sábado, 26 de octubre de 2013

Capítulo 62. 'Héroes'.

Finnick puso las manos sobre la mesa, con los ojos verdes libres de ojeras clavados en el plato de huevos que tenía delante y que apenas había probado. A su lado, Mags comía con tranquilidad, examinando con la mirada cada trozo de comida antes de llevárselo a la boca y tragar. Y frente a ambos, además de Yaden y Carrie, se encontraba el que se suponía que debía ser su mentor.
Darwin Fletcher. Sesenta y dos años. Metro sesenta de carne blanca y colgante, como desprendida de los huesos, y silencio. Un silencio casi sobrecogedor, teniendo en cuenta que el hombre en sí parecía un cadáver.
-      ¿Cuál es nuestra misión hoy? – preguntó Finnick, limpiándose la boca con la servilleta, más por protocolo que por necesidad.
Darwin levantó la vista del plato, con la boca llena, y se encogió de hombros. Finnick no podía culparlo por su desinterés. ¿Qué podía aconsejarles a ellos un anciano que había ganado sus Juegos a base de esconderse y matar a palos al último y malherido tributo? Darwin era su mentor solo para decir que tenían uno. No había más.
Finnick miró a Mags con las cejas levantadas. La anciana suspiró, murmurando algo para sí que el chico no alcanzó a escuchar, y se levantó de la mesa. Ambos llevaban los trajes de entrenamiento, unas mallas de cuerpo entero de color negro y blanco que se ajustaban perfectamente a la forma de cada tributo. Finnick estiró los hombros antes de salir del apartamento del distrito 4.
-      ¿Deberíamos ir? – preguntó, pasándose una mano por el pelo. ¿Qué más podría aprender?
Mags asintió, cogiéndole la mano mientras esperaban frente a las puertas del ascensor. Cuando las puertas se abrieron, Finnick levantó la vista para entrar en él, pero frenó en seco al darse cuenta de que no estaba vacío.
Dentro había un hombre fornido, vestido con una túnica púrpura, que se tocaba el labio superior con la punta del dedo índice mientras observaba un curioso reloj dorado que tenía en la mano una y otra vez. Finnick carraspeó, pero Plutarch Heavensbee ya había reparado en ellos con una sonrisa.
-      El inconfundible Finnick Odair y la adorable Magara Creevy. Un placer conoceros por fin.
Finnick estrechó con una sonrisa la mano que Plutarch le tendía. No entendía qué hacía el nuevo Vigilante Jefe en su piso, y menos aún cuando apenas faltaban diez minutos para que empezase el entrenamiento.
-      ¿Os puedo tutear, cierto? – comentó el hombre después de besar la mejilla derecha de Mags -. Me preguntaba si os importaría reuniros conmigo en la azotea. Subid por las escaleras, si no es mucha molestia.
Apenas habían asentido cuando las puertas se cerraron y el ascensor continuó subiendo hasta el resto de pisos. Finnick miró a Mags sorprendido, tratando de imaginar qué podía querer Plutarch de ellos.
-      ¿Qué hacemos, Maggie?
La anciana le devolvió una mirada cargada de seguridad y asintió.
Mientras subían por la escalera del servicio, esa por la que solo iban los avox, Finnick apretó la pequeña mano de la anciana.
-      ¿Cómo crees que estará? – susurró, rozándose el cuello con los dedos.
Mags le acarició el dorso de la mano, moviendo los labios.
-      …en.
-      ¿Crees que Dex la estará cuidando bien?
-      O te pecupes… Nick. Ella… ta… ien.
Finnick asintió. No había dejado de pensar en Annie, como si eso hubiese sido posible antes, pero la distancia que había entre ellos era tan insalvable que creía estar volviéndose loco. Creía haber aceptado que podía morir, pero el simple hecho de pensar que no podría volver a verla le hacía un enorme nudo en el estómago.  Miedo.
Finnick Odair no tenía miedo a morir. Tenía miedo a las consecuencias de morir. A no poder tener una familia. A no poder volver a mirar a Annie. A no poder meterse en el agua de su distrito de nuevo. A la pérdida que suponía marcharse para no volver. Marcharse para no existir.
Un estremecimiento le recorrió la columna vertebral. Finnick trató de serenarse, poniendo una mano en la pared mientras ascendía. Cuando llegaron al último piso, por encima del piso 12, Mags tiró de su mano antes de que él pudiese girar el picaporte de la puerta de metal que los separaba de la azotea.
-      Maggie, pensab…
-      No… remos… ada que tú… no… ieras.
-      ¿Mags, de qué estás hablando?
Fue Mags la que giró el pomo y abrió la puerta.
Johanna estaba allí. Y Wiress y Beetee, del distrito 3. Y Blight, compañero de Johanna en el 7. Y Chaff y Seeder. Y Haymitch Abernathy, moviendo las manos nerviosamente sobre la tela de su impecable traje gris.
Plutarch llamó a la pareja con la mano, sonriendo como si fuese Caesar Flickerman en una de sus entrevistas. Finnick cruzó una mirada con Johanna, que levantó las manos en señal de negación. ‘Yo no sé nada’, parecían decir sus ojos. Finnick se colocó junto a ella, que miraba al Vigilante con los ojos entrecerrados.
-      ¿Quién falta? – gruñó Haymitch, mirándose las uñas sucias.
-      El seis y el ocho.
-      No te fíes del seis, Plutarch, están drogados. Puedes decírselo en cualquier momento, te van a entender igual de ma…
En ese momento, las puertas volvieron a abrirse, y Cecelia entró seguida de Woof, que los miró a todos con expresión huraña.
-      ¿A qué viene esta reunión? – masculló Johanna -. ¿Vamos a contarnos secretos? Porque, si es así, Finnick tiene mu…
Plutarch empezó a reír, lo que dejó a Johanna desconcertada. Finnick observó con curiosidad al hombre, preguntándose si no estaría loco.
-      Un secreto, de hecho – susurró Plutarch -. He desconectado los micrófonos de esta zona, así que tenemos menos de una hora para hablar, y quiero que lo escuchéis con atención. Haymitch…
El hombre avanzó un paso, poniéndose frente al grupo. Finnick se pasó una mano por el pelo mientras Haymitch empezaba.
-      Como todos sabéis, estamos en guerra. No una guerra pública, pero somos conscientes de la situación del país, y poco falta para que derive en algo más gordo.
-      Si me habéis traído para decirme eso, os merecéis una buena patada en la bo…
-      Jo – gruñó Finnick, cogiéndole la mano.
Haymitch miró con desaprobación a la muchacha antes de continuar.
-      Lo que os propongo es una opción. Muchos habéis dejado familia en el distrito. Hijos – dijo, mirando a Cecelia -, hermanos, padres… amantes – Los ojos de Haymitch se clavaron apenas un segundo en los de Finnick -. Sabemos lo importantes que son para vosotros. Pensadlo un segundo. Si morís en la Arena y la vida sigue igual, si el Capitolio sigue imponiéndose… ¿qué os asegura que ellos están a salvo? ¿Qué os asegura que no van a elegirlos en la siguiente cosecha? ¿Que no van a morir asesinados? Habríais muerto por nada.
Finnick frunció el ceño. Haymitch tenía razón. Si él moría, Annie estaría completamente desprotegida. Tenía a Dexter, sí, pero ¿qué le impedía al Capitolio matar a ambos? La impotencia de no poder hacer nada empezaba a extenderse dentro de él.
-      Os propongo una razón. Podemos hacer que la rebelión continúe. Podemos hacer que no sea en vano. Podemos acabar con los Juegos y el Capitolio. Solo tenemos que mantener viva la imagen – añadió Haymitch, en apenas un susurro.
Johanna fue la primera en coger la indirecta.
-      ¿Pretendes que arriesgue mi vida para que tu chica en llamas siga interpretando su papel de enamorada vivita y coleando? Vas listo.
Los susurros empezaron a extenderse entre los tributos. Todos querían ganar. Todos querían salir de la Arena victoriosos para reunirse con sus seres queridos. Sin embargo, la petición de Haymitch era coherente. Si Katniss moría, toda la revolución que se había formado gracias a ella caería por su propio peso. Sería la misma vida con veintitrés tributos menos y veintitrés familias destrozadas. Si es que conseguían sobrevivir.
-      No es eso, Johanna Mason – sonrió Plutarch -. No os pedimos que muráis por ella. Os pedimos que os sacrifiquéis por vuestro país. Que seáis… héroes.
-      No quiero ser un héroe ni un mártir – dijo Blight, pasándose una mano por la barbilla -. Pero si me aseguráis que mi mujer va a estar a salvo y me prometéis una vida mejor para ella, yo estoy dentro.
Cecelia asintió, poniéndose a su lado, seguida de Seeder. Woof, el más anciano, miró a Plutarch y Haymitch alternativamente y soltó un resoplido antes de ponerse junto a su compañera de distrito.
-      He vivido demasiado como para morir por nada.
Plutarch sonrió antes de volver la mirada a los tributos que quedaban.
-      No se trata de salvar o no a Katniss Everdeen. Se trata de salvar o no al país. Y mientras Katniss viva, la rebelión vive.
Johanna soltó un bufido, cruzándose de brazos. Beetee y Wiress se miraron a los ojos, con los brazos entrelazados.
-      ¿Cuál es el plan?
-      Distrito 13.
Plutarch tardó apenas diez minutos en hablar sobre la existencia del distrito 13 subterráneo, un fantasma de una ciudad desaparecida y muerta que podía servir de refugio. Eso pareció convencer a Beetee y Wiress, que se colocaron junto al resto.
-      ¿Chaff? – pidió Haymitch, levantando las cejas.
El hombre se miró el muñón del brazo.
-      Estoy dentro solo si me juráis que vais a derrotarlo.
Haymitch miró a Plutarch de reojo, con la boca entreabierta. Sin embargo, fue este último el que contestó.
-      No puedo jurártelo. Pero puedo jurarte que vamos a hacer todo lo que esté en nuestra mano, y eso es lo mejor que puedo darte.
Chaff miró a Haymitch. Finnick sabía que eran amigos, amigos íntimos quizá. Si Chaff veía sinceridad en los ojos de Haymitch, se uniría al resto.
Y así lo hizo.
Entonces, Finnick empezó a pensar. Empezó a pensar en Annie, a quien le había prometido que iba a volver. ¿Pero y si no lo hacía? ¿Quién se encargaría de protegerlos a ella y a Dexter? ¿Quién iba a asegurar que estuviesen a salvo del Capitolio, teniendo en cuenta los problemas que había causado Annie con su estado de locura? Mags tiró del brazo de Finnick, obligándolo a mirarla.
-      Yo… voy a… morir – dijo, todo lo claro y despacio que pudo – por… ti. Decide tú… si quie… quieres… morir… por ella.
Finnick clavó sus fieros ojos verdes en la pareja que tenía delante. Haymitch lo miraba con el ceño fruncido, pero Plutarch estaba asustado. Quizá pensaba que su plan no iba a salir completamente redondo. Que Johanna y Finnick bajarían corriendo a avisar a algún otro vigilante o político de sus ideas. Finnick hizo una mueca.
-       Haymitch… - comenzó.
-      Annie Cresta – concluyó él, asintiendo -. Lo sé.
El chico asintió, volviendo a mirar a Mags.
-      ¿Estás… dispuesto?
Una sola imagen cruzó la mente de Finnick. Annie, en la playa, con cualquier otro hombre, con cualquier otra familia, pero viva y feliz, en un mundo sin Juegos del Hambre ni miedo a perder a tus niños. Quizá fuese un sueño irrealizable, pero para él, esa simple imagen fue suficiente. La felicidad de su Annie era suficiente razón para morir.
-      Estamos dentro – dijo, tirando de la mano de Mags.
Solo faltaba Johanna, que miraba incrédula a su alrededor. Finnick alzó una ceja, esperando. Johanna no era mala persona. Sabía lo que era correcto, aunque ella siempre había dicho que no tenía a nadie. No después de que el Capitolio le arrebatase a Nell.
Pero ella tenía esperanza. Tenía rabia contra el Capitolio, quería que cayese. Y ella misma lo sabía.
-      Solo creo – comenzó, pasándose una mano por el pelo, frustrada – que si pretendéis que Katniss Everdeen se alíe con esta pandilla, es que no la conocéis bien. Ella no está sola, y nunca confiará en nosotros estando sola.
-      ¿Propones proteger a Peeta también? – inquirió Blight.
-      Él moriría por ella y ella por él. Si algo les pasase a alguno de los dos, el otro quedaría herido sin remedio y no valdría para nada – afirmó Cecelia, asintiendo -. Johanna tiene razón, tenemos que protegerlos a ambos.
Johanna soltó un gruñido antes de unirse al grupo. Sin embargo, antes de llegar, se giró hacia Plutarch, apuntándolo con el dedo.
-      Si muero de alguna manera ridícula, haré que seas tú el cerdo con la manzana en la boca en lugar del payaso que se caiga en la ponchera.
Finnick rió entre dientes. Alguien le había contado eso el año anterior en una de sus visitas al Capitolio, el suceso de la prueba de Katniss Everdeen, y Johanna había estallado en risas cuando descubrió que Plutarch era el que había caído dentro del ponche. Ya no merecía la pena ocultar ese secreto.
-      Bueno, también tengo preparado algo para eso… - masculló Plutarch, dándose la vuelta -. Os mantendré informados.
Finnick se giró hacia Johanna, que se apartó unos mechones de pelo desiguales de los ojos y soltó un nuevo bufido.
-      Yo a este plan le veo lagunas. Lagunas como océanos.
El chico la abrazó.
-      Eh, tú, descerebrado. Dije que nada de tonitos de lástima ni cosas de ese tipo. Sepárate.
El muchacho se separó, cogiendo las manos de Mags y Johanna mientras salían de la azotea.
-      ¿Lo hemos hecho bien? – susurró Johanna.
Sin embargo, fue Mags la que contestó, con una voz tan clara y fuerte que parecía que no tuviese problemas para hablar. Que nunca los hubiese tenido.
-      Sí. Muy bien.


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