sábado, 1 de marzo de 2014

Capítulo 80. 'No quieres saberlo'.

Finnick permaneció toda la noche despierto al lado de la cama de Annie, con las manos de la chica entre las suyas. Acarició todas las magulladuras de su cara. No importaba nada, salvo que estaba viva y a salvo.
-      Finn…
-      Estoy aquí. Estoy aquí contigo.
Annie entreabrió los ojos. Le habían puesto una dosis de morflina para que estuviese relajada durante la exploración. Finnick había estado presente mientras la vendaban y le examinaban las quemaduras y heridas. Odiaba al Capitolio más que nunca. Más que cuando lo habían seleccionado como tributo, más que cuando había tenido que matar a alguien por primera vez, más que cuando lo habían obligado a prostituirse, más que cuando Snow había amenazado con hacer lo mismo con Annie y más que cuando habían anunciado el Vasallaje. Habían tocado lo que más quería, y eso era imperdonable.
-      Finn…
-      Aquí, Ann. Aquí.
La chica se desplazó hacia él sobre la almohada, esbozando una mueca de dolor a través de la mascarilla que le permitía respirar mejor. Finnick se inclinó sobre ella, dejando su cara a pocos centímetros de la suya, y le quitó la máscara. Annie extendió la mano, sin soltar sus dedos, hasta su cara.
-      No era un sueño.
-      No, estoy aquí – Finnick le acarició la nariz con un dedo -. Ahora estás conmigo.
Annie cerró los ojos, sonriendo.
-      Bien.
Finnick le besó la frente, le devolvió la mascarilla y la dejó dormir, sin despegarse de su lado. A mediodía llegó Haymitch, serio, con aspecto de no haber dormido nada.
-      ¿Cómo está? – preguntó, sentándose a su lado.
-      Bien – respondió Finnick, apoyando la boca en los nudillos de la chica -. Le han puesto un suero para que empiecen a sanar los moratones, y le han curado las heridas. Ahora solo está sedada.
Haymitch miró el suero que salía del gotero directo a su vena con el ceño fruncido. Finnick podría haber ignorado su presencia perfectamente, estaba demasiado concentrado en Annie. Haber estado sin ella durante tanto tiempo le había hecho querer memorizar todos sus rasgos, más aún de los que ya se los sabía, por si volvía a desaparecer. Le pasó la mano por el pelo, sucio después de las semanas de confinamiento, pero le seguía pareciendo lo más suave del mundo.
-      ¿Y su cabeza?
Finnick se giró hacia Haymitch, cansado.
-      ¿A qué te refieres?
-      Finnick, hay una posibilidad de que hayan alterado sus recuerdos. Puede que ahora esté estable por la morflina, pero cuando se recupere… Puede que no sea la misma.
-      Está bien – replicó Finnick, mirándola de nuevo -. Sé que está bien…
-      Finnick.
-      Haymitch, está bien. Lo sé.
Haymitch entendió a la primera que era inútil discutir, así que cerró la boca, mirando a los monitores conectados al cuerpo de la chica. Finnick se giró de nuevo hacia él.
-      ¿Y Johanna?
-      La están observando. Aún no ha despertado, creemos que ya estaba inconsciente antes de que el gas hiciese efecto sobre ella.
-      Quiero ir a verla, pero temo que Annie no me vea aquí cuando despierte.
Haymitch asintió. Finnick observó los monitores que recogían la frecuencia del latido de la chica tumbada sobre la camilla. Sus latidos eran constantes, quizá por el efecto de la morflina. Finnick le besó los dedos.
-      Hemos… - comenzó Haymitch, dubitativo – tenido complicaciones con Peeta.
Finnick se tensó. Nunca había tenido una relación de amistad con Peeta, a pesar de haberle salvado la vida, pero se preocupaba por Katniss.
-      ¿Complicaciones? ¿Qué clase de…
-      Han distorsionado sus recuerdos de Katniss. Ha intentado matarla.
Finnick se irguió, mirándolo incrédulo. ¿Peeta, el chico que había hecho todo por proteger a Katniss? ¿El chico por el que ella había estado al borde de la histeria? ¿El chico que había declarado su amor por ella delante de todo el país, un amor puro y sincero?
-      Es… cómo…
-      Por eso he venido a avisarte. Si han podido hacerle eso a él… Bueno, sabes que Annie tiene una mente inestable, más vulnerable que la del muchacho.
El chico miró alarmado a Annie, que empezaba a despertar. Haymitch se inclinó junto a él, observándola abrir los ojos.
-      ¿Annie?
La chica extendió la mano hacia él. Finnick la sujetó con fuerza.
-      Finn…
-      Aquí. Estoy aquí.
Haymitch se colocó al otro lado de la muchacha, sigiloso y con cuidado. Finnick se lo agradeció en silencio, cualquier cosa brusca podía asustarla.
-      ¿Recuerdas dónde estás, Annie? – preguntó Haymitch, en apenas un susurro.
Annie tardó unos segundos en enfocarlo. No podía apartar la vista de Finnick, y él tampoco. Le acarició el dorso de la mano mientras ella se dirigía hacia el hombre.
-      El… el distrito 13.
-      ¿Cómo estás?
-      Me… - Annie tragó saliva, alertando a Finnick – duele.
Haymitch mandó llamar a un médico y volvió a inclinarse. Finnick lo miró por el rabillo del ojo. Annie inspiró con fuerza y se llevó una mano a un oído.
-      Lo… oigo.
-      ¿Qué oyes, Ann? – preguntó el chico, con urgencia.
-      Gritan… pero no tan fuerte. Aquí – Annie se puso un dedo sobre la sien -. Jo… Johanna…
Un médico corrió la cortina que la separaba de otros pacientes y se acercó con una sonrisa mientras examinaba una hoja.
-      Bueno – comenzó, mirando los monitores -, está un poco aturdida, pero las quemaduras y las heridas no son graves. Solo necesita reposo.
-      ¿Y su cabeza? – preguntó Haymitch, rascándose la ceja con el pulgar.
-      Los asuntos de la mente son siempre complejos y particulares. Hemos encontrado restos de veneno en su sangre que estamos examinando, pero la señorita Cresta ya… - El hombre miró a Finnick de soslayo, como pidiéndole permiso – ya era especial antes.
Finnick se inclinó sobre Annie, apartándole un mechón de la frente.
-      Obviamente, quedarán estragos. Deben estar preparados para cualquier caso de histeria o recaída. Le asignaremos a un psiquiatra.
Finnick asintió. Ya había escuchado algo así antes, cinco años atrás.
Las experiencias traumáticas cambian a las personas. Y lo que la señorita Cresta ha vivido ahí dentro no se le va a olvidar nunca.
Está todo en su cerebro. Por desgracia, no se nos permite acceder a él. Habrá momentos en los que no recuerde absolutamente nada, ni siquiera quién es. Habrá momentos en los que parecerá exactamente la misma persona que antes. Y habrá momentos en los que una simple palabra, o un simple sonido, serán suficientes para que enloquezca. Ella está atada a esta clase de ataques de por vida. No va a recuperarse. Puede que consiga controlarlo, pero esas reacciones van a seguir ahí.
Él debía estar preparado para eso y más. Annie le besó los dedos y clavó en él sus ojos verdosos. Finnick le acaricio la mejilla con el pulgar, bordeando el hematoma que tenía bajo el ojo.
-      ¿Has visto a Johanna?
Finnick negó con la cabeza. Annie cerró los ojos, inspirando con fuerza.
-      Ve – Finnick intentó replicar, pero ella negó con la cabeza -. Por favor, ve.
-      Tenemos que hacerle más pruebas – añadió el doctor -. Evaluar sus reacciones ante distintos estímulos.
-      Ve – insistió Annie, dándole un apretón.
Finnick asintió, mirando a Haymitch. No quería dejarla, tenía demasiado miedo a que se la arrebatasen de nuevo, pero su amiga… No podía dejarla sola. No podía dejar que solo la visitasen los médicos. Finnick salió de la sala, haciendo nudos con un cordel medio deshecho. Johanna estaba en una habitación individual, echada sobre una cama y arropada hasta la barbilla. Miraba con desgana los cables que la rodeaba, producto de la cantidad de morflina que le estaban metiendo. Finnick entró en silencio, intentando que ella no reparase en él, pero Johanna, a pesar de aturdimiento, estaba alerta.
La chica se giró hacia él, entreabriendo la boca.
-      Vaya – musitó, con voz pastosa -. El desaparecido.
Finnick se sentó junto a ella y extendió la mano hacia su amiga, que apenas la movió. Clavó una mirada de cansancio en él y dio un largo suspiro.
-      Morflina. Qué invento.
-      Ni que lo digas, Mason – respondió Finnick, imitando su viejo tono.
Johanna sonrió levemente.
-      Como si tú lo necesitases, Odair.
Finnick la miró a los ojos y Johanna le sostuvo la mirada. Luego, con mucho esfuerzo, se apartó y le hizo un hueco en el que Finnick no dudó en tumbarse a su lado, con los dedos entrelazados. La observó de cerca. Ella estaba incluso peor que Annie, con el pelo rapado y la cara llena de heridas a medio sanar.
-      ¿Qué? – gruñó ella, sujetándose el costado con una mano -. ¿No me vas a decir nada sobre mi nuevo corte?
Finnick rió entre dientes, apretándole la mano.
-      Sexy. Masculino. Pega contigo.
-      Masculino – repitió ella, frunciendo los labios -. Da gracias a que estoy atontada, descerebrado.
El chico se obligó a borrar la sonrisa de su cara y girarse hacia ella, serio. Johanna lo observó moverse por el rabillo del ojo, sin inmutarse. Finnick tragó aire.
-      ¿Fue… - ¿Debía preguntarlo? Haymitch había hablado de alteraciones en la mente. Cualquier cosa que dijese podría volverla loca.
-      ¿Malo? – Johanna tragó saliva -. Fue horrible. Para los tres. Ellos…
Finnick observó cómo se le llenaban los ojos de lágrimas que se esforzaba por contener. Hacía mucho que no la había visto llorar. Demasiado. Lo que le habían hecho…
Se imaginó aplastando el Capitolio hasta sus cimientos.
-      Lo siento – se disculpó -. Debería haber venido ant…
-      No. Ella era tu prioridad. Lo entiendo – Johanna cogió aire. Le costaba incluso pronunciar tres frases -. Es solo… Allí… Me di cuenta de… y nadie…
La voz de Johanna se quebró, pero Finnick sabía cómo continuaba el resto de la frase. Siempre se había jactado de no necesitar a nadie, pero en el Capitolio, lo que había sido su defensa, su escudo, se había convertido en su debilidad. Finnick siempre había estado para ella, y Johanna sabía que podía contar con él. Pero ambos sabían asimismo que, con Annie en el Capitolio, siendo torturada, Finnick no sería capaz de centrarse en nada más.
Me di cuenta de que estaba sola y nadie me echaría de menos.
Finnick se inclinó y le besó el hombro. Johanna no soltaba su mano; se lo apretaba con fuerza, como si temiese dejarlo ir. Pero él no se iría. Se quedaría ahí, siempre. Para eso estaban los amigos, para cuidarse los unos a los otros.
-      Sé que ahora… te sientes mal – continuó -. No quiero. No tienes que sentir…te culpable por preocuparte más por Annie que por… mí.
Johanna se quedó en silencio durante veinte minutos. Finnick intentó ponerse en su lugar, pero él siempre había tenido a alguien que se preocupase por él. Sus padres cuando era niño, antes de quedar huérfano. Mags. Annie. Dexter. Incluso Johanna. Gente que se había preocupado en su mayor parte exclusivamente por él.
-      Ella… Pasó algo. En realidad… no quieres saberlo – dijo de repente.
Finnick se levantó, apoyándose sobre un codo y mirándola fijamente.
-      Hace un par de días. Le habían hecho algo a Peeta. Un experimento que había… funcionado con éxito, y querían probarlo con nosotras. Era… veneno.
Lo que había dicho Haymitch. Cómo habían transformado al amable Peeta en un asesino. Imaginarse a Annie o a Johanna queriendo matarlo era demasiado doloroso. No podía imaginar cómo debía sentirse Katniss.
-      Nos pusieron unos vídeos y nos inyectaron esa cosa. Yo… - Johanna se pasó para tomar aire y descansar, con los ojos cerrados -. Queríais matarme. Los dos. Incluso Nell y Blight. Y no podía parar. Vosotros… Era tan real…
Finnick le acarició la mano. Así que eso habían hecho con Peeta. Finnick se preguntó cuántas veces le habían hecho eso al chico para conseguir que odiase a Katniss. Se estremeció.
-      Pero Annie… - Finnick se tensó. No sabía si estaba preparado para oírlo -. Fue como si su mente reaccionase… contra el veneno. Lo que veía no se correspondía con lo que querían que viese. No la atacaban a ella, sino que volvía al pasado. Empezó… a preguntar por… Mags, y Kit y Dexter, y te llamaba pidiendo ayuda…
Las manos de Finnick sudaban. Dexter. Debería desear que estuviese vivo, pero sabía que era algo en vano. Estaba muerto. Él no tenía importancia para nadie a los ojos del Capitolio. Quizá para el propio Finnick, pero no la suficiente como para poder herirlo. Finnick se obligó a tranquilizarse, pero la imagen de su amigo arrodillado junto a él, pidiéndole que volviese a casa le perforaba el cerebro. Johanna le dio un apretón.
-      Por lo menos, estar chalada le ayudó. Ojalá yo lo estuviera. Ojalá lo esté.
Finnick cerró los ojos. Annie estaba a salvo. Johanna estaba a salvo. Era más de lo que podía pedir.


1 comentario:

  1. Quiero mandarle un mensaje a Johanna Mason y que se lo hagas llegar antes del siguiente capítulo: "Hola, no estás sola, todo el mundo pregunta por ti cuando no sales en un capítulo y odiamos tanto a Suzanne como a Pato por tratarte tan mal." Y también quiero que le envíes un regalo: el amor de su vida. Ya que VAS A CAMBIAR el final de Finnick y Annie, puedes aprovechar y ponerle una bonita historia de amor a Mason. O se puede enamorar del bebé de ellos y haces un Stephenie Meyer (?)

    Y bueno, ya está. Leído y comentado lo que tenía pendiente. Sigue trabajando duro y no te olvides de que esperamos noticias de tu proyecto ultrasecreto y que a mí me encantan tus fics originales.

    Amor desde la maceta.

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