sábado, 15 de febrero de 2014

Capítulo 78. 'Si tuviera que empezar por el principio'.

Finnick.
Annie susurraba su voz en sueños. El chico alargaba una mano hacia ella, que estaba en una especie de jaula que nunca lograba alcanzar. Annie repetía su nombre.
Salvo que no era Annie.
Finnick abrió los ojos con pesadez y se giró. Katniss estaba junto a él, con los ojos hinchados y el pelo revuelto.
-      Finnick… Van a por ellos. A por todos ellos.
Finnick se irguió repentinamente, ignorando el mareo. Le temblaba todo el cuerpo. Iban a sacar a Annie de esa cárcel, iban a acabar con la tortura. Puso los pies en el suelo, pero la mano de Katniss sobre su pecho lo detuvo.
-      ¿Qué haces? – preguntó, cogiéndole con suavidad la muñeca -. Vamos. Vamos a por ellos.
-      Finnick… - Katniss tragó saliva con esfuerzo -. Ya se han ido.
Finnick se dejó caer sobre la cama, mirándola desconcertado. ¿Por qué nadie lo había despertado? ¿Por qué nadie le había dicho que iban a por Annie? ¿Por qué no le habían preguntado si quiera si quería ir? Finnick golpeó con fuerza la almohada.
-      Les he pedido que nos dejen hacer algo – continuó Katniss, con la voz rota. Ella se sentía tan impotente como él.
-      ¿Algo como qué? Ya no vamos a montar en ese aerodesli…
-      Lo que sea, Finnick – interrumpió ella -. Lo que sea.
El chico se recostó sobre la cama, cerrando los ojos. Pasase lo que pasase, ese era el día. Si conseguían sacarla de allí, terminaría el sufrimiento. Terminarían las pesadillas, las noches sin dormir, las recaídas, la locura. Si ella moría… Bueno, la prefería muerta a torturada, sufriendo y debatiéndose constantemente entre seguir luchando o dejarse morir, pero sabía que no sería capaz de vivir sin ella. No era un tópico. No lo sentía así por quererla. No era que no se imaginase viviendo sin ella. Era que no se mantendría cuerdo si Annie moría.
-      ¿Por qué estás tan tranquilo? – preguntó Katniss, cuyas manos se agitaban sobre el colchón.
-      ¿Es que no lo ves, Katniss? Esto lo decidirá todo de una u otra forma. Al final del día, estarán muertos o con nosotros. Es... – Finnick tragó saliva. Después de semanas preocupado por ella, todo eso acabaría en unas horas -. ¡Es más de lo que podíamos esperar!
Haymitch apartó la cortina con fuerza. Los necesitaban a ambos para desviar la atención del rescate. Necesitaban tener al Capitolio embaucado en algo, distraído, para que Annie, Peeta y Johanna pudiesen salir de ahí, incluso y especialmente al Presidente Snow.
-      ¿Se os ocurre algo así? – preguntó el hombre, poniéndose un dedo en el mentón.
-      Peeta – susurró Katniss.
Finnick la cogió por la muñeca, preocupado porque tuviese otra recaída. Pero se equivocaba.
-      Sí – coincidió Haymitch, poniéndole una mano en el hombro a la chica -. El Capitolio aún quiere saber sobre los trágicos amantes, más ahora que cada uno estáis en un bando a sus ojos. Que te preparen, nos vemos en una hora.
Finnick observó marcharse a Haymitch. Katniss estaba a su lado, con la mirada clavada en las manos del chico. Finnick volvió a acariciarle a muñeca y le sonrió para infundirle ánimos.
-      Es por ellos.
Una hora después, se encontraron ambos en las ruinas del 13. Todo el equipo estaba dispuesto en torno a Katniss, que se sentó en un pilar y, tratando de serenarse, habló de Peeta. De cómo lo conoció, cuando toda su vida parecía caerse por la borda, tras perder a su padre, hambrienta, con toda su familia muerta de hambre. Habló con la voz ronca de cómo él había quemado un pan a posta solo para poder dárselo a ella. Finnick bajó la mirada. Quizá ella se había enamorado de él ahí y nunca se había dado cuenta.
Cuando acabó, enviándole un mensaje completamente revolucionario a Snow, Finnick miró a Plutarch, que estaba frente a un monitor, meando la cabeza.
-      El final es flojo. Podemos aprovechar lo del pan, pero no dura ni veinte minutos. No es suficien…
Los ojos de Plutarch Heavensbee se clavaron en Finnick Odair. El hombre se limpió las manos en su impecable traje gris y se dirigió hacia él, acompañado de Haymitch.
-      Finnick… ¿puedes aportar algo a esto?
-      ¿Yo? No quiero hablar de Ann…
-      No me refería a Annie, Finnick – aclaró el hombre -. Me refería a… ti mismo.
Oh. Un escalofrío le recorrió toda la columna vertebral. No le gustaba hablar de eso. No quería. Le daba asco.
-      Plutarch…
-      Haymitch, todo lo que él pueda decir sobre eso es lo suficientemente interesante como para que, como tú bien has señalado, ni siquiera Snow pueda despegarse de la pantalla.
-      Pero…
-      ¿Podrías, Finnick? – insistió Plutarch, apartando a Haymitch con la mano -. ¿Para la distracción?
Finnick se tragó la bilis que amenazaba con provocarle una arcada y asintió. Heavensbee le sonrió, dándole una palmada en el hombro. Se sentía a punto de vomitar o desmayarse. Nunca le había gustado hablar del tema. Lo odiaba. Cualquiera que hubiese pasado por algo así lo entendería.
-      Estás blanco – señaló Haymitch, cogiéndole del codo -. No tienes por qué hacerlo.
-      Es por Annie – gruñó, aclarándose la garganta -. Además, estoy lleno de secretos.
Finnick ocupó el lugar de Katniss frente a la cámara. No necesitaba maquillaje. No quería, tampoco. El maquillaje simplemente lo había convertido en un producto más del Capitolio.
-      No tienes por qué hacerlo – repitió Haymitch.
-      Debo hacerlo si la ayuda – Finnick soltó la cuerda que, sin saberlo, había estado enrollando y se alisó el traje -. Estoy listo.
Cressida, la directora de las propos, encendió la cámara de nuevo y lo enfocó. Finnick trató de serenarse. ¿Por dónde empezar? Los versos de Annie regresaron a su mente, como un soplo de aire.

Si tuviese que empezar,
sería adecuado empezar por el principio.
¿Pero cuál?
¿La primera mirada, el primer roce,
el primer beso?
Los principios están llenos de primeras veces.
Pero mis primeras veces
nunca han sido las tuyas.

-      El Presidente Snow – comenzó, mirando directamente a la cámara, hablando a todo el país – solía… venderme. Vender mi cuerpo, quiero decir. Y no fui el único. Si pensaban que un vencedor era deseable, el presidente lo ofrecía como recompensa o permitía que lo comprasen por una cantidad de dinero exorbitante. Si te negabas, mataba a algún ser querido. Así que lo hacías – Finnick tragó saliva, al recordar a Johanna llorando, probablemente por última vez en su vida, cuando Snow le arrebató a Nell -. No fui el único, aunque sí el más popular. Y quizá el que estaba más indefenso, porque la gente a la que quería también lo estaba – Annie. Mags. Incluso Dexter -. Para sentirse mejor, mis clientes me regalaban dinero y joyas, pero yo descubrí una forma de pago mucho más valiosa.
Finnick se pasó la lengua por los labios y comenzó a hablar de todos los secretos que sus clientes habían susurrado adormecidos a la luz de la luna, apoyados en la almohada mientras él se daba asco a sí mismo. Claudius Templesmith, que siempre se jactaba de amar a su excéntrica mujer, había sido uno de los primeros en pagar por acostarse con él. ¿Quién iba a decirlo del famoso presentador, que incluso había afirmado sentir una severa atracción por Caesar Flickerman? ¿Y qué tal hablar de los hermanos Cordelius, mellizos y unidos desde el nacimiento, parecidos como dos gotas de agua, que mantenían una relación incestuosa en secreto y que habían pagado ambos para yacer al mismo tiempo con el increíble Finnick Odair? Finnick repasó una extensa lista de clientes y sus más oscuros secretos, como el severo ministro y fiel consejero del Presidente Snow, Garden Trevolar, a quién le gustaba amordazar a sus compañeros de cama y rociarlos con una especie de aceite antes de proceder; Daleey Prescett, Vigilante Jefe de la década de los Sexagésimos Juegos, que no se había cortado en decirle cómo había ascendido aplastando a sus compañeros con un par de gotas en una bebida y un desafortunado incendio. Y cómo olvidar los métodos de tortura: utilización de venenos directamente inyectados en vena que atacaban a la parte del cerebro encargada del dolor, o de los recuerdos; hierros candentes colocados sobre la piel, mutilación, y no solo la lengua…
Y después, Snow. Finnick abrió la parte de su mente que había destinado a esa información como quien abre un cajón para extraer ropa. Finnick tenía secretos guardados para destruirlo, secretos que podían arruinarlo. Y ese era el momento de utilizarlos y deshacerse de ellos.
El Presidente Snow, tan serio, tan formal, el mismo hombre que había pedido acostarse con una vencedora del 2 y, al negarse esta, había matado a su familia tan fácilmente como si se hubiese quitado una mota de polvo de la chaqueta. El mismo cuyo hijo había violado a una pobre chica del distrito 11. El mismo cuya hija Sophilia había sido infiel a su marido, un pobre tonto llamado Boris, con un Agente de la Paz al que había asesinado después con veneno, el mismo arma de su padre.
-      Porque bueno, Snow, viejo amigo, ya sabes lo que dicen… El veneno es un arma de mujer, ¿me equivoco?
Finnick repasó todas las veces que había oído hablar de veneno en manos de Coriolanus Snow, un hombre que había aprendido a utilizarlo muy joven, cuando envenenó a su propio hermano para heredar toda la herencia de sus padre. Y, cuando, tras los Días Oscuros, se le ofreció el poder, no dudó en formarse una escalera de cadáveres para eliminar toda la competencia. La ambición fue lo que bebía mientras los que habían sido sus compañeros caían a sus pies como moscas, debido al veneno que el joven Coriolanus vertía en sus copas. Amigos y enemigos, aliados y posibles amenazas morían de diversas formas, excusando sus muertes a través de virus y enfermedades sin sentido. El mismo presidente bebía de esas copas, pero solo él conocía el antídoto para los venenos que preparaba. Más de una vez había tenido que arrastrarse hacia la vitrina en la que los tenía, moribundo, para verter en su boca unas gotas que eliminasen el veneno. Como la serpiente que se muerde y se cura la lengua a sí misma. Pero esas mordeduras no lo dejaban intacto, sino que toda su boca estaba llena de llagas y heridas siempre sangrantes y siempre abiertas. ¿Pero cómo taparlo?
Rosas. Rosas modificadas para potenciar su olor, tapando el de la sangre que manaba de su boca. Snow tragaba sangre mientras sonreía al que él mismo proclamaba su querido pueblo. Tragaba sangre mientras veía morir a sus compañeros, a su primera esposa. Tragaba sangre mientras veía los Juegos, sentado en su sillón con su nieta al lado. Tragaba sangre mientras escuchaba todos los secretos que el inofensivo Finnick Odair estaba contando.
Finnick bajó la cabeza, exhausto, pero Cressida no paraba de grabar. Al final, fue él mismo el que tuvo que decir ‘corten’ y marcharse de allí, lo más lejos posible. Se sentía liberado, pero mientras hablaba se había dado cuenta de que todo lo que había dicho solo prolongaría la tortura de Annie en el caso de que no la sacasen, más dura y más horrible. Finnick se inclinó sobre un pilar, con el estómago revuelto amenazando con echar el desayuno.
-      Increíble – dijo una voz sobre él -. ¿Es todo eso verdad? ¿Lo de Claudius, Bartholomus y Snow?
Finnick asintió, alejándose. Lo que menos le apetecía era comentar los secretos que había guardado durante seis años con Plutarch Heavensbee.
Beetee consiguió colocar el monólogo de Finnick de una hora de duración en las televisiones de todo el país, sin interferencias. Finnick se negó a escuchar. Había soltado todo eso y no tenía la más mínima intención de dejarlo volver a entrar. No le apetecía seguir siendo el chico de los secretos. Ni siquiera prestó atención a Beetee cuando éste intentó explicarles a él y a Katniss cómo iban a rescatarlos. Katniss lo dirigía por los pasillos, ansiosa, y era la que discutía y alzaba la voz ante los guardias. Finnick estaba cansado, nervioso y preocupado. Y asustado, muy asustado.
Anudó el cordón una y otra vez, haciendo y deshaciendo nudos complicados que solo unas manos expertas podían conseguir. Se tumbó en posición fetal, abrazándose las rodillas con los dedos entrelazados. Katniss no se separaba de él, haciendo nudos, haciendo nudos…
Tic, tac. El reloj no dejaba de sonar. Finnick se irguió. ¿Estaría viva? ¿Estaría muerta? Se tiró del pelo, desesperado.
-      ¿Te enamoraste de Annie desde el primer momento, Finnick?
El chico se giró hacia Katniss, que estaba sentada en el suelo con la cabeza apoyada sobre las rodillas. Finnick le tocó la muñeca. De nuevo, los versos del poema volvieron a su cabeza.
Si tuviese que empezar,
sería adecuado empezar por el principio.
¿Pero cuál?
¿La primera mirada, el primer roce,
el primer beso?
Los principios están llenos de primeras veces.
Pero mis primeras veces
nunca han sido las tuyas.

¿Cuándo se había enamorado de Annie? ¿Cuando la había recogido en las escaleras el día de la cosecha y se habían mirado a los ojos por primera vez? ¿Cuando la había consolado en el Capitolio y se había prometido devolverla a casa? ¿Cuando la había bañado cuando estaba completamente inestable? ¿En la playa? ¿La noche que ella lo besó por fin?
-      No – respondió -. Ella creció dentro de mí*.


*En la publicación en español, la frase que Finnick dice es ‘los sentimientos aparecieron sin darme cuenta’. Sin embargo, creo que es mucho más acertado una traducción más o menos (repito, más o menos) literal de la frase en inglés ‘she crept up on me’ que, a mi parecer, hace más referencia a la historia de ambos, cómo Annie crece dentro de él. (o se arrastra) Igualmente, si os gusta la traducción del libro, podéis ponerlo así*.

1 comentario:

  1. Me siento como si fuera del Capitolio por la curiosidad que tenía por los secretos que Finnick iba a contar.

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