sábado, 30 de noviembre de 2013

Capítulo 66. 'Aliados'.

-      ¡Peeta!
Finnick levantó la vista del suelo. Peeta estaba unos metros más allá, rodeado de una fina y casi invisible capa de humo. Quieto. Demasiado quieto.
-      ¡Peeta!
Finnick se levantó, aún aturdido. No entendía cómo Peeta había salido disparado hacia atrás, e inmediatamente se puso a buscar alguna especie de pared de repulsión o corriente eléctrica, pero él no era del distrito 3. Recogió a Mags del suelo y se acercó corriendo al chico, que continuaba inerte en el suelo.
-      Déjame a mí – gruñó.
Le tomó el pulso y frunció el ceño, apoyando una mano en su pecho. No respiraba, y no había latido. Estaba muerto.
Pero Peeta no podía morir.
Colocó dos dedos en la nariz de muchacho y se acercó.
-      ¡No! – gritó Katniss, lanzándose sobre él.
Finnick empujó a Katniss, golpeándole el pecho con fuerza. Cuando la chica cayó aturdida a unos metros, comenzó a insuflarle aire en los pulmones.
Algo muy común en el distrito 4 eran las clases de primeros auxilios, y Finnick estaba tan familiarizado con ellos como con su tridente. Presionar el pecho, una, dos, tres veces, soplar. Presionar una, dos, tres, soplar. El pecho de Peeta subía y bajaba, pero no por sí mismo.
‘Vamos, vamos’. Uno, dos, tres, soplar. Uno, dos, tres, soplar.
De repente, el chico tosió. Finnick se apartó, exhausto, respirando con fuerza. Le había salvado la vida. Había estado tan cerca de morir definitivamente que había perdido toda la esperanza de poder recuperarlo. Pero lo había conseguido, seguía vivo. Y eso era todo cuanto importaba.
-      ¿Peeta?
Katniss se acercó a él, quizá más temblorosa incluso. Finnick desvió la mirada hacia la flecha clavada en el suelo. ¿Había intentado matarlo? Pensaba que ya habían superado esa conversación. Quizá, habiendo salvado a su trágico amante, la chica en llamas comenzase a confiar un poco más en él.
-      Cuidado – contestó Peeta -. Ahí arriba hay un campo de fuerza. Debe de ser mucho más potente que el del tejado del Centro de Entrenamiento. Pero estoy bien, solo un poco tembloroso.
Finnick sonrió para sí. Esperaba que Dexter hubiese visto eso. Cómo le había salvado la vida a un chico sin más medicina que su propio aire.
-      ¡Estabas muerto! ¡Se te ha parado el corazón! – gritó Katniss.
Entonces Finnick observó algo. Hasta el momento, no había llegado a creerse realmente la pantomima de los amantes del 12. No había llegado a ver verdaderamente ese sentimiento que decían tener. Sin embargo, ahí estaba Katniss Everdeen, la fiera chica en llamas, la muchacha que parecía tener el corazón de hielo detrás de las cámaras, temblando, sin poder hablar, como si hubiese perdido una parte de sí misma. Llorando, y lágrimas de verdad. Sintiendo.
-      Bueno, parece que ya funciona – respondió Peeta, irguiéndose -. No pasa nada, Katniss. ¿Katniss?
La chica no podía parar de sollozar, a pesar de que intentase hacerlo. Era como si su cabeza repitiese el sentimiento de perderlo una y otra vez. Y Finnick comprendía ese sentimiento mejor que nadie. Y sabía que las chicas como Katniss necesitaban buscar excusas para cubrir lo que verdaderamente sentían.
-      No pasa nada – aclaró, pasándose una mano por el pelo empapado -. Son las hormonas. Por el bebé.
-      No, no es… - Sin embargo, rompió a llorar de nuevo.
Era muy extraño. Finnick observó a Peeta, agachado junto a ella, verdaderamente más preocupado por la chica que no podía dejar de llorar delante de él que por sí mismo. Y observó a Katniss. Era muy curioso cómo le cambiaba la mirada cuando lo miraba, agradeciéndole simplemente el hecho de estar vivo. La mano de Peeta se posó en el lateral del cuello de Katniss, obligándola a mirarlo a los ojos. Y esa mirada le bastó a Finnick para revelárselo todo. Era una mirada que solo quien había mirado a alguien así alguna vez podía entender.
Finnick se levantó, sacudiendo la cabeza, y fue a ayudar a Mags, que continuaba en el suelo, observando a los dos chicos. Finnick le dedicó una media sonrisa, ayudándola a levantarse.
-      ¿Estás bien? – susurró.
Mags asintió, apretándole el hombro para reforzar su afirmación. Finnick se pasó la mano por el pelo, girándose.
-      Entonces, ¿queréis que acampemos aquí?
-      No creo que sea posible. Quedarnos aquí sin agua, sin protección… - comenzó Peeta desde el suelo, sacudiendo la cabeza -. Ya me siento mejor, de verdad, siempre que podamos ir despacio.
Caminaron durante horas, cansados y casi deshidratados por el calor y la falta de agua. Katniss subió a un árbol para intentar encontrar agua, sin descubrir más de lo que ya sabían: la única fuente de agua de la Arena era la playa. Y era agua salada, lo que la convertía en un puñado más de tierra. Sin embargo, sí descubrió que el campo de fuerza era una cúpula que rodeaba la Arena, redonda. Finnick recordó el estadio de los Juegos de Annie, el Anillo cambiante, y se estremeció. Los Vigilantes nunca repetían los estadios, y menos aquel, teniendo en cuenta cómo acabó. Pero, si cupiese la posibilidad…
El chico propuso acampar. Estaban pálidos y sudorosos, con las articulaciones entumecidas. Finnick se frotó los hombros mientras Katniss desaparecía en la maleza para cazar. ¿Por qué no había ninguna fuente de agua que pudiesen beber? Intentó pensar en otros Juegos, pero su cabeza solo se centraba en el cansancio, el calor y su lengua seca. Se la pasó por los labios, pero ni siquiera pudo humedecerlos lo suficiente. Katniss regresó con una especie de rata que asaron lanzándola contra el campo de fuerza por ocurrencia de Peeta. Finnick estaba realmente interesado por la caza mientras comía. En el distrito 4, la carne venía en camiones de las granjas de la periferia del distrito, la suficiente como para alimentar a la mitad del distrito, pero ellos habían vivido toda su vida del pescado y el marisco. Para Finnick, cazar en el bosque era casi tan extraño como el animal que estaban comiendo.
-      Vamos, Katniss – replicó, mordisqueando la carne tirante del roedor -. Mags sabe qué frutos son. Deberías confiar en ella.
Katniss arrugó la nariz, haciendo una mueca de desconfianza. Finnick extendió una mano llena de frutos hacia ella, con una media sonrisa.
-      Ya te dije que tenías buen criterio con Mags. Eso es por algo.
Al final, Katniss comenzó a comer los frutos con tantas ganas como el resto.
La noche los cogió en su pequeño refugio, recogiendo los restos de comida. Finnick se situó junto a su mentora, su madre, apretándole el hombro. Los sollozos de Mags comenzaron al mismo tiempo que el himno del Capitolio.
Fres, del 5. Finnick tragó saliva. Apenas había intercambiado un par de palabras con él, pero no había dudado en matarlo, y eso le hacía sentir repulsión hacia sí mismo. Se había convertido en un monstruo mientras el tridente salía volando de su mano hasta clavarse en el pecho de Fres. El adicto del 6, del que ni siquiera sabía su nombre. Cecelia y Woof y los dos del 9, Lisa y Darn, lo suficientemente adultos como para tener gente llorando y esperando las cajas con sus cadáveres en casa. Grann, del 10 y Seeder del 11. Mags se limpió las lágrimas con el dorso de la mano. Finnick solo había conocido realmente a Cecelia, Woof y Seeder, pero el resto eran meramente caras conocidas. Sin embargo, Mags llevaba años reuniéndose con ellos en los Juegos, en fiestas. Los conocía a todos. Finnick entendía su dolor.
De repente, cayó un paracaídas.
-      ¿Para quién creéis que es? – preguntó Katniss, quitándose el sudor de la frente.
-      Cualquiera sabe – dijo Finnick, imitándola -. ¿Por qué no dejamos que se lo quede Peeta, por haber muerto hoy?
El chico abrió el paquete, sacando un pequeño tubo metálico. Finnick lo miró con extrañeza. Si su deseo había sido agua, se desvaneció en cuanto vio esa sencilla barra hueca.
Se lo pasaron entre ellos, haciendo apuestas para descubrir qué podía ser. No emitía ningún sonido. No servía como arma. Ni siquiera Mags, que podía hacer anzuelos de casi todo, podía utilizarlo.
Finnick se sentó, desesperado. No podía ser. Después de todo lo que habían pasado, no podían morir de sed. Era algo tan absurdo que resultaba impensable. Ellos, cuatro vencedores de los Juegos del Hambre, vencidos por la inexistencia de agua.
-      ¡Una espita! – gritó Katniss, levantándose de golpe.
-      ¿Qué?
Katniss cogió el tubo entre sus manos, dándole vueltas y vueltas.
-      Es una espita, una especie de grifo. La metes en un árbol y sale la savia. Bueno, en el árbol apropiado.
Finnick frunció el ceño.
-      ¿Savia?
Katniss lo miró de reojo con el inicio de una sonrisa en los labios. Finnick gruñó. Al parecer, todos sabían lo que era esa savia menos él.
-      Para hacer jarabe. Pero estos árboles deben tener otra cosa dentro.
Finnick le quitó la espita a Katniss de las manos, comprendiendo de golpe, y se dirigió al árbol más cercano, dispuesto a clavarla en el tronco. La sed era demasiado grande como para perder más tiempo.
-      Espera, podías romperla – dijo Katniss, quitándole el tubo de las manos antes de que pudiese golpearlo con una roca -. Primero hay que abrir un agujero.
Peeta cogió el punzón de Mags y comenzó el trabajo, metódicamente y con cuidado, consciente de lo que estaban haciendo. Finnick lo sustituyó con el cuchillo, abriendo un agujero lo suficientemente grande como para meter un dedo. Katniss introdujo la espita y, apenas unos largos segundos después, comenzó a salir un fino hilo de agua, cristalina y cálida, pero eso era mejor que nada.
Finnick se ofreció para hacer la primera guardia, al fin recompuesto. Se sentó junto a Mags, con  el tridente en las manos, y observó el bosque, en silencio, mientras el resto trataba de conciliar el sueño, al menos unas horas. Entonces, comenzaron las campanadas.
Era un sonido estremecedor. Como el sonido de los truenos sobre el mar un día de tormenta. Como el sonido del gong de inicio de los Juegos. Como la ola gigante que inundó la Arena de los Juegos de Annie. Finnick miró al grupo que le rodeaba, pero solo Katniss estaba despierta, erguida, con la mirada llena de alarma.
-      He contado doce – aclaró Finnick. Katniss asintió.
-      ¿Crees que significa algo?
Finnick intentó encontrarle sentido. No dejaba de pensar en el Anillo y la Arena que siempre te llevaba al mismo sitio. Pero no tenía sentido, todo lo que habían visto durante el día había sido distinto. Finnick sacudió la cabeza.
-      Ni idea.
Katniss cerró la boca, apretando la mandíbula. Estaba tan frustrada como él.
-      Vete a dormir, Finnick. De todos modos, me toca a mí.
Finnick arrugó la frente, pero el cansancio acumulado le venció. Se levantó y se tumbó junto a Mags en la entrada del refugio, sin soltar el tridente. Y soñó con Arenas inundadas, con una ola gigante alzándose sobre sus cabezas, chocando con la cúpula del campo de fuerza y precipitándose sobre ellos al mismo que sonaban las campanadas. Cinco, diez, doce. Medianoche. Veía hundirse a Mags a su lado, a Katniss y Peeta, incluso a Annie y a Kit, mientras él trataba de esquivar lo que, tarde o temprano, le alcanzaría. Entonces, se oyó un grito.
-      ¡Corred! ¡Corred!
Finnick abrió los ojos, levantándose como movido por un resorte, con el tridente en posición defensiva. Katniss estaba frente a él, levantando a Peeta, y una densa niebla perlada se extendía tras ella. Finnick cogió a Mags, sin cerciorar si estaba o no despierta, y, echándosela al hombro, comenzó a correr.
-      … Niebla. Gas venenoso. ¡Deprisa, Peeta!
Gas venenoso. Finnick solo miraba hacia atrás para asegurarse de que Peeta y Katniss le seguían, pero el chico era lento. Los daños en el campo de fuerza habían hecho mella, y le costaba respirar más de lo normal. Además, la niebla empezaba a rozarle, haciendo estragos en su cuerpo. Espasmos y ampollas se extendían por todo su lado derecho. Katniss intentaba tirar de él, pero ella también sufría los efectos de la horrible niebla venenosa. Finnick solo podía pensar en seguir corriendo, salvar su vida y la de Mags, pero ambos habían hecho una promesa antes de los juegos, como recordaba el frío metal que llevaba en torno a la muñeca. Aliados, somos aliados. Se mordió el labio y regresó a por ellos.
Trataron de avanzar ayudándose unos a otros, pero la niebla parecía ir cada vez más rápido. Finnick la sintió rozar su gemelo y tragó saliva para evitar gritar. Era como si le hubiesen clavado miles de agujas. Corrieron un poco más, alejándose de la niebla, hasta que Finnick se detuvo.
-      Así no podemos – susurró, con la voz entrecortada -. Tengo que llevarlo yo. ¿Puedes quedarte con Mags?
-      Sí – respondió Katniss, cogiendo a la anciana.
Finnick cargó con Peeta, que no dejaba de agitar la parte afectada del cuerpo. La niebla de alcanzó el brazo izquierdo, que comenzó a agitarse sin control mientras corrían. El dolor y la imposibilidad de controlar su propio cuerpo le nublaban los sentidos, pero tenían que seguir corriendo. La niebla debía detenerse en algún lugar, no podían matar a todos los tributos a base de veneno.
Por alguna razón, o más bien por alguno de los secretos que guardaba en el fondo de su memoria, recordó a Snow, y fue como si él mismo los estuviese persiguiendo hasta a muerte.  
De repente, los espasmos de Katniss la hicieron caer al suelo. Mags quedó sobre ella, apresurándose para levantarse lo más rápido posible. También las ampollas habían empezado a crecer por el lado derecho de su cara.
-      No puedo – musitó Katniss, haciendo lo posible por hablar normal, a pesar de que un lado de su mandíbula empezaba a perder el control -. ¿Puedes llevártelos a los dos? Seguid, ya os alcanzaré.
Finnick tragó saliva. Estaba haciendo verdaderos esfuerzos por llevar a Peeta. No porque el chico fuese pesado, pues en condiciones normales habría podido llevarlo sin problemas, sino por sus brazos sin control  que le impedían sujetarlo correctamente.
Sus ojos se llenaron de lágrimas de impotencia.
-      No, no puedo llevarlos a los dos, mis brazos no funcionan – respondió. Miró a su madre, roto -. Lo siento, Mags, no puedo hacerlo.
Finnick observó cómo la anciana se levantaba del suelo, con el semblante tranquilo. Cómo se dirigía hasta él. Entonces, antes de besarlo en los labios, esa tradición del distrito que compartían madre e hijo, la mujer sonrió. Finnick sintió como su corazón se quebraba. Ni siquiera tuvo palabras para agradecerle todo lo que había hecho por él desde que tenía catorce años. Ni siquiera pudo abrazarla por última vez. Ni siquiera supo cómo demostrarle en un segundo lo muchísimo que la amaba antes de que ella comenzase a alejarse de él.
Finnick cerró los ojos con fuerza. No podía mirar, no podía ser esa la última imagen que le quedase de alguien como Mags. Así que, mientras corría en la dirección opuesta, con el sonido del cañonazo a sus espaldas, pensó en la mañana después de sus primeros Juegos. Cómo ella había estado allí, sonriéndole. Como se había convertido en toda su familia desde entonces.
Sigue corriendo.
No pares.
Sigue corriendo.
Mags, Mags, Mags.
Mags, que se había presentado voluntaria solo para que Annie pudiese vivir. Mags, que se había sacrificado por Annie, por Finnick, por Peeta, por Katniss y por todo el país. Mags, que se había ido igual que había venido, dejando huella y sin hacer mucho ruido. Finnick sintió las lágrimas comenzando a caer por su rostro, haciendo arder las ampollas de la cara.
Sigue corriendo, sigue corriendo. Corre, corre, corre. CORRE, CORRE.
Pero el cansancio y el dolor le vencieron. Cayó al suelo, con Peeta sobre su cuerpo, ambos sacudiéndose. Katniss cayó a su lado, estirándose hasta quedar junto a su prometido. Finnick apoyó la cabeza en la tierra ardiente, gruñendo. Mags estaba muerta, y ellos iban a morir también. Cerró los ojos, esperando simplemente que fuese tan fácil como quedarse dormido. Pero no llegó.
-      Se ha parado – musitó Katniss, con la voz pastosa -. Se ha parado.
Finnick no abrió los ojos, sin embargo. Cuando Peeta se apartó de él, rodando, se abandonó al dolor. Las punzadas atravesaban su cuerpo como agujas, recorriéndole toda la piel. Quería gritar, pero ni siquiera para eso tenía fuerzas. Solo sentía el dolor, aunque estaba seguro de que era mucho más intenso y mucho menos externo. Era su corazón el que sufría. Era Mags la que lo hería. Trató de pensar en ella, pero solo lograba evocar su sonrisa antes de caminar a la Arena. No pienses, no pienses, no pienses.
Pero pensaba.
Por supuesto que pensaba.


2 comentarios:

  1. Mags!!!!! Odie esa parte en el libro, y en la película!

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  2. :'( Acababa de decidir no leer los capítulos de Finnick hasta que salgan de la Arena, pero me he dado cuenta de que ya no quedan muchas cosas tan tristes como ésta y que además saldrá Johanna so...

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