sábado, 19 de octubre de 2013

Capítulo 61. 'Luces y escamas'.

Luces y escamas,
es todo lo que contemplo.
Todo cuanto puedo contemplar.
Me pregunto si estoy loca.
Me pregunto si estoy cuerda.
Me pregunto si estoy siquiera.
Y no encuentro respuesta.
¿Debería hundirme de nuevo?
¿Debería mantenerme a flote?
Los contemplo a través del cristal.
Los alimento, limpio su hogar.
Me pregunto si será igual conmigo.
Si alguien me verá desde fuera
a través del cristal brillar.
Si alguien notará que me apago.
 
Annie se metió el lápiz en la boca, levantando los ojos hasta la pecera redonda. Uno se los peces nadaba pegado al cristal, como si tratase de encontrar la salida. ‘Está por arriba, tonto’, pensó, golpeando el cristal con la punta del lápiz. Ese pensamiento la hizo levantar la cabeza hacia el techo de la habitación, preguntándose si también habría una salida para ella.
 
Huir. ¿De qué?
Ni siquiera yo lo sé.
No sé si huyo de todos,
de todo,
de mí,
de qué.
 
-      Annie, va a empezar.
La chica levanto la cabeza de nuevo hacia Dexter, que estaba sentado en el sofá con una taza de café humeante entre las manos. Annie se sentó a su lado, acurrucándose junto a su hombro. La televisión estaba encendida, y Dexter ya le había advertido sobre lo que iba a ver. Esas imágenes podían hacerla recordar más de lo necesario, sobre todo viendo a Finnick en los carros. Se exponía al peligro de nuevo, a su peligro particular: el recuerdo.
 
Algunos temen a los monstruos.
Otros a las bestias.
Otros a los humanos.
Yo a recordar.

‘Patético’, pensó, clavando la mirada en la televisión. El himno comenzó a sonar en el momento en el que el primer carro salió a la calle. Annie recordaba a Gloss y Cashmere, los dos hermanos, y sospechaba que sería difícil olvidarlos para cualquiera. Recordaba también a Enobaria y sus dientes afilados, y creía haber visto a Brutus en alguna ocasión. Sin embargo, ni siquiera conocía a los del distrito 3, ni conservaba recuerdo alguno de ellos. Entonces, justo detrás…
-      Ahí están – señaló Dexter con la voz rota.

Ahora soy yo la que observa tras un cristal.
A ti.
Y tú ya lo hiciste una vez.
A mí.

Dexter apretó suavemente la rodilla de la chica para infundirle ánimos. Finnick y Mags estaban subidos en el carro, sonriendo y saludando, cogidos de la mano. Cualquiera podría convencerse de que sonreían de verdad, por el orgullo de representar al distrito, por el orgullo de demostrar que seguían siendo campeones. Para demostrar que merecían seguir vivos. Pero Annie no era cualquiera, y conocía cada mueca y cada minúsculo detalle de la cara y la expresión de Finnick Odair, y sabía que estaba muy lejos de sentir felicidad, ya fuese por el ligero temblor de su barbilla, indetectable para cualquier otro espectador, o la fuerza con la que sujetaba la mano de Mags, como si reuniese toda la rabia de su cuerpo en ese apretón. Un escalofrío le recorrió la columna de arriba abajo, y Dexter se quitó la chaqueta para pasársela por los hombros.
-      Fingen bien – señaló el hombre, pasándose la mano libre por el pelo.
‘Él también los conoce bien’. Annie miró a Mags. En ese momento, la mujer miró directamente a la cámara, y Annie percibió un brillo especial en sus ojos, un brillo que solo duró un segundo. ‘Disfruta de la vida que te ofrezco’, parecía decir. Annie se abrazó a sí misma. Podía no ser su verdadera madre, pero Mags también le estaba dando la vida y eso la convertía en algo muy similar. Y tener que perderla precisamente por ello le parecía injusto.
Aunque ¿qué no era injusto? ¿Cómo iba a disfrutar de la vida si no le quedaba nadie con quien hacerlo?
La cámara volvió a enfocar a Finnick, que sonreía seductor, lanzando besos y guiños a las gradas. Annie apoyó la mejilla en el hombro de Dexter, fingiendo que esos besos eran para ella. Pero no lo eran.
Distrito 5, distrito 6, distrito 7…
-      Espera – musitó, con voz ahogada.
Annie se irguió de repente. ¿Más injusto aún? ¿Era eso posible? Claro que lo era. ¿Qué hacía si no la mejor amiga de Finnick subida en ese carro?
-      No es posible – dijo Dexter, dejando la taza sobre la mesa -. Lo van a destrozar incluso antes de la Arena.
Annie recogió las rodillas contra su pecho. Sentía un dolor profundo y afilado en el costado, cerca del ombligo, un dolor punzante que la hacía querer tumbarse y encogerse durante horas. Pero era un dolor fantasma, el recuerdo de un mucho más intenso, de uno real. Eso era lo que le provocaba recordar, y eso era lo que más temía.
-      ¿Estás bien, An? – preguntó Dex, con la voz teñida de preocupación.
Annie negó con la cabeza sin apartar los ojos de la pantalla.

Me preguntas si estoy bien
como si pudiese estarlo.
Todo cuanto he tenido
se ha marchado
y no sé si va a volver.
Quiero creer que lo hará.
Pero nada es seguro.
Nunca es seguro
cuando jugamos a ser soldados
en unas reglas que no dictamos.
Me preguntas si estoy bien.
Dime, ¿crees que podría estarlo?

-      Quizá deberíamos dejarlo, Annie…
-      No – concluyó ella -. Necesito verlo. No puedo perderme ni un segundo de él.
Dexter suspiró, pero no dijo nada. Y Annie sabía por qué. El médico la entendía, entendía que necesitaba verlo para hacerse a la idea de que lo tenía más cerca de ella de lo que en realidad estaba. Era una especie de automentira piadosa que se hacía a sí misma.
En ese momento, hicieron su aparición los tributos del distrito 12, envueltos en llamas. Peeta y Katniss, los trágicos amantes separados siempre por la mala suerte, lo que aún los unía más. Annie observó con atención la pantalla. Ambos estaban serios, asombrosos con ese maquillaje, ignorando los gritos de las gradas. Entonces, Annie captó algo. Peeta desvió la mirada un poco, apenas unos milímetros hacia Katniss, y en sus ojos vio la misma mirada que Finnick tenía cuando la miraba a ella. ‘La ama’, se dijo Annie. ‘La ama más de lo que ella lo ama a él’.
Cuando llegaron a la plazoleta y tras las palabras del presidente Snow, las cámaras enfocaron a cada uno de los carros. Al llegar a cuarto, Finnick sonrió a la cámara y lanzó un beso. Ese simple y sencillo gesto podía ganarse al Capitolio entero, pero solo consiguió entristecer a Annie.
‘No es mi Finnick. No es el mío’.
-      ¿Tienes sueño, Annie? – preguntó Dexter, antes de acabarse el café.
Annie respiró hondo, apartando la mirada de la televisión. La casa estaba demasiado vacía sin ellos dos, demasiado grande para ella y Dexter. Se sentía perdida, como si fuese la primera vez que la pisaba.
El médico se levantó, con una mano sobre los ojos.
-      Vamos a dormir, An.
Annie recogió su cuaderno y agarró la mano que Dex le tendía. El hombre la llevó hasta su habitación y la ayudó a meterse en la cama, arropándola con la ternura de un padre. Sin embargo, en lugar de marcharse cuando ella se disponía a dormir, se sentó a su lado y la miró a los ojos.
-      Él me ha pedido que te cuide – susurró, mordiéndose el labio.
-      Lo sé – respondió Annie, asintiendo.
-      Si necesitas cualquier cosa, estoy aquí, ¿vale? No voy a dejarte sola.
Annie percibió la intensidad de la mirada de su amigo, una promesa que él mismo se había obligado a cumplir incondicionalmente. Dexter se inclinó para darle un beso en la frente y, acto seguido, salió de la habitación, cerrando la puerta tras él.
La cama era demasiado grande para ella sin Finnick. La habitación, la casa, todo lo era. Estaba sola, y temía la soledad igual que había temido recordar durante la tarde. Se removió entre las sábanas, buscando la manera de sentirse cómoda y protegida, pero las sábanas no eran Finnick, y esa habitación no era su cueva.
Sin darse cuenta, salió de la cama y se sentó en el suelo, con la cabeza enterrada entre las rodillas. Los últimos años pasaban a toda velocidad por su mente: el primer beso, la primera noche en la cueva, el día que decidieron casarse. Cada uno de los momentos que temía perder. Y, sin embargo, todo recuerdo estaba teñido de realidad, una realidad que dictaba que no quedaría nada si Finnick no regresaba.
‘Pero no puede marcharse. No como mamá y Kit, él tiene que volver’.
Sabía que no podía volver a la cama, era consciente de que no podría dormir sola. Se levantó, frotándose los ojos y salió al pasillo, con los pies descalzos sobre el suelo frío. Ni siquiera llamó a la puerta, simplemente giró el pomo y entró.
Dexter estaba tumbado en la cama deshecha, con un brazo sobre la cara. Ni siquiera se había molestado en cambiarse de ropa. Annie cerró la puerta a su espalda, lo que consiguió sobresaltarlo lo suficiente para que apartase el brazo.
-      ¿Annie? – masculló, irguiéndose -. ¿Pasa algo?
Annie se aclaró la garganta.
-      ¿Puedo dormir contigo?
Dexter se quedó tenso sobre el colchón, abriendo mucho los ojos. Annie se sentó a su lado, dejando que los mechones de pelo y la oscuridad de la habitación ocultasen su rubor.
-      No quiero dormir sola, la cama es… demasiado grande sin él. No eres el sustituto de Finnick, pero hoy necesito un amigo. Necesito a mi amigo.
Dexter apartó el pelo de la cara de la chica y le dedicó una media sonrisa.
-      Vamos a dormir, Annie.
Annie se tumbó en el colchón junto a él, hombro con hombro. Ambos miraban el techo, respirando con regularidad, pensando en lo mismo, o en la misma persona más bien. Involuntariamente, la mano de Annie buscó los dedos de su amigo y los entrelazó con los suyos, recibiendo un apretón como respuesta.
-      Gracias, Dex – murmuró Annie, cerrando los ojos.
Dexter permaneció en silencio, con la mano aún agarrada a la suya. Sin embargo, antes de que el sueño se la llevase, Annie lo escuchó, como un eco lejano.
-      Se lo prometí. Le prometí que cuidaría su secreto.

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