miércoles, 29 de agosto de 2012

Los Juegos del Hambre. Cato, parte II. 'El valeroso Cato'.


Esta es la segunda parte. Además de la curiosidad que tenía por saber cómo murió Thresh, una de las cosas que más me llegó del primer libro fue, sin duda, la muerte de Cato. No podía imaginar el dolor que tiene que ser estar siendo desgarrado por esas bestias, durante toda una noche. Las casi tres (¿tres?) páginas que Suzanne le dedica a su muerte son horribles, para mí, la muerte más sangrienta y horrible de todas. Así que, decidí escribir sobre ello. Como siempre, espero que os guste la segunda y última parte de este fanfic :)


Así que esto era, una armadura. Interesante, debe de haberles costado una pasta.
Algo se mueve a unos metros y me yergo, con la espada en la mano. Me pongo rápidamente los pantalones y la camiseta sobre la malla, pero, antes de ponerme la chaqueta y recoger la espada, me detengo. No es nadie. Son demasiados, quizás veinte, y corren hacia mí con más rapidez de la que me gustaría. Me yergo un poco.
Lobos.
Echo a correr, con la espada cargada a la espalda. No serán lobos de verdad, lo cual me asusta, y sentirme asustado me asusta aún más. Por lo general, el miedo es algo que desconozco, pero cosas como esta me hace querer pellizcarme el brazo para que todo sea una pesadilla. Sin embargo, los Juegos del Hambre no son una pesadilla.
Esta es la realidad. Sé luchar contra personas, sé matar y usar perfectamente toda clase de armas. Pero no sé luchar contra enormes bestias provistas de enormes garras y enormes dientes.
Atravieso el bosque corriendo a toda la velocidad que puedo, sintiendo que están a mayor distancia, pero no puedo pararme o me matarán. Mierda, me matarán y no saldré de esta Arena, llegaré a casa metido en una caja y mis padres me llorarán, pero nadie se acordará de mí ni de el espectáculo que he dado. Todo habrá sido en vano, y la muerte de Clove no habrá servido absolutamente para nada. Empiezo a sentir pinchazos en el costado, pero mi subconsciente me impide frenar la carrera. De repente, los pájaros que cantan a mi alrededor frenan su canción y salgo a un claro que me llevará directamente hacia la Cornucopia. No me lo pienso más. La estructura es alta, lo suficiente para que los animales no me atrapen, para mantenerme allí el tiempo suficiente como para que puedan matar al resto de tributos.
De repente, una flecha impacta en mi pecho y levanto la vista mientras corro, sabiendo con quién me voy a encontrar. La chica en llamas me ve correr asustada, y carga una nueva flecha en el arco. La ira me envuelve, pero el miedo que siento hacia los animales es superior.
-      ¡Tiene alguna clase de armadura! – grita el chico amoroso.
Así que está curado. Peor, está sano.
Solo quedamos nosotros tres.
Los tres, y los lobos.
Impacto contra ellos, escapando de sus garras. Antes de separarme y correr hacia la Cornucopia, veo los rostros estúpidos de ambos, mirándose sorprendidos. No les gritaré que corran, ni que se protejan. Venga, que se mueran. Pero ella suelta un grito y empieza a correr detrás de mí. Llego hasta el cuerno y comienzo a escalar, ignorando el dolor de mi estómago y el sudor abundante que me provoca la malla. Mientras me proteja está bien, pero es un completo agobio ahora.
¡Tengo que vivir, joder! No puedo acabar así, después de los Juegos impecables que he hecho. Cuando consigo llegar arriba, suspiro de alivio y me tumbo, agarrándome el estómago con las dos manos. ¿Por qué meten ahora a los mutos? ¿Por qué ahora, cuando tenía más oportunidades de ganar? Odio a los Vigilantes, ojalá se mueran todos, que caigan uno a uno. Si salgo de aquí, me aseguraré de que el Presidente Snow los cuelgue.
Debajo de mí, la chica grita desesperada a su pareja, pidiéndole que suba. Él es un idiota y deseo que resbale y caiga. Miro a los animales por el rabillo del ojo, asustado, temblando y dolorido. Si suben, estamos acabados, los tres. Nos matarán a todos, acabaremos degollados por sus dientes, se comerán nuestras tripas. Una arcada asciende a mi boca, y otra más, pero no sale nada. No quiero morir de esta manera.
-      ¿Pueden trepar? – chillo, jadeando, mirando a la chica con miedo.
Ella me apunta con una flecha mientras los lobos arañan la superficie del cuerno, enseñando los dientes.
-      ¿Qué? – dice, mirando al tío.
-      Ha preguntado que si pueden trepar.
Ella se gira y los dos la seguimos con la mirada, viendo como los bichos empiezan a levantarse unos a otros. Uno de ellos, con el pelo rubio, salta hacia nosotros, bueno, hacia ella, y le enseña los dientes. Entonces, la increíble chica en llamas chilla, lo que me hace estremecerme de terror.
-      ¿Katniss? – dice él, más preocupado por ella que por los mutos.
-      ¡Es ella! – grita, la muy loca.
Él la mira, sin entender nada, sujetándola por el brazo. Me retuerzo intentando aguantarme las ganas de potar, esperando escuchar algo de la conversación por encima de los rugidos de los bichos.
-      ¿Qué pasa, Katniss?
-      Son ellos, todos ellos. Los otros. Rue, la Comadreja y… todos los demás tributos.
Ignoro el resto de la conversación, pues estoy completamente paralizado. Son ellos, son ellos, son ellos. Busco a Clove entre las lágrimas y el sudor que me llenan los ojos, pero no la distingo; ni sus ojos oscuros, si su pelo negro… Busco un hocico un poco más achatado que los del resto, pero tampoco. ¿Dónde estás, Clove? Ayúdame…
De repente, los mutos se separan y comienzan a saltar de nuevo hacia el cuerno, buscando especialmente las manos de mis contrincantes, ya que hasta mí no pueden llegar. Uno de color pardo se lanza hacia la mano de la chica y se cierra antes de poder agarrarla. Mierda, podía haberse quedado manca en unos segundos. Sin embargo, uno de los lobos muerde con fuerza la pierna del chico amoroso y tira hacia abajo, llevándoselo con él. ¡Genial, uno menos! Claro, que él opone resistencia, el muy subnormal. En lugar de dejar que le maten, se agarra a la Cornucopia y grita, agarrado al brazo de la chica.
-      ¡Mátalo, Peeta, mátalo!
Él, pálido como la cera, clava el cuchillo en el cuello de la bestia, que cae al suelo sobre el resto de su manada. Katniss tira del chico amoroso hasta colocarlo de suevo sobre la Cornucopia, subiendo hasta el lugar dónde me encuentro. Jadeo en el suelo y me preparo para acabar de una vez por todas con esto. La chica coloca una flecha en su arco y dispara, pero uno de los lobos salta y se interpone entre ella y mi cuerpo, para caer después sobre los otros mutos. Aprovecho ese momento para agarrar por un brazo al tributo, que forcejea entre mis brazos intentando escapar, y situarme junto al borde de la Cornucopia. Sin embargo, coloco el brazo bajo su cuello y aprieto, despacio. Estos son los últimos momentos de los Septuagésimo cuartos Juegos del Hambre, así que la audiencia tiene que disfrutarlo. Ella se da cuenta y me mira, con una mezcla de miedo y rabia en sus ojos. Saca una flecha y me apunta a la cabeza.
-      Dispárame y él se cae conmigo – digo, sonriendo.
Los mutos callan. Puedo matar ahora mismo al chico, ahogarlo, y tirárselo a los animales para que ellos se encarguen de darle una nueva cara. Luego, podré encargarme libremente de la chica, asesinarla con mis propias manos, y salir de aquí vivo, de vuelta al distrito. A casa. Sonrío con satisfacción. Es un plan increíble.
Peeta Mellark levanta el brazo y yo aprieto su cuello más fuerte. Siento que me dibuja algo en la mano, algo sencillo, con la sangre de su pierna, pero no distingo lo que es hasta que veo a Katniss lanzarme la flecha. Me atraviesa la mano y grito de dolor, soltándole, perdiendo el equilibrio, precipitándome hacia las bocas abiertas de los mutos.
Estoy perdido.
Sin embargo, antes de estallar en el suelo con un golpe seco, veo que él se ha salvado. Bueno, ganarán.
Me levanto e intento liberarme de los mutos, que rugen a mi alrededor y me enseñan los dientes, mordiéndome los brazos y las piernas. Sin embargo, la armadura me protege de sus dientes. Saco la espada de la funda de mi espalda y comienzo a dar estocadas a diestro y siniestro, buscando el cuello de los animales, desesperado por encontrarles. Pero ninguno de ellos cae, y es la desesperación la que se apodera de mí. La ira, el dolor, el miedo, la rabia. La armadura empieza a desgarrarse, lo que me hace sentir los dientes de los animales en mi piel. Corro alrededor de la Cornucopia, siempre protegiéndome con la espada. Comienzo a herir a algunos, pero no es suficiente. ¡Clove! ¡Soy yo, Clove, ayúdame, maldita sea! Grito, procuro subir de nuevo al cuerno, pero los animales me arañan hasta que me rindo. El dolor de los arañazos es desgarrador, como si sus uñas estuviesen impregnadas en ácido o algo así. Ya puede estar disfrutando el Capitolio, vitoreando a los mutos. Voy a morir, está claro. Me dejo caer, resignado y con lágrimas en los ojos, temblando ante la idea de morir. Yo, el tributo voluntario, el profesional, el más experto y letal, el valiente y temido Cato. Todo ha acabado para mí, aquí y ahora.
Siento los dientes de dos lobos apretados en mis piernas y cierro los ojos, esperando. Sin embargo, ellos se limitan a arrastrarme hasta el interior de la Cornucopia, toda la manada. Claro, la audiencia necesita espectáculo.
¡A la mierda con la audiencia! ¡Se supone que el Capitolio nos quería, joder! ¡Que esa gente operada, esas máscaras andantes y esos maniquíes vivos nos idolatraban, que éramos como dioses! ¿Dónde está eso, eh? Los lobos comienzan a desgarrar mi ropa, peor, empiezan a desgarrar la malla. Cuando abro los ojos, todos están en círculo, mirándome, y puedo jurar por sus miradas que sonríen. Esta noche va a ser muy larga.
Miro a todos y cada uno de los lobos, desde el más pequeño con el collar de paja hasta el más grande. Así que así habría acabado yo de haber muerto. De repente me fijo en uno mediano, de reluciente pelaje oscuro. El muto me devuelve la mirada, con odio y malicia, gruñéndome.
-      Clove…
El lobo se limita a adelantarse y comenzar a andar hacia mí. Me va a salvar. O no. El muto me olisquea y arruga el hocico, gruñendo.
-      Por favor, Clove… - susurro, llorando.
Pero ella, o el muto, o lo que sea, no siente lástima por mí. Se lanza hacia mi pierna y cierra la mandíbula en torno a mi pantorrilla, clavándome los dientes. Chillo de dolor, y los lobos aúllan, riéndose. Clove me suelta la pierna y me deja que la observe, dejándome ver los enormes orificios que ahora sangran en abundancia. Otro lobo avanza, enseñándome los dientes blancos que manchará con mi propia sangre. Tengo unas ganas terribles de vomitar y tiemblo, no sé si de miedo, de dolor o de frío. El lobo se engancha a mi brazo y otro de ellos lo hace al muslo de mi pierna derecha. Siento que tiran, chillo, pido ayuda a quien no puede dármela. Solo deseo que mis padres no estén viendo esto, que hayan apagado la televisión y que estén asimilando que voy a morir. Los lobos me sueltan, pero otros arremeten contra mí. Por más que pido ayuda, compasión, por más que chillo y lloro, los mutos no paran.
Los Juegos no han terminado, han dejado lo mejor para el final.
Ahora entiendo la verdadera finalidad de los Juegos del Hambre. Antes simplemente era un campeonato al que venía para matar, para conseguir riquezas y fama. Ahora, es una tortura constante, con la muerte y el sufrimiento grabados en mi cerebro a fuego. No se trata de ganar para que los distritos se abastezcan durante un año; se trata de que la gente del Capitolio disfrute viéndonos morir. Cuando los últimos dos lobos me sueltan, me coloco de rodillas y les miro a todos, sujetándome las heridas de mi cuerpo ensangrentado.
-      Por favor – suplico -. Por favor, matadme ya.
Pero estos son los Juegos del Hambre, y el Capitolio no ha saciado su hambre particular.
Todos los mutos se me echan encima, arañándome con sus dientes y sus garras cada parte de mi cuerpo. Chillo, pataleo, golpeo el aire con mis sanguinolentos puños, escupo la sangre que cae en mi boca hacia los ojos de los lobos, pero nada de eso les aparta de mí. Casi puedo oírles.
Siempre te creíste superior en todo, dicen Marvel y Glimmer.
Sí, tú nunca tenías fallos, siempre el resto. Dayton, del Distrito 3.
Este es nuestro pequeño regalo, Cato. Clove. Su voz me mata por dentro, ya que sus dientes lo hacen por fuera. Mi suplicio no acaba.
Cuando amanece, los lobos se tumban en la hierba verde y cierran los ojos, a mi alrededor. No sé quién soy, cómo, dónde y por qué estoy aquí tumbado. El dolor es todo lo que sé de mí. Solo veo dientes invisibles de lobos sobre mis ojos, sobre mi cara, desgarrándome, haciendo trizas de mi piel. Bueno, hay un recuerdo, un recuerdo bonito.
Cato, el valeroso Cato, dice Caesar Flickerman mientras la gente del Capitolio aplaude, al unísono con el resto de Panem. ¿Cuál es tu estrategia?, pregunta, poniéndome una mano en el antebrazo.
Ganar, respondo.
Lo siento mamá, papá. Clove. Caesar. Distrito 2. Panem. Lo siento por caer así.
Me arrastro por el suelo, jadeando, emitiendo débiles gritos de dolor. Me levanto poco a poco y siento todas y cada una de las heridas de mi cuerpo, sangrando, diciéndome a gritos que acabe con esto. Solo se me ocurre una cosa.
-      Katniss.
Pronuncio su nombre con esfuerzo, pues cualquier músculo de mi rostro está completamente destrozado. Oigo que Peeta le dice algo al oído y ella levanta la vista, buscándome.
-      Mi última flecha está en tu torniquete – dice, mirándole preocupada.
-      Pues aprovéchala bien – concluye Peeta.
Espero y me aparto unos centímetros de la Cornucopia. Que sea rápido, que sea certero. Mi cuerpo me quema.
No sé dónde están las cámaras, no sé si estarán grabándome ahora o estarán más preocupados en ver cómo se prepara Katniss Everdeen para lanzar la flecha, pero miro hacia el vacío y les dedico a mis padres una mirada que solo puede decir que lo siento. Por no ganar, por no hacer lo que ellos deseaban, por no demostrar que soy el mejor. Pero, por mucho que me cueste y me duela aceptarlo, seré vencido por la mejor.
La veo salir por el extremo del cuerno, blanca como la nieve, apuntándome con su última flecha a la cabeza. No veo en sus ojos nada de lo que había imaginado. No veo rabia, odio, venganza o indiferencia. Solo hay en ellos compasión, y comprendo que nada de esto era una treta. Es la chica en llamas, al fin y al cabo, todo en ella es real. Solo ella puede darme muerte.
-      Por favor – susurro.
Y, antes de que suelte la flecha, cierro los ojos.
Cato, el valeroso Cato.

~~

-      ¿Le has dado? – me susurra. El cañonazo le responde -.Entonces hemos ganado, Katniss.

6 comentarios:

  1. Genial la historia de Cato.
    Tengo ganas de leer mas de tus fanfics.
    Besos :)

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    1. Como siempre, muchísisimas gracias :)
      Iré colgando más esta semana.
      Un beso :)

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  2. En serio. Me encantan. Eres muy imaginativa y está muy bien que quieras escribir la forma de pensar de Cayo del modo que tú te lo imaginas. Y es un fanfic muy fiel al libro. Enhorabuena patito :) .

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  3. AHHHHHHHHHH.

    Dios. Demasiados mordiscos y heridas y gritos de dolor y lloros y dejarse vencer muy de seguido. Pero aún así es algo de lo que uno no se da cuenta hasta que acaba de leer y como se está con unas ganas tremendas de soltar en un comentario todo un torrente de pensamientos.

    No sé si es algo que hace blogspot, pero el espacio entre el guión (que, por cierto, debería ser raya) y lo que el personaje dice es, incorrecto.

    Espero que no te lo tomes a malas y te ofendas porque yo te admiro.

    Me quedo corta con el comentario porque tengo que salir a cenar con unos amigos y ya llego tarde a la quedada que se supone que precede a la cena :$

    Besos,
    Dragón.

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  4. Ah, se me olvidaba. Al principio, escribes 'de el' siendo una contracción.
    Dragón.

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