sábado, 14 de diciembre de 2013

Capítulo 68. 'Tic, tac'.

-      Pobre Finnick. ¿Es la primera vez en tu vida que no estás guapo?
Finnick abrió los ojos, frunciendo el ceño. Katniss estaba frente a él, con la cara llena de pomada verdosa.
-      Seguramente. La sensación me resulta completamente nueva. ¿Cómo has hecho tú para soportarlo tantos años?
Katniss hizo una mueca que se acercaba a una sonrisa. Finnick apretó la mandíbula para evitar sonreír frente a ella.
-      Solo tienes que evitar los espejos – contestó ella -. Al final se te olvidará.
-      No si sigo mirándote.
Finnick continuó frotándose la cara y los brazos. Sentía las costras como arena sobre la piel, pero era reconfortante eliminar el dolor. Todo el dolor.
Aunque eso era imposible.
Intentaba olvidarse de Mags, de ese último momento, pero le era imposible. Ni siquiera haber sido atacados por mutos apenas unas horas antes era suficiente para hacerle concentrarse en la Arena y los Juegos. No podía dejar atrás la imagen de verla caminar hacia la niebla. Se repetía en su cabeza una y otra vez. ¿Había sido así cuando Annie había visto morir a Kit? ¿La imagen de su cabeza una y otra vez? ¿Estaría enfermando él también?
-      ¿Necesitas que alguien te frote la espalda, chica en llamas?
Katniss se giró, con la cremallera del traje a medio bajar y una ceja levantada.
-      ¿Cuánta gente querrá arrancarme la piel por el privilegio?
Finnick sonrió y se acercó a la chica con el bote en las manos. Mientras extendía la pomada por la espalda de Katniss, llena de costras blanquecinas, se preguntó cuántas cicatrices escondía su piel limada por los médicos del Capitolio.
-      Voy a despertar a Peeta – sugirió Katniss, una vez que ambos se habían dado suficiente pomada.
-      No, espera – interrumpió Finnick -, vamos a hacerlo juntos. Los dos delante de su cara.
Katniss le dedicó una media sonrisa y se levantaron. Si no aprovechaban los pocos minutos de tranquilidad que tenían para divertirse y aislarse de la vida real, ¿qué les quedaba?
-      Peeta, Peeta – llamó Katniss, acercándose a su oído -, despierta.
Peeta comenzó a abrir los ojos. Finnick se acercó un poco más a él, entrecerrando los suyos. De repente, Peeta abrió los ojos del todo y saltó hacia atrás, alejándose hacia las armas, gritando.
Katniss fue la primera en empezar a reírse, y la cara de indignación de Peeta fue bastante para que Finnick la siguiese. Cayeron sobre la arena, sujetándose el estómago sin dejar de reírse.
Eran aliados. Podría incluso atreverse a decir que estaban en el borde para llegar a ser amigos. Por poco tiempo, pensó él, y la sonrisa se le congeló en el rostro.
Entonces, cayó del cielo un paracaídas. Finnick abrió la caja de metal, encontrándose con media docena de panecillos de color verdoso. El chico cogió uno, dándole vueltas entre los dedos, acariciando la corteza caliente.
“¿Ves, Finnick? Así es cómo se hace”.
Mags colocó el pan en la bandeja junto al resto, limpiándose las manos llenas de harina en el delantal.
“¿Cómo sabes hacerlo?”, preguntó el joven Finnick, pasándose una mano por el pelo.
“Bueno, digamos que he tenido muchos años para aprender muchas cosas. Y nunca sabes cuándo te vas a quedar sin pan, ¿verdad?”.
Finnick asintió. Nunca se había sentido más vulnerable que la primera noche en la Arena, cuando no había comido nada en todo el día. Entonces recibió un paracaídas lleno de panecillos, cortesía de su distrito. Nunca se había sentido más agradecido tampoco.
“¿Crees que podrías enseñarme?”, preguntó, acercándose a la mesa.
Mags rió.
“Por supuesto que no. No tienes la paciencia necesaria, harías bolas deformes de harina en lugar de pan”.
Finnick sonrió. Mags tenía razón, como siempre. Él era pescador, no panadero.
“Irá bien con el marisco”, sugirió la anciana. “Ve a pescar algo”.
-      Irá bien con el marisco – susurró, dejando el panecillo en la caja de nuevo.
Por suerte, había pescado suficiente esa mañana, por lo que se sentó a pelar todo lo que había pescado. Como Mags le había dicho años atrás, era una combinación deliciosa, una comida impensable para unos Juegos del Hambre.
Finnick fue el primero en acabar, quizá por el hambre o quizá porque todo le recordaba a Mags y era demasiado doloroso. Se acercó a la playa y comenzó a lavarse las manos. Entonces, la parte de la selva que se encontraba frente a ellos comenzó a agitarse y una enorme ola golpeó contra la Cornucopia, deteniéndose como la niebla lo había hecho. Parecía como si todo siguiese una especie de orden. Empezar aquí, parar ahí. Un bucle. El agua agitada llegó hasta la playa donde se encontraban, arrasando con todo aquello que no pudieron coger a tiempo. Un aerodeslizador apareció en el cielo, llevándose un cuerpo de otro tributo caído apenas segundos después del cañonazo. Doce. Finnick se acarició la muñeca, rozando el metal de la pulsera con las manos y miró a Katniss. Sin embargo, la chica tenía la mirada clavada en algún punto a su derecha, con el ceño fruncido y la mano a medio camino del carcaj.
-      Ahí – señaló.
Finnick entrecerró los ojos, fijando su mirada en tres figuras que avanzaban por la Arena. Una de ellas llevaba la delantera, arrastrando a otra que parecía estar muriéndose. La tercera caminaba tras ellos, haciendo aspavientos con las manos.
-      ¿Quiénes son? – preguntó Peeta, dando un paso al frente -. ¿O son mutaciones?
No, no eran mutaciones. Eran tributos. La cuestión era si aliados o no.
Entonces, la figura que estaba siendo arrastrada cayó al suelo, inconsciente, tendida sobre la Arena. La que lo llevaba comenzó a dar patadas al suelo, levantando arena por todos lados. La tercera persona se acercó a ella, recibiendo un empujón.
No cabía duda.
-      ¡Johanna!
Salió corriendo. Por fin. Necesitaba una cara amiga, alguien de la que no tuviese que cuestionarse su confianza. Katniss y Peeta lo habían aceptado como aliado, estaba claro, pero eran los Juegos del Hambre. Los aliados solo son amigos hasta que llega el momento, y, aunque Finnick estuviese dispuesto a morir por Katniss, por Panem, ella no era consciente de eso. Y tampoco Peeta.
Llegó hasta Johanna y la envolvió en un abrazo. La chica apoyó la cabeza en su hombro, suspirando. Estaba cubierta de sangre de los pies a la cabeza, como si se hubiese bañado en ella. Finnick la estrechó con fuerza.
-      ¿Estás bien? – susurró el chico.
Johanna asintió, apartándose de él.
-      Es una locura, Finnick – comenzó -. Ahí dentro. Es una tortura constante. No hay descanso, no hay seguridad. En ningún sitio.
-      Lo sé, Jo.
-      ¿Qué te ha pasado a ti? ¿Con qué te has encontrado?
-      Niebla venenosa y mutos. ¿Tú?
-      Sangre. Montones de sangre. Creíamos que era lluvia, por los relámpagos, y teníamos mucha sed, pero cuando empezó a caer, resultó ser sangre. Sangre caliente y espesa. No se podía ver, ni hablar sin llenarte la boca. Estuvimos dando tumbos por ahí, intentando salir. Entonces Blight se dio contra el campo de fuerza.
Finnick bajó la cabeza. No quiero ser un héroe ni un mártir. Pero si me aseguráis que mi mujer va a estar a salvo y me prometéis una vida mejor para ella, yo estoy dentro. Blight había sido el primero en unirse a la alianza. Miró a Johanna, mordiéndose el labio.
-      Lo siento, Johanna.
-      Sí, bueno, no era gran cosa, pero era de casa – Finnick sabía que, en parte, simplemente fingía. Simplemente intentaba esconder la pena por la pérdida, por muy tenue que esta fuese, bajo esa máscara suya -. Y me dejó sola con estos dos. Le clavaron un cuchillo en la espalda en la Cornucopia – comentó, golpeando levemente a Beetee con el pie -. Y ella…
Majara continuaba dando tumbos por la Arena, susurrando ‘tic, tac’ una y otra vez. Finnick desvió la mirada de nuevo hacia su amiga.
-      Sí, lo sabemos, tic, tac. Majara ha sufrido una conmoción. Quédate quieta, ¿quieres? – ordenó Johanna, empujando a Wiress.
Entonces, Katniss dio un paso al frente, agarrando a Wiress del brazo.
-      Déjala en paz.
Johanna la miró con odio, avanzando hacia ellos. Finnick ni siquiera se lo esperaba hasta que escuchó la mano de Johanna estallar contra la mejilla de la chica en llamas.
-      ¿Qué la deje en paz? ¿Quién te crees que los sacó de esa puñetera jungla por ti? Serás…
Finnick reaccionó, cogiéndola por la cintura y arrastrándola hasta el mar. Johanna no dejó de retorcerse, gritando palabrotas a la chica, que seguía en la arena con la mano en la mejilla, mirando a Peeta. Finnick metió la cabeza de Johanna en el agua, ahogando sus protestas.
-      ¡Suéltame! ¡Voy a enseñarle más modales a esa puta niñata que nadie que…! – Finnick la sumergió de nuevo -. ¡Me dice que la deje en paz, como si no hubiese medio muerto por salvarlos! ¡Desagradecida de mier…! – Otra vez -. ¡Suéltame, Odair, antes de que te dé una patada en los hue…! – Y otra -. ¡SUÉLTAME YA!
Finnick le sujetó la cabeza, casi sin apenas sangre.
-      ¿Te vas a tranquilizar y continuar con la alianza o no?
Johanna le miró con rencor, pasándose una mano por el pelo empapado. Sin embargo, asintió y regresó a la arena, limpiándose los escasos restos de sangre que le quedaban. Finnick la siguió.
-      Entonces, ¿qué ha sido eso de la niebla? – comenzó Johanna, acabando una rebanada de pan con marisco.
Finnick tragó saliva antes de empezar.
-      Ya sabes. Blanca, espeluznante y venenosa. No era mucho más. Te alcanzaba por mucho que corrieses – Mags sonriendo y caminando hacia la niebla. El cañonazo -. Ampollas y espasmos si te rozaba. Otro juego.
Johanna asintió. Finnick sabía que ella se había dado cuenta, era demasiado lista. Apretó la mandíbula y se levantó.
-      Yo hago la primera guardia – dijo, ofreciéndose.
-      No, yo la haré – dijo Katniss -. Tú la hiciste anoche, es mi turno.
-      Todo lo que he visto hoy me ha quitado el sueño. Yo me quedo también - Johanna se sentó junto a Katniss, con el hacha en la manos.
Finnick asintió, tumbándose alejado del resto. Consiguió dormir a ratos, aferrando su tridente, pero las imágenes se sucedían en su cabeza una y otra vez. Mags muriendo. Él, asesinando a todos sus amigos, a todos sus aliados, a Johanna Mason. Saliendo de la Arena, proclamándose vencedor, volviendo con Annie. Cuando despertó por quinta vez, sudoroso y temblando, se encontró con Johanna frente a él, mirándolo con los ojos muy abiertos.
-      Finnick…
-      Dos cosas – interrumpió él, con la voz ronca -. Primera: ni se te ocurra decir algo con tono de lástima. Segunda: me alegro de verte con vida, Mason.
Johanna frunció el ceño. Finnick cerró los ojos un segundo, pasándose una mano por la cara para apartarse el sudor.
-      Bien – susurró Johanna a su lado -. ¿Qué tal con ellos?
El chico inspiró con fuerza.
-      Creo que no confían en mí. Aún.
Johanna miró a Katniss, que continuaba junto a Wiress, tumbada con la cabeza en su regazo. Finnick cerró los ojos, recordando sus pesadillas. Su tridente enterrándose en el pecho de Johanna, abriéndole una sonrisa roja a Katniss en el cuello.
-      No creo que pueda seguir con esto – dijo, tumbándose de espaldas.
-      ¿Con la alianza?
-      No. Con todo esto – añadió, abarcando la Arena con los brazos -. No es como la primera vez. Era un crío y no tenía nada por lo que luchar. Pero ahora lo tengo y… quiero vivir, Jo.
-      Como tod…
-      El problema – continuó -, el problema es que me he imaginado matándoos para salir de aquí. Matándote.
Johanna apretó la mandíbula. Miró a su alrededor, extendiendo la mano para acariciarle el pelo.
-      Está bien, Finn. Tranquilo. Lo raro sería que no lo hubieses pensado. Todos queremos vivir, incluso yo, aunque no tenga nada por lo que seguir luchando.
Finnick pensó en cómo había perdido Johanna todo cuanto había querido. Su familia nunca había sido importante para ella, que había sido maltratada casi desde que era niña. Pero recordaba a Nell, a quien el Capitolio había asesinado. Y Johanna también lo recordaba.
-      Jo…
-      Creía que habíamos quedado en nada de tonos de lástima, ¿verdad? – El chico asintió -. Finnick, podemos hacerlo.
-      ¿Matarnos los unos a los otros? – musitó él, y la imagen de su tridente sobre el pecho de Peeta volvió a aparecerse en su cabeza.
Johanna le golpeó suavemente en la cabeza con los nudillos.
-      No, descerebrado. Sobrevivir. Somos los miembros más fuertes del Capitolio. Ya vencimos una vez. Todos y cada uno de nosotros. No pueden vencernos desde una sala de control, ya lo hemos demostrado. No… No van a vencerme así.
Finnick se irguió, mirando directamente a los ojos de su amiga.
-      Si voy a morir – continuó ella –, si muero, quiero ver la cara de mi asesino. De mi verdadero asesino. Del verdadero enemigo.
El chico arrugó el ceño, cogiendo la mano de su amiga. Habían acordado entre todos morir para salvar al sinsajo, la imagen de la rebelión, pero ¿de verdad esa era la única opción? Finnick pensó en Katniss sacando esas bayas el año anterior. Negándose a ser controlada.
-      Johanna.
-      Fi…
-      Levantaos.
Finnick levantó la cabeza, seguido de Johanna y Peeta, a quien Katniss sacudía con frenesí. El chico se irguió, con el cuchillo en la mano.
-      Levantaos, tenemos que largarnos.
-      ¿Qué está pasando? – inquirió Peeta, mirando a su alrededor con el puño cerrado en torno al cuchillo.
-      ¿Katniss? – inquirió Finnick, con el tridente en posición defensiva.
Katniss miró a Wiress, que daba vueltas en la arena. ‘Tic, tac, tic tac’. Finnick levantó las  cejas.
-      Eh, descerebrada – Johanna golpeó con suavidad el hombro de Katniss, llamando su atención - ¿Qué pasa?
La chica sonrió, abarcando el estadio con los brazos.
-      Tic, tac.
-      Oh, dios mío. La locura de Majara es pegajosa – gruñó Johanna, apartándose -. Tú también no.
Finnick levantó una ceja, acercándose al mismo tiempo que Peeta. El chico le rozó el brazo con los dedos, obligándola a mirarlo.
-      ¿Katniss?
-      Tic, tac. La arena es un reloj.


2 comentarios:

  1. You are still ruining my life, man.

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  2. Como siempre un capítulo asdfggjklñgd. Espero ansiosa tu próximo capítulo. HAZLO RÁPIDO. D''''':

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