Siete años más tarde.
Cada vez que echaba la vista
atrás, Emily se preguntaba qué hubiese pasado si Naomi nunca hubiera tratado de
alejarse tan desesperadamente de ella. Qué hubiese pasado si, después de aquel
beso que compartieron en aquella fiesta, hubiesen empezado a salir. Alguna vez
se lo había comentado a Naomi, y ella siempre respondía lo mismo. Incluso ese
día, cuando la había mirado en la cama del hospital, acariciando sus mejillas
frías y blancas como el hielo, Naomi había mantenido su respuesta.
-
Todos los caminos
llevan a Roma, Ems.
Y Naomi siempre había sido su
Roma. Sin embargo, hacía meses que todo lo que Emily sentía era miedo. Cuando
Naomi se fuese, Emily sabía que no sería capaz de salir adelante. En cada
momento de su vida, desde que tenía doce años, Naomi Campbell había estado
presente. Ya fuesen miradas, un par de palabras, un beso, una caricia. Si todos
los caminos habían llevado a Roma, ¿cómo iba a salir Emily de Roma?
Emily removió el café con la
cucharilla de plástico que le habían dado. Llevaba semanas enteras
alimentándose a base de comida sin sabor y café amargo de hospital, tratando de
mantenerse despierta para no perderse ni un segundo del resto de la vida de
Naomi. Había visto cómo empeoraba a una velocidad de vértigo, pero Naoms se
esforzaba por mantenerse feliz, por hacer feliz a Emily mientras pudiera, y eso
se notaba en cada sonrisa cansada que le dedicaba.
-
¿Ems?
Emily levantó la cabeza del café,
con cansancio. Tony Stonem estaba junto a ella, con el jersey arrugado y el
pelo revuelto. El hombre estaba serio, con arrugas alrededor de los ojos. Que
Tony estuviese a su lado era como tener a Effy. El chico era el mensajero entre
ambas, además de ser el que estaba intentando que Effy saliese de la cárcel
cuando Naomi… cuando todo acabase. Emily se levantó, rozando el vaso de café
con la mano.
-
No, Tony…
-
No, no, tranquila –
Tony se sentó junto a ella, pasándose una mano por el pelo.
Emily se sentó de nuevo,
dándole un sorbo al café. Odiaba sentirse así, tan asustada, sintiendo cómo su
corazón cambiaba su ritmo a cada segundo.
-
¿Cómo está Eff? –
preguntó, mirando los ojos azules de Tony.
El hombre se frotó las muñecas.
-
Ella está bien. Ya
sabes cómo es, lo único que le preocupa ahora mismo es Naomi.
Emily tragó saliva, sintiendo
el regusto del café en la lengua.
-
¿Va a poder salir?
Tony clavó la mirada en la
mesa, con el semblante tan serio que parecía dibujado e inamovible.
-
En principio, no
habría ningún problema.
Emily asintió, bebiendo de
nuevo. Para salir de Roma, iba a necesitar a todos sus amigos, a todas las
personas que le tenían cariño. Sabía que tendría a Cook*, a Effy cuando saliese
de la cárcel, incluso a Tony y a Dominic, un nuevo amigo de Naomi que se había
escapado de la mierda de Effy porque ella lo había querido así. Había avisado a
su hermana, Katie, que estaba arreglándolo todo para que le concediesen un par
de meses en su trabajo por ‘asuntos personales’ para estar con ella. Sin
embargo, Emily no podía evitar pensar que todo eso no era suficiente. Que no
iba a poder salir adelante, que se iba a quedar estancada en el momento en que
la perdiese igual que se había quedado estancada en el momento en que Naomi le
dijo que se alejase de ella, siete años atrás.
-
Me voy con ella.
Tony asintió, sacándose el
móvil del bolsillo.
-
Estoy aquí, si me
necesitas.
Emily cogió el café a medio
beber y subió al ascensor, con la mirada clavada en el líquido caliente y
marrón. Cuando ya tenía la esperanza de subir sola, únicamente acompañada por
el humo del café, una mujer de mediana edad atravesó las puertas un segundo
antes de que estas se cerrasen.
-
Hola – saludó la
mujer, con la voz ronca.
Emily se fijó en sus manos.
Tenía los dedos largos alrededor de un vaso de café semivacío, inquietos y temblorosos.
Se recordaba a sí misma, asustada, con el corazón en la boca.
Después de casi dos meses en el
hospital, Emily había visto que los familiares de los pacientes contaban sus
penas a otros familiares para sentirse apoyados. En ocasiones, era mejor
contarle lo que estaba pasando por su cabeza a un completo desconocido.
-
¿Hermana terminal? –
preguntó la mujer, mirándola.
Emily clavó la mirada en la
mujer. Tenia los ojos empañados, con ojeras azuladas alrededor de sus ojos, tan
profundas que parecían dos agujeros negros en su cara blanca de labios secos.
-
Novia – respondió Emily,
en apenas un susurro.
-
Hijo – continuó la
mujer, bebiendo con esfuerzo.
-
Lo siento.
La mujer asintió. Emily removió
el café, mirando los números cambiar a medida que subían.
-
Buena suerte –
musitó la mujer, saliendo en cuanto las puertas se abrieron.
Emily bajó la mirada al suelo.
Aquella desconocida no se había burlado de ella. Ese ‘buena suerte’ no quería
decir ‘sé que tu novia está terminal y que todo es una mierda, pero ojalá se
cure’. Era un ‘buena suerte’ para ella. Era un ‘ojalá salgas adelante’. Era un ‘ojalá
tengas la suficiente fuerza para salir a flote’.
La chica salió del ascensor,
sintiendo el café enfriarse en su mano. Podría recorrerse el camino con los
ojos cerrados, pero llevaba demasiado tiempo sin cerrarlos. Empezaba a
preguntarse si, después de que todo acabara, seguiría recorriendo ese camino
una y otra vez.
El día que conoció a Naomi
habían recorrido uno de los caminos más largos desde el colegio hasta la calle
de la familia Fitch. Durante tres años, Emily había caminado por esas calles,
una y otra vez, parándose en los mismos lugares sin apenas darse cuenta. ¿Sería
igual esa vez?
Emily abrió la puerta. Naomi
estaba tumbada en la cama, con un libro en una de sus manos. Tironeaba de los
tubos de la cánula con suavidad, enrollándoselos en uno de los dedos de la mano
libre. A Emily le parecía un pajarillo, tan delgada que podía adivinar la forma
de los huesos bajo la piel. Las clavículas, tan pronunciadas que parecía que
iban a perforar la carne y salir al exterior. Los pómulos afilados. Los labios
tan delgados que parecían dibujados. Emily forzó una sonrisa y se sentó a su
lado.
-
¿Qué estás leyendo?
Naomi se giró con cansancio,
dejando el libro sobre su pecho.
-
Las ventajas de ser marginado – respondió, respirando con dificultad.
Emily soltó una risotada.
-
‘Marginado’. Qué
deprimente.
-
Al contrario –
continuó Naomi, levantando una mano casi traslúcida para rascarse la nariz -.
Es feliz. Por ahora, al menos.
Emily observó su perfil
mientras leía. A pesar de su delgadez y del pelo que había perdido con la quimio,
Naomi seguía pareciendo la misma chica a la que había besado siete años antes.
-
Ems – gruñó Naomi,
sin apartar la mirada del libro.
-
¿Hmm?
-
¿Por qué me estás
mirando?
Emily alargó una mano hacia el
rostro de la chica, frío y blanco. Pasó un dedo, casi tan raquítico como Naomi,
por los labios de su novia, con una tranquilidad y una suavidad infinita.
-
Porque te amo.
Naomi se giró con una sonrisa
en los labios bajo la cánula.
-
Lo sé. Yo también
te amo.
Emily sentía sus ojos llenarse
de lágrimas, pero se había prometido no llorar delante de ella. Sin embargo, ¿cuántos
más ‘te amo’ les faltaban? ¿Cuánto más tiempo?
Ojalá pudiese volver a México.
A Goa, de nuevo, para revivir el mejor verano de su vida. A aquel día nevado en
el que Emily, atraída por su extraño nombre famoso, se había atrevido a
hablarla, ignorando a su hermana.
-
¿Te acuerdas de
Nick Winston?
Emily levantó la cabeza para
mirarla a los ojos, de un azul tan pálido que no parecían suyos. Emily asintió.
-
Él nunca fue tú,
Ems.
Emily sonrió.
-
Obviamente – bufó,
apartándose el pelo de la cara -. Él tenía polla.
Naomi hizo un esfuerzo por
reír, pero lo único que consiguió fue una profunda tos saliendo desde su
garganta, abriéndose paso a arañazos. Emily alargó la mano con rapidez hacia el
cubo que siempre tenían debajo de la cama, irguiéndose nerviosa.
-
¿Naoms?
Naomi hizo ademán de vomitar, inclinándose
sobre el cubo, pero lo único que salió de su boca fue un hilo de saliva. La
chica se dejó caer sobre la almohada, cerrando los ojos.
-
Lo siento.
Emily dejó el cubo en la
mesilla, besando a su novia en la frente sudorosa.
-
Pero ya sabes a lo
que me refería, Ems.
Naomi abrió los ojos con
dificultad como si sus párpados ejerciesen una fuerza sobrehumana. Cogió la
mano de Emily entre sus dedos huesudos y blancos como la cera, con las uñas
mordidas y descuidadas.
-
Él… él fue mi
escape, ¿sabes? Nunca estaba realmente allí cuando estaba con él.
-
¿Y dónde estabas,
Naomi?
-
Fuera. Donde
nevaba. Contigo.
Emily levantó la cabeza. A
través del cristal de la ventana distinguía los copos de nieve caer, grandes
como el puño de un bebé. Y tuvo una idea. Sabía que lo que estaba pensando
estaba prohibido, pero tenía que hacerlo. Por Naomi, por ellas, por recuperar
el tiempo que habían perdido evitándose.
-
Vamos.
Fue Emily la que la ayudó a
sentarse en la silla de ruedas. Fue ella la que colocó el abrigo sobre sus
hombros y la manta alrededor de sus rodillas. Fue Emily la que arrastró ella
sola el gotero y la silla por los pasillos del hospital, esquivando médicos que
se preguntaban dónde iban aquellas chicas, casi corriendo.
Fue Emily la que le devolvió
aquel primer día.
Hacía frío fuera, pero nevaba.
Y eso era todo cuanto ambas necesitaban.
Naomi alzó la mirada, dejando
que los copos más pequeños cayesen sobre
su rostro. Emily la miró, sonriendo. Sabía que, no importaba cuanto
tiempo pasase, esa escena era la más hermosa que había visto en toda su vida.
Naomi abrió los ojos, mirándola
desde abajo.
-
¿Puedes agacharte?
Emily obedeció, colocándose de
cuclillas junto a ella. Naomi la miró con un amor reflejado en sus ojos tan
intenso que casi dolía y alargó la mano hacia su rostro, pasando las yemas de
los dedos por sus párpados.
-
¿Naoms?
-
Lo siento – dijo,
bajando la mirada -. Tenías copos en las pestañas.
Emily cerró los ojos y se
inclinó, depositando los labios sobre los de su novia, con la mano puesta en su
nuca.
Y sí, volvieron. Volvieron al
primer día, a Bristol, a la fiesta de Nick Winston. Volvieron a México, a las
fiesta en la que Emily le dijo a Katie que la amaba. Volvieron a aquella
primera vez en el lago. Volvieron al cobertizo de Freddie, y a ese ‘te amo
tanto que me está matando’. Volvieron a las primeras fotografías. Volvieron al
piso que compartían con Effy. A la primera visita a Nueva York. Volvieron a
cada momento, a las primeras veces.
Y seguía nevando a su
alrededor.
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