sábado, 25 de enero de 2014

Capítulo 75. 'Depredador'.

-      Bueno, digamos que tus amigos se están volviendo más… desobedientes. Hemos tenido altercados en el 8 por su culpa. Una lástima.
Annie abrió los ojos con esfuerzo. Le dolía la mejilla debido al último golpe que había recibido por no permitir que le pusieran una nueva dosis de morflina. Estaba harta de que la atontasen, y eso le había costado más moratones de los que podía contar.
El torturador, como había empezado a llamarlos, examinó que todas las máquinas funcionaban correctamente y sonrió, mostrándole una hilera de dientes plateados.
-      Si nosotros ardemos, tú arderás con nosotros – canturreó, imitando una voz grave -. Me sorprende que Katniss Everdeen esté en tan buenas condiciones. Sí, realmente sorprendente…
Annie desvió la mirada hacia el cristal. La habitación en la que había estado Johanna llevaba días vacía. Se la habían llevado mientras dormía, de eso estaba segura. Se sentía tan sola sin su presencia allí que casi le dolía. Aunque probablemente, le dolería más si la viese agitarse por las descargas una y otra vez.
-      Igualmente, hoy han entrevistado al chico. Esperemos que eso la desestabilice, porque él… bueno, él no está en tan buen estado.
Annie cerró los ojos. Le dolía todo el cuerpo, como si tuviese una constante enfermedad. Quizá era así. De repente, al otro lado del cristal, escuchó abrirse una puerta.
No le costó abrir los ojos. Un par de torturadores empujaban una camilla en la cual estaba tendida Johanna. Tenía la piel amarilla, más acentuada a la luz de los focos, y en cuerpo recubierto de quemaduras, hematomas y costras. Pero lo más sorprendente era su cabeza. O le habían rapado el pelo o se le había caído, pero no quedaba más que una fina pelusa oscura. Annie cerró los ojos. No podía verla así sin poder hacer nada.
-      Dime, Annie Cresta – comentó su torturador, inclinándose sobre ella -. ¿Te gustaría hablar con tu amiga?
Annie se mordió el labio. Estaba harta de que se burlasen de ella. Estaba harta de sentirse el mono de feria; ya lo había sido durante demasiado tiempo.
-      Sé que quieres – El hombre pulsó un interruptor en la pared y habló con voz clara -. Dejémoslas a solas, compañeros.
-      Pero… - dijo uno de los torturadores al otro lado de la pared de cristal, con una voz tan clara que parecía que estuviese en la misma habitación.
-      Ya.
Salieron todos. Annie se irguió todo lo que le permitían sus dolencias, y miró a Johanna. La chica estaba tumbada, con la cabeza ladeada, pero despierta, a pesar de sus ojos cerrados. Annie podía ver que se estaba esforzando por no quejarse.
-      Jo… - susurró Annie, confiando en que la oyese.
Johanna abrió unos ojos oscuros inyectados en sangre y la miró, con expresión de cansancio.
-      Cállate – dijo, con esfuerzo -. Quieren que digas algo por error. Mejor cállate.
Annie cerró la boca, pero llevaba demasiado tiempo utilizando sus cuerdas vocales solo para gritar.
-      Vamos a salir de aquí – murmuró, más para sí misma que para su amiga.
-      Vais. No hay nadie que se preocupe lo suficiente para querer sacarme de aquí.
-      Finnick – masculló Annie, estirándose -. Finnick se preocupa.
Johanna cerró los ojos y giró la cabeza. Entonces, Annie escuchó otro grito. La miró alarmada, pero era el grito de un chico, un chico al que nunca había conocido. Pero había escuchado su voz en la televisión, y había admirado la manera en la que él amaba a Katniss. Era algo puro que ahora estaban destrozando.
-      Llevan días así. No sé qué le están haciendo – dijo Johanna, girando de nuevo la cara hacia ella con los ojos cerrados.
-      Peeta… - Annie cerró los ojos. No podía escuchar más gritos.
-      No lo soporto – susurró Johanna -. Lo escucho gritar incluso cuando estoy inconsciente.
Annie intentó mirar más allá de Johanna, pero solo vio torturadores rodeándolo. Empezaba a imaginárselos como depredadores, y quizá lo eran. Al fin y al cabo, estaban acabando con ellos, de una forma u otra. Ella ya se sentía vencida, y era probablemente a la que menos daño habían hecho.
-      Ah, por dios,  ¡HACEDLO CALLAR! – chilló Johanna, tironeando de las correas que la mantenían atada a la cama.
Annie se mordió la lengua. Por primera vez, echaba de menos cómo su cerebro conseguía aislarla de todo, cómo la expulsaba de la realidad. Aunque fuese peor, pero tal y como estaba, prefería vivir en los recuerdos dolorosos a los que ya se había acostumbrado que vivir escuchando los gritos de dolor de los prisioneros. Su especie, como Snow los había llamado.
-      Jo…
-      Annie, cállate. Por favor, cállate.
Annie se estiró todo lo que se le permitía, pero ni siquiera podía acercarse al cristal. Johanna la observó con los ojos llorosos y la boca contraída en una mueca. Annie se detuvo para observar su cara detenidamente. Las costras de heridas recientes en la cabeza. Un corte sobre la mejilla izquierda, atravesando un moratón que cubría su cara desde la ceja hasta el mentón. Los labios secos y llenos de cortes. Cualquiera que no se hubiese detenido a mirarla dos veces no se habría dado cuenta de que era Johanna Mason.
-      Annie.
La chica asintió, dándole a entender que la escuchaba.
-      No te dejes morir, ¿vale?
Annie sintió una lágrima solitaria deslizarse por su mejilla.
-      Tampoco tú.
-      Yo ya estoy muerta.
Las puertas de ambas habitaciones se abrieron, dejando entrar a los torturadores. Esta vez, Annie se encontró cara a cara con una mujer.
-      Enternecedor – dijo, con las manos en los bolsillos de una bata -. Y ahora, dime, Mason. ¿Qué planean?
La chica se quedó rígida sobre la cama, mirándola a los ojos con furia.
-      No.
-      Oh, sí – Annie miró a ambas, que parecían entenderse solo con la mirada -. No lo repetiré otra vez. Qué planean.
-      No te atreverás.
La mujer se giró y caminó hacia Annie. Llevaba en la mano una jeringuilla llena de un líquido verde y una especie de masa enganchada a un tubo de metal en la otra mano.
-      Abre la boca – exigió, alargando el tubo hacia ella.
Annie apretó la mandíbula con fuerza.
-      Será peor para ti. Abre la boca.
-      ¡No te atrevas! – gritó Johanna, revolviéndose en su camilla.
Annie apretó aún más los dientes, ignorando la mano de hierro de su torturadora, que se ceñía a su mandíbula. De repente, otra mano trató de separarle los labios, tirando con fuerza. Annie empezó a gritar, pataleando, pero nada sirvió. En menos de diez segundo, los torturadores habían metido aquella masa en su boca. Annie la mordió, tratando de romperla, pero no podía mover la boca.
-      ¡Annie! – chilló Johanna -. ¡Annie!
-      Qué planean, Mason.
-      ¡Ni se te ocurra tocarla!
Annie sintió la aguja clavarse en su brazo. Gritó y, apenas un segundo después de que la mujer sacase la aguja de su vena, un frío glacial empezó a extenderse por su cuerpo. Sentía que se congelaba, que la cubría el hielo. Y dolía, dolía como si la estuviesen cortando en trozos.
Cerró los ojos, pero no era mucho mejor. Al contrario. No solo era el frío, sino que la realidad desaparecía a su alrededor, transportándola a todos aquellos momentos que le habían hecho daño. A su derecha, el chico del distrito 5 cercenaba la cabeza de Kit, que caía al suelo en un charco de sangre. Frente a la cama, un Agente de la Paz le metía un balazo a Dexter en la cabeza. Finnick era seleccionado para la cosecha. Mags caía al suelo con las manos en la garganta, intentando emitir algún sonido. Su madre caía sobre sus rodillas gritando mientras Radis pronunciaba su nombre. Johanna se agitaba en la cama de al lado mientras le daban una descarga tras otra, pero no era real, porque aún tenía el pelo largo.
Annie abrió los ojos y se encontró con el mismo escenario, salvo que esta vez había dos Johannas. Una de ellas sangraba por la comisura de la boca. La otra tiraba de las correas dando gritos. Annie sintió otro pinchazo en el brazo y pronto todo desapareció. El dolor, las imágenes, el frío. Annie se dejó caer sobre la camilla, sudando. La mujer le sacó la masilla de la boca, y Annie pudo tragar saliva, notando la garganta en carne viva. Probablemente había estado gritando.
-      Annie… - susurró Johanna.
-      ¿Vas a hablar ahora o no? – dijo la torturadora, apartándose de la cama de Annie y dirigiéndose a la pared de cristal.
-      Déjala, por favor… Por favor – suplicó Johanna, dejándose caer.
La torturadora se acercó de nuevo a Annie con una nueva jeringuilla.
-      ¿Vas a hablar?
-      ¡Es que no lo entiendes! - gritó Johanna -. ¿Crees que soy tan estúpida como para callarme las cosas y dejar que me torturéis? ¿Es que sois idiotas?
La torturadora soltó la jeringuilla sobre una mesa y salió de la habitación. Annie cerró los ojos, llorando. Había sido un infierno revivirlo todo de golpe. Los gritos de Peeta seguían sonando dos una celda más allá, amortiguados por el cristal. Si a él le estaban haciendo lo mismo que le habían hecho a ella, entendía por qué gritaba. Si era algo peor… Ni siquiera podía imaginar nada peor.
-      Annie.
La chica se giró para mirarla.
-      Lo siento. Lo siento, de verdad…
-      No – musitó Annie, dejándose caer derrotada.
-      Lo siento.
Annie cerró los ojos y esperó que la morflina hiciese su efecto. Pero no le habían puesto morflina, y los gritos de Peeta continuaron taladrando sus oídos. Cuando paró de gritar, su puerta volvió a abrirse. Annie abrió los ojos y dirigió la mirada hacia el avox que llevaba una bandeja de comida. Se sentó en un taburete a su lado e hizo ademán de darle de comer.
Podría haberse negado a comer. Podría haber acabado con todo. Pero Johanna se lo había dicho, le había pedido que no se dejase morir. Y aún confiaba en Finnick. Él tenía que ir a por ella. A por ellas. Annie abrió la boca y dejó que el avox le diese el horrible mejunje, cucharada a cucharada, parando cada vez que ella lo necesitaba. El avox, apenas un chico de veinte años y pelirrojo, alargó hacia ella un vaso de agua, que no dudó en llenar dos veces más para ella.
-      Gracias – susurró la chica, tragando saliva -. Ellos también lo necesitan.
El chico asintió y salió de la habitación cargando con la bandeja. Apenas veinte minutos después, lo escuchó entrar en la celda de Johanna. La chica protestó, negándose a comer.
-      Jo… Por favor – suplicó Annie, cerrando los ojos.
El cansancio empezaba a llevársela. Los párpados le pesaban más de lo normal, y dejaba de sentir el dolor de los golpes del cuerpo. Cuando decidió abandonarse al sueño, vio a Johanna aceptar con el ceño fruncido la cucharada que el avox le ofrecía.
-      Esto es una porquería – gruñó, aceptando otra.
Annie sonrió y se quedó completamente dormida.

1 comentario:

  1. No sé por qué ya no comento, Pero que los leo todos, los disfruto y los sufro.

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