sábado, 7 de diciembre de 2013

Capítulo 67. 'La caja de madera'.

Annie observó su reflejo en el espejo. El rostro pálido, ojeras y ojos hinchados y enrojecidos por el llanto, el pelo revuelto alrededor de su cabeza, la larga camiseta de Finnick arrugada. Emer apareció tras ella, con la carita limpia y seria. A pesar de ser tan pequeño, entendía perfectamente lo que pasaba. El niño se acercó, mirando directamente a los ojos de Annie a través del espejo, y le cogió la mano, apretándosela con fuerza. Annie cerró los ojos, sintiendo una lágrima deslizarse por su mejilla.
Lo peor no había sido aceptar que Mags había muerto. Annie sabía por qué Mags había entrado en los Juegos, por qué se había presentado voluntaria. Sabía que, tarde o temprano, tendría que morir. Y le había costado aceptar eso en su momento, por mucho que le doliese. Pero lo peor había sido verlo. Annie se había tapado los ojos en el momento en el que Mags empezó a retorcerse. No quería verlo. No podía verlo. Pero había escuchado los gemidos de dolor, tan tenues que apenas se oían, que cesaron un segundo antes de que sonase el cañón.
Annie no recordaba exactamente qué había pasado después de eso. Recordaba a Dexter, sentado en el suelo, con la cabeza entre las rodillas mientras sus hombros se agitaban al compás de sus sollozos. Recordaba el silencio del distrito entero, un duelo que significaba, no la pérdida de una vencedora, sino la de una vecina. Recordaba haberse sentado en el suelo, junto a Dexter, pero nada más. Quizá se había abandonado al llanto, al igual que su amigo. Al dolor. A la inconsciencia.
Pero recordaba a Dexter, horas después, sentado al borde de su cama, con las mejillas empapadas. Y recordaba haber arrastrado a Dexter con ella, abrazándolo, acunándose mutuamente.
Annie agitó la cabeza.
Ha muerto por mí, se repetía, una y otra vez. Yo tendría que estar ahí.
Solo es un nombre más a la lista.
Mamá.
Kit.
Mags.
Annie cayó al suelo de rodillas. Emer se situó junto a ella, quitándole las lágrimas de la cara. Annie intentó concentrarse en sus ojos, en sus ojos oscuros. Kit estaba ahí dentro, lo sabía. Emer era una imagen de su aliado y amigo. Annie dejó que el niño la mimase sin palabras, simplemente con caricias. Porque eso hacen los amigos, se cuidan los unos a los otros. Pero ella no había sabido proteger a Kit. Y nunca podría enmendar eso.
¿Aliados?, preguntaba Kit, extendiendo la mano hacia ella en la playa, vivo. Aliados, respondía Annie, cogiéndosela. Y entonces, se desvanecía, intangible como el humo. Y no era más que una sombra, y después, nada.
-      Annie.
La chica se giró, tratando de contener los sollozos. Dexter estaba en la puerta, con el traje de luto azul del distrito. Annie miró de reojo el vestido que Margaret había preparado para ella, también entre lágrimas. Annie miró a Emer, también vestido de azul. Todo el distrito estaba de luto. La chica se miró al espejo. Llevaba unos pantalones oscuros y la camiseta azulada de Finnick. Sin ni siquiera darse cuenta, ella también se había puesto de luto.
-      ¿Ya? – musitó, con la voz ahogada por sus propias lágrimas.
Dexter asintió y se acercó hacia ella para recogerla del suelo, tendiéndole una chaqueta de lana de color verde azulado. Era de Mags. Annie se abrazó con ella mientras su amigo le pasaba un brazo por los hombros.
Salieron de la Aldea de los Vencedores al mismo tiempo que el resto. Excepto Darwin y Finnick, que ejercían de mentor y tributo respectivamente, y los fallecidos, todos los vencedores del cuatro estaban allí, vestidos de azul para honrar a una de las veteranas. Annie casi se rompió cuando los vio llorar.
La playa estaba prácticamente llena cuando llegaron. Niños, adultos, ancianos, pobres y ricos, todos estaban allí reunidos para decirle adiós.
-      Dex – susurró Annie, tironeando de la manga del hombre.
Sin embargo, Dexter ya estaba hecho añicos y no dejaba de llorar.
Entonces llegó. Era una caja de madera sencilla, de un color claro. Los cuatro hombres que la transportaban la dejaron en los cuatro postes dispuestos junto a la orilla para sostenerla. Entonces, abrieron la tapa.
-      Vecinos – comenzó la alcaldesa Craster, quitándose las lágrimas de la cara -. Hoy despedimos a una gran mujer. Una de las primeras en traer honor al distrito. Una de las primeras heroínas. Si hay algo que deseéis decirle, este es vuestro momento.
El distrito calló, bajando la cabeza. Una mujer se dirigió a la caja de madera y susurró unas palabras de agradecimiento hacia la mujer que, durante el año que había ganado, había alimentado a los hijos del distrito. El siguiente fue un anciano que la había conocido durante años, que recordó a la Mags joven, que había mantenido sus ideales hasta el día de su muerte.
Más personas pasaron a decir unas palabras. Annie miró a Dex, que se esforzaba por mantenerse en pie. Ella siempre había sido buena con las palabras. Sabía expresar cómo se sentía a través de ellas. Era tan sencillo como respirar. Pero nada de lo que pudiese pensar, nada de lo que pudiese decir sería suficiente para Mags. Nada.
Finalmente, Dexter y Annie se acercaron. Mags estaba tumbada, vestida con una tela azul enrollada alrededor del cuerpo. Había algas en torno a sus extremidades y enredadas en el pelo blanco. Dos conchas estaban puestas sobre sus ojos, cerrándole los ojos a la vida y abriéndoselos al mar. Annie la miró, sintiendo como su corazón se convertía en un conjunto de esquirlas de cristal que se clavaban en su pecho.
-      Puedo hablar yo si quieres – sugirió Dexter, apartándose las lágrimas con el dorso de la mano -, pero yo no soy del distrito, Ann.
Annie asintió.
 
Es una gran pérdida
cuando la persona perdida
es persona admirada.
Es una pérdida mayor
cuando la persona perdida
es persona amada.
Es una pérdida incluso más grande
cuando la persona perdida
es persona sacrificada.
Si yo vivo, es por ella.
Ella me dio la vida,
como una madre.
Y lo fue.
Para mí y para todos.
Porque era madre, vencedora,
hermana y vecina,
hija del pueblo,
heroína.
Y…

Annie se quebró, incapaz de seguir. Dexter le puso la mano en la parte baja de la espalda, dándole apoyo, pero Annie sabía que no sería capaz.
-      No pude despedir a mi verdadera madre – le dijo, con la voz entrecortada -. Y tampoco puedo despedir a ésta.
Annie comenzó a llorar desconsoladamente, dándose la vuelta. Entonces, Annie recordó algo, una tradición, algo que compartían los hijos con sus padres. Algo único y suyo. Se inclinó hacia Mags y la besó en los labios.
-      Adiós, mamá.
Todo a su alrededor sonaba amortiguado, como si la rodease una enorme burbuja. Incluso su propia voz. Dexter la recogió antes de que perdiese fuerza en las piernas.
Cuando la noche cayó, Dexter y Annie llevaron la antorcha hacia la pira que habían formado bajo la caja. Annie se alejó en cuanto empezó a arder.
Las llamas comenzaron a ascender, lamiendo la caja. Annie entrecerró los ojos, sintiendo el calor en la cara. Tenía la sensación de que se iba una parte de ella con Mags. La sentía desprenderse y quemarse, provocándole un dolor tan intenso que no podía apenas respirar. Cuando las llamas rodearon completamente la caja, tocó el momento de la oración.
Annie agachó la cabeza, pensándola en lugar de decirla en voz alta.
Los hijos del mar, van al mar,
porque el mar es fuente de vida y de muerte.

Annie y Dexter se quedaron en la playa hasta que las olas se llevaron las cenizas, sentados en la arena. Annie apoyó la cabeza en el hombro de su amigo, con la cara entumecida por culpa de las lágrimas que no habían dejado de caer durante todo el día.
-      Ya se ha ido – dijo, clavando los ojos en el mar.
Dexter asintió.
-      ¿Qué hacemos ahora? – preguntó el hombre, pasándose una mano por la cara.
Annie lo miró.
-      Proteger a Finnick. Sacarlo de ahí. Que vuelva a nosotros.
Dexter se puso rígido, sin apartar la mirada del mar. Annie se levantó, sacudiéndose la arena de la ropa, y tiró de la muñeca de su amigo para volver a casa. Empezaba a amanecer.
En cuanto atravesaron el umbral, Margaret les puso en las manos tazas de chocolate caliente. Dexter besó a Annie en la frente y subió a su habitación, en silencio. Annie, incapaz de enfrentarse a estar sola con la televisión, salió al jardín.
Emer estaba allí, sentado en las escaleras, arrancando hierba del suelo. Annie se sentó a su lado, acunando la taza con las manos.
-      Lo siento – dijo el niño.
Annie asintió, pasándose una mano por los ojos.
-      He visto lo que has hecho. ¿Era tu madre?
La chica se detuvo. Sí, era su madre. Era más que eso. Era la madre de todos los que habían vivido en esa casa. La que había ocultado su enfermedad solo para seguir aparentando esa fuerza. La que no había tenido miedo al presentarse voluntaria, la que se había enfrentado al Capitolio así, decidiendo morir ella misma en lugar de en su juego.
Así finalizaba el poema que no había podido acabar en la playa.
-      Sí – respondió -. Era mi madre.
-      Yo quiero mucho a mi madre. También lloraría si ella se muriese.
Annie se sujetó el pecho, dejando caer la taza, y comenzó a llorar desconsoladamente. Y ni siquiera Emer pudo tranquilizarla.



3 comentarios:

  1. You just ruined my whole life you know.

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  2. Mags... me de mucha pena la historia de Annie, ¿como soporta tanto?

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  3. Este capítulo me ha dado muchísima pena, pero aún así ha sido fantástico. Espero que sigas escribiendo y que pronto subas el próximo capítulo. Me declaro oficialmente fan de tu blog. Ea, ya tienes 45 seguidores. ;)

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