domingo, 27 de julio de 2014

Skins. 'Roma' (Parte IV).


Siete años más tarde.


Cada vez que echaba la vista atrás, Emily se preguntaba qué hubiese pasado si Naomi nunca hubiera tratado de alejarse tan desesperadamente de ella. Qué hubiese pasado si, después de aquel beso que compartieron en aquella fiesta, hubiesen empezado a salir. Alguna vez se lo había comentado a Naomi, y ella siempre respondía lo mismo. Incluso ese día, cuando la había mirado en la cama del hospital, acariciando sus mejillas frías y blancas como el hielo, Naomi había mantenido su respuesta.
-      Todos los caminos llevan a Roma, Ems.
Y Naomi siempre había sido su Roma. Sin embargo, hacía meses que todo lo que Emily sentía era miedo. Cuando Naomi se fuese, Emily sabía que no sería capaz de salir adelante. En cada momento de su vida, desde que tenía doce años, Naomi Campbell había estado presente. Ya fuesen miradas, un par de palabras, un beso, una caricia. Si todos los caminos habían llevado a Roma, ¿cómo iba a salir Emily de Roma?
Emily removió el café con la cucharilla de plástico que le habían dado. Llevaba semanas enteras alimentándose a base de comida sin sabor y café amargo de hospital, tratando de mantenerse despierta para no perderse ni un segundo del resto de la vida de Naomi. Había visto cómo empeoraba a una velocidad de vértigo, pero Naoms se esforzaba por mantenerse feliz, por hacer feliz a Emily mientras pudiera, y eso se notaba en cada sonrisa cansada que le dedicaba.
-      ¿Ems?
Emily levantó la cabeza del café, con cansancio. Tony Stonem estaba junto a ella, con el jersey arrugado y el pelo revuelto. El hombre estaba serio, con arrugas alrededor de los ojos. Que Tony estuviese a su lado era como tener a Effy. El chico era el mensajero entre ambas, además de ser el que estaba intentando que Effy saliese de la cárcel cuando Naomi… cuando todo acabase. Emily se levantó, rozando el vaso de café con la mano.
-      No, Tony…
-      No, no, tranquila – Tony se sentó junto a ella, pasándose una mano por el pelo.
Emily se sentó de nuevo, dándole un sorbo al café. Odiaba sentirse así, tan asustada, sintiendo cómo su corazón cambiaba su ritmo a cada segundo.
-      ¿Cómo está Eff? – preguntó, mirando los ojos azules de Tony.
El hombre se frotó las muñecas.
-      Ella está bien. Ya sabes cómo es, lo único que le preocupa ahora mismo es Naomi.
Emily tragó saliva, sintiendo el regusto del café en la lengua.
-      ¿Va a poder salir?
Tony clavó la mirada en la mesa, con el semblante tan serio que parecía dibujado e inamovible.
-      En principio, no habría ningún problema.
Emily asintió, bebiendo de nuevo. Para salir de Roma, iba a necesitar a todos sus amigos, a todas las personas que le tenían cariño. Sabía que tendría a Cook*, a Effy cuando saliese de la cárcel, incluso a Tony y a Dominic, un nuevo amigo de Naomi que se había escapado de la mierda de Effy porque ella lo había querido así. Había avisado a su hermana, Katie, que estaba arreglándolo todo para que le concediesen un par de meses en su trabajo por ‘asuntos personales’ para estar con ella. Sin embargo, Emily no podía evitar pensar que todo eso no era suficiente. Que no iba a poder salir adelante, que se iba a quedar estancada en el momento en que la perdiese igual que se había quedado estancada en el momento en que Naomi le dijo que se alejase de ella, siete años atrás.
-      Me voy con ella.
Tony asintió, sacándose el móvil del bolsillo.
-      Estoy aquí, si me necesitas.
Emily cogió el café a medio beber y subió al ascensor, con la mirada clavada en el líquido caliente y marrón. Cuando ya tenía la esperanza de subir sola, únicamente acompañada por el humo del café, una mujer de mediana edad atravesó las puertas un segundo antes de que estas se cerrasen.
-      Hola – saludó la mujer, con la voz ronca.
Emily se fijó en sus manos. Tenía los dedos largos alrededor de un vaso de café semivacío, inquietos y temblorosos. Se recordaba a sí misma, asustada, con el corazón en la boca.
Después de casi dos meses en el hospital, Emily había visto que los familiares de los pacientes contaban sus penas a otros familiares para sentirse apoyados. En ocasiones, era mejor contarle lo que estaba pasando por su cabeza a un completo desconocido.
-      ¿Hermana terminal? – preguntó la mujer, mirándola.
Emily clavó la mirada en la mujer. Tenia los ojos empañados, con ojeras azuladas alrededor de sus ojos, tan profundas que parecían dos agujeros negros en su cara blanca de labios secos.
-      Novia – respondió Emily, en apenas un susurro.
-      Hijo – continuó la mujer, bebiendo con esfuerzo.
-      Lo siento.
La mujer asintió. Emily removió el café, mirando los números cambiar a medida que subían.
-      Buena suerte – musitó la mujer, saliendo en cuanto las puertas se abrieron.
Emily bajó la mirada al suelo. Aquella desconocida no se había burlado de ella. Ese ‘buena suerte’ no quería decir ‘sé que tu novia está terminal y que todo es una mierda, pero ojalá se cure’. Era un ‘buena suerte’ para ella. Era un ‘ojalá salgas adelante’. Era un ‘ojalá tengas la suficiente fuerza para salir a flote’.
La chica salió del ascensor, sintiendo el café enfriarse en su mano. Podría recorrerse el camino con los ojos cerrados, pero llevaba demasiado tiempo sin cerrarlos. Empezaba a preguntarse si, después de que todo acabara, seguiría recorriendo ese camino una y otra vez.
El día que conoció a Naomi habían recorrido uno de los caminos más largos desde el colegio hasta la calle de la familia Fitch. Durante tres años, Emily había caminado por esas calles, una y otra vez, parándose en los mismos lugares sin apenas darse cuenta. ¿Sería igual esa vez?
Emily abrió la puerta. Naomi estaba tumbada en la cama, con un libro en una de sus manos. Tironeaba de los tubos de la cánula con suavidad, enrollándoselos en uno de los dedos de la mano libre. A Emily le parecía un pajarillo, tan delgada que podía adivinar la forma de los huesos bajo la piel. Las clavículas, tan pronunciadas que parecía que iban a perforar la carne y salir al exterior. Los pómulos afilados. Los labios tan delgados que parecían dibujados. Emily forzó una sonrisa y se sentó a su lado.
-      ¿Qué estás leyendo?
Naomi se giró con cansancio, dejando el libro sobre su pecho.
-      Las ventajas de ser marginado – respondió, respirando con dificultad.
Emily soltó una risotada.
-      ‘Marginado’. Qué deprimente.
-      Al contrario – continuó Naomi, levantando una mano casi traslúcida para rascarse la nariz -. Es feliz. Por ahora, al menos.
Emily observó su perfil mientras leía. A pesar de su delgadez y del pelo que había perdido con la quimio, Naomi seguía pareciendo la misma chica a la que había besado siete años antes.
-      Ems – gruñó Naomi, sin apartar la mirada del libro.
-      ¿Hmm?
-      ¿Por qué me estás mirando?
Emily alargó una mano hacia el rostro de la chica, frío y blanco. Pasó un dedo, casi tan raquítico como Naomi, por los labios de su novia, con una tranquilidad y una suavidad infinita.
-      Porque te amo.
Naomi se giró con una sonrisa en los labios bajo la cánula.
-      Lo sé. Yo también te amo.
Emily sentía sus ojos llenarse de lágrimas, pero se había prometido no llorar delante de ella. Sin embargo, ¿cuántos más ‘te amo’ les faltaban? ¿Cuánto más tiempo?
Ojalá pudiese volver a México. A Goa, de nuevo, para revivir el mejor verano de su vida. A aquel día nevado en el que Emily, atraída por su extraño nombre famoso, se había atrevido a hablarla, ignorando a su hermana.
-      ¿Te acuerdas de Nick Winston?
Emily levantó la cabeza para mirarla a los ojos, de un azul tan pálido que no parecían suyos. Emily asintió.
-      Él nunca fue tú, Ems.
Emily sonrió.
-      Obviamente – bufó, apartándose el pelo de la cara -. Él tenía polla.
Naomi hizo un esfuerzo por reír, pero lo único que consiguió fue una profunda tos saliendo desde su garganta, abriéndose paso a arañazos. Emily alargó la mano con rapidez hacia el cubo que siempre tenían debajo de la cama, irguiéndose nerviosa.
-      ¿Naoms?
Naomi hizo ademán de vomitar, inclinándose sobre el cubo, pero lo único que salió de su boca fue un hilo de saliva. La chica se dejó caer sobre la almohada, cerrando los ojos.
-      Lo siento.
Emily dejó el cubo en la mesilla, besando a su novia en la frente sudorosa.
-      Pero ya sabes a lo que me refería, Ems.
Naomi abrió los ojos con dificultad como si sus párpados ejerciesen una fuerza sobrehumana. Cogió la mano de Emily entre sus dedos huesudos y blancos como la cera, con las uñas mordidas y descuidadas.
-      Él… él fue mi escape, ¿sabes? Nunca estaba realmente allí cuando estaba con él.
-      ¿Y dónde estabas, Naomi?
-      Fuera. Donde nevaba. Contigo.
Emily levantó la cabeza. A través del cristal de la ventana distinguía los copos de nieve caer, grandes como el puño de un bebé. Y tuvo una idea. Sabía que lo que estaba pensando estaba prohibido, pero tenía que hacerlo. Por Naomi, por ellas, por recuperar el tiempo que habían perdido evitándose.
-      Vamos.
Fue Emily la que la ayudó a sentarse en la silla de ruedas. Fue ella la que colocó el abrigo sobre sus hombros y la manta alrededor de sus rodillas. Fue Emily la que arrastró ella sola el gotero y la silla por los pasillos del hospital, esquivando médicos que se preguntaban dónde iban aquellas chicas, casi corriendo.
Fue Emily la que le devolvió aquel primer día.
Hacía frío fuera, pero nevaba. Y eso era todo cuanto ambas necesitaban.
Naomi alzó la mirada, dejando que los copos más pequeños cayesen sobre  su rostro. Emily la miró, sonriendo. Sabía que, no importaba cuanto tiempo pasase, esa escena era la más hermosa que había visto en toda su vida.
Naomi abrió los ojos, mirándola desde abajo.
-      ¿Puedes agacharte?
Emily obedeció, colocándose de cuclillas junto a ella. Naomi la miró con un amor reflejado en sus ojos tan intenso que casi dolía y alargó la mano hacia su rostro, pasando las yemas de los dedos por sus párpados.
-      ¿Naoms?
-      Lo siento – dijo, bajando la mirada -. Tenías copos en las pestañas.
Emily cerró los ojos y se inclinó, depositando los labios sobre los de su novia, con la mano puesta en su nuca.
Y sí, volvieron. Volvieron al primer día, a Bristol, a la fiesta de Nick Winston. Volvieron a México, a las fiesta en la que Emily le dijo a Katie que la amaba. Volvieron a aquella primera vez en el lago. Volvieron al cobertizo de Freddie, y a ese ‘te amo tanto que me está matando’. Volvieron a las primeras fotografías. Volvieron al piso que compartían con Effy. A la primera visita a Nueva York. Volvieron a cada momento, a las primeras veces.
Y seguía nevando a su alrededor.



No hay comentarios:

Publicar un comentario