domingo, 1 de septiembre de 2013

Capítulo 56. 'Sueños, pesadillas, realidad'.

Finnick desplazó el largo tridente de madera hacia la derecha, evitando la estocada de Dexter. El hombre era rápido y ágil, más de lo que Finnick había esperado, pero nunca llegaría a luchar como un tributo vencedor. Sin embargo, no estaba mal refrescarse la memoria después de casi diez años sin pelear.
El chico golpeó la rodilla de Dexter, que perdió el equilibrio y cayó al suelo, soltando la vara que simulaba una espada. Finnick le puso el tridente bajo el cuello, agachándose a su lado.
-         Estás muerto.
Dexter levanto las manos y Finnick se apartó de él, con un deje orgulloso en la mirada. Llevaban meses practicando, y el día de la cosecha era cada vez más cercano, pero para Finnick no había descanso. Practicaba por la mañana, por la tarde y algunas veces por la noche. No siempre lo hacía con tridente, y no siempre eran luchas, sino que apredía trampas y algunos nombres de plantas venenosas para evitarlas en caso de verlas. No estaba seguro de qué o quiénes iba a encontrar en esa Arena, pero si estaba seguro de que tenía que demostrar que era difícil de matar.
Igual que Annie.
Finnick la vio aparecer por la puerta trasera de la casa, con un cuchillo corto en la mano derecha y una lanza en la izquierda, todos de madera. Dexter los había mandado hacer con el peso exacto de armas de metal del Capitolio, por lo que no tendrían que preocuparse por el cambio de peso al llegar a la Arena.
Annie avanzó con paso firme, serena, sujetando con fuerza sus armas. Ambos, junto con Mags, se habían propuesto entrenarse, prepararse, para tratar de demostrar algo. Finnick ni siquiera había intentando negarse cuando la había visto aparecer, a los tres o cuatro días de saber la noticia, con una de las armas de madera. Simplemente entrenaban.
Sin embargo, la posibilidad de verse ambos en la Arena era más que dolorosa. Finnick había soñado con ello meses atrás, aunque el sueño, o más bien pesadilla, no se le iba de la cabeza. En él, Finnick y Annie luchaban en una Arena que no era más que una niebla grisácea, cenizas de un intento de rebelión. Y, al final, cuando únicamente quedaban ambos, Finnick se había inclinado, con lágrimas en los ojos y en los labios, y le había dado un último beso antes de clavarse un puñal en el estómago. Pero el sueño no acababa ahí. Ese final, el final que debería haber sido de Katniss Everdeen y Peeta Mellark, se había vuelto mucho más trágico cuando Annie, con la misma serenidad que presentaba ahora, se había clavado el puñal en el pecho.
Finnick había despertado entre gritos, con el sonido de los dos cañones resonando en los oídos.
No le importaba morir si con ello salvaba a Annie. No le importaba sacrificarse si sabía que ella estaría a salvo. Pero la idea de perderla, la idea de que ella pudiese resultar herida o muerta, le producía un dolor en el pecho semejante al escozor de una yaga, aunque ni eso era suficiente. Era como ser quemado vivo. Era como sentir los pulmones explotar en tu interior y el aire escapándose. Era como una mole de cemento sobre los hombros, empujando hasta aplastarte.
-         Otra vez – gruñó, mirando a Dexter.
El hombre sudaba por todos los poros de su cuerpo. Les había puesto una dieta especial a los tres para tratar de recuperar la masa muscular que habían perdido con el paso del tiempo, pero solo Finnick parecía llevarla adelante, o bien era el único al que se le notaba. El médico se pasó una mano por el pelo, poniéndose en guardia de nuevo.
Finnick atacó una y otra vez, sin descanso, hasta que tuvo el brazo de Dexter atascado entre una dos brazos del tridente. El hombre sonrió con desgana.
-         Descansa por hoy, yo me encargo de Annie.
Finnick se pasó una mano por el pelo empapado de sudor y miró a Annie. La chica tenía la mirada perdida en algún punto del patio, con ambas armas flácidas en sus manos. Finnick casi quiso llorar. ¿Por qué no podían dejarlos vivir una vida normal, juntos? Habían planeado casarse, pero eso ahora era absurdo. Cualquiera de los dos podía morir en menos de unas semanas. La idea de una vida a su lado era una especie de sueño insustancial.
Annie se levantó y se dirigió hacia Dexter al mismo tiempo que Finnick caminaba hacia la casa. Se cruzaron y Annie lo miró.
-         ¿Estás bien? – preguntó.
Finnick parpadeó, evitando mirarla.
-         ¿Podemos estarlo?
Annie le acarició el dorso de la mano con un dedo antes de girar la cabeza hacia Dexter, que se limpiaba el sudor de la cara con el borde de la camisa.
-         Te quiero – murmuró antes de empezar a andar.
Finnick apretó los puños en torno al mango del tridente hasta que estos se pusieron blancos. Si había algún dios que fuese justo, ninguno de los dos saldría seleccionado en la cosecha.
Mags estaba sentada en el sofá del salón, con una aguja entre las manos. Toda la superficie de la mesa estaba cubierta de anzuelos de todo tipo hechos a partir de cualquier cosa. Ese era el don de Mags, un don que había tratado de enseñarle a él, sin éxito. La anciana levantó la mirada en cuanto lo vio entrar y dejó la aguja sobre la mesa.
-         ¿Inik? – preguntó, con la voz ronca.
Finnick la miró, con la mandíbula apretada. Ella era una anciana. ¿Cómo iba a poder luchar contra personas de veinte años, con una experiencia mucho más reciente que la suya? El muchacho agitó la cabeza. No había sabido hasta que punto era cruel el Capitolio hasta que anunció el tercer Vasallaje.
-         Voy a ducharme – se excusó Finnick, dejando el tridente apoyado en la pared.
La mujer lo miró con tristeza, pero volvió a sentarse y concentrarse en sus anzuelos. Finnick se marchó.
En la ducha, con el agua caliente resbalando por su piel desnuda, enumeró cada momento feliz de su vida, una especie de juego que había ideado durante esos meses. Era la manera de recordarse que merecía la pena vivir.
Momentos como recordar a su padre arropándolo por las noches. O Mags cuando él salió de la Arena, con una sonrisa de madre orgullosa en los labios. O el día que su distrito recibió la paga por su victoria. O Annie, diciéndole que era suyo. O aquella noche en la playa, o el día que nació la idea de un matrimonio…
Finnick agitó la cabeza, abriendo los ojos. No estaba funcionando.
Sin embargo, cuando se giró, descubrió que no estaba solo.
Annie estaba junto a él, completamente vestida y empapada, y lo miraba con una mirada triste e interrogante. Finnick se quedó helado, mirándole a los ojos. Apenas se habían tocado desde el anuncio del Vasallaje, concentrados únicamente en entrenarse. Era irónico, pues ambos se estaban encargando de buscar la protección del otro y lo único que estaban consiguiendo era alejarse.
-         ¿Qué nos pasa? – susurró Finnick, inclinando la cabeza.
Annie le pasó una mano por el pelo aplastado por el agua y empezó a llorar.
-         No es justo – repitió.
Finnick la abrazó, apoyando los labios en su hombro. El agua caía a su alrededor como una cortina, golpeando en sus pieles.
-         Por supuesto que no lo es – agregó Finnick, introduciendo las manos en el pelo castaño de la chica.
-         No quiero ir, Finn – admitió Annie -. No quiero.
Finnick se separó, apoyando los labios en su frente.
-         Lo sé. Yo tampoco.
Annie le abrazó por la cintura. Fnnick le apartó las gotas de agua que pendían de sus mejillas con los pulgares y ella se estremeció junto a su pecho. Él volvió a abrazarla.
-         No es justo, no es justo…
La chica cayó al suelo, agarrándose las rodillas. Finnick cerró el grifo, cogió una toalla y, tras anudársela en torno a la cintura, se sentó a su lado, obligándola a separar la cabeza de las rodillas.
-         No dejaré que te pase nada – prometió Finnick, repitiendo la misma promesa que le había hecho años atrás -. No voy a permitirlo.
-         ¿Cómo? – gimió ella.
Finnick la miró y vio en sus ojos el miedo, la tristeza y una chispa de algo que no supo identificar, pero no era debilidad. Vulnerabilidad y debilidad no eran lo mismo, y Annie era vulnerable, pero no débil. Una persona vulnerable es una persona frágil, que puede ser herida, pero eso no implica que no pueda reconstruirse. Una persona débil es una persona que se rompe, que no tiene ninguna clase de fuerza. Y Finnick estaba convencido de que solo una persona fuerte sería capaz de pasar por todo lo que Annie había pasado, de ver todo lo que ella había visto, y seguir viva. Ya no cuerda, porque Annie no lo estaba, pero viva. Finnick conocía a muchos tributos que habían tratado de quitarse la vida en numerosas ocasiones para huir de sus recuerdos, y Annie no lo había hecho. Para él, eso era fuerza suficiente.
-         Haré lo que sea – musitó él.
-         No quiero que vayas tampoco. No podría soportarlo.
Annie se puso las manos en las sienes y empezó a apretar. Toda esa serenidad que aparentaba era una simple máscara que escondía todo ese dolor y dudas. Finnick puso las manos a ambos lados del cuello de Annie y la obligó a mirarlo.
-         Te quiero – dijo -. Te quiero, Annie Cresta. Recuerda eso.
Annie rompió a llorar. Finnick puso los labios en su frente y lloró con ella. Era demasiado injusto. Se preguntó si el resto de tributos lo estarían pasando igual de mal que ellos dos. Se preguntó si a todos les dolería volver o había algún loco que disfrutaría haciéndolo.
Y pensó en Katniss y en Peeta, sin saber por qué. Quizá porque ambos también eran vencedores y pareja, aunque su situación era bien distinta. Katniss era  la única vencedora del distrito. Estaba obligada a ir, sí o sí. Y las posibilidades de Peeta tampoco eran muy alentadoras. Ellos eran tan trágicos como los amantes del distrito 12.
Agitó la cabeza y unas cuantas gotas de agua cayeron sobre sus ojos. No. Lo que ellos sentían era real. Totalmente real. No era un objeto de atención, de hecho, nadie lo conocía. Era suyo.
Finnick acostó a Annie esa noche con él, pero él no fue a la cama tan rápido. Bajó a despedirse de sus dos amigos antes de acostarse. Mags ya estaba dormida, pero Dexter estaba sentado en el salón, mirando la televisión sin verla realmente.
-         Dex – saludó Finnick, sentándose con él.
El hombre se giró para mirarlo. Tenía unas profundas ojeras, algo extraño de ver en alguien del Capitolio, y el pelo muy revuelto.
-         ¿Recuerdas ese día, en el Capitolio, cuando acabaron los Septuagésimo Cuartos?
Finnick asintió, apoyando el mentón en la palma de su mano izquierda.
-         ¿Recuerdas cuando Annie te besó delante de todos? – El chico volvió a asentir -. ¿Y si alguien se dio cuenta?
Finnick negó con la cabeza, cerrando los ojos.
-         Lo dudo. Todos estaban pendientes de la pantalla.
-         Solo te digo que pienses en ello, Finn – susurró Dexter.
El chico se quedó solo en cuanto el médico se marchó. La televisión seguía encendida, mostrando un documental de los Juegos anteriores. Setenta y cuatro años de Juegos, de muertes y de victorias.
Finnick regresó a la cama sin acabar de ver el programa, con el labio hinchado de tanto mordérselo. Ni siquiera pensó en su conversación con Dexter. Ni siquiera pensó en el
Vasallaje. Simplemente se acostó con Annie, la abrazó y se quedó dormido.

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