sábado, 16 de noviembre de 2013

Capítulo 65. 'La arena mojada'.

Apenas había dormido esa noche.
Haber escuchado el poema que ella había escrito de los labios de Finnick, haber visto a la persona que más amaba en el mundo seducir a millones de personas por televisión, ni siquiera haber dormido con Dexter la había hecho coger el sueño. Annie se rozó una de las ojeras con la punta de un dedo congelado y se estremeció, observando su tenue reflejo en el cristal de la pecera. Esa mañana era la mañana en la que comenzaba el Vasallaje, y se sentía con ganas constantes de vomitar.
-      ¿Ann?
Annie vio el reflejo de Dexter en el vidrio, con la desigual escayola en el brazo. Pálido y mucho más delgado.
-      ¿Se supone que debo estar bien? – preguntó Annie, mirándolo a través del cristal -. Porque no lo estoy. No sé si quiero verlo. He intentado poner mis ideas en orden, escribir, pero he destrozado el cuaderno tanto como estoy yo destrozada por dentro y… - metió un dedo en el agua, provocando que los peces huyesen de la superficie – ni siquiera ellos me soportan hoy.
Dex se acercó a la chica, acuclillándose a su lado. Annie observó que también tenía profundas ojeras moradas bajo los ojos.
-      Annie, esto es duro para todos, pero…
-      ¡No! – gritó la chica, levantándose bruscamente -. ¡Tú no lo entiendes! ¡Tú no le quieres como yo, no vas a perderlo como yo!  ¡No… No puedes entenderlo!
Dexter bajó la mirada, pasándose una mano por la nuca. Annie se quedó frente a él, con el corazón desbocado por el conjunto de emociones: rabia, tristeza, impotencia… Se sentía caer una y otra vez en un enorme abismo del que nadie podría sacarla, porque Dexter no era lo suficientemente fuerte, o, simplemente, porque Dexter no era Finnick.
-      Lo entiendo – susurró Dex -, pero de una manera distinta.
Annie miró a su amigo, sentado en el suelo con las manos en las rodillas, con un aspecto tan desesperado como el suyo, y se maldijo a sí misma por haberle gritado. Dex era su amigo. La chica se arrodilló a su lado, abrazándolo.
-      Lo siento – musitó, cerrando los ojos -. Ya sé que tú también le quieres.
El hombre se puso rígido, pero no tardó en devolverle el abrazo, apoyando la cabeza sobre el hombro de la chica. Entonces, sin ningún motivo, Annie empezó a llorar desconsoladamente.
-      ¿Annie?
-      Es tan… - La chica se apartó de su amigo, acurrucándose sobre sí misma.
Necesitaba estar sola, pero a la vez necesitaba a alguien en quien apoyarse. Era tan contradictorio que creía estar volviéndose loca. Otra vez.
-      Creo que estoy mal – susurró, limpiándose las lágrimas de los ojos.
-      Es entendible, Ann…
-      No. Creo que algo mal en mí. Siempre lo hay, y siempre vuelve, y… - Annie se mordió el puño del jersey, tironeando nerviosa con los dientes -. ¿Por qué yo, Dex?
Dexter la observaba con las cejas levantadas, sin saber qué contestar. Le puso una mano en el cuello, pero ese roce no era respuesta suficiente.
-      Todos se van. Empezó con mi padre, al que nunca he conocido. Mamá, que murió por el dolor de verme a mí en ese lugar malo. Kit murió mientras hablaba conmigo. Mags se presentó voluntaria por mí. Finnick moriría por salvarme. ¡Todos se van, y es culpa mía!
Annie se golpeó las mejillas con las manos. Dexter trató de detenerla, pero ella lo empujó, apartándolo de su lado con brusquedad.
-      Deberías alejarte de mí. Se lo dije a Finnick y no me hizo caso. ¡Tú también te irás y todo estará vacío!
Vacío.
Annie dio un grito, golpeando el suelo con los nudillos hasta que empezó a sangrar. Dexter se abalanzó sobre ella, cogiéndole las muñecas con la mano libre. .
-      ¡Annie! ¡No me voy a ir! ¿Está bien? ¡No hay vacío!
Annie miró a su amigo bajo las lágrimas. En ese momento, la televisión comenzó a anunciar el comienzo del Vasallaje. ‘¡Cinco minutos para el evento del año!’. Annie cerró los ojos.
-      Tu brazo…
-      No fue culpa tuya.
-      Pero…
Dexter le tapó la boca y entrecerró los ojos, mirándola directamente.
-      Nada va a pasar. No va a haber vacío. Él va a volver.
Annie asintió. No porque fuese una certeza, porque desde luego, no lo era, sino porque necesitaba agarrarse a algo para no derrumbarse. Si ella misma se convencía de que Finnick no volvería, se volvería loca. Más aún de lo que ya se sentía.
En ese momento, mientras Dexter la ayudaba a levantarse, Margaret entró por la puerta, con un dedo sobre los labios.
-      Señor Dexter… Hay…
-      ¿Sí? – preguntó el hombre, girándose con una ceja levantada.
Margaret titubeó antes de entrar del todo en la sala de estar, tirando de la muñeca de un niño de no más de ocho años. Tenía un enorme moratón en el lado derecho de la cara, atravesado por un corte desigual, y llevaba el brazo izquierdo vendado. Annie tardó en reconocerlo.
-      ¿Margaret? – inquirió Dexter, acercándose al pequeño -. ¿Qué…?
-      Fue el niño al que pegó el Agente – aclaró Annie, entre sollozos.
Dexter se giró hacia el niño, poniéndole una mano en el hombro.
-      ¿Cuál es tu nombre?
-      Emer – respondió el niño, agachando la cabeza.
Dexter sonrió. Annie se acercó al niño con cautela, sabiendo que no presentaba un aspecto precisamente bueno. Se agachó a su lado y le levantó suavemente la barbilla con un dedo. El niño se sonrojó.
-      ¿Qué quieres? – dijo la chica, dedicándole una media sonrisa.
Emer hizo ademán de volver a agachar la cabeza, pero sonrió con timidez y se encogió de hombros.
-      Quería darles las gracias, señorita Cresta y… señor – Sus mejillas se tornaron aún más rojas -. Mamá dice que me salvaron la vida.
Los ojos de Annie comenzaron a humedecerse. No hacía ni dos minutos que había estado pensando en todas las personas que habían muerto a su alrededor, y ahí estaba ese niño, agradeciéndole su vida. Annie se sentó en el suelo, apoyándose en Dexter, mientras una lágrima silenciosa se deslizaba por su mejilla.
-      Y… si necesitan algo… yo puedo hacerlo. Hacerles la compra, limpiarles la casa, lo que quieran.
Annie dejó escapar un sollozo. Emer la miró asustado y retrocedió.
-      Yo…
-      Tranquilo, chico, no es culpa tuya – aclaró Dexter, sujetando a Emer por el hombro -. No tienes por qué trabaj…
-      Quiero hacerlo. Gratis, no me importa.
Dexter miró al niño con ternura y le acarició la mejilla amoratada. Un pensamiento cruzó la mente de Annie, tan veloz como una estrella fugaz, pero desapareció tan pronto se fijó en él.
En ese momento, la televisión empezó a dar pitidos. Annie se giró, con el corazón golpeándole con fuerza en el pecho. Un minuto. Miró a Dexter con alarma, colocando las manos en el sofá para evitar caer al suelo.
-      Margaret, llévate a Emer a la cocina y dale algo de comer – sugirió, dándole un ligero empujón al chico.
Dexter cerró la puerta en cuanto salieron y corrió al lado de Annie, que miraba la televisión con los ojos anegados de lágrimas.
-      Lo van a matar, lo van a matar…
La chica clavó los dedos en el sofá. Veinte segundos. Apenas era consciente de la Arena que mostraba la pantalla, ni de la inmensa Cornucopia dorada. Sus ojos buscaban a Finnick, como si su mirada pudiese mantenerlo a salvo.
Diez segundos. La cámara enfocó finalmente a Finnick, que miraba al frente con el ceño fruncido. Annie se acercó a la pantalla y la tocó con los dedos, repasando los rasgos del muchacho como si estuviese allí mismo, en ese salón, a su lado…
Pero no está. No está, no está, lo van a matar.
Cuando el gong sonó, Annie ya estaba acurrucada en el suelo, balanceándose y mordiéndose la manga del jerséis mientras veía el inicio del Vasallaje.
Mientras veía a Finnick lanzarse al agua.
Llegar a tierra.
Coger su tridente.
Dar la vuelta a la Cornucopia y…
-      ¡No! – gritó Annie, lanzándose hacia la pantalla -. ¡NO!
-      ¡Annie!
Dexter la apartó como pudo con el brazo sano, manteniéndola lejos de la televisión mientras miraban la escena.
-      Tú también sabes nadar – decía Finnick, con un atisbo de sonrisa en los labios -. ¿Cómo has aprendido en el distrito 12?
-      Tenemos una bañera muy grande – contestó Katniss Everdeen, apuntándolo con el arco.
Annie sentía el estómago en el cuello.
¿Qué le impedía matarla?
¿O a ella matarlo?
¿Por qué tenían que morir?
Los Juegos, los Juegos….
Cabezas que rodaban por el suelo, agua, agua y más agua, sangre por todos lados…
Annie se apartó de Dexter, tapándose los oídos. Sin embargo, ni siquiera sus manos amortiguaban el sonido de la televisión.
-      Imagino que la habrán construido en tu honor.
-      Qué suerte que seamos aliados, ¿no?
Aliados.
Yo también tuve un aliado.
Kit.
Kit Grobber.
Y lo mataron.
Annie cerró los ojos, pero no fue mucho mejor. Las imágenes se repetían en su cabeza una y otra vez, una y otra vez, golpeando contra sus párpados.
Kit diciéndole que no iba a hacerle daño. Sonriendo. Tirado en el suelo a su lado mientras dormía con la boca entreabierta. Aliados.
Qué suerte que somos aliados.
En las alianzas de los Juegos, siempre hay uno que muere primero.
-      Annie… Ann…
Annie abrió los ojos, sin apartarse las manos de las orejas. Escuchaba gritos de fondo, como si se encontrasen dentro de un fondo profundo. Recordó a la chica que la había perseguido y que había muerto con su propia lanza clavada en el cuello. A ella no le dio tiempo a gritar.
-      Annie, están vivos. Los dos están vivos.
-      Pero siempre hay uno que muere antes – Era extraño escuchar su voz amortiguada -. Uno o los dos. Ahora son tres aliados.
-      Cuatro. Peeta Mellark.
-      Cuatro…
Annie se presionó ambos lados de la cabeza, cerrando con fuerza los ojos de nuevo. Sintió a Dexter junto a ella, poniéndole la mano en la espalda, pero ni siquiera su contacto era suficiente. Se sentía insensible. O demasiado sensible, por otro lado. Estaba en carne viva de nuevo.
-      ¿Está bien?
-      No, Emer, es mejor que…
La chica abrió los ojos y se encontró con la diminuta cara del niño. Tenía el pelo castaño oscuro revuelto y las mejillas llenas de pecas casi invisibles bajo la piel dorada. Pero sus ojos…
Los ojos de Mags eran como el cielo un día nublado. Los de Dexter eran como la miel o el caramelo fundido. Pero nunca había encontrado unos ojos como los de Finnick. Parecía tener todos los colores del océano concentrados en su iris. El verde del mar, el matiz azul de la profundidad, incluso matices violetas de las escamas de los peces. Ninguna descripción que hiciese sería suficiente.
Y de repente, ahí estaban. Unos ojos castaños, del color del chocolate caliente, de la arena mojada. Annie se metió en ellos y vio la inocencia y la pureza que solo un niño pequeño tiene. Y vio el sufrimiento de pasar hambre y ser maltratado. Pero la serenidad con la que la miró con su par de ojos marrones le hizo respirar hondo y quitarse las manos de los oídos. Se quedaron mirándose el uno al otro unos instantes, sin hablar. Annie acompasó su respiración a la del niño. Porque al fin al cabo, era como él. Una niña a la que le habían robado su infancia demasiado pronto como para haberla disfrutado.
Dexter recogió a Annie del suelo y la tumbó en el sofá, acuclillándose al lado de su cabeza mientras le apartaba el pelo de la cara.
-      Emer… ¿podrías pedirle a Margaret un caldo?
El niño sonrió, agradecido de ser eficiente por fin, y salió corriendo. Dexter apartó la mirada del muchacho y se volvió hacia Annie, con una ceja levantada.
-      ¿Estás bien?
La chica asintió. Aún se sentía dolorida, por dentro y por fuera, cansada, destrozada. Pero serena. Tan serena como lo había estado Emer.
-      ¿Qué ha pasado, Annie?
Annie se encogió de hombros. En realidad, no habría sabido explicarlo. ¿Por qué, de repente, un niño pequeño había sido capaz de calmarla cuando ni siquiera Dexter había podido? Ni siquiera ella le encontraba sentido. Solo sabía que había perdido el control por un instante y sus ojos le habían hecho recuperarlo. Era suficiente.
Cerró los ojos. Y de repente, no existió Dexter, ni el sonido de la televisión, donde ya empezaban a resonar los cañones. No existía la Arena, ni el Vasallaje, ni la amenaza de que Finnick iba a morir.
Annie estaba en la playa. No en su playa, sino en la playa del distrito. Tejía una red para su madre, una larga red dorada. Entonces, Kit se sentó a su lado, con el pelo revuelto y la camisa blanca desabrochada. No tenía ninguna cicatriz en el cuello.
-      Qué suerte que seamos aliados, ¿no?
Annie siguió haciendo nudos, nudos y más nudos, pero no pudo evitar sonreír. Eran amigos, aliados, compañeros. Se tenían el uno al otro. Kit colocó la palma de la mano frente a ella, abierta y vacía. Annie dejó la red y colocó su palma sobre la de él. Era cálida. No estaba muerto.
-      ¿Aliados?
Annie entrelazó los dedos con los de su compañero y se giró para mirarlo.
-      Aliados.
Kit tenía los ojos castaños. Del color del chocolate caliente y de la arena mojada.

3 comentarios:

  1. El niño me a matado... se parece a Kit, simplemente perfecto

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  2. Me ha encantado. cuando saldra el siguiente?

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  3. ¡Hola!
    Has ganado un premio en mi blog, cuando puedas pásate a recogerlo, un beso <3
    http://unpuenteyunapared.blogspot.com.es/2013/11/premio.html

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