyando la espalda en la pared. Annie se acurrucó, arrancándose la ropa mojada y empapada de la sangre que aún manaba de sus nudillos y rodillas. Sentía la cara entumecida mientras observaba al muchacho. Finnick se pasó las manos por la cara, el pelo, tirando de él como si quisiera arrancárselo.
‘No lo hagas’, pensó, casi sonriendo. ‘Es muy bonito y suave’.
Finnick ni siquiera podía mirarla.
-         Mírame – pidió la chica, mirándolo entre los brazos -. Por favor.
Finnick apartó la mirada, mordiéndose el labio.
-         No lo entiendo – gruñó.
Tampoco yo.
Kit estaba junto a Finnick, semitransparente. No sonreía, sino que tenía el ceño fruncido y el pelo apelmazado, pegado al cráneo. Sus ojos oscuros no relucían.
-         No lo entiendo – dijeron los dos a la vez.
Annie se tapó los oídos. No quería escucharlo como si estuviese vivo. No estaba vivo.
-         Estás muerto, estás muerto, estás muerto – susurró con los ojos cerrados.
Cuando apartó las manos de sus oídos, la sangre se había coagulado en sus heridas, formando una costra rojiza que dolía como si siguieran clavándole cristales. Con cuidado, empezó a quitarse las esquirlas de la piel, recordando cómo Finnick había hecho lo mismo, años atrás.
-         Annie…
-         Puedo yo – dijo ella, sonriendo.
¿Por qué sonreía? Debería estar triste. Enfadada. Nerviosa. De todo, menos sonriendo. No tenía sentido. Pero, ¿qué lo tenía?
 
Volver a mis pesadillas
como si no lo fueran.
Y nunca lo han sido.
Solo han sido recuerdos
que van y vienen.
Que siempre han estado ahí,
que siempre han querido volver.
Que eran lo único dentro mío
que era real.

Annie se apretó las palmas de las manos contra las sienes. No lo soportaba. Cuanto más pensaba en lo que había escuchado en la televisión, en lo que había deducido ella después, más real le parecía y más horrible.
En el setenta y cinco aniversario, como recordatorio a los rebeldes de que ni siquiera sus miembros más fuertes son rivales para el poder del Capitolio, los tributos elegidos saldrán del grupo de los vencedores.
Sus miembros más fuertes. ¿En qué cabeza podría pensarse que ella era un miembro fuerte? ¿Por qué tendría ella que volver?
-         Annie – susurró Finnick, más cerca de ella.
La chica alzó la vista, apartándose las manos de la cabeza. Finnick seguía serio, pero tras esa máscara, Annie podía ver que sufría tanto como ella.
-         Ni – susurró una voz desde la puerta.
Ambos alzaron la mirada hacia Mags, que estaba encorvada junto al marco de la puerta. Las lágrimas habían hecho surcos en sus mejillas, y tenía los ojos hinchados y enrojecidos, pero se la veía mucho más serena que los dos muchachos del baño.
-         Inik – dijo de nuevo, señalando a su espalda.
Finnick se irguió y, besando la cabeza de Annie, salió del baño, con paso lento. Antes de atravesar el umbral de la puerta, le dirigió una mirada a su madre, pero ella ni siquiera pudo mirarlo. Cerró la puerta tras el muchacho y se dirigió hacia la bañera.
-         Ni – repitió, arrodillándose.
-         No podemos ir – masculló Annie, tiritando.
-         O – La mujer tragó saliva y se inclinó hacia la chica -. O… te… pecup… peocu… - Mags se quedó callada, frunciendo el ceño.
-         ¿Que no me preocupe? – adivinó Annie, apenas moviendo los labios.
Mags asintió. ¿Cómo no iba a preocuparse? Había exactamente ocho mujeres vencedoras vivas en el distrito. Una posibilidad entre ocho.
-         Mags…
La anciana se inclinó, alargando la mano hacia la cara de la chica. Le apartó las lágrimas, la duchó con el cuidado de la madre que era, consiguiendo que ella apenas notase el escozor del agua, le vendó las heridas y le puso ropa nueva.
-         O te pecupes. O te peocupes.
Annie abrazó a la mujer, sentadas en el suelo. Mags debía saberlo. Ella también tenía una posibilidad entre ocho. Las dos estaban en la misma situación. El simple hecho de pensar en volver a la Arena, la hizo llorar y gritar contra el pecho de la mujer.
Fue Dexter el que la recogió, al menos una hora después, y la llevó hasta la cama. Hacía mucho tiempo que no dormía en esa habitación sola, y las sábanas estaban demasiado rígidas. Annie se revolvió en ellas, buscando la figura de Finnick. Empezó a susurrar su nombre. Sentía las sombras, sentía el frío, y los recuerdos golpeando las paredes de su cráneo.
Finnick entró poco después. No dijo nada. Simplemente se quitó la camiseta, apartó las sábanas y se metió en la cama. Annie lo miró, aún susurrando su nombre sin emitir sonido.
El chico se inclinó y la acunó entre sus brazos. Y así, llorando abrazados y recordando sus pesadillas en silencio, pasaron la noche sin dormir.
Cuando la luz del amanecer empezaba a entrar por las ventanas, Annie cerró los ojos, sintiendo la presencia de Finnick a su alrededor.

Ni siquiera tu calor,
tan familiar y tan mío,
es suficiente
para apartar el dolor,
las pesadillas,
la realidad.
Es la prueba
de lo mal que estamos.

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