sábado, 11 de enero de 2014

Capítulo 73. 'Fue tu culpa'.

Annie sentía la mejilla dolorida. Abrió los ojos con cuidado, pero tuvo que cerrarlos rápidamente debido a la luz cegadora que había sobre ella. La chica relajó el cuerpo que había tenido en tensión hasta ese momento y giró la cara para no volver a encontrarse con la luz blanquecina.
-      Annie… - susurró alguien a su derecha.
La chica respiró hondo y abrió los ojos. Estaba en una sala blanca como la nieve. Escuchaba pitidos constantes a su alrededor, perforándole los oídos. Annie sintió la aguja clavada en la parte interna de su brazo y desvió la mirada hacia ahí, persiguiendo el tubo que la conectaba con un gotero. La chica tragó saliva, sintiendo el estómago revuelto.
-      Annie.
La chica se giró hacia la voz. Junto a ella, se encontraba una chica. Probablemente, Johanna no había hablado en voz baja. Quizá estuviese gritando, pero su voz quedaba amortiguada por el cristal que las separaba. Annie hizo ademán de levantarse, pero todo su cuerpo estaba sujeto a la cama en la que se encontraba por correas de cuero. Johanna la miró desde el otro lado, con los ojos llorosos. Johanna Mason a la que prácticamente nadie había visto llorar.
-      Jo… - susurró Annie.
La chica al otro lado del cristal clavó en ella la mirada, mordiéndose un labio ensangrentado. Annie observó a la muchacha, semidesnuda, tapada únicamente por una túnica fina que dejaba al descubierto brazos  y piernas amoratados y delgados. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Cuánto tiempo llevaban allí? Annie desvió la mirada hacia su propia piel, pero seguía blanca, sin rastro de hematomas.
-      Annie – volvió a decir Johanna.
Entonces, como si la voz de Johanna hubiese hecho despertar a su cerebro, Annie empezó a recordar. Cómo se habían apagado las pantallas. La pequeña visión de la Arena estallando. Margaret en el suelo. Dexter…
Annie hizo ademán de taparse la cara con las manos, pero las correas se lo impedían. La impotencia comenzó a abrirse paso en su interior, dando lugar a un estado de ansiedad que no tardó en apoderarse de ella. Annie sentía la conocida opresión en el pecho, la falta de aire. Vio a alguien vestido de blanco entrar en la habitación por el rabillo del ojo y situarse junto a su cama. Pronto, se relajó hasta quedarse dormida.
Cuando volvió a despertar, ya no había luz sobre ella. Annie intentó mover las manos, pero sus muñecas seguían atadas a la cama fuertemente, al igual que sus tobillos y cintura. Annie dejó salir el aire de sus pulmones. Entonces, escuchó el grito.
Annie Cresta había escuchado muchos gritos a lo largo de su vida, incluso los suyos propios, pero nunca uno tan desgarrador como aquel. Era el grito de alguien que se había obligado a no gritar durante muchos años. El grito de alguien que nunca le habría dado a nadie la satisfacción de sufrir así. Un grito arrancado por la fuerza. 
Annie giró la cabeza. Johanna Mason estaba al otro lado del cristal, tendida sobre una mesa de metal y rodeada de personas vestidas de blanco que sujetaban extraños aparatos. Johanna estaba empapada, y las zonas de piel al descubierto mostraban quemaduras y moretones. Annie se mordió el labio, tirando impotente de las correas que la sujetaban. Una mujer le dijo algo a Johanna, a lo que ella respondió girando la cara hacia Annie. La chica cerró los ojos y apretó la mandíbula.
Entonces, la mujer colocó sobre la piel de su estómago uno de los aparatos y Johanna empezó a agitarse, dando gritos.
-      ¡Johanna! – chilló Annie, tirando con fuerza de la correa -. ¡Jo!
La mujer apartó el aparato, dejando a la chica flácida sobre la mesa. Johanna dejó caer la cabeza, al mismo tiempo que un hilo de sangre corría por la comisura de su boca. Los torturadores hablaron entre ellos, correteando alrededor de la mesa, mientras Annie gritaba observando a su amiga con rabia. Uno de ellos cogió un nuevo aparato de la mesa y agitó la mano hacia otros dos, que agarraron la cabeza de Johanna con fuerza y le abrieron la boca. El torturador introdujo el aparato en ella y se apartó. La misma mujer de antes volvió a colocar aquella cosa sobre su piel.
-      Horrible, ¿verdad?
Annie giró la cabeza, desesperada. Junto a su cama, se encontraba un hombre de mediana edad, con la piel de un extraño color amarillo y el pelo lila oscuro. El hombre sonrió, mirando fijamente a una jeringuilla cargada de líquido trasparente.
-      Yo hablaría para que me dejasen de tratar así. Tiene que estar sufriendo.
Annie se mordió con fuerza la lengua, sintiendo el sabor de la sangre extenderse por toda su boca. Como si a aquel monstruo le importase el dolor que Johanna pudiese estar sufriendo. Los gritos de la joven le taladraban los oídos. Se preguntó si Finnick se había sentido así escuchando los charlajos, si había sentido esa impotencia. Volvió a sentir deseos de taparse los oídos, pero sus muñecas atadas se lo impedían.
-      Es una lástima – continuaba el hombre -. El Capitolio siempre se ha desvivido por sus vencedores. Y así nos lo pagan…
Annie tiró de nuevo de las correas. Tenía que haber un modo de romperlas. Miró a Johanna, que se agitaba sin control en la sala de al lado. Uno de los torturadores no dejaba de gritarle cosas que Annie no podía entender por mucho que quisiera, pero Johanna no respondía. No podría responder si no dejaban de aplicarle descargas.
Annie Cresta gritó, llamando a Finnick, llamando a Mags, a Dexter, incluso a Johanna Mason. El hombre a su lado volvió a pincharle el brazo y apenas un segundo después, ya estaba dormida y sin sueños.
Despertó una tercera vez. Le pesaba la cabeza como si la tuviese llena de cemento, pero estaba relajada, y ella conocía bien esa sensación. Sabía que la estaban drogando con morflina, y en parte lo agradecía. El dolor se había ido, dejando tras de sí pesadez y aturdimiento, pero no importaba. Estaba bien.
Ni siquiera entendía qué hacía allí. Era una sala diferente. Sin cristales, sin luces blancas, vacía. Ella estaba sentada en un sillón, con unas esposas de metal rodeando sus muñecas, que parecían en carne viva, y un tubo de plástico sobresalía de la parte interna de su antebrazo derecho. Annie siguió el tubo con los ojos hasta dar con una bolsa llena de líquido trasparente.
Morflina, morflina, canturreó en su mente, acariciándose los pulgares. Sintió un suave pinchazo allí donde las esposas rozaban su piel destrozada, pero no dolía ni escocía. La morflina ahogaba ese dolor punzante.
Sintió la estúpida necesidad de escribir como una loca. Las frases y los poemas se sucedían por su cabeza a una rapidez vertiginosa y, extrañamente, la mayoría de ellos tenía que ver con la morflina. Rió, disfrutando de ese estado de tranquilidad.
-      Vaya.
Annie giró la cabeza, procurando mantener los ojos bien abiertos. Aquella voz había penetrado en su cerebro como un hierro al rojo vivo, eliminando cualquier rastro de bienestar. Esa voz se había convertido en una alerta de que algo horrible estaba a punto de suceder. En el augurio de algo doloroso. Y ni siquiera la morflina podía eliminar eso.
-      Annie Cresta, al fin solos.
El Presidente Snow se sentó frente a ella, separados por una mesa de madera en la que su mente dormida ni siquiera había reparado. Annie alargó las manos para tocarla, para asegurarse de que era real. Si la mesa no era real, quizá el Presidente tampoco lo fuera, y no fuese más que un juego sucio de su imaginación. Pero, desafortunadamente, eran tan reales como ella misma.
-      ¿Cómo te encuentras?
Annie levantó una ceja, y ese sencillo movimiento hizo que su cabeza comenzase a dar vueltas. Empezaba a desvanecerse el efecto de la morflina y ya no tenía tantas ganas de hacer poemas.
-      Debe ser una broma – dijo con voz pastosa.
Snow sonrió, mostrando una fila de dientes blancos.
-      Créeme, me escuece esta situación. Todo lo que siempre he querido es la paz.
-      Mentiroso.
La sonrisa del Presidente se desvaneció y clavó en Annie su mirada de serpiente. Annie se obligó a mirar a otro lado.
-      ¿Has estudiado Historia, Annie Cresta? ¿En el colegio? Si has estudiado Historia, entonces sabrás que los Juegos se crearon para mantener la paz entre los distritos y el Capitolio. Si vosotros no sois capaz de entender eso, es problema de vuestra ignorancia.
Annie se levantó del sillón, ignorando la pesadez de su cabeza, que empezó a dar vueltas tan pronto como se puso en pie.
-      ¡Mató a Kit! ¡Y a Mags! ¡Y a Dexter! ¡Y le costaría poco matarnos a todos!
Snow la miró, pasándose la lengua por los labios.
-      Mags se suicidó, niña. Y permíteme, pero no recuerdo haber matado a ningún Dexter. Y Kit…
Annie rompió a llorar. Dexter, su amigo, lo más parecido que había tenido nunca a un hermano o incluso un padre… Snow lo había matado y ni siquiera sabía su nombre.
-      A Kit lo mató usted, no el chico del cinco. A todos esos niñ…
Snow negó con el dedo, callándola.
-      No, querida. A Kit… a Kit Grobber lo mataste tú.
La chica frenó en seco, dejándose caer de nuevo al sillón. La cabeza le daba vueltas, al igual que su estómago. Ella no había matado a Kit. Lo recordaba. Sus recuerdos aún la torturaban con la imagen de su sonrisa a ras del suelo, congelada, separada del resto de su cuerpo. Se llevó las manos a los ojos.
-      No, no…
-      A veces me preguntó qué hubiese pasado si no os hubieseis aliado. Quizá él seguiría vivo y tú… Bueno, siendo honestos, querida, ambos sabemos que no hubieses ganado de no ser por ese minúsculo golpe de suerte.
Annie apartó las manos de sus ojos y las vio llenas de sangre. Sangre que no era suya.
-       No fui yo. No fue el chico del 5. Fue vuestra alianza, una que sabíais ambos que no podríais mantener, la que lo mató. Mis manos están limpias de sangre, Annie Cresta.
Pero las mías no.
Annie volvió a mirarse las manos, pero ya no eran solo ellas las que estaban llenas de sangre. Todo a su alrededor estaba lleno de manchas rojas, como los pétalos de una rosa. El olor a rosas impregnó su nariz, agitando aún más su estómago.
-      Y no solo Kit… ¿Por qué murió tu madre? ¿Y Mags? ¿Y por qué morirá Finnick si no colaboráis tú y tu especie?
Por mí, por mí, por mí.
Siempre por mí.
-      Ahora dime lo que sabes sobre ese… plan que tenía tu novio y lo dejaré vivo.
-      ¡Es mentira!
Annie saltó sobre la mesa, tirándolo todo a su paso, y se abalanzó sobre el Presidente Snow. Ella no había matado a nadie. Había sido él. Él y sus horribles Juegos. Kit estaba muerto por su culpa, y Mags, y Dexter, y todos ellos, toda su especie, también lo estaría por él. Llevaba el olor a muerte impregnado en la ropa.
Annie hizo ademán de arañarle la cara, pero un brazo la agarró por la cintura y la empujó lejos, haciéndola golpear con el suelo. Su visión se convirtió en un campo rojo con puntitos negros que no desaparecían por mucho que pestañease. Se llevó las manos a la frente e, incluso sin ver, sintió la sangre caliente deslizarse por sus dedos.
-      … otra vez. Ahora que ha recuperado la consciencia, es un señuelo mucho más eficaz.
La recogieron del suelo con brusquedad. Annie se mareó varias veces en los brazos de aquel hombre que la llevaba, pero alcanzó a ver la sangre salpicar el suelo inmaculado por el que pasaban. La tumbaron sobre una cama de metal, igual que aquella en la que había estado Johanna, atada de manos y pies.
-      ¡No! – gritó alguien a su derecha -. ¡No os atreváis!
Annie deseó que fuese rápido. Pero Snow no se caracterizaba precisamente por la misericordia. Si iba a matarla, se aseguraría de que fuese un infierno.
-      ¡No!
Algo se posó sobre la piel de su estómago y, después, no sintió nada más que un dolor atroz que le recorrió el cuerpo de arriba abajo. Una vez. Dos. Tres. Y después nada más.

1 comentario:

  1. Oliiii
    Nueva lectora, Van
    Sigue!
    Oh diooos mio! Annie! Pobrecilla! Ella no tiene que ser torturada! Ni Johanna!sube por favoooor omorireXD
    Enserio escribes GENIAL!
    Tmbn tngo un blog, si te kieres pasar ves a losjuegosdelhambrecontinuancenizas.blogspot.com
    Ah, y tu historia es bueniiisima escribes genial esto es simplemente akzhnjbhasiuhueugbuk
    Qestoooii muuu loookaaaa
    Van<3

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