Querido amigo:
La vida da muchas vueltas. Es
algo que he podido comprobar a lo largo de mis años, numerosas veces, como un
eterno patrón repetitivo. Recuerdo que alguien una vez me comparó la vida con
una rueda, y en ese momento pensé que se estaba burlando de mí, pero ahora me
doy cuenta de que es verdad. Tenía razón. Pisamos sobre ya pisado, rozamos los
mismos baches una y otra vez, pero ese es el encanto de estar vivo, el encanto
de ser humano. Equivocarse y creer aprender hasta que te equivocas de nuevo.
Sí, la vida da muchas vueltas.
Un día vas en la parte de atrás de una furgoneta, escuchando una canción que te
parece perfecta para un momento perfecto, y, aunque sientes que te queda toda
la vida por delante, podrías quedarte en ese segundo para siempre, durante un tiempo
eterno, infinito. Y, casi veinte años después, escuchas la misma canción
mientras conduces tu coche nuevo, con la máquina de escribir apoyada en el
asiento vacío del copiloto, y te das cuenta de que ha pasado el tiempo y tú, al
igual que el resto de tu vida, has cambiado, aunque ese chico, infinito
adolescente, creyó que seguiría siendo el mismo durante mucho tiempo.
Cumplí mi sueño. Escribí. He
escrito varios libros durante estos años, libros en los que no solo podía
meterme en la piel del personaje, sino que era el personaje. Yo lo manejaba. Yo
decidía sus decisiones. He descubierto que un escritor no es el que escribe,
sino el que te lleva en un descapotable de páginas llenas de tinta a mundos en
los que los niños corren descalzos por calles empedradas o jóvenes trovadores
cantan bajo la ventana de doncellas en busca de amor. El escritor no es el que
escribe, sino el que crea. Cualquiera puede escribir, pero no cualquiera puede
ser escritor. Espero serlo yo. Y espero que leer que escribo te haga sentir tan
orgulloso como yo lo estoy de mí mismo.
Nunca pensé que llegaría a
estar tan orgulloso de mí que podría explotar y todo lo que saldría de mí sería
eso, orgullo, satisfacción, alegría. Pero lo estoy. Lo estoy de verdad.
¿Por qué escribo de nuevo?
En mi última carta te dije que
no podía decidir de dónde venía, pero sí hacia dónde quería ir. Y lo sabía. En
ese momento sabía que quería salir, correr, vivir, montarme en la parte de
atrás de furgonetas y gritar lo infinito que me sentía. Quería amar. Pero todo
eso no es un lugar. Me recuerdo confuso. Amé, viví. Me gradué con unas notas
que sorprendieron, a mí el primero, y después a mis padres. Sam venía a
visitarme casi cada fin de semana, con locas historias sobre su vida de
universitaria, y yo escuché todas y cada una de sus palabras. Continuamos
siendo amigos. Patrick, Sam y yo. No me avergüenza decir que mi último año de
instituto fue peor que el año que conocí a Sam y a Patrick. Las fiestas, el
alcohol, las drogas. Las chicas. Y me arrepiento de muchas de las cosas que
hice entonces.
He oído a mucha gente decir que
debes vivir tu vida sin arrepentirte de nada de lo que has hecho en el pasado,
pero eso es una tontería. Arrepentirse es humano. ¿Dónde está sino el
aprendizaje? ¿Dónde queda? Arrepentirse es sano, tanto como una de esas infinitas
dietas saludables que mi hermana sigue haciendo. Así que sí, me arrepiento de
muchas de las cosas que hice con dieciocho años. Y con dieciséis. Y con quince.
Pero durante esos años también viví algunas de las mejores experiencias de m
vida. Y esas no las cambio.
La vida no se detiene, sigue su
curso, pero los recuerdos permanecen, y quizá sean lo único que nos ancla a
quiénes éramos. Una vez que creces, que pasas las treintena, miras atrás y te
preguntas dónde quedó el niño que disfrutaba con las cosas más nimias. Dónde
está. Por qué ya no disfrutas leyendo los libros que leías entonces, por qué ya
no te ilusionas igual. Y te da pena y lástima de ti mismo, pero qué más da,
estás madurando. Eres adulto y sientes pasión por otras cosas. Pero no es comparable,
y es una lástima.
Pero un día, repito, escuchas
una canción. La primera nota. Y un escalofrío te recorre el cuerpo. Y de
repente, ya no llevas traje y corbata. No acabas de regresar de una entrevista
con una editorial que está barajando publicar tu próximo libro. No tienes barba
en las mejillas y las primeras arrugas alrededor de los ojos. Un anillo no
adorna tu dedo.
De repente, vuelves a tener
quince años y acabas de beber tu primera copa. Vuelves a tener quince años y
sientes la brisa en tu cara suave, el aire nocturno azotarte la cara. Subes el
volumen de la música y las notas llenan el coche, salvo que ya no estás en ese
coche, sino años atrás, en una furgoneta azul, gritando.
Quizá ese recuerdo fuese la
razón por la que cogí papel y bolígrafo y empecé a escribirte de nuevo. Y me
gustaría contártelo todo. Contarte cómo está Sam, cómo está Patrick. Mi antiguo
profesor, Bill. Me gustaría, de verdad. Y también me gustaría hablarte de mí.
De cómo estoy. Y de cómo las cosas, al final, acabaron bien para todos.
Fui al psicólogo el resto de
años del instituto, hasta que comprendí dónde estaba mi problema. No le guardo
rencor a mi tía Helen, incluso después de entender lo que me hacía. Nunca la
imaginé como alguien malvado, o alguien que buscaba aprovecharse del niño que
era. Simplemente, creo que ella tuvo muy mala suerte en la vida. No era una
mala persona, sino una buena persona a la que la vida había golpeado y le había
hecho confundir cosas, entre ellas el cariño que me tenía con algo más. No voy a
decir que ahora, con más de treinta años, entienda lo que hizo. Pero al menos,
no la castigo.
En cuanto me gradué, empecé a
escribir con la máquina que Sam y Patrick me habían regalado. Tocar las teclas,
sentir mis historias fluir más allá de mis dedos, verlas recogidas en un papel,
me hacía sentir completo. Así que, cuando acabé mi primer libro, no podía
creérmelo. Tenía ahí, en mis manos, mi historia. Mis personajes. Yo mismo
reflejado en esas letras. Yo era esa tinta.
Sam leyó mi primer borrador.
Creo que le gustó, porque me instó a no dejar de escribir. Todo lo que Sam me
decía eran halagos, tantos que dejé de creérmelos.
Es algo extraño. Un halago
siempre está bien. A todo el mundo le gusta que le digan que está especialmente
guapo o que escribe especialmente bien. El problema está en el momento en el
que una persona te repite algo siempre. Empiezas a creer que es subjetivo, que
es solo su opinión. Que para el resto, eres invisible. Empiezas a creer que lo
que esa persona te dice es una completa mentira. Y no te lo crees. Incluso
cuando otra persona te dice exactamente lo mismo. Para ti, esa construcción de
frases aparece en tu mente rodeado con un gran círculo rojo que chilla
‘mentira’.
Eso me pasó con Sam. Me repetía
constantemente que escribía tan bien que le había hecho llorar, que tenía un
don. Pero nunca llegué a creérmelo. Quizá pensaba que Sam solo quería
contentarme y no destruir mis sueños. Desconfié de su palabra. Así que le envié
el manuscrito a Bill, que vivía en Nueva York con su novia.
La respuesta de Bill: ‘es maravilloso, Charlie. No sé si alguna
editorial verá lo bueno que es o lo descartarán por no ser de su gusto, pero no
dejes que eso te derrumbe. Es muy bueno. Es intenso. Y lo mejor es que se nota
que es tuyo, porque formas parte de él. Nunca dejes de escribir, Charlie. Eres
las historias que creas’.
Cuando dos opiniones te dicen
lo mismo, empiezas a preguntarte si es cierto lo que dicen, pero sigue sin
parecerte suficiente. Hay millones de personas en el mundo; dos de ellas pueden
pensar igual, pero queda el resto del planeta que puede tener una opinión
completamente distinta. Así que le envié mi libro a Patrick, a mi hermana, a mi
hermano y a la novia de mi hermano. Todos me dijeron que era maravilloso.
Así que ignoré mi lógica
pesimista y, sobre la crítica de seis de mis conocidos, envié el libro a siete
editoriales distintas.
Ninguna de ellas lo aceptó.
No sé si alguna vez te has
sentido así. Poner todas tus esperanzas en algo que crees que es maravilloso,
que crees que es perfecto, tu mayor logro, y de repente estamparte contra una
pared que te dice las tres palabras fatales: ‘NO. ES. SUFICIENTE’.
Yo llevaba la opinión de seis
personas, más la mía propia. Sabía que era bueno. Bill había leído cosas
maravillosas. Yo mismo he leído cosas maravillosas. Y mi libro no era una obra
maestra, pero era bueno. Como comprenderás, el golpe fue destructivo.
Me negué a seguir escribiendo,
a pesar de lo que todos de decían. Guardé mi máquina de escribir bajo cajas de
zapatos, dejándola a merced del polvo.
Pero una visita de Sam lo
cambió todo. Sacó la máquina del armario y la colocó sobre mis rodillas.
‘Escribe’, me pidió.
Me negué.
‘Escribe, Charlie’.
No.
‘ESCRIBE’.
Colocó mis dedos sobre las
teclas de la máquina y presionó.
‘Eres mi mejor amigo’,
escribimos. ‘Te quiero, y sé que eres bueno. Escribe’.
Me giré y la miré a los ojos,
esos ojos que siempre me habían parecido preciosos. Supe que estaba siendo
sincera. Supe que todo lo que me decía era cierto. Supe que solo tenía que apartar
sus manos y dejar que mis dedos hiciesen el resto.
Así que escribí sobre sus ojos.
Dos enormes lagunas de agua cristalina que el viento azotaba cuando reía. Dos
estanques en calma cuando leía. Y dos trozos de océano en los cuáles se
reflejaba la luna cuando escuchaba su canción favorita. Escribí sobre sus ojos,
bajo su atenta mirada. No sé cómo eran sus ojos en aquel momento, pero no dejé
de escribir.
Y se lo agradezco, veinte años
más tarde.
Estoy casado. Y no es con Sam.
Cada uno de nosotros hemos hecho nuestra vida por separado, pero seguimos
siendo amigos. Mejores amigos. Seguimos quedando para tomar agrios cafés en el
mismo sitio de siempre. Seguimos hablando casi diariamente. Los tres. Sam,
Patrick y yo.
Cuando cumplí los veinticinco
años, Sam y Patrick me hicieron una fiesta sorpresa en el sótano de la casa de
los padres de Sam y Patrick. Ese sótano en el que tantas cosas viví. Fueron
ellos los que se encargaron de todo, y les doy las gracias. Esa noche conocí a
la que sería la mujer de mi vida y con la que compartiría algunos de los
momentos más hermosos de toda ella. Su nombre es Alison y es preciosa. Ama
leer. Ama leer mis historias. Podría hablar con ella durante horas y nunca
cansarme de su voz, porque siempre es diferente su manera de contar las cosas.
Sus rasgos cambian. Muchas veces se lo he dicho. Habla con la cara más que con
la boca, y a mí me parece hermoso. Ella me dio mis primeras veces, y lo
considero un regalo. Adora a mis amigos, adora a mi familia, y es recíproco. Y
eso para mí es lo más importante.
Así que aquí estoy. Si tuviese
que contarte toda mi vida, los veinte años que han pasado, te enviaría un
manuscrito enorme. Pero todos hemos crecido, todos tenemos cosas más
importantes por las que preocuparnos. Y está bien. Pero también es genial
volver a tener quince años, y así es como me siento escribiendo ahora. No es la
misma casa, no es la misma habitación y no es la misma mesa. Pero sigo siendo
yo, y espero que tú sigas siendo tú.
No sé si alguna vez te llegaron
mis cartas. Y tampoco sé si esta te llegará. De verdad espero que sí. Escribir
me hace sentir bien, y mejor saber que alguien te lee. Pero escribir a alguien
es diferente. Es querer llegar a un corazón en especial, es querer ahondar en
una única persona. Y es mucho más difícil, pero el resultado es mucho más
satisfactorio. Por eso espero que me leas.
Solo quiero que sepas que todo
va bien. He vivido y sigo viviendo. He amado y sigo amando. He aprendido y sigo
aprendiendo. Y no he olvidado el pasado. Sigue aquí, en mi cabeza. Y en las
innumerables cartas que te envié. Quiero que sepas que mi cabeza está bien, que
yo estoy bien, que todos estamos bien. Sam está preciosa, más cada día. Me
gustaría que la vieses. Lleva el pelo más corto y viste más adulta, pero sigue
siendo la misma Sam. Alocada, dispuesta a todo. Creo que es la única de todos
que ha crecido por fuera pero no por dentro. Patrick trabaja en una agencia
matrimonial y es experto en bodas gays. Por cierto, ahora tiene una relación
mucho más seria con un chico que conoció en la universidad, que no se
avergüenza de él y que le quiere. Y a mí me vale. Mi hermana ha tenido dos
gemelos que son tan diferentes entre sí que asusta, pero es feliz. A veces,
piensa en aquella vez que abortó y se arrepiente de haberlo hecho, pero como he
dicho, somos humanos, y arrepentirse es parte del camino. Y mi hermana lo sabe.
Ahora es feliz, y eso es fantástico. En cuanto a mi hermano, es una estrella
del fútbol. Lleva ya sus años con la misma novia que ha tenido siempre y vive
una vida modesta llena de pequeños caprichos. Como el coche nuevo que le acaba
de regalar a su hermano pequeño.
Bill escribe críticas
literarias en el New York Times.
Alguna vez ha escrito algo sobre mis libros, y siempre le agradezco sus buenas
palabras. No deja de ser mi profesor, mi maestro y un segundo padre para mí.
En cuanto a mí, bueno. Tengo
una casa pequeña en la misma ciudad en la que nací. Me dedico a escribir y eso
me hace feliz y hace feliz a mi familia. Alguien me dijo una vez que los libros
no dan de comer, pero a mí y a los míos sí, y es maravilloso poder vivir de tu
sueño. Alison es todo lo que podría desear, y no puedo pensar en una vida mejor
que la que tengo ahora. Con todos los errores y arrepentimientos del pasado.
Con todo lo que me queda por vivir. Con los días malos, con los días buenos.
Ahora te escribo como si
estuviese escribiendo mi próximo libro, pero eres real. Tú no eres solo el
personaje precioso y perfecto de un libro. No eres solo un ‘querido amigo’
escrito al principio de unas cartas, ni letras sobre el papel. No eres solo una
creación. Eres un conjunto de personas, esparcidas por todo el mundo, que son
como tú, como yo. Que se sienten perdidos, que desconocen y aprenden cosas, que
sufren, que se enamoran, que tienen amigos, que los pierden, que se sienten
marginados o que forman parte de algo. Eres todas esas personas.
Lo sabes todo de mí y yo no sé
nada de ti aparte de tu dirección, que no sé si sigue siendo la tuya, pero eres
más que eso. No sé si has llegado al final de esta carta o si la has tirado a
la mitad. No sé siquiera si has llegado a leerla. En cualquier caso, está bien.
Existes, eres real. Compartimos pasado y papel.
Espero que tu vida haya sido
maravillosa. De verdad espero que así sea. Espero que hayas vivido, amado,
leído, escrito, equivocado y aprendido, y que sigas haciéndolo. Espero que seas
feliz. No puedo decirte que hagas que tu vida sea maravillosa, vacía de arrepentimientos,
porque todos los tenemos. Quien dijo eso, no tenía ni idea de vivir. Pero sí
puedo decirte algo.
No sé si leerás esta carta.
Pero algún día, cuando escuches esa canción que escuchabas de adolescente,
cuando visites alguno de esos lugares en lo que te gustaba relajarte, cuando
pises el suelo de tu antiguo instituto, no continúes. Para un segundo y trae de
vuelta a la persona que eras entonces. Deja que se extienda por tu cuerpo, por
tus dedos. Deja que te llene. No dejes que el niño que fuiste se marche del
todo. Así, cuando ese segundo pase y vuelvas a ser tú, sonrías, eches la mirada
atrás y te des cuenta de que tu vida, con sus más y sus menos, ha sido
increíble.
Y una cosa más: SÉ INFINITO.
Con cariño siempre,
Sin partes autobiográficas ni nada... ;) OYE QUE ESCRIBES GENIAL Y TE LO VOY A PONER MUCHO. Porque hoy es Doming YOLO y los tulipanes comentamos fics :)
ResponderEliminarMe sigue gustando tanto o más que cuando lo leí hace más de siete meses. Sigue escribiendo, aborto.
ResponderEliminar(No son más de siete meses pero YOLO)
ResponderEliminar